Un anciano Noventa y dos años me contemplan, casi nada, ni me he dado cuenta y ya soy anciano, ahora todo es ilusorio, los recuerdos sustituyen a la realidad y así no hago más que rememorar viejas historias. Demasiado tiempo hace ya desde mi primera gran emoción, mi primera travesía, excitado y dispuesto a gastar toda una vida en la mar. Lo recuerdo como si fuera hoy, era joven, vanidoso y atrevido, miré aquella mar tranquila con sus secretos y su magia a la espera de los aventureros, de una apariencia sosegada, pero a la vez acechando, era mi primer viaje, mi bautismo de mar. La mar, como la llaman los buenos marinos, es femenina , como la mujer rondada , o como una medre, allí estaba invitándonos a acariciar su piel, como un lienzo esperando nuestras pinceladas para hacerla estremecer. En este primer encuentro me pareció afectuosa, tierna y dócil, fue fantástico, jamás imaginé que fuese tan reconfortante flotar en ella, además en su presencia no me sentí solo, me acompañaba y me confortaba, yo la sentía, el tiempo no existía, era una abstracción y quedé embelesado con la mirada perdida en ella, se confundía con el cielo, es hermosa, llena de silencios, llena de rumores, llena de vida, ¡Eso es! Está viva, ese es su mayor encanto. Así fue mi primer viaje, al virar la bocana desenmarañó algo su pelo y con sus rizos nos acunó, eran caricias, no me sentía extraño, me sentía bien, me faltaban ojos para verlo todo, pero lo sentía, no me perdía ni un solo momento. Todos nos miraban, las gaviotas, los alcatraces, los marineros que nos avistaban desde el rompeolas, las tripulaciones de otros navíos, estábamos navegando, al fin sentía aquella emoción, nueva pero esperada, con las velas desplegadas, embolsadas y tensas, la jarcia le ponía música al viaje, el pabellón al viento y así discurrió ese tiempo que ella marcaba, era la dueña y señora. Al volver al puerto, primero me sentí reconfortado, pero poco tardó en asaltarme la ansiedad de volver a ella, explorar más , sentir más, me sabía a poco, se eternizaron las horas hasta zarpar de nuevo. A ese día siguieron muchos otros y llegó el día en el que descubrí su furia, no tarde mucho en darme cuenta del poder que confina, iba navegando tranquilamente y en un silencio profundo empezó a danzar con movimientos suaves, pero a la vez amenazantes, y tras ese espacio de tiempo empezó a desatar su fuerza, por primera vez sentí miedo, sin motivo me golpeaba, sin aviso rizaba por una banda y otra, por proa y por popa, mostrando su poder.¿Tal vez la había molestado?, o quizá me retaba con su furia, como fuere me sentí extraño, insignificante, perdido en aquella mar blanca, azotado y zarandeado, pasaron horas batallando contra un imposible, ella ponía la fuerza y nosotros nuestro tesón y lucha por subsistir, teníamos la conciencia de que no podíamos vencer sólo intentábamos subsistir, al pasar varias e interminables horas, agotados, nos mostró también su piedad y nos dio tregua, calmó un tanto su furia y permitió que ganáramos refugio. Este descanso fue el primero merecido, todavía no se habían borrado las cicatrices del miedo del rostro de los compañeros, me sentía repudiado por ella, pero a la vez tenía ganas de volver a sentirla, era una atracción extraña, pasaba del miedo a la admiración, es un ser magnífico. Con el tiempo aprendí a conocerla mejor y entendí que era una relación entre dos enamorados con sus rituales, el viento y la mar, y aprendí a bailar con ellos y a respetar sus danzas, sus silencios y sus trifulcas, a conocer sus gustos, a no luchar contra ellos, sólo seguirlos en sus danzas, si quieres ver su cortejo debes trabajar para ellos ese es el trato. Si se pelean debes pasar desapercibido. Conocí los mares de todo el mundo, más cálidos, más fríos, austeros o llenos de vida, orgullosos y sencillos, con todas las gamas de azul, azules celestes, casi blancos y negros como la noche. La mar, siempre la llamamos igual pero cuantas diferencias absorben de sus lugares. También recuerdo haber conocido a multitud de tripulaciones, los había expertos y noveles, los había marineros y otros muchos obligados a serlo, asalariados, que pasaban por la fatiga de navegar, pero todos quedaban alguna vez hipnotizados ante tanta belleza, ante tanto poder, ante esa explosión de vida. Recuerdo a muchos capitanes, los había luchadores, tozudos, se empecinaban en luchar en su contra, los había precavidos y temerosos de su furia, valientes y cobardes, pero se grabó con cariño el mejor de todos ellos, el que me enseñó a entender, a comprender los entresijos del cortejo con el viento, observando y aprendiendo, esa era su filosofía, observar y aprender. Con él corrimos los peores temporales de mi vida y a pesar de las cicatrices, no pasé miedo, el tiempo me había endurecido y su forma de navegar era segura, armoniosa, formábamos parte de la escena, nadie en aquella tripulación sintió el peligro, mirábamos con respeto pero jamás con temor. Nos sentíamos como siempre, insignificantes, pero a la vez piezas del puzzle que conformaba aquella escena y que era imposible sin nosotros, nos sentíamos en nuestro mundo. Con “mi capitán”, también aprendí a esperar en aquellas interminables encalmadas meciéndonos, y escuchando las historias de uno y otro, sus inquietudes, sus hazañas, sus deseos, sus amores, de los cuales se habla poco, por miedo a perder los recuerdos o a gastarlos compartiéndolos. Mi capitán se mantenía un tanto al margen, pero en cuanto hablaba y comenzaba a contar una de sus hazañas todos guardábamos silencio, parecía que también la mar callaba para escuchar la historia de su admirador, llegué a pensar que esas calmas no eran fortuitas, eran provocadas por ella para escuchar aquella voz ronca explicando una de sus innumerables singladuras, porque era un verdadero entusiasta de la mar, hablaba de ella con respeto y con amor. Luego se quedaba en la popa observando el cielo, leyendo en el horizonte, (con aquellos ojos empequeñecidos por el sol) lo que acontecería al día siguiente y más tarde nos lo hacía saber, parco en palabras, pero rotundo en sus afirmaciones, nadie, durante los años que navegué con él, puso jamás en entredicho ninguna de sus observaciones, sabía ganarse la admiración de la tripulación y el respeto de todos. No olvido el peor de los viajes, a manos de un inexperto y valeroso capitán, en el que encallamos frente a unos acantilados, fue en el atlántico norte, recuerdo aquel azul frío y oscuro, fue una noche con luna, la mar estaba embravecida, el viento la empujaba y el capitán se empeñó en zarpar, no pudimos llegar mar adentro, en los primeros embates la mar nos hizo retroceder, quiso luchar contra el viento y la mar, era un imposible y yo lo sabía, queríamos derrotar a dos colosos, quiso tomarle un pulso al viento, y la mar se enfureció, nos mandó contra los escollos y tuvimos suerte, mucha suerte al sobrevivir, quedamos maltrechos y rotos, se perdieron vidas no lo pude evitar, estaba vencido, encallado y golpeado una y otra vez. Al fin amainó y vimos a cuatro compañeros sin vida, tuvimos que ser rescatados, remolcados hasta el puerto, donde entramos derrotados, pero no humillados, nos habíamos enfrentado en una lucha desigual y habíamos sobrevivido. Lo peor fue ver la cara angustiada de las gentes que esperaban en el puerto, todos amigos y todos hermanos, pero todos deseando que el muerto fuera del otro, corrieron lágrimas y se oyeron gritos, gritos de desesperación, la mar callaba y el viento escuchaba, eran conscientes de lo que habían hecho y me pareció percibir ese sentimiento de culpabilidad en ellos. También vi piratas, ladrones de muelles, ballenas, delfines, las más bellas puestas de sol, los amaneceres más hermosos, en la mar lo he visto todo, ella me ha mostrado todo lo que ha querido y yo con solo dedicarme a observar he aprendido de ella y he pasado la vida. Ahora a mis noventa y dos años de edad, estoy viejo, soy un anciano, roto y abandonado, ya no navego, estoy aquí, ni amarrado al puerto siquiera, sino varado, olvidado de todos, hace tiempo que no me visita “mi anciano capitán”, tan sólo unos niños vienen a jugar y trastear conmigo, a esconderse entre mis mamparos a grabar mis mástiles con sus navajas, a corretear por mi maltrecha cubierta y esa es toda mi tripulación. Como echo de menos mi mar, la veo allí a lo lejos, con su amado viento que rompe en jirones mis velas intentando llevarme con ellos, pero es inútil. Que final mas triste para un barco como yo, sólo pido ir con ella, como siempre pero esta vez a hacer mi último viaje, mándenme a la mar, quiero estar allí para siempre y formar parte de ella y bailar y sentir sus entrañas,.no me dejen morir aquí, en la mar viviré para siempre, ¿no lo entienden? es mi cielo.