Q u e s

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Question – Vol. 1, N.° 37 (Verano 2013)
ISSN 1669-6581
CONSUMO (¿O MÁS BIEN PRO-SUMO?) EN EL SIGLO XXI
Germán Muñoz González
Universidad de Manizales (Colombia)
Juventud, consumo y medios*
Con base en el análisis del caso “línea de jeans y ropa sport Diesel 55DSL”, lanzados en UK
durante 2002, en particular de la estrategia publicitaria —diseño, mercadeo, anuncio— y la
segmentación del mercado, se entiende que desde los años ochenta se requiere asociar los
productos a significados y valores importantes para los posibles compradores. Los
“intermediarios culturales” juegan un papel estratégico al presionar sutilmente hacia la
“estatización” de bienes y servicios de consumo. Precisamente, en 1998, Diesel gana el Gran
Premio del Festival Publicitario de Anuncios Publicitarios, dirigidos a audiencia juvenil, en estilo
irónico e iconoclasta. Usa igualmente en su campaña un mercadeo de “guerrilla”, trabajando
con radios “piratas”, fanzines y magazines de connotación “underground”. La centralidad de los
jóvenes es significativa. Y permite ver cómo emergen los “medios juveniles” de manera crucial
en el desarrollo de audiencias y mercados juveniles, tomando como referencia las actitudes y
estilos de las culturas juveniles contemporáneas (asociadas a una identidad de consumidor
“cool”).
Especial atención merecen los siguientes temas: el desarrollo histórico y la configuración
contemporánea del mercado juvenil; la relación que se establece entre medios y las instancias
de lo social, lo económico y lo político; el papel del mercado juvenil en la globalización de las
industrias de consumo; el papel cada vez más importante de los intermediarios culturales en
los negocios; la relación que establecen los jóvenes con los medios y la forma como atribuyen
significación a sus productos; su habilidad para crear identidades a través de prácticas de
consumo, incorporando allí poder institucional, control y desigualdad; la forma en que los
significados culturales hacen parte del circuito de la producción; la representación de los
jóvenes en los medios y su configuración a través de este y otros discursos; las ideologías de
juventud que estos construyen, mediante códigos y modos de tratamiento (ojo, no solo lo hacen
los medios).
Nos debemos interesar ahora por la cambiante economía política de los medios juveniles, en
los jóvenes como un grupo de consumo distinto, en la segmentación creciente de los mercados
y las audiencias, en las diversas construcciones y representaciones de “juventud”, en los
efectos de los poderosos medios, en las agendas políticas (en las cuales el joven es leído con
ambigüedad y contradicciones), en las tensiones entre enfoques conceptuales diversos
(economía política y estudios culturales), en la posición de la agencia cultural y la creación de
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sus propias culturas en medio de la sociedad de control, en las relaciones local/global
interconectadas y mutuamente afectadas, en el impacto de las TIC en la cotidianidad de los
jóvenes, en los “circuitos de cultura” (intersección de procesos de producción, formación de
identidades, representación, consumo y regulación), en la necesidad de construir métodos de
análisis transdisciplinarios y con multiperspectivas, que den cuenta de la relación de jóvenes y
medios.
El “teenager” fue una creación de los años cuarenta. Aunque desde 1600 hay alusiones
someras, la categoría entra en uso en 1941 para denotar la novedad del joven consumidor que
prioriza la diversión, el placer y el logro de sus deseos personales. La evidencia de este
mercado queda plasmada en la revista Seventeen aparecida en 1944, y en sus sofisticadas
estrategias de negocios (sondeos y bases de datos sobre los consumos juveniles). El babyboom eleva la población juvenil de 10 a 15 millones, con la consiguiente expansión de la
educación y la evidencia de una cohorte generacional distinta. El poder de compra de la
juventud americana se convierte en un fenómeno increíble: U$ 10 billones (revista Life, 1959).
Se trata de un nuevo grupo de consumo, con un grado de autonomía e independencia
desconocido hasta entonces. Un caso ejemplar es el del mercado del rock’n’roll (heredero del
rhythm and blues, de origen negro), donde se produce la hibridación de medios y culturas
juveniles: country y R’n’B, aura de rebelión y tonalidad sexual… Su ícono será Elvis Presley, el
Rey de las ventas de discos, además de treinta películas (Hollywood entra en el mercado).
También la TV produce muchos melodramas, comedias y nuevos formatos juveniles.
Es importante tener en cuenta que este mercado no es equitativo: es prioritariamente blanco y
de clase media. Los jóvenes de clases trabajadoras (negros y latinos) crearon en paralelo sus
propias culturas… La “cultura teen-age” se define esencialmente por ser de “clase ociosa”. En
Europa tarda más en hacerse visible: los jóvenes no tenían suficiente libertad ni dinero para ser
comercialmente interesantes. En UK la economía tarda más tiempo en recuperarse; la
afluencia de los jóvenes a los medios es un indicador en los años cincuenta. El crecimiento
demográfico, la expansión de la educación y el consumo son las bases sobre las que aparece
esta nueva generación. A diferencia de USA, se trata de un fenómeno de clase trabajadora no
muy calificada. En paralelo, la radio se mueve lentamente: la BBC ignoró por mucho tiempo el
rock’n’roll (hasta 1967 con Radio One), que aparece en emisoras piratas. En la TV en cambio
se programa pop music desde 1952. La industria de los discos despega en los sesenta,
primero con la producción americana, luego con el boom de la música beat (dominando los
Beatles y los Rolling Stones). La industria cinematográfica también se abre a temas juveniles
desde 1957.
Las industrias culturales y mediáticas son cada vez más el centro de las operaciones de la
economía capitalista. La tendencia hacia la estatización de los productos y bienes de consumo
es coherente con las ingentes inversiones en valores culturales, y los gustos juveniles. Los tres
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grandes procesos de la cambiante economía son: conglomeración, internacionalización y
sinergia.
Se está produciendo un cambio importante: de la era fordista de producción masiva para
mercados de consumo masivo, pasamos a una era postfordista de producción flexible para
múltiples y diferenciados segmentos de mercado. En esta era juegan el estilo, la imagen y la
práctica de mercadeo, asociados a específicos “estilos de vida” y “nichos” de mercado,
relacionados con los variados y cambiantes gustos juveniles, ya no con una masa monolítica.
Según S. Nixon (1997), se percibe una creciente estetización de las industrias de consumo:
publicidad, diseño y mercadeo, en la medida en que estas se convierten en eje de la venta de
bienes y servicios. Los “intermediarios culturales” tienen como misión “articular la producción y
el consumo”, incorporando valor añadido a las mercancías para crear identificaciones más
cercanas con los productos o las marcas. El análisis de mercados juega un papel esencial en la
búsqueda de “estar muy cerca del cliente”, monitoreando sus actitudes y comportamiento,
descubriendo los cambios de gusto. En esta línea se destaca (retomando la investigación
pionera de E. Gilbert en 1950) el trabajo de Teenage Research Unlimited (TRU), fundada en
1982, que combina análisis cuantitativo y cualitativo y sirve a ciento cincuenta marcas tales
como: Adidas, Gap, Nike, Tommy Hillfiger, Coca-Cola… Investiga “la esencia de lo que quiere
decir ser joven hoy, el sentido de lo que está cool, la fidelidad a la marca y las aspiraciones
generacionales… a todo color y con el mínimo detalle”.
A partir de la aparición del libro Generation X (D. Coupland, 1991), se incorpora al mercado ese
discurso acerca de una nueva cohorte de jóvenes consumidores cuyas preferencias mediáticas
y apariencia cínica contrasta con el idealismo y relativa ingenuidad de los precursores “babyboomers”. Tratar con quienes han desarrollado un saludable escepticismo frente a la publicidad
y una relación de amor/odio con los medios, suspicaces y críticos con las apariencias, exige
otra actitud. Aunque se duda que todos estén tan alfabetizados en los medios, se trabajará en
sofisticar la investigación del mercado juvenil. MTV crea su propio centro de estudios
etnográficos y ello constituye el inicio de una especie de cacería mercadológica que toma el
pulso constantemente mediante combinación de todas las herramientas metodológicas
conocidas (corresponsalías, fotoperiodismo, etc.).
El mercado juvenil se expande más allá de la base generacional. Desde los sesenta se define
un grupo de consumidores adultos. Ya en el 2001 hay interés en la generación de los abuelos
del hip-hop, que crecieron con la cultura y ahora quieren redescubrir el género. Originales
gangsta buscan audiencia entre profesionales negros, en los nuevos medios y formatos. No se
trataba de simple nostalgia, sino de potenciar actitudes y modelos de consumo, de
reconceptualizar la categoría “juventud” asociándola a ciertas formas de pensar y a gustos o
estéticas particulares, o a una sensibilidad irreverente e irónica…
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La propuesta de Bourdieu en La Distinción (1984) puede ser iluminadora, cuando dice que
después de 1945 emerge una nueva forma de economía capitalista en la cual el poder y los
beneficios dependen cada vez menos de la producción de bienes, y más bien de la continua
regeneración de los deseos de consumo. La nueva clase media (pequeña burguesía) se
distingue por la producción y diseminación de bienes y servicios simbólicos (medios, moda,
etc.), modos de vida con estatus, porque se dicen conocedores del arte del buen vivir,
fundamentado en la nueva moral del placer. Los “jóvenes honorarios” se identifican con una
ética de la “rumba” y con cierto hedonismo definido como expresivo…
En las representaciones mediáticas de los jóvenes se percibe una recurrente dualidad: o se los
exalta como los precursores del futuro próspero o se les atribuye la culpa de la bancarrota
cultural. Se los presenta en uno de dos estereotipos: como “juventud-divertida” o como
“juventud-problema”.
Los jóvenes han sido presentados (estereotipo positivo) como la vibrante vanguardia del
próspero futuro, la avanzada de una nueva era de libertad y diversión (la del mercado juvenil),
la quintaesencia de la cultura del consumo, orientada al placer… Así en USA, la juventud de los
Beach Boys californianos de los sesenta encarna la imagen de la buena vida. El término
“teenager” denota, más allá de un grupo generacional, una nueva marca de consumo liberado,
desclasado y desvergonzadamente hedonista. Los Beatles son el emblema británico de
juventud que se exporta a USA.
A finales de los noventa más que elogiosas o condenatorias las representaciones mediáticas
de la juventud son equívocas y ambivalentes. Se habla de juventud en crisis. Crímenes con
cierta espectacularidad se presentan en los medios como símbolos de decadencia, cometidos
por una desgastada juventud, por unos adolescentes alienados y anómicos (no siquiera
inmorales): es el caso de las películas de Linklater (Kids, Slacker, etc.); una generación de
iletrados mediáticos y cínicos consumidores, representantes de la cultura posmoderna.
Algunos investigadores consideran que la explosión del consumismo de posguerra conlleva
una sofocante uniformidad y dócil conformidad. Virulentos ataques toman como objeto la
estandarización y distorsión que producen las imágenes mediáticas de los “jóvenes”. R. Hogart
(1957), quien valida la cultura popular como un campo significativo de experiencia colectiva,
considera la juventud de posguerra como un espacio de gran pobreza cultural, hedonista y
pasivamente bárbara, degradada por el mercado de masas. Esta misma visión será
desarrollada por la escuela de Frankfurt: así, en el análisis de la música popular que hace
Adorno, caracterizado por dos procesos, estandarización uniformista y seudo-individualización.
Las lecturas marxistas de la “cultura de masas”, consideran la cultura juvenil totalmente
alienada.
Una perspectiva diferente es la que proponen S. Hall y P. Whannel (1964) al argumentar que la
cultura juvenil es una mezcla contradictoria de autenticidad y manufactura, subrayando el uso
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potencial de la cultura popular como área de auto-expresión de los jóvenes, donde audiencias y
consumidores son capaces de generar significativos modos de vida.
A diferencia de los teóricos críticos de los medios masivos por su sesgo comercial los teóricos
del Centro de Estudios Culturales Contemporáneos de Birmingham CCCS ven a los jóvenes
como activos y rebeldes en el uso de artefactos culturales y textos de los medios, algunos de
ellos subversivos en su significación, mirados a partir de dos categorías: bricolage y homología.
Bricolage se refiere a la forma en que se transforman los significados de objetos particulares y
textos mediáticos al ser adoptados y recontextualizados por grupos subculturales (por ejemplo,
la moto scooter, respetable medio de transporte convertido en arma y símbolo de solidaridad
por los mods). Homología connota la forma en que dispares elementos estilísticos —música,
ropa y actividades de placer—- coexisten formando una expresión simbólica coherente de
grupos de identidad subcultural.
Los autores del CCCS admiten que la “resistencia” subcultural tiene límites (un corte de cabello
no acabará con el capitalismo), siempre será parcial y tangencial, su análisis semiótico de
textos autónomos (significaciones latentes) es problemática, no toma suficientemente en
cuenta los usos que hacen los jóvenes de los medios y textos, puede conducir a comprender la
juventud como un fenómenos homogéneo desde el punto de vista de la clase social como
factor crucial en desmedro de otros sistemas de relaciones de poder (el género, por ejemplo).
Para algunos el “mercado postmoderno del estilo” en el que proliferan los medios y la cultura
del consumo, hacen más fluido y dinámico el tema de las subculturas juveniles. A. Bennet
(2000) habla de “neo-tribus”, concepto capaz de capturar la dinámica y plural relación entre
jóvenes y medios contemporáneos. La categoría es tomada del trabajo de M. Maffesoli,
denotando la forma en que los individuos expresan su identidad colectiva mediante rituales y
prácticas de consumo. No se forman a partir de los tradicionales determinantes estructurales,
sino de sus consumos efímeros y cambiantes. Así, dice Bennet, el consumo de música popular
no obedece a la conformidad con rígidos géneros subculturales, sino a repertorios de gusto
individual. Así sucede, por ejemplo, con la cultura club, el dance music y el rave en los noventa,
definidos por la fluidez y fragmentación de los modelos de consumo mediático, sin un sentido
concreto, más bien por un libre flujo de imágenes.
Muggleton (2000) considera que hemos entrado en la era postsubcultural, en la cual predomina
una “moda turística” de cambiar rápido y libremente de un estilo a otro, en un mundo en el que
no hay autenticidad ni razón para credos ideológicos, sino un simple juego de estilos. En vez
de estrategias de resistencia, los nuevos estilos superficiales apenas son celebraciones
colectivas de individualismo, una expresión bohemia de libertad de las reglas, las estructuras y
controles, así como de la predicibilidad de los estilos convencionales.
Muggleton (2000) encuentra ciertos rasgos comunes y consistentes en los gustos de los
góticos, comercializados en la escena por los medios; no concibe, como lo hicieron en el
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CCCS, que continuemos en el momento de la originalidad creativa, neutralizada ahora por la
intervención comercial. Hebdige es más pesimista aún: el poder subversivo se perdió, las
subculturas han sido recuperadas e incorporadas al torrente mercantilista. O, tal vez nunca
existió, porque siempre existió una relación de intercambio a través de los medios, y sin estos
no hubiera sido posible su identificación (Thornton, 1995). Las auténticas subculturas habrían
sido construcción de los medios; aunque sigan siendo fuentes poderosas de significado para
sus integrantes, el “capital subcultural” conseguido por cada una define las jerarquías internas y
el estatus, sino que también se distinguen colectivamente de los foráneos.
Jóvenes: consumidores activos
Los teóricos de CCCS admiten que la gran mayoría de los jóvenes de clases proletarias nunca
pertenecieron a una subcultura coherente, tal vez porque nunca existió alguna en estado
“puro”. Las auténticas solo existen en los discursos teóricos y allí son espectaculares. En
Common Culture (1990), P. Willis muestra que los jóvenes son creativos en su producción
cultural (música, moda, fanzines, etc.): todo el tiempo están tratando de expresar algo acerca
de su actual o potencial significación cultural; revelan elementos de su capacidad de agencia
cotidiana a través de consumos y prácticas mediáticos. Se trata de una “estética fundada”
mediante la cual rearticulan producciones significativas de su autocreación y formas de
representación. En consecuencia, el consumo de bienes y el uso de medios no son pasivos e
indiscriminados, sino prácticas de creatividad simbólica. Los productos mediáticos y las
industrias culturales no tienen entero control sobre los jóvenes, quienes se apropian,
reinterpretan y subvierten los significados de los textos. No se trata ni de borregos ni de
víctimas. Desde el enfoque de los estudios culturales es fundamental la propia comprensión de
las prácticas culturales y usos de medios.
A partir del enfoque de la “creatividad” de las audiencias se convirtió en importante el estudio
de los fans y sus prácticas culturales, superando la idea de obsesivos y disfuncionales. En
términos de M. de Certeau se trata de la práctica de “robar textos” al subvertir los significados
de la cultura dominante, producir sus propios textos, sus comunidades de sentido y sus
identidades a partir de los originales. También interesa el tema a J. Fiske: en particular sus
sistemas de producción y distribución que constituyen una verdadera economía cultural a la
sombra, además que cada acto de producción y consumo cultural es un acto de producción de
sentido, de potencial trasgresión y resistencia… Ve la cultura popular como una forma de
desafío a las estructuras del poder dominante, como una guerra de guerrillas (por ejemplo, las
imitaciones del estilo Madonna, como forma de empoderamiento de algunas adolescentes).
Estas posiciones de Fiske son criticadas por McGuigan por populistas; en forma similar, Miles
caracteriza las relaciones entre cultura juvenil y mercado comercial como “explotación mutua”…
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En términos de U. Beck (1992) vivir en medio de la “sociedad del riesgo”, en medio de desafíos
diarios, lleva a los jóvenes a buscar alguna estabilidad, a través de una identidad basada en
valores simbólicos relacionados con los productos que consumen, percibidos a través de los
medios. Estas son configuraciones de agencia cultural muy diferentes a las de “resistencia”
subcultural, incluso a las de la “rebelión” del consumidor (Fiske). Sin duda, los jóvenes poseen
una fuerza activa en la creación de sus propios estilos, pero estos tienen que ver con un self
individual más que con una oposición simbólica. También el consumo puede ser usado en este
sentido rebelde.
Podemos reconocer la irrupción de grupos de jóvenes alrededor del mundo compartiendo
actitudes, gustos y sensibilidades (se constata en grandes encuestas); dichos grupos de
diferentes nacionalidades son más parecidos entre ellos en términos de sus actitudes y
comportamientos (consumistas y comunicacionales) que lo son con sus compatriotas. Aún así,
según otros estudios, las desigualdades y las diferencias persisten en el mercado global y más
que participantes en una cultura juvenil estandarizada, los jóvenes del mundo siguen siendo
ramplonamente divididos en términos de oportunidades vitales relacionadas con salud, poder…
a partir de las variables sociodemográficas clásicas. Más que una política explícita, los
principales agentes de la homogenización cultural han sido las corporaciones trasnacionales y
sus imperios mediáticos de base. Nike y Hilfiger imponiendo sus marcas se apropian de los
estilos, actitudes e imágenes de las subculturas juveniles.
Conforme a R. Robertson (1995) la “glocalización” conduce a una situación en la cual las
formas culturales originarias de Occidente se moldean para audiencias y condiciones locales,
siguiendo la filosofía de “piensa global, actúa local” (recordemos el modelo MTV). No se trata,
pues de simple homogenización, es más bien un agregado o red de flujos compuestos de
medios, tecnología, ideología y etnias que se mueven en diferentes direcciones, sin un centro o
una periferia claramente definidos (A. Appadurai, 1996).
Las audiencias locales y regionales reconfiguran los productos de la cultura globalizada. No los
miran como imposiciones del imperialismo cultural americano, sino como símbolos positivos de
libertad y modernidad, como la realización de la utopía de la abundancia material, en
contraposición a la austeridad británica. Para los jóvenes proletarios, paradójicamente el “estilo
yankee” ofrece un sentido de valor, individualidad y empoderamiento. Casos notables son: los
jeans Levis y Coca-Cola, el insolente atuendo de los pachucos mexicanos, o el irrespetuoso y
blasfemo de los Teddy boys londinenses, o el subversivo stilagi de los rockeros rusos.
Ocurre con la música raï en Algeria, síntesis de la tradicional folclórica y del pop occidental,
donde se expresa la ambivalente dualidad en la identidad juvenil algeriana. O los bosozoko
japoneses: tribus de veloces chicos en bicicletas, clanes subterráneos de punk, consumidores
de hamburguesas y onigiri… O los jóvenes de Katmandú, sometidos a la exclusión global y
conectados con el mundo a través de los medios (videos, cine, revistas, etc.). Las modernas
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culturas juveniles no se forman aisladamente, sino a través de complejos procesos de
conexión, interfases e interrelaciones. Sus formas culturales son el producto de la interacción…
En 1997, se funda en Manhattan el nightclub Mutiny, que ejemplifica las dinámicas
interconexiones de la cultura juvenil contemporánea, bajo el lema: “Insurgencia Musical a
través de las Fronteras”. Pone en escena música electrónica del sur de Asia (tambores, hiphop, música folclórica de India). Las modernas culturas juveniles no se localizan en la esencia
pura de una etnia o cultura, sino que amalgaman identidades locales y globales. Los continuos
intercambios y fusiones constituyen una gran experiencia diaspórica, reconocible por la
heterogeneidad y diversidad, por la hibridación y la intersección de múltiples subjetividades
(Hall, 1990).
Briggs y Cobley (1999) muestran que los rappers ingleses miran América como la “madre” de la
cultura hip-hop, aunque hacen la síntesis de esa fuente con las afro-caribeñas y negras
británicas, que ven como diferentes. Esos procesos de interconexión se pueden visualizar en el
“jungle”: forma musical que se entiende como robo creativo de múltiples fuentes y estilos
(reggae, raga, hip-hop, hard-core y house).
Las culturas juveniles modernas no se forman aisladamente, sino mediante interconexiones,
fusiones y amalgamas. La diáspora cultural (Gilroy, 1997) y el impacto de la dispersión por
efecto de los viajes, crean redes de identificación trasnacional, comunidades imaginarias,
encontradas, contingentes, sincréticas, híbridas, impuras. Estas “identidades diaspóricas” y de
lucha política es típica de las culturas negras, de sus conexiones trasatlánticas, en permanente
diálogo transcultural… Sus raíces están en permanente flujo y cambio, como su música (del
calipso y ska caribeños, a través del reggae y la cultura club de Jamaica, llega al rap y hip-hop
neoyorquino). Se produce un proceso de fertilización cultural en los cruces, una “sinergia”
(mejor que hibridación): constitución de nuevas formas culturales e identidades en la
intersección de diferentes sitios, historias y experiencias. Se abre así otra forma de teorizar la
etnicidad y la identidad, ya no esencial y fija sino en construcción, múltiple y dinámica. Otro
ejemplo notable sería la música bhangra, espacio intercultural de “nuevas etnicidades”: folclor
bengalí y punjabi en fusión con el hip-hop, el soul y el house.
La serie Buffy la caza-vampiros de la Fox, ha generado una inmensa cantidad de sitios web,
que ilustra la emergencia de la moderna era de la hiper-realidad: un universo multimedia
integrado e interactivo, un nuevo modo de consumo mediático, nuevos desarrollos que
impactan las identidades culturales y las solidaridades, que disuelven las barreras de tiempo y
espacio, las nociones de “global” y “local”, creando nuevas comunidades descentradas en
términos de sus identidades, dada su configuración alrededor de mundos ficcionales.
Tal vez el más dramático impacto en la vida de los jóvenes lo está produciendo el teléfono
celular, en cuanto modelo para establecer, cultivar y mantener las relaciones sociales. Produce
una sentido de independencia y acceso a toda una red de amigos, a quienes se lleva consigo,
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sobre todo mediante la mensajería interactiva de texto, forma ritualizada de crear confianza y
reciprocidad. También se ha convertido en medio de autoexpresión, símbolo de estatus y forma
de proyección de la identidad. El potencial económico es inmenso. En forma similar, a través
de internet, crecen las “comunidades virtuales”. Muchos teóricos (Turkle, Rheingold, Abbot)
celebran el potencial de la comunicación electrónica, su capacidad de crear espacios para
nuevas, múltiples, experimentales formas de identidad.
Simultáneamente aparecen otras formas de redes comunitarias: los hackers, foros no oficiales
de fans, plataformas de consumidores activistas, sitios de acumulación, apropiación y
rearticulación del contenido mediático, consumo y producción conjugados… Se constata mayor
dominio de la tecnología por parte de hombres jóvenes; usos participativos de internet para la
construcción colectiva de las propias subculturas, así como de nuevas y más fluidas formas de
exploración identitaria, y de conexiones “translocales”, de movimientos antiglobalización. Las
percepciones del mundo, las experiencias de espacio y tiempo en la vida de los jóvenes… se
han alterado profundamente mediante los nuevos medios y las tecnologías de comunicación.
“¿Dónde se está produciendo el sentido? Nuestro ‘circuito de la cultura’ sugiere que en
diferentes sitios y que circula mediante diferentes procesos y prácticas…consumo,
representación o identidad son temas inevitables… todos ellos están conectados con los otros,
ninguno es autónomo (por ejemplo, producción/consumo); se trata de un modelo de diálogo, no
de simple transmisión…” (Paul du Gay, 1997).
La noción de “circuitos de cultura” (R. Johnson, 1980) alude a cómo las formas mediáticas
circulan y generan sentidos, dentro de la vida cultural. Un texto se mueve al menos a través de
tres estadios: producción, textualidad y recepción. En cada uno de ellos existen características
específicas, pero los tres están conectados mediante procesos de interdependencia e
interacción. En los Estudios Culturales, se acredita a las audiencias y consumidores un papel
activo en la creación simbólica de sentidos; se supera la noción de “masas” manipuladas y el
puro análisis del texto; ello conlleva en muchos casos la insuficiente mirada a los temas de
producción y control, cayendo en cierto “populismo cultural” que enfatiza algunos aspectos
desde la perspectiva del pueblo en desmedro del abordaje económico, histórico y político.
Se llega así a finales de los noventa a un marcado dualismo entre la economía política, que
acentúa las dimensiones de la producción/control, y la teoría cultural que lo hace con la
dimensión de la recepción/creatividad. El análisis de Du Gay (1997) muestra que existen cinco
procesos interconectados en el circuito cultural: producción, formación de identidad,
representación, consumo y regulación. Se pone particular atención en las relaciones entre
comercio y cultura, entre producción y consumo, típicas de nuestra cotidianidad. A. McRobbie
destaca las “tres e”: lo empírico, lo etnográfico y lo experimental.
Está claro que se requiere una aproximación desde múltiples perspectivas para comprender las
relaciones entre cultura juvenil y medios, en codependencia del mercado juvenil y el circuito
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cultural. Asimismo, la conexión entre desarrollo económico e ideología política es importante y
ha afectado la formulación de política de juventud, entendida como una etapa diferente de la
vida. Los desarrollos tecnológicos segmentan los grupos de consumidores, requieren
especialización de los “intermediarios culturales” (publicistas, diseñadores, mercadólogos), de
los “cazadores” de plusvalías y valoraciones que connotan estilos juveniles. Los consumidores,
por su parte, se apropian los textos, los convierten en sitios de auto-representación, los
construyen en diálogo con los objetos al inscribir en ellos sus propias significaciones, valores e
identidades.
Nota
* Este artículo constituye una adaptación especialmente preparada por el autor para este Dossier, a partir de una
versión publicada con anterioridad en la revista especializada brasileña Comunicação, Mídia e Consumo.
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