Rol de genero.

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Los roles de género y su incidencia en la pareja
Nadie duda que se estén produciendo aceleradas transformaciones
subjetivas en el ámbito de la identidad de género. Un ejemplo de ello lo
constituyen, a primera vista, el mayor acceso de las mujeres al mercado laboral,
condiciones más equitativas en el nivel educacional y una participación masculina
más activa en la crianza de los niños. La “gran revolución femenina” (a la que me
referí en otro párrafo) trajo aparejado una revolución que alcanza también a la
manera de concebir hoy lo masculino, el rol paterno y el de esposo o compañero
sexual. La mujer logra tener derecho pleno sobre su cuerpo en cuanto a dos
aspectos cruciales: derecho al placer y a la procreación. La decisión de tener o no
hijos pasa a estar, después de la aparición de la píldora anticonceptiva, los
dispositivos intrauterinos, los espermicidas y el derecho al aborto (batalla que se
sigue sosteniendo en muchísimos países) en manos de la mujer. El ser madre, cada
vez más, está llegando a ser una elección que puede aceptarse o no, más que un
mandato social férreo, en donde no ejercer la maternidad se lo consideraba (y aún
hoy) como una falta grave en la identidad femenina. Las relaciones
prematrimoniales se hicieron por lo menos tan frecuentes como lo habían sido en el
pasado, pero quienes las mantienen se niegan a culpabilizarse o ser culpabilizadas
por ellas.
Si a esto le sumamos el progresivo y sostenido avance que la mujer viene
ejerciendo en el plano social, ocupando cada vez más lugares claves en lo
económico, lo político, lo cultural, no sería descabellado plantear, como lo vienen
haciendo ya muchos autores, un “poder de lo femenino” (woman enpowerment) o
una tendencia a la feminización de las sociedades, por lo menos las occidentales.
De todas maneras como el debate sobre género es muy reciente, existen aún
demasiadas controversias para delimitar con cierta claridad en que consiste hoy la
masculinidad, la feminidad, y los roles masculino y femenino dentro y fuera del
orden familiar. Se genera, entonces, una importante distancia entre las prácticas y
los discursos. A veces, las prácticas son más avanzadas que los discursos y, otras, la
distancia se produce en el sentido contrario.
Lo que aparece como nuevo en los roles de género convive con el modelo
tradicional que continua manteniendo vigencia, lo cual trae aparejado un malestar
sobre-agregado en la vida cotidiana de las parejas, principalmente en aquellas
donde además ambos son padres. Los cambios de roles tal vez no respondan,
todavía, a transformaciones del imaginario social o a la aparición de una
mentalidad diferente, más bien parecerían producto de una actitud pragmática
que responde a una necesidad imperiosa de adaptarse a las exigencias que la
realidad actual impone. En este sentido si bien hoy el hombre comparte dentro de
la pareja más obligaciones y tareas que hacen a la vida doméstica, se sigue
percibiendo como una “colaboración” donde la responsabilidad última sigue
perteneciendo más a la mujer; esto se ve acentuado con respecto a las ocupaciones
resultantes de la crianza de los hijos.
Por otro lado la facilitación del divorcio, si bien es una opción válida para
ambos cónyuges, en el caso de que lo plantee la mujer, es algo que se viene a
agregar a su conquista de autonomía. Puede hoy optar con mayor facilidad que
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antes, una separación cuando las condiciones de convivencia con su marido, (o de
éste con los hijos en común), son nefastas para ella. El concepto de “mutuo
consentimiento” es una figura legal que simplifica y agiliza aún más este recurso, y
desculpabiliza a ambos al tomar la decisión. Si bien en una gran mayoría de casos
la mujer sigue cargando el mayor peso para continuar luego, sin el esposo, en la
manutención y educación de los hijos, vive el divorcio como un derecho que puede
contrarrestar a la violencia y poder despótico masculinos, que continua sucediendo
en todos los estratos sociales. Además durante el matrimonio la reviste de cierto
poder adicional ya que la decisión de divorcio la puede esgrimir como amenaza al
hombre que no cumple con sus funciones, dado que en la actualidad son cada vez
más las leyes que amparan a la mujer una vez divorciada. En este sentido los
reclamos pueden ser con respecto al papel de sostén económico y afectivo, al rol de
padre, y al desempeño sexual, hecho bastante reciente dentro de la vida íntima de
las parejas.
Los planteos, batallas y teorizaciones que el movimiento feminista viene
ejerciendo desde ya hace más de cincuenta años, no ha caído en saco roto. Por el
contrario, hoy muchas mujeres apelan a ese discurso que poco a poco se va
incorporando a su mentalidad. Por otro lado estas conquistas se traducen en leyes
que en diferentes países se promulgan y que aceleradamente van enmendando el
vacío de derechos con que contaba la mujer. Si se piensa que hasta hace sólo unas
pocas décadas no podían ejercer el voto ni aspirar a cargos políticos, y hoy ya en
países latinoamericanos han llegado hasta la presidencia de sus naciones, se puede
comprobar que el cambio ha sido vertiginoso.
Pero no todo ha sido fácil para la mujer. Como bien nos recuerda Jaime
Nubiola de la Universidad de Navarra, el feminismo de la igualdad —que tuvo
gran expansión en los años sesenta y setenta— quería liberar a la mujer de su
subordinación al varón mediante la afirmación de la individualidad, de la libertad
personal de cada mujer en todos los ordenes de su existencia. Veinte años después
de la incorporación masiva de la mujer al mercado de trabajo y de un amplio
rechazo de la maternidad, se ha desarrollado en Francia con sorprendente vigor
un feminismo de la diferencia que denuncia las indeseables consecuencias que trajo
en muchos casos aquel igualitarismo. Las mujeres se han encontrado sometidas
ahora a una doble jornada laboral y la prometida liberación sexual sólo ha sido
liberación efectiva para los varones que han quedado eximidos de cualquier
responsabilidad procreadora. Para asemejarse a los varones, las mujeres se han
visto obligadas a negar su esencia femenina y a ser un pálido calco de sus amos.
Perdiendo su identidad, viven en la peor de las alienaciones y procuran, sin
saberlo, la última victoria al imperialismo masculino".
Frente al feminismo igualitarista de S. de Beauvoir y de los años sesenta, el
nuevo feminismo de la diferencia vuelve a privilegiar la esencia femenina, la
experiencia de la maternidad, la "escritura femenina" y las relaciones entre
mujeres, aun a costa en algunos casos de la comprensión efectiva del sentido de la
diferenciación sexual de varones y mujeres. Una visión extremista sería la de
quienes defienden que "varones y mujeres deberán encontrarse simplemente para
la inseminación", lo que renovaría así en cierta forma el mito de la Isla de las
Mujeres a la que una vez al año acudían los varones para engendrar.
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Las primeras feministas de los setenta realizaron un ágil diagnóstico: el orden
patriarcal se mantenía incólume. "Patriarcado" fue el término elegido para
significar el orden sociomoral y político que mantenía y perpetuaba la jerarquía
masculina. Un orden social, económico, ideológico que se autorreproducía por sus
propias prácticas de apoyo con independencia de los derechos recientemente
adquiridos.
Las investigaciones sobre el A.D.N., la fertilidad asistida, los bancos de
semen, en fin todos los adelantos tecnológicos al servicio de la concepción (o no)
abren también un juego cambiante en las relaciones sexuales. Hoy, un hombre que
embaraza a una mujer en una relación efímera o con poco compromiso, no puede
desentenderse de la situación como sucedía en otras épocas. Incluso aquí puede
apreciarse un mayor amparo con que la mujer cuenta y una notable modificación
para ambos en lo que hace a la reproducción específicamente, y a la sexualidad en
general. La decisión de embarazarse sin tener una pareja masculina, o teniendo
una femenina, pasa a formar parte, también, del derecho de la mujer.
Paralelamente a esto, se fue oscureciendo la figura paterna. Como bien
señala mi colega Martha Susana Varela, el poder real de autoridad que había
detentado durante tantos siglos empieza a decaer. En el ámbito de lo doméstico se
va afianzando el liderazgo materno. Para ser un buen padre basta con hacer acto
de de presencia y con dar un buen ejemplo que contribuya a la educación social de
los hijos. Además y como corresponde al modelo tradicional de masculinidad, su
bondad se medirá por su capacidad de mantener económicamente a su familia y
asegurar su bienestar. Gradualmente, se fue acentuando cada vez más su función
de sostén económico en detrimento de las otras. Aunque en este aspecto las
constantes crisis económicas a que este feroz”capitalismo mundial integrado” nos
somete, no le permite al hombre de hoy, en miles de casos, solventar él solo la
economía hogareña, sintiéndose por esto, herido en su más profundo narcisismo.
Ausente durante el día y cansado por la noche nadie dudará que sea un buen
padre. Sin embargo la necesidad de presencia paterna es superior en los varones.
Estos buscan desesperadamente en el padre claves identificatorias para su
masculinidad y parecieran actualmente encontrarse en desventaja con las nenas,
que con menos conflicto, se benefician de la identificación con uno y otro modelo,
el materno y el paterno. Ya no se espera como único destino para las nenas que
sean madres y amas de casa. La esposa reclamará constantemente las deficiencias
con que ejerce su rol de marido y padre. Esto hace que después de separaciones
conyugales, muchos hombres adopten la decisión de no incurrir en un nuevo
matrimonio, salvo aquellos en que su pasar económico sea lo suficiente holgado y
sus posibilidades de arreglárselas solo, muy escasas.
Si bien ya desde el siglo XIX se promovía a que los hombres fueran más
afectivos con sus hijos y se ocuparon por lo menos de sus juegos, sigue vigente la
idea de que la crianza es ante todo asunto de mujeres y de que el padre es a lo
sumo su colaborador Esto nada tiene que ver con la “naturaleza del hombre”
diferente de la mujer, es simplemente algo netamente cultural que durante la
historia de la humanidad el hombre se ocupara de la guerra y la caza, primero, y
luego de los negocios y las finanzas. Y como bien dice S. Varela, para beneplácito
de muchos se ha venido gestando una revolución en las relaciones familiares. El
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amor y los cuidados tempranos han dejado de ser exclusividad de las mujeres y, a
partir de los 60, - como para arriesgar una fecha,- han empezado a sumarse nuevos
padres, que sin temor a perder su virilidad, participan desde el comienzo, en la
crianza de sus hijos. Les dan el biberón, los bañan, les cambian los pañales, y no lo
hacen presionados por sus mujeres o porque hayan quedado desempleados,
aunque este sea el motivo en ciertos casos. Lo nuevo es que lo hacen
voluntariamente y con placer. Sería injusto tildarlos de padres maternizados, como
se escucha a veces. De todas maneras siguen en los consultorios dirimiéndose estas
cuestiones cotidianas ya que no hay todavía una cabal certeza acerca de la
igualdad de deberes y de derechos. Si el hombre gana más dinero, y esto ocurre
incluso ante trabajos similares que ambos puedan tener, rápidamente exige que la
mujer se dedique más de lleno a las tareas domésticas. Por otro lado son muchas
las mujeres que ejerciendo un trabajo pleno, una profesión exitosa que les insume
gran parte de su día, no dejan de sentir culpa o incomodidad por no poder realizar
muchas de las tareas que hacen al rol tradicional femenino. No podemos olvidar
que todavía hacen falta más generaciones para que estos cambios se sedimenten.
Hasta hace muy poco estas mujeres que han ganado el campo social con plenitud,
tenían (o tienen) a sus respectivas madres en ese rol de “ama de casa” al cual ahora
huyen despavoridas como si fuera un estigma del que tienen que desprenderse.
Una dimensión distinta de la feminidad está en permanente ascenso. Esta
tiene que ver principalmente con la apertura de la mujer hacia el espacio de lo
público. Las mujeres expresan esta dimensión a través de una búsqueda de
reconocimiento social expresada en su desenvolvimiento en el mundo laboral. La
capacidad proveedora que de aquí se desprende es también una motivación
importante para ellas. Incluso para aquéllas que están en un momento en el cual
no tienen necesidad ni motivación para trabajar fuera de la casa, la inserción
laboral constituye una suerte de valor de gran importancia.
Desde la posición masculina, esta cara emergente de la feminidad es
percibida como un empoderamiento de las mujeres. Viejos y constantes temores
hacia la figura de la mujer se reviven aunque bajo otras facetas. Por un lado, esto
es valorado en términos de admiración, pues lo identifican como un cambio que
requiere de esfuerzo y que no está exento de dificultades en tanto deben
compatibilizar con los roles familiares. En el mismo sentido, la mayor
independencia de las mujeres es vista como aliviadora del peso de la
responsabilidad asociada tradicionalmente a los hombres en términos de hacerse
cargo económicamente de la familia. Pero de todas maneras el conflicto es casi
permanente. También los hombres proceden de hogares donde hace muy poco sus
mismos padres tenían muy claro su rol de proveedores y podían ejercerlo con
comodidad sin dedicarse a lo que “siempre perteneció al mundo de las mujeres”.
Pero estos nuevos roles de las mujeres, son percibidos por los hombres más
cercanamente a la idea de un cambio de modelo de lo femenino. Tanto para las
mujeres como para los hombres lo que termina alterándose es la idea de lo
femenino y de lo masculino que se tenía hasta hace poco tiempo atrás. Al ser estos
roles tan cambiantes y a veces tan alternados, se caen los patrones que definían los
conceptos de lo femenino y masculino. ¿Quién puede afirmar hoy con certeza qué
es ser hombre o mujer? Ambos se culpan que han perdido los rasgos
“fundamentales” de su género. Esto a veces, influye en la pérdida del deseo.
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Desde la mirada de las mujeres, lo masculino tiene un sentido de autoridad,
por lo que les atribuyen a los hombres un carácter dominante asociado al
desarrollo intelectual y a la función proveedora. A lo masculino se le percibe así
con una mayor fortaleza, constituyéndose en un referente tanto emocional como
económico para el proyecto vital de las mujeres. A pesar de todas las
transformaciones que se produjeron en las costumbres, las mujeres siguen
buscando un hombre no machista, pero “caballero”, que las atienda, proteja,
cuide, y pague la cuenta sin compartirla con ella. El hombre valora la autonomía
de la mujer, principalmente la económica, pero la sigue queriendo seductora,
dulce, sumisa, asistente y por qué no, romántica. No estamos aún muy alejados de
lo que planteaba Rosseau en su Emilio: “Es importante, entonces, no sólo que una
mujer sea fiel, sino que ella sea así considerada por su marido, por quienes la rodean
y por todos. Es importante que sea modesta, atenta, reservada, y que ella muestre su
virtud a los ojos de los demás tanto como a su propia conciencia" Y es acá donde la
reflexión de M. Kundera se vuelve otra vez necesaria, ya que afirma que el hombre
va en busca de una mujer que ya no existe y la mujer, de un hombre que todavía
no nació.
Del molde rousseauniano, aún con la Revolución Francesa a cuestas, brota
también el nuevo modelo de feminidad que la división de papeles políticos sacraliza
y que llega hasta el siglo XX. Si las mujeres no pertenecen al orden de lo públicopolítico es porque lo hacen al doméstico-privado. Ese reparto y esa segunda esfera
han de permanecer como fundamento y condición de posibilidad del todo político.
Las mujeres, ni por cualidades de su ánimo, esto es, vigor moral que comporta
inteligencia, honorabilidad, imparcialidad, ni por cualidades físicas, sabida su
manifiesta debilidad corporal, pueden pagar el precio de la ciudadanía. Regidas
por el sentimiento y no por la razón, no podrían mantener la ecuanimidad
necesaria en las asambleas y, físicamente endebles, no serían capaces de mantener
la ciudadanía como un derecho frente a terceros. Ni las asambleas ni las armas les
convienen. Siendo esto así, no se puede ser mujer y ciudadano, lo uno excluye lo
otro. Pero esta exclusión no es una merma de derechos, ya que no podrían ser
acordados a quien no los necesita porque es la propia naturaleza quien se los ha
negado. Las mujeres son, consideradas en su conjunto, la masa pre-cívica que
reproduce dentro del Estado el orden natural. No son ciudadanas porque son
madres y esposas. (3)Y en el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la
desigualdad entre los hombres, la división de tareas entre los sexos aparece en la
dedicatoria: "¿Podría yo olvidar a esta preciosa mitad de la república que hace la
felicidad de la otra, cuya dulzura y sabiduría mantienen la paz y las buenas
costumbres? Amables y virtuosas ciudadanas, la suerte de vuestro sexo siempre será
gobernar al nuestro... Sed siempre, pues, lo que sois, las castas guardianas de las
costumbres y de los dulces vínculos de la paz; y continuad haciendo valer en toda
ocasión los derechos del corazón y de la naturaleza en beneficio del deber y de la
virtud". Y esta esencia conceptual de la diferencia entre el hombre y la mujer la
sigue sosteniendo aún hoy la Iglesia. Pero no sólo Rosseau sostiene esa veta
misógena sino también Hegel para quien el destino de las mujeres es la familia y el
destino de los varones es el estado y con Schopenhauer “el formidable edificio de la
misoginia romántica tuvo uno de sus más anchos pilares”.
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Señala S. Varela con inteligencia que en la actualidad la vacilación del mito
del héroe comporta para los hombres una situación de incertidumbre y malestar
respecto de su masculinidad. Para éstos, en particular, sostener el ideal de
omnipotencia se ha tornado un doloroso fracaso. Cuando la impotencia, la
debilidad, la inseguridad y el miedo no se expresan a través de depresiones,
accidentes, psicosomatosis, alcoholismo, drogadicción, suelen intentar restablecer
su mellada autoestima a través de la descarga de violencia dentro de la familia o de
su pareja, haciendo prevalecer el viejo recurso de la “fuerza masculina”.
Como se viene viendo, la coexistencia de ambos géneros aparece asociada en
casi todos los casos a un conflicto. Silvia Tubert plantea que se sabe más de las
transformaciones de los roles de género que del grado de reflexividad y distancia
crítica que ha acompañado a estos procesos. En este sentido, los conflictos que se
desprenden del ejercicio de roles, los trascienden, apuntando más bien a la
dificultad de articulación de los referentes identitarios de género.
Esta incorporación de nuevos roles, o de nueva manera de ejercerlos, es la
que da cuenta de una dimensión de la transformación de género. Se impone
entonces para paliar el conflicto: negociar. Parecería ser un buen concepto para
entender la manera en que se enfrenta la actual diversidad de referentes de género
(Coria, 1994). Pero lo peligros de esto es que estos conflictos de roles que se
presentan bajo una apariencia de conflicto individual nieguen o anulen el
trasfondo social del cual emergen. El conflicto propio de esta negociación hace
difícil encontrar verdaderas coherencias pues se lidia con referentes sociales que se
hacen pasar por individuales. Todos buscan un lugar de validez social a la vez que
la conservación de su propia subjetividad. Mujeres y hombres pueden quedar
atrapados en la confrontación con referentes sociales que no se visualizan, con una
enorme dificultad para apropiarse de la posición que han adoptado frente a los
mismos. Viven entonces, estos conflictos, como un ataque al núcleo de su identidad.
Como plantea Amelia Valcárcel, los nuevos significados de género no son muy
claros; sólo se sabe que hablan de flexibilización. Más pareciera saberse sobre los
eventuales riesgos que comportan, aludiendo a un imaginario sobre la desaparición
de las diferencias; la desprotección de lo afectivo en un supuesto nuevo escenario
donde predominaría la competitividad y la "guerra entre los sexos". Frente a esta
incertidumbre, el refugio en los modelos tradicionales es claro. Entregan certezas
que, aún insuficientes, no amenazan los espacios identitarios ya definidos para
hombres y mujeres. Lo nuevo, lo desconocido sigue aumentando las
incertidumbres típicas de la época actual.
BIBLIOGRAFIA
E. Badinter, La identidad masculina, Alianza, Madrid, 1993,
Dariela Sharim Kovalskys La Identidad de Género en Tiempos de Cambio: Una
Aproximación Desde los Relatos de Vida. ArtÍculo REVISTA Psykhe 2005,
Vol.14, Nº 2, 19 -32
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Jaime Nubiola. Esencialismo, diferencia sexual y lenguaje. Universidad de
Navarra.
J. J. Rousseau, Emile ou de L'Education, Oeuvres Complètes, Gallimard, París,
1969, IV,
3) Amelia Valcárcel. La memoria colectiva y los restos del feminismo
7
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