EL ROL DE LAS ENTIDADES DE DERECHOS HUMANOS DE LAS AMÉRICAS EN LA PREVENCIÓN Y ELIMINACIÓN DEL DISCURSO DEL ODIO Probablemente, este aspecto sea uno de los más importantes de este encuentro. Es decir, el análisis sobre el papel de las instituciones nacionales de derechos humanos, frente al discurso del odio, la intolerancia o el extremismo. Permítanme aclarar, que me voy a referir al rol de las INDHs en el Continente Americano de manera específica, tanto en la legislación como en las prácticas y los desafíos. Para iniciar es importante que recordemos dos aspectos que a mi criterio son sustanciales: el primero es nuestro rol como articuladores entre el ejercicio y cumplimiento de los derechos humano de la ciudadanía y las obligaciones del Estado para garantizar ese cumplimiento en condiciones de igualdad, oportunidad y universalidad. Los derechos tutelados no son solamente los establecidos en nuestras leyes, sino también los proclamados por el derecho internacional de los derechos humanos. En segundo lugar, es importante considerar que aunque somos parte del Estado, y nuestra naturaleza, funciones y facultades están definidas claramente en nuestras Constituciones y en leyes especiales; lo que nos diferencia de otras instituciones, es que vigilamos que los Órganos el Estado cumplan sus obligaciones respecto a los derechos humanos, pero además, aún siendo una entidad estatal, nuestro primer mandato y nuestro compromiso es con el pueblo, y especialmente con los más débiles y vulnerables en sus derechos. Para eso, las leyes nos otorgan autonomía e independencia respecto a los poderes públicos. Y aquí viene otra cuestión: desde nuestra interpretación, los derechos humanos son un tema jurídico pero también –y fundamentalmente—político y al serlo, también podemos concluir que su vulneración no puede calificarse desde el ente vulnerador, sino desde el sujeto vulnerado. Es decir que una persona o una comunidad que es víctima del discurso de odio y discriminación, tiene sus derechos humanos vulnerados, y por lo tanto será nuestra facultad y deber, intervenir para que cese la vulneración, independientemente si quien comete el acto violatorio es el Estado u otro ciudadano. Como hemos visto el día de ayer, el discurso del odio, la intolerancia o el extremismo es un tema de violación de derechos humanos que, además genera otras vulneraciones relacionadas por ejemplo con la discriminación, el racismo y el ejercicio sistemático de la violencia física, sicológica, social y simbólica. El discurso del odio no solo tiene varias aristas y variantes, sino que puede originarse o germinarse en las organizaciones de la sociedad, los partidos, las comunidades o los grupos mayoritarios, pero también puede generarse en las instituciones públicas e incluso en los gobiernos. Este discurso transita hacia la población, algunas veces desde las entidades educativas o religiosas, desde las instituciones y las leyes, pero casi siempre por los medios de comunicación. Si unimos todas estas premisas encontraremos que nuestro rol es claro y evidente, pero al mismo tiempo muy complejo y desafiante. Y lo es porque está establecido en nuestras normas y porque responde a nuestra naturaleza, nuestros principios y nuestras obligaciones. Precisamente, los Principios relativos al Estatuto y funcionamiento de las Instituciones Nacionales de Protección y Promoción de los Derechos Humanos que, como ustedes saben fueron asumidos por la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas en 1992, señalan que “La institución nacional será competente en el ámbito de la promoción y protección de los derechos humanos”, pero además establece claramente que está entre nuestras atribuciones: “dar a conocer los derechos humanos y la lucha contra todas las formas de discriminación, en particular la discriminación racial, sensibilizando a la opinión pública mediante la información y la enseñanza”. Este mismo instrumento nos orienta respecto a los ámbitos en los que podemos cumplir nuestro trabajo, especificando la revisión y propuesta normativa, la emisión de recomendaciones, elaboración de informes y desarrollo de mecanismos de promoción y sensibilización sobre las temáticas. Pero además, nos señala que para ello podremos establecer relaciones con organizaciones no gubernamentales que se ocupen de la promoción y protección de los derechos humanos, el desarrollo económico y social, la lucha contra el racismo, la protección de los grupos especialmente vulnerables, en particular, niños, trabajadores migratorios, refugiados, incapacitados físicos y mentales. Sin embargo de esta clara evidencia de que tenemos competencia y obligación en esta temática, creo que la respuesta es mucho más compleja y a veces explica por qué las INDHs no son las primeras en denunciar y generar mecanismos para educar y prevenir. A veces el discurso del odio proviene del mismo gobierno o de sectores de la sociedad, que asumen sinceramente (y esa es una de las formas perversas de este tipo de conductas) que al promoverlo están protegiendo valores y formas de vida. Otras veces el discurso del odio es sutil y no se manifiesta en las calles o en las aulas escolares, sino en la intimidad del hogar, en los grupos cerrados o en el inmenso mar del internet donde los emisores son anónimos. Otras veces no se evidencian en espacios informativos de los medios, sino en los llamados programas de entretenimiento o educación, especialmente los que vienen de otros países y culturas pero van construyendo poco a poco un estereotipo sobre determinados grupos y al ser considerados inofensivos, su efectos, especialmente sobre las poblaciones jóvenes, es devastador. Para finalizar, en el ámbito de nuestros países latinoamericanos, sin duda que este fenómeno existe y que muchas veces se encuentra invisibilizado o mimetizado. Allí podemos hablar de discurso muy relacionado con las diversas formas de discriminación y racismo que está afectando de manera directa a pueblos indígenas, población migrante, personas con opciones sexuales diferentes, personas con VIH Sida y personas privadas de libertad, que son los grupos objetivo de discursos segregacionista y algunas veces cargado de odio y radicalismo, aunque también debemos señalar que se ha desarrollado abundante legislación e institucionalidad protectiva y los ataques más sistemáticos y recurrentes provienen de grupos de la misma sociedad. Hemos visto en el pasado reciente, algunas expresiones y formas especialmente preocupantes contra líderes políticos de oposición e incluso intentos de generar rivalidad violenta contra grupos de migrantes o sociedades completas sin embargo, no se han evidenciado acciones masivas y sistemáticas en este tema. Creo que como INDHs nos falta mucho por recorrer en este tema, pero tener la oportunidad de plantearlo y debatirlo abierta y respetuosamente es un gran paso. Yo creo firmemente en la universalidad de los derechos humanos y ahí encuentro otra arista del tema: que más allá de que si en América tenemos o no manifestaciones del discurso de odio, intolerancia o el extremismo, creo que el debate pasa por los derechos humanos y la propia humanidad y en eso nos compete a todos: seamos americanos, árabes, asiáticos o africanos. Esa nuestra responsabilidad y nuestra decisión.