El pecado

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El pecado
La voz de la conciencia a veces nos dice lo que está bien o mal de nuestros
actos, pero no siempre comprendemos qué es exactamente el pecado y por qué
ofende a Dios.
Entender el pecado es comprender nuestra conducta humana, y su relación
con Dios; una conducta que puede contravenir a su voluntad y a sus mandamientos.
En nuestra sociedad actual se tiende a ver todo como algo relativo, y que nuestros
actos no tienen consecuencias. El primer efecto es una grave (muy grave)
constancia en la ofensa a Dios, y ha sido tan difundido este efecto, que actualmente
nuestra sociedad humana comienza a plagarse de problemas como la
deshonestidad, la mentira, la deslealtad y en casos muy graves la perversión
misma comienza a verse como algo "normal".
Comprender qué es el pecado es importante porque nos puede hacer
comprender mejor nuestra relación con Dios y los efectos de nuestras acciones.
Ser católicos cabales significa comprender lo bueno y malo de nuestros actos.
Los católicos debemos saber en qué creemos y por qué lo creemos. Este documento
y los demás que integran este informe especial dará a todos una perspectiva clara
de qué es el pecado y por qué hay que evitarlo.
Pero comencemos por definirlo:
El pecado dice San Agustín, es "toda palabra, acto o deseo contra la ley de
Dios" (cfr. Contra Faustum I, 22 c. 27: PL 42, 418). O bien, según la definición
clásica, pecado es:
a) la transgresión: es decir violación o desobediencia;
b) voluntaria: porque se trata no sólo de un acto puramente material, sino
de una acción formal, advertida y consentida;
c) de la ley divina: o sea, de cualquier ley obligatoria, ya que todas reciben
su fuerza de la ley eterna.
En realidad siempre la causa universal de todo pecado es el egoísmo o amor
desordenado de sí mismo (cfr. S. Th., I-II, q. 84, a. 2).
Amar a alguien es desearle algún bien, pero por el pecado desea el hombre
para sí mismo, desordenadamente, un bien sensible incompatible con el bien
racional. Que el amor desordenado a sí mismo y a las cosas materiales es la raíz de
todo pecado queda frecuentemente de manifiesto en la Sagrada Escritura (cfr. Prov.
1, 19; Eclo. 10, 9; Jue. 5, 10; 10, 4; I Sam. 25, 20; II Sam. 17, 23; I Re. 2, 40; Mt.
10, 25; etc.).
Junto a la causa universal de todo pecado, podemos distinguir otras, tanto
internas como externas:
Las causas internas son las heridas que el pecado original dejó en la
naturaleza humana:
1) la herida en el entendimiento: la ignorancia que nos hace desconocer la
ley moral y su importancia;
2) la herida en el apetito concupiscible: la concupiscencia o rebelión de
nuestra parte más baja, la carne, contra el espíritu;
3) la herida en el apetito irascible: la debilidad o dificultad en alcanzar el
bien arduo, que sucumbe ante la fuerza de la tentación y es aumentada por los
malos hábitos;
4) la herida en la voluntad: la malicia que busca intencionadamente el
pecado, o se deja llevar por él sin oponer resistencia.
Las causas externas son:
1) el demonio, cuyo oficio propio es tentar o atraer a los hombres al mal
induciéndolos a pecar. "Sed sobrios y estad en vela, porque vuestro enemigo el
diablo anda girando como león rugiente alrededor de vosotros en busca de presa
que devorar" (I Pe. 5, 8; cfr. también Sant. 4, 7);
2) las criaturas que, por el desorden que dejó en el alma el pecado original,
en vez de conducirnos a Dios en ocasiones nos alejan de El. Pueden ser causa del
pecado ya sea como ocasión de escándalo (ver 7.3.3.d), bien cooperando al mal del
prójimo (ver 7.3.3.e).
EL DOBLE ELEMENTO DE TODO PECADO
El alejamiento de Dios
Es su elemento formal y, propiamente hablando, no se da sino en el pecado
mortal, que es el único en el que se realiza en toda su integridad la noción de
pecado.
Al transgredir el precepto divino, el pecador percibe que se separa de Dios y,
sin embargo, realiza la acción pecaminosa. No importa que no tenga la intención
directa de ofender a Dios, pues basta que el pecador se de cuenta de que su acción
es incompatible con la amistad divina y, a pesar de ello, la realice voluntariamente,
incluso con pena y disgusto de ofender a Dios.
La conversión a las criaturas
Como se deduce de lo ya dicho, en todo pecado hay también el goce ilícito de un
ser creado, contra la ley o mandato de Dios. Casi siempre es esto precisamente lo
que busca el hombre al pecar, más que pretender directamente ofender a Dios:
deslumbrado por la momentánea felicidad que le ofrece el pecado, lo toma como un
verdadero bien, como algo que le conviene, sin admitir que se trata sólo de un bien
aparente que, apenas gustado, dejar en su alma la amargura del remordimiento y
de la decepción.
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