Primero de todo, preocúpate por encontrar lo que quieras amar

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Primero de todo, preocúpate por encontrar lo que quieras amar, soldado que ahora, por vez
primera, afrontas una guerra que desconoces. Luego has de esforzarte por conquistar a la
muchacha que te ha gustado; en tercer lugar, por hacer durar largo tiempo tu amor.
(Ars, I, 35-38)
ARS AMANDI
Ovidio se denominó a sí mismo tenerorum lusor amorum, “cantor de los tiernos
amores” (Trist. IV, X, 1). Lusor –que suele traducirse por ‘cantor’, ‘poeta frívolo’, ‘poeta ligero’significa literalmente ‘jugador’ y a los juegos del amor dedicó el poeta gran parte de su obra.
Para un lector moderno, el término ‘amor’ puede conducirle a engaño. Porque en el caso de
Ovidio sería más adecuado hablar de erotismo que de amor. La atracción, la seducción, la
conquista, los placeres, el engaño, los celos: en eso consiste fundamentalmente el amor del
que nos habla el poeta.
La concepción del amor que Ovidio transmite puede parecernos a menudo algo cruda
y descarnada. La mujer o el hombre no son un ideal que alcanzar, sino una presa que capturar,
una plaza que conquistar. Porque “todo amante es un soldado” (Am. I, XI, 1) y “el amor es una
especie de milicia” (Ars. II, 233). En el Ars amandi, el poeta, a modo de soldado veterano,
aconseja acerca de las tácticas idóneas para conseguir y conservar nuestro objeto de deseo.
Para ellos es necesario un “arte”, una suerte de manual de estrategia que nos permita servir
con éxito en la milicia amorosa. La simulación, la mentira, el engaño, el soborno, la adulación
son armas válidas que el amante despliega en su campo de batalla. Y si en el Ars amandi los
consejos del poeta van destinados al mejor modo de conquistar y mantener nuestra conquista,
en los Remedios de amor se trata justamente de conseguir el resultado contrario: deshacerse
de una “relación peligrosa”, renunciar a una pasión que nos perjudica o de la que nos hemos
cansado. La estrategia de la seducción se convierte en los Remedios en la estrategia del
desapego. Porque el amor es también una corriente tumultuosa que se apodera de nosotros y
nos arrastra, a veces a nuestro pesar. Es un fuego abrasador que nos consume, una fuerza que
nos arrebata y nos debilita. En el juego del amor, el seductor acaba las más de las veces siendo
seducido: “A menudo, sin embargo, el que simulaba ha empezado a querer de verdad; a
menudo se ha convertido en lo que al principio fingía ser” (Ars I, 615-616). El amor es un goce,
pero también un tormento. Del amor como tormento se habla sobre todo en las Heroidas,
mujeres abandonadas se dirigen a quien un día las sedujo, amantes que no pueden reunirse
lamentan la crueldad de su separación. El dolor de la pérdida, la desesperación causada por el
abandono, las promesas incumplidas, la fidelidad traicionada, en suma, las heridas del amor
son el tema central de esta obra. Pero como dice Ovidio en los Amores, el sufrimiento es parte
integrante del amor: “No amo aquello que nunca me hace sufrir” (II, XIX, 8).
Ovidio parece que hubiese querido gozar en el arte, con cambiante y ávida sensualidad
estética, todas las seducciones y todas las inspiraciones, al igual que todos los placeres de la
vida romana de su tiempo y de su ambiente, del que es el poeta elegante, mimado y
predilecto, maleado por el mismo éxito demasiado favorable:
Amen otros lo antiguo; dichoso me siento por haber nacido en estos tiempos nuevos,
tiempos a mi tan gratos… singularísimo don me diste, oh Musa, la gloria en vida que a los
demás sólo otorgas con la muerte.
Esta obra, escrita entre el año 1 a. C. y el año 2 a. C., ofrece una progresión de la aventura
amorosa, desde el hallazgo al olvido: en Ars I se enseña dónde encontrar y cómo empezar la
relación; en Ars II, cómo mantenerla; en Ars III lo mismo, pero desde el punto de vista
femenino.
Ovidio y el Amor Romántico
El concepto del amor romántico que ha dominado sobre la literatura, el arte, la música
y en cierta medida sobre la moral de la Europa y la América modernas desde hace
muchos siglos es una creación medieval; pero en su desarrollo intervinieron
importantes elementos clásicos. Tomó forma a principios del siglo XII, como fusión de
las siguientes fuerzas sociales y espirituales:
a) El código de cortesía caballeresca, que obligaba a una extrema deferencia para
con los débiles.
b) El ascetismo cristiano y el desprecio del cuerpo.
c) El culto de la Virgen María, que exaltaba la pureza y la virtud trascendente de la
mujer.
d) El feudalismo: el amante era vasallo de su amada, y su actitud era la de un
siervo ante su dueña.1
e) La estrategia militar de la Edad Media: la conquista amorosa se solía compara,
bien con el asalto a una plaza fortificada, bien con su captura después de un
largo asedio.
f) La poesía de Ovidio, que escribió un tratado intelectual y cínica de la conquista
amorosa considerada como ciencia, pero cuyas demás obras contienen muchas
historias inmortales de apasionada adoración más allá de la muerte.
g) En un período posterior, en los albores del Renacimiento, este concepto recibió
una honda influencia de la filosofía platónica; pero en la Edad Media esta
influencia se sentía muy débilmente, a través de las desfiguraciones y
exageraciones neoplatónicas.
Los romans medievales franceses tienen tres temas especialísimos: los combates, el
amor y las cosas maravillosas. A medida que los años pasaban, a medida que el
mundo medieval se hacía un poco más refinado, el tema bélico se hizo cada vez menos
preponderante, y el del amor y el de lo maravilloso se fueron acentuando. Ovidio era el
1
El vasallaje del amante a su dama se llamaba domnei. Este concepto se robusteció con el ejemplo de
los elegíacos latinos, que llaman siempre domina a su amada y que practican o aconsejan una total
sumisión a la voluntad de la mujer querida.
maestro del amor, y el más grande de los poetas que han contado cosas maravillosas:
transformaciones estupendas y aventuras sobrenaturales, motivadas principalmente
por el sexo. Por eso fue él la causa principal de que en el siglo XII se pusiera el acento
en el poder del amor y en lo maravilloso, y su popularidad es síntoma de esa evolución.
Una vieja y hermosa historia de amor romántico es la de Heloísa y Abelardo, paraje de
amantes malditos por el destino. Pedro Abelardo (1079-1142), filósofo francés, fue uno
d elos más grandes pensadores del siglo XII, pero también poeta amoroso de mucha
fama. Aun después de haber sido castrado y reducido a silencio (con un salvajismo
verdaderamente digno de la Edad Oscura, que sobrevive en estos difíciles tiempos),
escribía cartas de amor a Heloísa: en una de ellas cita los Amores de Ovidio:
Ansiamos siempre lo vedado, y lo prohibido anhelamos.2
Heloísa, por su parte, cita en una carta a él seis versos del Ars amandi de Ovidio, pasaje
conmovedor en que se habla del enorme poder del amor multiplicado por el vino. Por
encima de las ruinas de su amor seguían recordando al sutil y sensual poeta latino que
tan bien lo había expresado, que tal vez lo había encendido.
OVIDIO Y LAS FRONTERAS DEL AMOR
Lucía Rovira
¿Qué es el amor? Una pregunta que al parecer es concreta y simple ha presentado, a
lo largo de la historia de la literatura infinidad de respuestas, todas ellas diferentes e
incompletas. Hasta el cansancio se ha hablado sobre el amor, se ha opinado sobre el mismo, se
lo ha vivido... sin embargo, no queda claro, si pensamos minuciosamente, cuál es el sentido del
amor y cuáles son los límites del mismo.
Sí, el amor tiene fronteras, fronteras que se han violado hasta el punto de no saber con
exactitud hoy día a qué nos referimos cuando decimos “amor”.
Muchos lo colocan dentro del plano erótico y manifiestan que se trata de una
expresión genuina de pasión irrefrenable, otros en cambio, prefieren colocarlo dentro del
terciopelo de la ternura, afirmando que se trata del sentimiento más cálido opuesto
radicalmente al plano ínfimo de lo sexual que lo único que hace es corromperlo.
2
Ovidio, Amores, III, iv, 17: Nitimur in uetitum Semper cupimusque negata.
Existe sin embargo una tercera concepción que une ambos planos, el erótico pero
desde una visión menos extrema y superficial, y el sentimiento pero desde una visión menos
abstracta y utópica, teniendo en claro que al ser una expresión humana se trata por tanto de
un área poblada de contradicciones pero eterna y sublime.
Publio Ovidio Nasón, nacido en Sulmo en el año 43 a.C. en el seno de una familia rica y
ecuestre, supo hablar sobre el amor en una época en que éste era vivido pero no expresado
públicamente. Dedica prácticamente su vida entera en escribir sobre, para y por el amor, amor
que lo lleva al exilio y a morir lejos de su familia y de su patria. En definitiva, el amor de Ovidio
lo lleva a superar fronteras, en este caso físicas, dejando en la memoria de la literatura un
manual, una guía de la que se debería servir todo amante para el disfrute máximo de la
intimidad, de la pasión, del erotismo extremo al que nuestro poeta define como amor.
Más que un conjunto de consejos es un arte, un arte que necesita práctica.
Pero antes de inmiscuirnos en dicho arte, es necesario determinar cuándo y dónde se
lo ubica, es decir en qué momento de la historia nació el amor ovidiano.
Fue precisamente durante el principado augustal.
En una Roma de guerras y golpes de Estado, el joven Cayo Julio César Octavio, hijo
adoptivo de Julio César, toma el poder en el año 29, un poder que fue creciendo de la mano de
una ambición exacerbada. Una vez otorgado el nombre de Augusto, dos años más tarde y el
cargo de Príncipe, Octavio se convierte en el máximo representante del Imperio romano,
“investido de una autoridad moral, de naturaleza casi religiosa...” (Grimal, 1996: 47), testigo
fiel del florecimiento de una literatura que aunque “nutrida del clasicismo y limitada por las
nuevas condiciones políticas y sociales” (Bayet, 1985: 276) supo mostrarse e imponerse como
una verdadera innovación.
Efectivamente, fue una literatura diferente en relación al tono y contenido de sus
obras, ya que como afirma acertadamente J. Bayet los gustos habían cambiado así como el
arte mismo lo había hecho.
Augusto ve a la literatura como el baluarte fundamental para evitar la decadencia de
los valores romanos, las costumbres y los sentimientos familiares. La Eneida de Virgilio logra
en cierta forma responder a dicha necesidad, pero esta epopeya inigualable no cubre del todo
el bajo entusiasmo que reinaba en la sociedad augusta. Tampoco lo logra la poesía ejemplar de
Horacio, que expresa la dicha de vivir, el famoso “Carpe Diem”, ni la de Propercio a quien se le
imposibilita alejarse de “los movimientos del alma y todos los matices del amor” (Grimal,
1996:72).
Ninguna de las obras de estos reconocidos autores pudo acercarse del todo al interés
básico del Príncipe, el de “adornar las realidades políticas con los prestigios del sentimiento y
de la belleza” (Grimal, 1996:77) ya que a pesar de ser dóciles a los mandatos de Mecenas y del
mismo Augusto, éstos no les podían negar que siguieran sus tendencias propias y escribieran
para su propio placer.
Tampoco Ovidio responde a la solicitud de Augusto, es más, su poesía mundana dista
mucho del interés del Emperador. No solo exalta el erotismo, apoya de forma implícita la
infidelidad y afirma el interés pura y exclusivamente físico y superficial, sino que a su vez se
autodenomina “Maestro del amor”, razón por la que ciertos críticos lo tildan de cínico.
Su Ars amatoria, del año 1 de nuestra era, es” un texto imbuido de un pragmatismo
romano y a menudo humorístico” (Prólogo de Cátedra, 1997:10) formado por tres libros en los
que el poeta aconseja a los amantes primerizos en relación al arte del amor, más precisamente
del a conquista amorosa.
Esta obra de Ovidio es la llave dorada a la aventura pasional, al desenfreno carnal, pero
para poder sumergirse en dicho mundo es necesario aprender ciertas técnicas que da a
conocer el poeta en dicha elegía, elegía como composición poética reconocida en la Roma de
Augusto por tratarse de un “lirismo moderado y bello, que concede la mayor parte a las
emociones personales del poeta” (Bayet, 1985: 281) al que Ovidio incursiona de manera
asombrosa “combinando con modelos de discurso literario que no son estrictamente los de su
tradición romana” (Prólogo de Cátedra, 1997: 11).
Podemos decir entonces que Publio Ovidio Nasón “no era ni un apasionado, ni un
místico, ni tampoco un libertino” (Bayet, 1985:298) sino un destacado poeta, un maestro de la
retórica y un verdadero enamorado del amor, ya totalmente alejado del Derecho, carrera a la
que estaba antes predestinado, antes de la trágica muerte de su hermano.
Ahora ¿Ovidio fue realmente un seductor empedernido?, es decir, el llamado Maestro
del amor ¿escribió sus obras en base a una experiencia personal?
Si tenemos en cuenta que una de las características básicas de la elegía romana es su
carácter autobiográfico, no dudaríamos en contestar afirmativamente. Si leemos el poema
Tristia y lo comparamos con la vida del autor notamos una semejanza innegable: la obra
corresponde al momento en que Ovidio es desterrado de Roma. Con respecto al resto de sus
elegías, solo podemos hacer conjeturas.
Lo que sabemos a ciencia cierta es que nuestro poeta contrajo matrimonio en tres
ocasiones y que del último de ellos nació una hija, que deja en Italia a causa del exilio. Muere
en el 17 a.C. en Tomos, solo y rodeado de sus obras ejemplares:
“La sombra final contrarresta su luminosa juventud, y hace, del que podría haber sido
el más superficial, el más profundo de los elegíacos latinos” (Prólogo de Cátedra, 1997:15),
profundidad que se ve con claridad en su obra Metamorfosis, la más célebre de nuestro
poeta, “un vasto poema científico colocado bajo la invocación de Pitágoras y que pretende
ilustrar, con la ayuda de relatos tomados a la mitología, la ley universal del devenir”(Grimal,
1996:85).
Volviendo al tema que nos convoca, según la división que explicábamos al comienzo,
Ovidio claramente pondera al amor erótico, es decir que el conjunto de consejos expresados
en los tres libros del Arte de amar, se basan expresamente en el placer efímero de la
sexualidad ¿por qué efímero? porque como bien sostiene el psicoanalista estadounidense
Erich Fromm, en su libro también titulado “El arte de amar”, “el acto sexual sin amor nunca
elimina el abismo que existe entre dos seres humanos, excepto en forma momentánea”
(Fromm, 1999: 22) explicando de manera detallada, que el amor es la mejor manera de evitar
o disminuir la separatidad, es decir el estado de soledad del hombre.
Ambas posturas tratan el tema del amor desde concepciones radicalmente opuestas
pero coincidiendo en un aspecto fundamental: la expresión del amor es ante todo un arte. Ya
lo expresa Ovidio desde el primer libro:
“Con arte navegan las veloces barcas a vela y a remo, con arte corren los ligeros
carros: con arte ha de regirse el Amor/ Arte citae veloque rates remoque moventur, arte leves
currus: arte regendus amor” (Ars I, 3-4) afirmación que da a entender que el amor, como todo
arte debe nutrirse de una serie de tácticas para encaminarse paulatinamente a la perfección.
Lo coloca a la par de dos actividades propiamente grecolatinas, el manejo de las naves
y de los carros, inferimos por tanto que el aprendizaje del amor es de suprema importancia y
practicidad. Más adelante lo colocará a su vez a la par de la guerra: el amor como milicia y el
amante como soldado valiente el que movido por una pasión irrefrenable conquista a la mujer
deseada y disfruta del placer sexual ¿en qué momento? ya entrada la noche, precisamente
porque “de noche se ocultan las taras y se disculpa todo defecto; a esa hora cualquier mujer
parece hermosa.../ Nocte latent mendae vitioque ignoscitur omni, horaque formosam
quamlibet illa facit” (Ars I, 249- 252). El gusto por la noche más que por el mediodía
corresponde a su vez a una característica típica del helenismo.
También el psicoanalista Fromm establece la importancia en el aprendizaje del amor,
como un verdadero arte: “...el amor es un arte, tal como es un arte el vivir. Si deseamos
aprender a amar debemos proceder en la misma forma en que lo haríamos si quisiéramos
aprender cualquier otro arte, música, pintura, carpintería o el arte de la medicina o la
ingeniería.”(Fromm, 1999: 16).
Más que con una actividad práctica y de utilidad, Fromm compara el arte de amar con
el arte mismo de la vida. No existe la vida si no existe el amor recordando el poema
“Explosión” de la poeta uruguaya Delmira Agustini: “Si la vida es amor, bendita sea...”
Ahora, ¿qué papel juega la mujer en el arte de amar?
De alguna forma Ovidio hace referencia a la misma como un objeto a libre disposición
del deseo del hombre, lo notamos desde el momento en que afirma: “primero de todo,
preocúpate por encontrar lo que quieres amar.../principio, quod amare velis...” (Ars I, 35) Ese
“lo” invariable parece denotar no una persona a quien se le debe cuidado y respeto, actitudes
que Fromm considera primordiales, sino que reserva para la misma la simple función de
satisfacer, es a fin de cuentas un objeto sexual sin valor alguno: “no cuesta mucho
convencerlas: todas se creen dignas de ser amadas/ nec credi labor est: sibi quaeque videtur
amanda” (Ars I, 613).
Promete, engaña, cólmala de regalos, son las recomendaciones del Maestro del amor,
ahora ¿éstas son realmente cuestiones inherentes del amor o tan solo técnicas de seducción?
Evidentemente Ovidio se inclina a enseñar técnicas de seducción, sin embargo, es un
error definir al amor en base a lo placentero o no de una experiencia o sensación de carácter
pasajero.
Fromm desde una concepción de tono más
espiritual y filosófico sostiene que
tampoco debe pensarse en el amor como un sentimiento poderoso, estableciendo que su arte
debe dominarse a partir del esfuerzo y el conocimiento. ¿Qué tipo de esfuerzo y conocimiento
se necesita para amar y ser amado?
Para el poeta elegíaco el esfuerzo en primer lugar, se expresa en el hecho de encontrar
al objeto digno de la predilección del amante, al que ya habíamos aludido, en segundo lugar en
la realización de la conquista, conquista que puede necesitar de engaños para efectuarse la tan
ansiada consumación íntima y por último el esfuerzo por conservar el amor ¿de qué forma?:
“el amor se hace duradero gracias al arte/ arte perennat amor” (Ars III, 42).
Dicho arte también implica conocimiento porque “solo aquél que se conoce a sí mismo
amará con sabiduría y emprenderá toda acción de acuerdo con sus fuerzas/ qui sibis notus erit,
solus sapienter amabit atque opus ad vires exiget omne suas” (Ars III, 501-502). La premisa
fundamental es amar desde la esencia del ser, porque cuando una persona ama no hace más
que dar de sí misma, “de lo más precioso que tiene, de su propia vida” (Fromm, 1999: 33) es
entonces que para amar al otro no solo es necesario conocerse, sino también amarse a uno
mismo.
Amar satisface el deseo de conocer, “quien no conoce, no ama nada (...) cuanto mayor
es el conocimiento de una cosa, más grande es el amor...”, esta sentencia de Paracelso
descarta radicalmente el amor erótico que pondera Ovidio, porque el deseo sexual es
transitorio y aunque nos conozcamos a nosotros mismos, de ninguna manera podremos llegar
a conocer al otro con la debida profundidad, razón por la que el amor necesita de un esfuerzo
constante por aceptar al ser amado tal cual es, respetándolo, no como un objeto que responde
a nuestros intereses inmediatos, sino como la persona con la que queremos compartir
intereses comunes, teniendo en cuenta sobre todo que “el amor no es el resultado de la
satisfacción sexual adecuada; por el contrario, la felicidad sexual es el resultado del amor”
como afirma acertadamente Erich Fromm.
Tampoco se trata de disimular los defectos, porque el amor va más allá del aspecto
físico del ser amado. Para Publio Ovidio Nasón la apariencia externa era, en una escala de
importancia, la que estaba en el primer escalón, colocándola como un medio para un fin. El
cuidado de los dientes, del cabello, la forma de caminar, hasta de sentarse constituyen los
aspectos más importantes del arte de este maestro; ahora ¿en qué escalón se encuentra el
cuidado del ser amado?
En el mismo en que lo está la preocupación, el respeto, la paciencia, en el mismo
escalón en el que está el amor. Lo efímero no es un buen aliado del amor como sí lo es lo
eterno. La durabilidad del mismo, no se traduce en la conservación del placer irrefrenable de la
unión de los cuerpos, sino que el sentido es aún más profundo, es la paradoja de la que habla
Erich Fromm “de dos seres que se convierten en uno y no obstante siguen siendo dos” (Fromm,
1999: 30) unidos no solo sexualmente sino mediante el acto mismo de dar sin esperar nada a
cambio.
A fin de cuentas no es un simple sentimiento abstracto manipulado por la ternura,
como tampoco es únicamente una satisfacción sexual. Es complejo definir al amor, porque la
naturaleza humana es de por sí compleja.
Hoy día, en la era tecnotrónica en que vivimos, la postura del amor que prima es
precisamente la que exalta el poeta elegíaco. Sin embargo, Ovidio guiña un ojo, sus ironías
parecen ocultar claramente una mirada más profunda, más madura. Podemos deducir por
tanto que “El arte de amar” en lugar de ser simplemente la autobiografía personal del poeta,
pueda tratarse de una crítica a la forma de amar que se expresaba en su época. Ovidio trae a
luz lo que existía entre las sombras, la sexualidad vivida sin pudor alguno y en secreto y quizá
por esa razón fue desterrado de Roma, quizá por esa razón también es contradictoriamente
tan actual y tan clásico, por su temática y por su pureza intelectual.
“Del placer gocen por igual la mujer y el hombre. Odio las uniones que no satisfacen a
ambos/ Quod iuvat, ex aequo femina virque ferant. Odi concubitus, qui non utrumque
resolvunt” (Ars II, 682-683) Ovidio no solo reserva los consejos del amor al hombre, el tercer
libro del Arte de amar lo dedica a las mujeres, empero, resulta visible que la complicidad con el
“soldado del amor” es más evidente. La mujer sigue siendo mero medio para un fin,
componente básico del juego sexual: “el poeta está aconsejando a las mujeres que se
entreguen con facilidad y para ello les pone el ejemplo de la diosa del amor...” (Prólogo de
Cátedra, 1997: 76).
Los dioses latinos Apolo y Venus son, para el poeta elegíaco no solo cómplices, sino
sus propios maestros en el arte de la sensualidad, hasta Júpiter “desde el cielo se ríe de los
perjurios de los amantes/ Iuppiter ex alto periuria ridet amantum” (Ars I, 633).
De todas formas, como afirman González e Iglesias “a pesar de esa relativa abundancia
de pasajes de contenido sexual, prácticamente nunca la intención ni el resultado pueden ser
calificados de obscenos” (Prólogo de Cátedra, 1997: 65). Su temática se amplía hacia el
hedonismo y el individualismo, como aspectos que reinan hoy día en la “Era del vacío”, tan
criticada por Erich Fromm, como también prevalecían en la época de Ovidio. Recordemos que
“El arte de amar” es ante todo una parodia. Nuestro poeta hace público el desencanto de una
sociedad entera y Augusto “fue incapaz de tolerar esa voz disidente” (Prólogo de Cátedra,
1997:85).
Contradictoriamente también el Maestro del amor presenta un tinte de ternura, lo
notamos cuando afirma inesperadamente dentro de una obra en donde reina la pasión: “Hay
que incitar el amor con la dulzura de la mirada/ Comibus est ocullis alliciendus Amor” (Ars III,
510).
Parodia o no, la concepción del amor de Ovidio es incompleta, no responde a la
esencia misma del sentimiento, sin embargo aparece como la forma básica para el logro de la
felicidad, aunque ésta sea de carácter pasajero, como también lo es la hermosura: “La belleza
es un bien frágil y, a medida que suma años, disminuye y ella misma se consume en su propia
duración...” (Ars II, 113).
Pareciera que el leit motiv de la obra de este escritor es la lucha contra la
transitoriedad, tratando de hacer duradero aquello que por su naturaleza es efímero.
La naturaleza del amor sin embargo es eterna, eterna si se tiene en cuenta que no se
trata tan solo de un goce fugaz.
Es cierto, el amor tiene fronteras, sin embargo no impide que existan muchas formas
de amar, ya que como afirma nuestro poeta: “Hay mil formas de amor/ Mille modi Veneris”
(Ars III, 787), amor que tiene un sentido, ¿cuál es ese sentido? El de transformar, transformar
una sociedad en decadencia para el logro mismo de la felicidad.
Tanto Ovidio como Fromm, desde épocas tan distanciadas en el tiempo, denuncian
una ausencia de valores que separa a los hombres, razón por la que éstos intentan
desesperadamente la unión, sexual para algunos, espiritual para otros. Se necesita a fin de
cuentas la superación del narcisimo, únicamente de esa forma resurgirá el amor, ese que no es
efímero y superficial, sino que implica “comprometerse sin garantías, entregarse totalmente
con la esperanza de producir amor en la persona amada” (Fromm, 1999:123).
BIBLIOGRAFÍA
ALBRECHT, Michael Von: “Historia de la literatura romana”, Barcelona, Herder, 1997.
BAYET, Jean: “Literatura Latina”, Barcelona, Ariel, 1985.
FROMM, Erich: “El arte de amar”, Buenos Aires, Paidós Studio, 1999.
GONZÁLEZ – IGLESIAS: Prólogo “Ovidio, Amores, El arte de amar”, Madrid, Cátedra, 1997.
GRIMAL, Pierre: “El siglo de Augusto”, Madrid, FCE, 1996.
HIGHET, Gilbert: “La tradición clásica I”, México, FCE, 1954.
NASÓN, P. Ovidio: “El arte de amar”, Biblioteca virtual universal.
NASÓN, P. Ovidio: “Mil formas de amor”. Selección, traducción, presentación y apéndice de
Neus Galí, Barcelona, Ediciones Península, 2002.
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