Adolescencia: el fin de la ingenuidad Luis Kancyper Es estimulante que la adolescencia esté activa y haga oír su voz, pero los esfuerzos adolescentes que hoy se hacen sentir en todo el mundo deben ser enfrentados, deben cobrar realidad gracias a un acto de confrontación. Esta debe ser personal. Los adultos son necesarios para que los adolescentes tengan vida y vivacidad. Oponerse es contenerse sin represalia, sin espíritu de venganza, pero con confianza (...) que los jóvenes modifiquen la sociedad y enseñen a los adultos a ver el mundo de una manera nueva; pero que allí donde esté presente el desafío de un joven en crecimiento, haya un adulto dispuesto a enfrentarlo. Lo cual no resultará necesariamente agradable. En la fantasía inconsciente, estas son cuestiones de vida o muerte. D.W. Winnicott El desprendimiento de la autoridad parental es una operación necesaria pero también angustiante del desarrollo humano, y puede ser obstaculizado cuando en el vínculo padres e hijos prevalecen relaciones indiscriminadas, en las cuales el otro no es considerado diferente ni separado. Precisamente es la falta de ese otro discriminado lo que deniega el enfrentamiento y la confrontación intergeneracionales. La confrontación generacional representa una de las vías principales para estudiar de qué manera las relaciones de poder “fabrican” sujetos e instauran una multiplicidad de técnicas de constricción reversibles, que se despliegan asimétricamente y en dos direcciones: desde los padres hacia el hijo y desde este hacia los progenitores. Una de estas técnicas estaría representada por el uso y abuso del Eros, del amor, que sofoca el espacio discriminado del otro mediante un solapado manejo de poder-seducción; otra sería ejercer el podersumisión para rellenar toda carencia, toda falta, todo apremio objetivo en los hijos, lo que impediría que manifestasen el odio y la agresividad. El odio y la agresividad son dos emociones y mociones fundamentales que posibilitan la admisión del otro como exterior a uno, y que operan, además, como condición necesaria para que se instale una tensión entre los opuestos, y así se despliegue el movimiento dialéctico de la discriminación y la oposición entre las generaciones. El adolecer y la adolescencia de los padres del adolescente Así como los padres son necesarios para que en el hijo se estructure el complejo de Edipo, también lo son para que el vástago salga de él y pueda acceder a la elección de objetos sexuales, no incestuosos ni parricidas, y a nuevos objetos vocacionales más allá de los mandatos parentales. Este es un largo, difícil y tortuoso camino donde muchos se detienen antes de la línea de llegada. Los padres del adolescente requieren enfrentar inexorablemente un propio trabajo elaborativo psíquico complejo, debido a la reactivación y resignificación de sus propias adolescencias, en muchos casos de un modo patético, porque esta fase coincide con la llegada de la menopausia y el avejentamiento. Ellos sufren duelos y angustias por la resignación de los deseos narcisistas de inmortalidad y de completud depositados en el hijo, y de sus deseos pigmaliónicos relacionados con las fantasías de fabricación y moldeado del otro a su imagen y semejanza, para ejercer sobre él un poder omnímodo y omnisciente. Deben, además, admitir la sexualidad floreciente y la potencia de desarrollo en el hijo que crece, contrapuestas a las de ellos que se encuentran en franca disminución. Cada uno de los padres debe librar múltiples y simultáneas batallas en varios frentes para acceder no sólo a la ¿desmistificación o desmitificación? del Narciso, Pigmalión y Edipo, que se albergan en su alma en diferentes grados, sino que además debe desmantelar a Cronos que devora a sus vástagos. Esta tarea es intrincada y dolorosa para los padres, porque apunta a admitir la inexorable irreversibilidad del tiempo y la prohibición definitiva de la reapropiación devorante de los hijos. Pero, ¿qué sucede cuando el padre del adolescente no resigna su propia adolescencia y, por ende, no puede ejercer su función paterna? ¿Cuando no puede realizar la elaboración de estos variados duelos caracterizados por una compleja y múltiple causalidad? Entonces se produce el borramiento de la diferencia generacional, y la necesaria rivalidad edípica deviene en una trágica lucha fraterna y narcisista. En lugar de la confrontación, se instauran la provocación, la evitación o la desmentida de la brecha generacional, con lo cual se altera el proceso de la identidad. El padre “cucharita” Abel es un adolescente de 20 años que presenta un severo déficit de identidad. Es el hijo preferido de sus padres y el nieto predilecto de los abuelos. Los negocios del padre llevan únicamente su nombre de pila, y él ha efectuado una elaboración masoquista de su lugar y condiciones preferenciales. Estos son algunos de sus comentarios en sesión: Mi papá es un pendeviejo. Se la pasa compitiendo conmigo en la ropa, en el corte de pelo, en los deportes y hasta con las minas. Pero para mí es un padre cucharita porque no corta ni pincha. Mi papá se pone a nivel nuestro. Yo parezco una persona adulta y él parece un pendeviejo, parece mi hermano. Yo no quiero un padre-hermano; quiero que cumpla el rol de padre. Quiero que sea más serio. Siento que está invadiendo lo que me pertenece. No me gusta la competencia con él. Yo siento que él la provoca. Él tiene 52 años y nos hace sentir que somos tarados, y con ironía nos dice: “Yo corro ocho kilómetros y ustedes no hacen ningún deporte”. Algo pasa que mis hermanos y yo nos borramos del club, y que además ninguno de nosotros está en pareja. Él se cree que es el más piola. Me avergüenza mi papá. El padre “cucharita que no corta ni pincha” en la dinámica familiar no instituye la función paterna; como consecuencia no ejerce, por un lado, el corte en la díada madre-hijo, y por el otro, el fraternizar el vínculo paternofilial, impide que el hijo acceda al inevitable y necesario proceso de la confrontación generacional, esencial para la adquisición de la identidad. En la siguiente sesión, Abel comenta: Yo no quiero vivir para zafar. Zafar es alejarse del sufrimiento o de la realidad en lugar de vivir para encontrar significado a las cosas y para disfrutar lo que uno hace. Cuando zafás no resolvés nada. Es esconder la cabeza como el avestruz. Mi papá no sabe cuándo tengo que dar un final en la facultad, ni con quién me voy de viaje. Una actitud típica de él es la siguiente: llega cansado y me dice: “¿Cómo te va?, ¿todo bien?, ¿todo en orden?”, y sigue caminando con su teléfono celular en la mano sin darme tiempo para que yo pueda contestarle, y se encierra en su pieza. Allí tiene su baticueva y esconde todo. Él vive ocultando y yo vivo para zafar. Mi papá no se permite muchas cosas y yo tampoco; ¡cuántas cosas en común tengo con él! Él tiene una actitud con la gente que me revienta. Quiere quedar bien con todos y no hace lo que quiere. Y yo a veces hago igual que él. Pero mi papá además es un capo para hacerte sentir un inservible. En mi casa nadie se permite estar mejor que el otro. Todos nos nivelamos siempre para abajo. No nos permitimos tener una buena reunión familiar, y tampoco yo me permito nivelarme para arriba porque me sentiría diferente. Pero yo me quiero diferenciar y no asemejarme a los demás. Pero al diferenciarme de mis padres y de mis hermanos me siento mal. Me da pena y culpa ver que mis padres son un fracaso, que mi hermano, que es mayor que yo, está tirado en la cama y que el más chico está perdido en el mundo. Pero yo sé que puedo ser diferente, que tengo buena materia prima. Pero en mi casa es difícil ser diferente. Llega un momento en que todos somos mozos. Todos servimos a todos y nos nivelamos para abajo, y entonces la conversación empieza a girar alrededor de las desgracias y de los problemas [pausa]. A mí me gustaría desnivelarme para arriba, pero el peligro es estar solo. No estar solo físicamente, porque sé que el amor de mis padres es incondicional, pero solo simplemente por querer ser diferente. La modalidad de pensamiento y de accionar de los padres “cucharitas” y “pendeviejos” se halla, además, favorecida en la actualidad por la ideología imperante del individualismo posmoderno, que al entronizar el culto del cuerpo-imagen y el permanente entusiasmo de una juventud eterna, indiscrimina los vínculos y desmiente la diferencia generacional. Fin de la ingenuidad La adolescencia es una de las etapas más importantes del ciclo vital humano, representa un momento trágico en la vida: “el fin de la ingenuidad”. El término ingenuidad denota la inocencia de quien ha nacido en un lugar del cual no se ha movido, por lo tanto, carece de experiencia.Ingenuo es lo primitivo, lo dado, lo heredado y no cuestionado. Deriva de la raíz indoeuropea gn¿es así?¿o es gen? que significa a la vez conocer y nacer. La adolescencia es un momento trágico, porque en esta fase del desarrollo humano se requiere sacrificar la ingenuidad inherente al período de la inocencia de la sexualidad infantil y el azaroso lugar ignorado del juego enigmático de las identificaciones alienantes e impuestas al niño por los otros. Estas identificaciones deberían ser develadas y procesadas durante este período, para que el adolescente alcance a conquistar un conocimiento, un inédito reordenamiento de lo heredado y así dar a luz un proyecto propio desiderativo sexual y vocacional. Proyecto que, una vez logrado, estructurará y orientará su identidad, y que, al ser asumido con responsabilidad por él, pondrá fin a su otrora posición: la de una ingenua víctima pasiva de la niñez. Sostengo que “lo que se silencia en la infancia suele manifestarse a gritos en la adolescencia”, y además considero que resulta necesaria la revalorización, aún mucho más de lo que se ha hecho hasta el presente, de la cualidad de flexibilización al cambio psíquico albergado en el período de la adolescencia; porque es en esta nueva etapa de desarrollo, en donde se producen las transformaciones psíquicas, somáticas y sociales que posibilitan al sujeto la aparición de una mutación psíquica estructural, en medio de un huracán pulsional y conflictual. El adulto ante el espejo de la ingenuidad del adolescente 1. El adolescente confronta al adulto con una nueva mirada que, en su aparente y candorosa ingenuidad, desnuda al adulto y le hace advertir los absurdos a los que sehabía acostumbrado. 2. El adolescente se afana por descorrer los velos que tapizaron la verdad del pasado del mundo de los adultos al que intenta corregir, para asistir al alba de unos tiempos nuevos. 3. El adulto evita mirarse en el espejo del adolescente, porque al reflejarse en él, requiere deponer el ejercicio de su abusivo poder intergeneracional. 4. El acto de la confrontación desencadena en el adulto una actitud de oposición, porque le inflige una vejación psicológica: lo enfrenta con su propia vergüenza, culpa y cobardía al comprobar su humillante fracaso ante el incumplimiento de los ideales e ilusiones del adolescente que fue; y lo fuerza a una revisión cuestionadora del sentimiento de su propia dignidad. A los veinte años incendiario y a los cuarenta, bombero. 5. El adolescente intima a que el adulto se confronte consigo mismo; con lo más íntimo y exiliado de su propio ser, lo cual resulta altamente resistido por el adulto, porque se siente presionado a encarar un trabajo psíquico impuesto, consistente en reflexionar acerca de la validez de sus propias creencias y certezas. Dicha situación expone al adulto a poner a prueba y a enfrentar la estabilidad de sus propios sistemas intrapsíquico e interpersonal. 6. De lo hasta aquí desarrollado, podemos deducir que el adolescente en esta nueva fase de su vida, al mismo tiempo que intenta poner fin a su propia ingenuidad, desafía el silencio de la ingenuidad defensiva de los adultos; y al confrontarlos, les aporta una revulsiva oportunidad para sumar nuevas adquisiciones y modificaciones en la construcción permanente del interminable proceso de la identidad individual y social.