INFECCIONES POR CITOMEGALOVIRUS J.M. Gatell Artigas La presencia de inclusiones intranucleares en células de gran tamaño (citomegálicas), características de la infección por citomegalovirus (CMV), fue ya identificada por RIBBERT en 1881 en un niño con una infección congénita. El término citomegalovirus, sin embargo, no se acuñó hasta 1960 para describir a un virus de la familia Herpesviridae específico de la especie humana. Etiología. El CMV posee envoltura y su diámetro global oscila entre 120 y 250 nm. Al género Citomegalovirus (de la familia Herpesviridae) pertenecen el CMV y otros virus que infectan diversas especies animales. El core del virus tiene un diámetro de 30-60 nm y contiene DNA bicatenario. El cápside tiene un diámetro de 95-100 nm y está formado por 162 capsómeros dispuestos con simetría icosaédrica. Tras la primoinfección, el CMV puede permanecer en fase de latencia en las células mononucleares circulantes y posiblemente también en los leucocitos, el tejido linfático y en otros órganos. Las reactivaciones pueden ocurrir en presencia de anticuerpos circulantes, con independencia de su título. Por último, es posible que el CMV, como el virus de Epstein-Barr, sea oncogénico. Epidemiología. La infección por CMV se encuentra ampliamente diseminada en la especie humana. Alrededor del 30-50% de los adultos han estado en contacto con el virus (tienen anticuerpos circulantes), cifra que se acerca al 100% en algunos subgrupos especiales de población como los homosexuales masculinos. Infección congénita. Alrededor del 0,5-10% de todos los recién nacidos vivos están infectados por el CMV. La transmisión se puede producir cuando una mujer embarazada sufre una primoinfección por CMV o bien una reactivación o una reinfección. La probabilidad de que una mujer sufra una primoinfección durante el embarazo es aproximadamente del 0,5-1%. En este caso, la probabilidad de transmisión fetal es del 50% y, en la mitad de estos niños infectados, la infección será clínicamente sintomática y, en general, grave. En caso de una reactivación o reinfección materna la probabilidad de transmisión es de alrededor del 50%, pero casi todas las infecciones serán asintomáticas. Infección perinatal. Del 1 al 15% de las mujeres embarazadas son excretoras asintomáticas de CMV a través de las secreciones cervicales. El 50% de los niños de madres secretoras durante el último trimestre del embarazo adquieren una infección por CMV al atravesar el canal del parto. Además, durante el período perinatal, el niño puede adquirir una infección por CMV a través de la leche materna o por contacto con secreciones infectadas procedentes de la madre o de otros niños de la misma sala de hospitalización o guardería. La tasa de transmisión nosocomial, no obstante, parece ser muy baja. Transmisión por vía sexual. La tasa de seroconversión a partir del período perinatal es del 1% por año, con un pico al iniciarse el período de actividad sexual. El CMV se elimina de forma asintomática por las secreciones cervicales, en la mujer, y por el semen, en el varón, siendo ello más frecuente en las prostitutas y en los homosexuales masculinos, respectivamente. Transmisión a través de transfusiones de sangre y de otros productos hemáticos. La probabilidad de transmitir una infección por CMV es del 5-10% por unidad de sangre transfundida. El riesgo es menor si la sangre está criopreservada y mayor en caso de transfusión de leucocitos. El riesgo es nulo si se pueden seleccionar donantes seronegativos. Infecciones por CMV en los pacientes inmunodeprimidos. En los receptores de trasplantes renales, cardíacos o de médula ósea, el riesgo global de infección, sintomática o asintomática, por CMV durante el primer año postrasplante oscila entre el 50 y el 70%. El riesgo de primoinfección (receptores previamente seronegativos que experimentan una seroconversión) se aproxima al 50%. El riesgo de reactivación (receptores seropositivos que experimentan una elevación valorable del título de anticuerpos) se acerca al 100%. Hay evidencias epidemiológicas en el sentido de que el riñón y, posiblemente, también el corazón, el hígado y la médula ósea de los donantes seropositivos contienen virus viables. Además, el análisis del genoma de cepas aisladas de donantes y receptores indica que puede tratarse de una misma cepa. Por otra parte, y en contra de lo que se creía antes, las reinfecciones de los receptores seropositivos por parte de cepas de CMV distintas, procedentes de donantes seropositivos, son relativamente frecuentes. Por último, el porcentaje de pacientes con SIDA e infección sintomática o asintomática por CMV se aproxima al 100%. Ello no es de extrañar teniendo en cuenta que prácticamente el 100% de los homosexuales masculinos están infectados por el virus (presencia de anticuerpos tipo IgG) y que al menos el 50% de ellos son eliminadores permanentes o transitorios, independientemente de si están o no infectados por el HIV. Por lo que se refiere a los drogadictos, el porcentaje de pacientes infectados es sólo ligeramente inferior al de los homosexuales masculinos. Patogenia. Las infecciones congénitas sintomáticas ocurren casi siempre en el contexto de una primoinfección materna, lo que indica que los anticuerpos de la madre podrían tener cierta capacidad protectora o, al menos, moduladora. Cuando la primoinfección afecta a niños o adolescentes, se acompaña de una respuesta proliferativa de los linfocitos T, lo que explicaría el síndrome mononucleósico, y de la aparición de linfocitos activados en sangre periférica (linfocitos T8). Tras la primoinfección, sintomática o asintomática, el virus puede permanecer latente y viable en diversos tipos celulares (leucocitos) y en diversos órganos (pulmón, glándulas salivales, intestino, riñón). El mejor contexto para que se produzca una reactivación del CMV es una depresión de la inmunidad celular, lo cual puede ocurrir incluso en presencia de títulos altos de anticuerpos circulantes que, a lo sumo, sirven para disminuir la gravedad de las manifestaciones clínicas. La recuperación irá paralela a la adquisición de una capacidad citotóxica específica. En el caso concreto de los receptores de trasplantes de médula ósea, la neumonía por CMV es más frecuente y grave en los pacientes con enfermedad del injerto contra el huésped. Ello se debería, al menos en parte, a la actividad de células T citotóxicas (killer y natural killer) contra células alveolares infectadas por CMV y que expresen antígenos tempranos en su membrana. Las inmunoglobulinas que contengan títulos altos de anticuerpos anti-CMV bloquearían la expresión de estos antígenos, y ello explicaría su potencial eficacia terapéutica. Anatomía patológica. Las denominadas células citomegálicas representan el hallazgo más específico de infección por CMV. Pueden detectarse en multitud de órganos (glándulas salivales, pulmón, hígado, riñón, intestino, páncreas, glándulas suprarrenales y SNC). Muy probablemente se trata de células epiteliales de gran tamaño, con inclusiones basofílicas intranucleares, de unos 8-10 nm de diámetro, rodeadas por un halo claro. En el citoplasma de estas células pueden detectarse también pequeñas inclusiones granulares (fig. 17.46). Aparte de las células citomegálicas, la respuesta tisular a la infección por CMV suele ser un infiltrado mononuclear y, en ocasiones, el desarrollo de verdaderos granulomas, sobre todo en el hígado. Cuadro clínico. Infecciones congénitas y perinatales. Únicamente el 20% de las infecciones congénitas son sintomáticas, y de éstas, sólo la cuarta parte (5% del total) presentan la forma clásica de infección grave por CMV. Esta forma grave consiste en un cuadro de afectación multisistémica con petequias, hepatosplenomegalia, ictericia, letargia y distrés respiratorio. El recién nacido a término o prematuro puede también presentar bajo peso, microcefalia, calcificaciones periventriculares y coriorretinitis. Las tres cuartas partes restantes de las infecciones congénitas sintomáticas (15% del total de las congénitas) se manifiestan con el paso de los meses o los años y lo hacen en forma de hipoacusia o sordera, alteraciones psicomotoras, retrasos intelectuales, trastornos visuales y de la dentición. Si la infección se adquiere durante el período perinatal (a través de la leche materna o por otras vías) el cuadro clínico se asemeja más al síndrome mononucleósico del adulto. Se ha descrito además un síndrome caracterizado por faringitis, crup, bronquitis y neumonitis que se asocia a la presencia de CMV en las vías respiratorias altas. Síndrome mononucleósico por CMV. La primoinfección por CMV en un joven o adulto inmunocompetente puede cursar con un cuadro clínico análogo al de la primoinfección por el virus de Epstein-Barr, al que se denomina síndrome mononucleósico. El CMV es responsable aproximadamente del 5% del total de síndromes mononucleósicos. Suele acompañarse de hepatitis, pero sin anticuerpos heterófilos y, en general, sin faringitis, amigdalitis, adenopatías ni esplenomegalia. Se han descrito algunos casos de hepatitis granulomatosa, síndrome de Guillain-Barré, meningoencefalitis, leucopenia, miocarditis, anemia hemolítica, trombocitopenia e, incluso, exantema cutáneo que excepcionalmente puede ser de tipo vesicular. El cuadro clínico suele durar 2-6 semanas y aparecer tras un período de incubación de 20-60 días. En los niños no es excepcional la presencia de faringoamigdalitis ni de adenopatías. En sangre periférica suele detectarse una linfocitosis absoluta y relativa y un 5-10% de linfocitos «activados». Las transaminasas y la fosfatasa alcalina pueden estar moderadamente elevadas. De forma transitoria se detecta a veces la presencia de factor reumatoide, anticuerpos antinucleares, crioglobulinemia y aglutininas frías. La excreción del virus por orina, secreciones genitales y saliva puede persistir meses o años y no es infrecuente que el paciente siga refiriendo astenia, febrícula y sudación durante varios meses. Infecciones por CMV en los huéspedes inmunodeprimidos. En los trasplantados, el 80-90% de las primoinfecciones por CMV tienen traducción clínica. Por el contrario, las reactivaciones suelen ser menos manifiestas, y sólo el 30% puede detectarse por la clínica (de hecho, algunos autores creen que la mayoría de estas supuestas «reactivaciones» clínicamente sintomáticas son reinfecciones por cepas diferentes del virus). Lo más característico es la presencia de fiebre con afectación (síndrome mononucleósico) del estado general y, en ocasiones, leucopenia y linfocitosis, que se pueden asociar o no a hepatitis y con mucha menor frecuencia a artritis, encefalitis, alteraciones digestivas, coriorretinitis, insuficiencia suprarrenal y afección pulmonar. La neumonía por CMV cursa en general con un infiltrado bilateral de tipo intersticial y difuso. Su inicio es habitualmente subagudo. Con frecuencia se acompaña de otras infecciones oportunistas y puede evolucionar hacia una insuficiencia respiratoria grave. Las infecciones por CMV son responsables del 1520% de los fallecimientos en los individuos sometidos a trasplantes de médula ósea. Alrededor del 40% de los receptores de dichos trasplantes desarrollan alguna forma de neumopatía intersticial entre los 30 y 100 días tras la infusión de la médula. El CMV es el agente etiológico de la mitad de estas neumopatías y provoca una elevada mortalidad. El riesgo es mayor en los pacientes de más edad, en los receptores seropositivos, en los receptores seronegativos que reciben un injerto de un donante seropositivo, en los que han sufrido una irradiación pulmonar superior a los 6 Gy, en los que han recibido transfusiones de granulocitos de donantes seropositivos y en los que presentan una enfermedad del injerto contra el huésped. Aparte de la clínica atribuible propiamente al virus, las infecciones por este agente son responsables de una inmunodepresión que, según se ha demostrado en los receptores de trasplantes renales y cardíacos, predispone a otras infecciones oportunistas. Además, es muy posible que el CMV contribuya a las reacciones de rechazo y, en el caso concreto del trasplante renal, se ha descrito una glomerulonefritis por inmunocomplejos en el curso de infecciones víricas por CMV. En los pacientes con SIDA la neumonía por CMV es infrecuente. Por el contrario, la afectación por CMV del tracto gastrointestinal, la coriorretinitis, la afectación suprarrenal y del SNC son particularmente frecuentes y graves. En el tracto digestivo se han descrito úlceras, en todos los niveles, que pueden sangrar y perforarse. Cuando está afectado el colon el paciente puede presentar diarreas explosivas y con contenido sanguinolento. La pancreatitis por CMV suele ser un diagnóstico por exclusión. La colecistitis acalculosa es otra entidad bien establecida. Las formas de hepatitis granulomatosas por CMV pueden cursar con fiebre, ictericia y elevación de las transaminasas (en los receptores de trasplantes hepáticos debe plantearse el diagnóstico diferencial con las crisis de rechazo). Al menos el 5-20% de los pacientes con SIDA presentan coriorretinitis sintomáticas por CMV. El cuadro inicial consiste en visión borrosa, escotomas y disminución de la agudeza visual; en el caso de los pacientes con SIDA, las recidivas y la evolución hacia la ceguera unilateral o bilateral son muy frecuentes. La imagen fundoscópica es muy característica y consiste en focos de necrosis únicas o múltiples que se extienden de forma centrífuga englobando vasos y con componente hemorrágico. El diagnóstico diferencial debe planteare con las coriorretinitis causadas por otros virus herpéticos, micobacterias, toxoplasma, Cándida y Pneumocystis carinii e incluso con las producidas por el HIV. El papel del CMV en las alteraciones neurológicas de los pacientes con SIDA es menos claro, aunque aproximadamente en un tercio de las necropsias se pueden identificar células con inclusiones citomegálicas en nódulos de microglia. Algún caso de encefalopatía difusa asociada a radiculomielitis, mielitis ascendente o mielitis transversa o a lesiones espinales puede ser atribuible al CMV. La insuficiencia suprarrenal asociada a la infección por CMV es característica del SIDA. Diagnóstico. El diagnóstico de las infecciones por CMV se comprueba mediante el aislamiento y la identificación del virus. Éste se cultiva en monocapas de fibroblastos diploides humanos y puede tardar 2-3 semanas en producir los clásicos efectos citopáticos. Es útil tratar de aislarlo en orina, saliva, sangre o capa leucoplaquetaria (buffy-coat) y en muestras de avado broncoalveolar. En los sobrenadantes de los cultivos es posible detectar antígenos víricos, o el genoma del virus, bastante antes (al cabo de 1-5 días de incubación) de que aparezcan los efectos citopáticos (técnica del “Shell-vial”). Por otro lado, aparte de su complejidad técnica y lentitud, la obtención de un cultivo positivo no siempre significa que se ha identificado la causa del cuadro clínico. Ello se debe a que muchas infecciones por CMV, cursan de forma asintomática. En muestras de biopsia se pueden identificar las características células gigantes con inclusiones intranucleares y, actualmente, antígenos víricos utilizando técnicas de inmunofluorescencia directa con anticuerpos monoclonales o el genoma del CMV mediante técnicas de hibridación. En los adultos con inmunodepresión, la búsqueda de las células gigantes en la orina suele ser una técnica poco sensible. En cambio, el genoma vírico puede identificarse en orina en menos de 24 h mediante técnicas de hibridación con marcadores radiactivos, tras inmovilizarlo en filtros de nitrocelulosa. Para diferenciar las primoinfecciones de las reactivaciones suele emplearse la serología, si bien los resultados son difíciles de interpretar. Hay multitud de técnicas que permiten identificar anticuerpos IgG contra el CMV. En los adultos con inmunodepresión, en cambio, con niveles de anticuerpos más bajos, procede utilizar técnicas más sensibles, como el radioinmunoanálisis o el enzimoinmunoanálisis. El primero es uno de los más fiables para la detección de anticuerpos tipo IgM. Con todo, en el curso de la primoinfección que sufren los receptores de trasplantes renales no siempre aparecen anticuerpos tipo IgM y, además, se han observado aparentes reactivaciones o reinfecciones con una elevación del título de anticuerpos de naturaleza IgM. Recientemente se han introducido técnicas cuantitativas para medir la antigenemia circulante. Tratamiento. Los dos únicos fármacos antivíricos con actividad frente al CMV son el ganciclovir y el foscarnet. El aciclovir, muy activo frente a los virus del herpes simple y herpes Zoster, cuando se administra a dosis altas puede tener cierta utilidad para reducir la frecuencia y la gravedad de las infecciones por CMV en los receptores de trasplantes de órganos sólidos y de médula ósea, pero no en los pacientes con SIDA. El ganciclovir, (en dosis de 5 mg/kg/12 h) por vía intravenosa durante 3 semanas, ha demostrado ser eficaz, sobre todo en pacientes con SIDA, para el tratamiento de la fase aguda de la coriorretinitis por CMV. No obstante, casi el 100% recidivará en forma más o menos temprana dependiendo de si se efectúa o no tratamiento de mantenimiento. La administración intravítrea (200-400 µg) se ha utilizado con éxito en algún caso aislado. También ha sido eficaz para controlar la colitis por CMV en los pacientes con SIDA, pero también aquí la tasa de recidivas es muy alta. En los pacientes con trasplantes de médula ósea con una neumonía por CMV, con viremia o sin ella, la eficacia del ganciclovir es limitada. La asociación con gammaglobulina anti-CMV ha mejorado los resultados en alguna serie no controlada. Recientemente se han descrito cepas de CMV resistentes al ganciclovir, y el fármaco es capaz de generar la aparición de resistencias durante el tratamiento y de seleccionar mutantes resistentes. Con el foscarnet en dosis de 60 mg/kg/8 h por vía intravenosa durante 3 semanas, se han conseguido mejorías, transitorias o permanentes, en algunos casos de infección grave por CMV. Podría estar indicado cuando la leucopenia constituya una contraindicación para la administración de ganciclovir. Prevención. Una de las mejores maneras de prevenir la infección por CMV es que los individuos seronegativos no reciban sangre, derivados hemáticos u órganos de donantes seropositivos. En la práctica, debido a la escasez de donantes y también por dificultades de organización, ello ha sido virtualmente imposible. En receptores de trasplantes renales y de médula ósea el aciclovir (dosis aproximadas de 3 g/día), que habitualmente se administra para prevenir las infecciones por el virus del herpes simple y zoster-varicela, es capaz de reducir la tasa de infecciones por CMV sintomáticas y su intensidad, particularmente en receptores seronegativos de donantes seropositivos. Lo mismo cabría decir de la gammaglobulina administrada con fines profilácticos, a dosis de 0,15-1 g/kg por semana. El título de anticuerpos anti-CMV (por el método de ELISA) y el título de anticuerpos neutralizantes, no obstante, son muy variables de unos lotes a otros. Para preparar vacunas anti-CMV suele utilizarse la cepa Towne, que es una cepa atenuada que no presenta problemas de persistencia ni de oncogenicidad. Los candidatos ideales para recibir la vacuna serían las mujeres seronegativas que deseen quedar embarazadas y los receptores potenciales de trasplantes que sean seronegativos. Datos preliminares de una serie de 172 receptores de trasplantes renales (88 de los cuales recibieron la vacuna) revelaron una mejor supervivencia y menos manifestaciones clínicas atribuibles al CMV en los vacunados.