FREUD - Lectura de la realidad en el aula

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FREUD. ALGUNAS DE SUS CONTRIBUCIONES A LO CULTURAL Y LO
POLÍTICO
Por Fernando Martínez Salazar
La aportación freudiana, el descubrimiento del inconsciente, viene a colocar al hombre
en sus justas dimensiones: ya no es más el amo y señor de sí mismo; hay una parte, el
inconsciente, que determina su conducta y que le es desconocida y que, por la misma
razón, le es inaccesible e incontrolable. De centro a partícula del universo gracias a
Copérnico, de hijo de Dios a simple humano con Darwin, de dueño de su persona a
desconocedor de sí mismo debido a Freud. Tres golpes antinarcisistas nada fáciles de
asimilar, pero con avances fundamentales para la comprensión y lectura de su
realidad.
En este trabajo intento mostrar cómo Freud, a través de su obra, trascendió con su
pensamiento lo meramente clínico y se adentró en lo cultural y lo político, generando de
esta manera lo que se denomina la “revolución psicoanalítica”.
Se le dio el nombre de revolución psicoanalítica para compararla de alguna
forma con las revoluciones copernicana –la tierra no es el centro del universo– y
darwiniana – la especie humana no es más que una de tantas especies animales–. La
aportación freudiana, el descubrimiento del inconsciente, viene a colocar al hombre en
sus justas dimensiones: ya no es más el amo y señor de sí mismo; hay una parte suya, el
inconsciente, que determina su conducta, que le es desconocida y que, por la misma
razón, es inaccesible e incontrolable. De centro a partícula del universo, gracias a
Copérnico; de hijo de Dios a simple humano, con Darwin; de dueño de su persona a
desconocedor de sí mismo, debido a Freud: han sido tres golpes antinarcisistas nada
fáciles de asimilar, pero cada uno es un avance fundamental para la comprensión y la
lectura de la realidad humana. Tendrá que pasar mucho tiempo para que el hombre
comprenda que lo que se redujo fue la magnitud de su fantasía y que lo que adquirió, a
cambio, fue el oro puro de la realidad y de la verdad. Saber quién es el hombre, vale
mucho más que millones de fantasías que solo distorsionan ese saber.
Sería injusto e irreal circunscribir el descubrimiento freudiano a la intención
inicial que tuvo: aliviar algunos males que aquejaban y aquejan a la humanidad, para
quienes no existía una explicación satisfactoria de los padecimientos nerviosos que se
aglutinan alrededor de la neurosis. En 1931, Stefan Sweig decía que “la curación que
logra el psicoanálisis de unos centenares de neuróticos cada año – es decir, su parte
clínica – difícilmente representa más que un detalle secundario de esta disciplina”. La
parte relevante la reservaba este autor para la cultura misma. Freud en un principio
intentó sujetar su descubrimiento al campo de la medicina. Su formación lo inclinaba a
buscarle un acomodo a través de un forzado corsé al que nunca pudo someterlo. En
1925, en su autobiografía, Sigmund Freud, presentada por sí mismo, admite que
después de la desviación que sufrió el psicoanálisis por el camino de las ciencias
naturales y la medicina, desviación que asegura con cierto dejo de tristeza le había
ocupado gran parte de su vida con logros muy pobres, éste, el psicoanálisis, lejos de
sujetarse a esa disciplina se removía, se liberaba y se expandía por espacios
impensables, y que por ello ahora tenía que dirigir su atención nuevamente a los
aspectos culturales en los que constantemente incidía; aspectos que, por cierto, lo
cautivaron desde muy joven, si nos atenemos al interés que mostraba por ellos y que es
de donde él extrae ese acervo cultural que después queda plasmado en un sinnúmero de
alusiones en su obra. La literatura, la filosofía, la historia y las artes plásticas, fueron
motivo de interés para el psicoanálisis. Lo mismo lo fueron la estética, la sociología, la
pedagogía, y de todo ello, Freud empieza a dar cuenta en los textos publicados en 1913
con el título de: El interés del psicoanálisis.
Freud no se detiene con el descubrimiento del inconsciente, que por sí solo tenía
un gran valor para considerarlo el eje central de una revolución. Al contrario, lo
transforma en la puerta de entrada a un mundo desconocido que había que transitar y
conocer. No mencionaremos todos sus descubrimientos, no es nuestro objetivo; solo
daremos cuenta de algunos, los más relevantes para nuestros propósitos. Freud se
interesa en los sueños, los estudia (1900) y descubre que se constituyen en la vía regia
para el inconsciente. Desmorona el carácter predictivo, premonitorio, que por siglos se
les había atribuido. Cuántas batallas se decidieron pensando que así era pero de buenas
a primeras llega alguien a demostrar que su verdadera razón de ser tiene que ver con la
realización de deseos, con el preservar el dormir, y que su contenido manifiesto
ocultaba otro latente. Unos años después (1905), Freud vuelve a conmocionar al mundo
con lo que denominó Tres ensayos sobre una teoría sexual. Aquí el se percata de que la
sexualidad tiene por lo menos tres etapas: una embrionaria, otra desde el nacimiento a la
pubertad, y una última de la pubertad hasta la muerte, y con ello nos deja en los labios
la conclusión de que la sexualidad nace y muere junto con la vida. Su teoría echaría por
tierra la creencia popular de la inocencia infantil y, con ello, se ganaría la acusación de
algunos padres de familia y de los religiosos que era un pansexualista; sin embargo,
desde el fondo de las cenizas de las acusaciones, incluyendo las de algunos de sus
acompañantes en el inicio del movimiento psicoanalítico, surge la realidad y con ella la
verdad de que la neurosis es el reverso de la represión, y que muchas de las
perversiones, una vez que habían sufrido el efecto de la represión, se constituían en la
base de las neurosis que se manifestaban en la vida adulta. El individuo normal tampoco
quedaba exento de esas perversiones. Lo único que este lograba, era canalizarlas a una
genitalidad adulta que las subordinaría pero, al igual que en el neurótico, éstas habrían
formado parte de sus diferentes etapas de desarrollo.
Los descubrimientos de Freud tienen un valor clínico indiscutible, y su utilidad
hoy en día sigue vigente para el tratamiento de enfermedades mentales, pero no
podemos reservarlos exclusivamente para ese fin. Cuando él descubre el inconsciente,
sus vías de acceso, la sexualidad infantil, la represión como mecanismo de defensa, la
disociación de esa sexualidad de la conciencia, el hecho de que la sexualidad busque
otras vías de salida a través del síntoma y que los síntomas al reunirse formen una
neurosis, ya están dibujando otro hombre, otro niño, otro ser humano, otra realidad muy
diferente a la previamente concebida por el propio hombre. Esos descubrimientos, por
esa sola razón, van más allá de lo clínico: tienen una repercusión en lo social y por
tanto, en lo cultural y lo político.
De ahí que Freud mismo no pudiera detenerse en lo que en un comienzo fue su
principal motivo de interés: la clínica. Sus indagacio(nes) y sus repercusiones lo
encaminaban indefectiblemente a lo cultural. Él era y es un transformador y un
aportador de la cultura. En 1912-13 escribe Totem y tabú; en 1913, El interés por el
psicoanálisis; en 1914, El Moisés de Miguel Ángel y Sobre la psicología del colegial; en
1920, Más allá del principio del placer; en 1921, Psicología de las masas y análisis del
yo; en 1927, El porvenir de una ilusión; en 1925, Una vivencia religiosa y Dostoievski y
el parricidio; en 1929-30, El malestar en la cultura; en 1932, La conquista del fuego; en
1932-33, 35ª Conferencia en torno de una cosmovisión y ¿Por qué la guerra? Y en
1934-38, Moisés y la religión monoteísta.
En 1930 Freud fue galardonado con el premio Goethe de Frankfurt. En el escrito
donde se le comunica la decisión, se le hace el siguiente reconocimiento: “Con el
método escrito de la ciencia natural y al mismo tiempo con una osada interpretación de
los símiles acuñados por los poetas, su labor investigadora ha abierto una vía de acceso
a las formas pulsionales del alma, creando así la posibilidad de comprender en su raíz la
génesis y arquitectura de muchas formas culturales y de curar enfermedades para las
que el arte médico no poseía hasta entonces las claves. Pero su psicología no sólo ha
estimulado y enriquecido la ciencia médica, sino también las representaciones de
artistas y pastores de almas, historiadores y educadores”.
En la contestación que Freud hace a este reconocimiento, aflora su queja por la
incomprensión de quienes criticaron su obra. Su hija Ana leyó el escrito, pues él, debido
a su enfermedad, no pudo asistir a recibir personalmente el premio. En él hay un párrafo
que dice lo siguiente: “Pienso que Goethe no habría desautorizado al psicoanálisis de
manera tan inamistosa como tantos de nuestros contemporáneos. Por ejemplo, (a
Goethe) le resultaba familiar la incomparable inconformidad de los primeros lazos
afectivos de la criatura humana. En la dedicatoria de su poema, Fausto, la celebró con
palabras que nosotros, los analistas, podríamos repetir para cada análisis: “De nuevo
aparecéis, formas flotantes /como ya extraño ante mis turbios ojos. / ¿Debo intentar
ahora reteneros?”. Más adelante, el propio Goethe escribe lo siguiente: “Y cual vieja
leyenda casi extinta / la amistad vuelve y el amor primero”.
Agrega Freud: (Goethe) “en un poema dedicado a Charlotte Von Stein se
explicó la más intensa atracción amorosa que experimentó como hombre maduro,
prorrumpiéndole a su amada la siguiente frase: ¡Ah! Fuiste en tiempos pasados mi
hermana o mi mujer.”
Es así como el psicoanálisis y la cultura universal comulgan, se fusionan y
retroalimentan uno a otro. Freud ya no es solamente médico; es alguien que pertenece a
la cultura, y ésta última igualmente ya no podrá nunca dejar de beber el agua de esa
fuente inagotable que es la investigación psicoanalítica.
En lo que se refiere a lo político, a Freud se le ha visto como un ser totalmente
alejado de esa disciplina social. Roger Dadoun, en su Psicoanálisis político (1996)
afirma: “El rumor de un Freud apolítico se ha difundido desde siempre y
obstinadamente, al punto de que la mera alusión de lo político en relación con él
constituye a los ojos de muchos una especie de incongruencia”. Agrega que Freud,
además, se encargó de hacerlo sentir así cuando afirmaba que “políticamente no soy en
absoluto nada”. Estas palabras las dijo ante el intelectual trotskista Max Eastman, y el
historiador americano William M. Johnston las citó en su libro El espíritu de Viena.
Varias declaraciones y conductas de Freud como la anterior, han mantenido la imagen
de un Freud políticamente apático y calificado por ciertas opiniones como conformista,
conservador, victoriano, falocrático y chovinista. Ahora bien, dice Dadoun: “La
reflexión política de Freud no aparece ni sistemática ni doctrinalmente en su obra, pues
se mantenía deliberadamente al margen de lo político en tanto que campo particular de
actividad, proyecto existencial o ambición trascendente”.
En efecto, no debemos olvidar que Freud consagró casi un cuarto de siglo de su
vida a investigaciones y trabajos de anatomía, fisiología y patología cerebral, y que
después vino su gran obra psicoanalítica. De esta forma, sus reflexiones políticas
aparecieron como descubrimientos a menudo asombrosos e iluminadores, pero
disgregados a través de su obra; sin embargo, al abordar, analizar y articular los textos,
y los recuerdos, los sueños y comentarios de Freud, se hace evidente, en algunos de
ellos, la predominancia de su preocupación política. Ello nos permite hablar de un
pensamiento político freudiano con todo derecho.
ALGUNOS HECHOS QUE, SE SUPONE, ESTRUCTURAN UN PENSAMIENTO
POLÍTICO EN FREUD, ATRIBUIBLES A SU INFANCIA Y A SU DESARROLLO
EMOCIONAL.
Dadoun habla inclusive de algunos “dispositivos” o “predisposiciones” que justificarían
el pensamiento político de Freud. Por ejemplo, dice que Freud se describía como el feliz
niño de Freiberg. Este dato lo relaciona con otro no menos importante: el nombre de
pila de Freud, Segismundo, cedió su lugar al de Sigmund, nombre del prestigioso héroe
wagneriano de la mitología nórdica. Un tercer dato sería que Freud visualizaba a Moisés
como su identificación heroica más significativa, y lo hace cuando, por ejemplo, califica
de “formidable hazaña antropológica” el descenso de Moisés del Monte Sinaí para traer
la ley a los judíos.
Estos hechos, dice Dadoun, debieron tener un significado trascendental para
Freud, quien además era muy dado a buscar el origen de las palabras. Sabía bien que
Freiberg significaba “montaña de libertad”. Después, su identificación con el héroe de la
mitología nórdica, de donde toma su nombre definitivo, y finalmente su admiración por
Moisés, debieron influir de manera importante en lo que más adelante llegaría a ser él
como persona, así como en su pensamiento e ideales. De ahí, dice Dadoun: “Que no
sería aventurado pensar, haciendo un símil con esta última figura significativa, que
Freud haya tenido como destino y misión en la vida traer otra ley a los hombres,
proponerles un a nueva alianza y señalarles una nueva tierra prometida y una libertad
antes no conocida”, refiriéndose con ello, por supuesto, al descubrimiento del
inconsciente y en consecuencia al cambio de leyes que acarreó para la comprensión de
la conducta humana. La nueva alianza sería la que en psicoanálisis hace el médico con
su enfermo para abordar el inconsciente. Éste mismo sería la tierra prometida, y una vez
que se tomara conciencia se le conquistaría. La libertad sería el logro obtenido por el
hombre al librarse del yugo al que lo somete la enfermedad emocional.
Como quiera que sea, no es fácil aceptar que un pensador de la estatura de
Freud, generador de una gran revolución en lo clínico y en lo cultural, no haya tenido un
pensamiento político. Su postura ante la vida y sus descubrimientos revolucionarios, lo
colocan como alguien que conmocionó y transformó a la sociedad misma. Ya no somos
iguales después de él, al menos no somos como nos concebíamos en nuestra fantasía.
Ahora, nuestra realidad es otra y otra nuestra condición.
APORTACIONES DE FREUD EN LO CULTURAL Y EN LO POLÍTICO PARA LA
COMPRENSIÓN DE LOS ORÍGENES DE DOS CONCEPTOS FUNDAMENTALES
PARA LA VIDA EN COMUNIDAD DE LOS SERES HUMANOS: EL PODER Y LA
JUSTICIA.
A Freud le merecieron un interés muy especial los conceptos de poder y justicia y, en
varios de sus escritos (Mas allá del principio del placer, Psicología de las masas y
análisis del Yo, y El malestar en la cultura), hace aportaciones significativas para
comprender sus orígenes en el desarrollo tanto ontogenético como filogenético del ser
humano.
ORÍGENES DEL PODER
El poder es una expresión de la conducta del ser humano. Freud, en El malestar de la
cultura, relaciona los orígenes del poder con la violencia. Según él, en un principio, el
hombre, disgregado, comete actos violentos contra otros hombres. Bajo el imperio de la
ley del más fuerte, surge la necesidad, en determinado momento de la historia, de que
algunos de ellos, los más débiles, se congreguen para oponerse al más fuerte y después,
ya reunidos, formen una fuerza que impida la acción violenta que se consumaba contra
ellos; sin embargo, el sometimiento de estos sujetos violentos, no por obedecer a un
beneficio de la comunidad recién creada, deja de tener la característica de ser también
violenta.
Los orígenes del poder se dan pues, por la necesidad de sofocar la violencia
aislada e individual. La convivencia humana sólo es posible cuando se aglutina una
mayoría más fuerte que los individuos violentos aislados y, cohesionada frente a éstos,
es capaz de someterlos mediante el ejercicio de un poder superior que guarda ciertas
características. Una es que el poder de la comunidad se contrapone como derecho al
poder del individuo, que es condenado como violencia bruta. Esta sustitución del poder
del individuo por el de la comunidad se constituye en el paso cultural decisivo de la
humanidad. Su esencia consiste en que los miembros de la comunidad se limitan a sí
mismos en sus posibilidades de satisfacción de sus impulsos, en tanto que el individuo
como tal, en sus principios, no conocía esa limitación. El siguiente requisito cultural es
la seguridad de que el orden jurídico establecido no se quebrante para favorecer a un
individuo violento. El resultado final debe ser un derecho al que todos, al menos todos
los capaces de vida comunitaria, hayan contribuido con el sacrificio de sus pulsiones, y
en el cual nadie pueda resultar víctima de la violencia humana.
¿Es ésta la única y más trascendental contribución de Freud para comprender los
orígenes del poder? Creemos que no, que la que acabamos de exponer explica las causas
externas que orillaron a los individuos a integrarse en una comunidad y defenderse de la
violencia que podían padecer, pero probablemente existen otros orígenes que, más que a
la filogenia, obedecen a la ontogenia. Pensamos así porque creemos que el desarrollo
emocional del ser humano debió aportar algo en ese sentido. En otra parte de su obra,
Más allá del principio del placer, describe el juego infantil de un pequeño de año y
medio, consistente en hacer desaparecer un carretel atado a un piolín, debajo de la cuna,
haciendo una expresión equivalente a un ¡se fue! Después lo hacía aparecer con una
clara expresión de satisfacción. A Freud le llamó la atención, además del citado juego,
que el pequeño mostrara, ante las ausencias de la madre, cierta indiferencia: parecía no
importarle que se alejara y, a diferencia de otros niños, no llorara o se enojara. Más
adelante también se percató de que el pequeño extendió su juego con su propia persona:
jugaba a hacer desaparecer su imagen de un espejo y volverla aparecer diciendo “Bebé
se fue” cuando desaparecía, y expresando júbilo cuando reaparecía en el espejo.
Freud se explicó esta conducta afirmando que el juego tenía como finalidad
controlar la angustia que el niño debió sufrir cuando la madre se alejaba y no podía
hacer nada para evitarlo, es decir, cuando era el objeto pasivo de esta acción; pero que a
través del juego, se transformaba en el sujeto activo que controlaba los alejamientos y
las reapariciones de su madre, ahora desplazada y simbolizada en el juego. Esta
condición, la del pasar de sujeto pasivo a sujeto activo, es de suma importancia en el
desarrollo emocional del niño y en el de todos los niños. Es la que observamos en los
juegos infantiles como natural, y que obedecen a la siguiente regla: lo que más le
angustia al niño después lo repite jugando, pero en esta nueva ocasión, tratará de que
sea otro niño, y no él, quien sufra las consecuencias de ser el sujeto pasivo del juego.
Más tarde, el mismo niño, a los cinco y nueve meses de edad, sufre la pérdida
definitiva de su madre quien falleció pero no aparece acusar el proceso de duelo que
normalmente debería producirse.
La descripción que Freud hace de ese momento del desarrollo emocional en que
el ser humano tiene que transitar de lo pasivo a lo activo, merece que la ampliemos y
que tomemos en cuenta algunos acontecimientos que vienen junto a este paso
trascendental. Uno de ellos sería aquel mediante el cual el niño soporta las separaciones
de la madre y a la vez obtiene cierta tranquilidad, resarciéndose de esas pérdidas
pasajeras con los objetos con que cuenta a su alrededor, como serían los juguetes y el
juego mismo. Otro muy importante lo constituiría una pulsión de apoderamiento que
actuaría para hacer sentir que ahora no es el niño el que depende de las personas, sino
que son las personas las que dependen de él, pero haciendo con anterioridad un
desplazamiento de la figura parental (madre) a los objetos del juego, objetos que
acabarían siendo de su total control. Esta pulsión de apoderamiento como la llama
Freud, parece ser que es la alimenta y da origen al deseo de poder y al poder mismo. Lo
anterior podría entenderse de la siguiente manera:
Estado de angustia por las separaciones de la madre ---- desvalidez, temor,
tristeza ---- resarcimiento con los objetos del juego y el juego mismo, hacia donde
previamente se desplazaría la figura parental (madre) ---- pulsión de apoderamiento,
en donde se sentiría que la persona desplazada depende del niño y no el niño quien
depende de ella ---- sensación de que es ahora él quien controla las ausencias y
reapariciones de la madre y, por ende, el que adquiere el poder sobre los demás ---constitución de la fuente en donde se origina el deseo de poder y el poder en sí en el
desarrollo ontológico del ser humano.
Lo anterior conduciría a la conclusión de que el deseo de poder y el poder
mismo tienen su origen en la amenaza del abandono materno y en la necesidad de
controlarla para disminuir la angustia desmesurada que provoca, y obedecería a la
siguiente regla: a mayor angustia, más necesidad de poder; a menor angustia, menor
necesidad de poder.
Más adelante, Winicott describe algo muy parecido para explicar la necesidad
del objeto transicional en niños con edades parecidas a la del caso descrito por Freud,
en donde el objetivo final también es desplazar y simbolizar a la madre en ese objeto
(una cobijita, un muñeco, etc.) y poder controlar las ausencias maternales de esa
manera.
ORÍGENES DE LA JUSTICIA
Freud, en Psicología de las masas y análisis del Yo, sentó las bases para la comprensión
de lo que serían los orígenes de la justicia en el desarrollo ontológico del ser humano.
Ésta se da, dice el autor, cuando el hijo viéndose amenazado en su etapa infantil por el
hermano que recién llega, y después de intentar rechazarlo por todos los medios, se ve
forzado a aceptar su presencia porque los padres no le permiten el rechazo, y porque con
su actitud le hacen saber que existe amos suficiente para él y para el nuevo miembro de
la familia. El individuo, pues forzado cede parte del cariño de los padres a favor del
hermano siempre y cuando éste también esté dispuesto a hacer lo mismo. Tal sería el
origen de la justicia.
El acto de justicia también es producto de una renuncia pulsional en favor del
otro y nace cuando se espera que sea correspondida de la misma manera. Es una
transacción que tiene la característica de mantener en igualdad de circunstancias a dos
o más seres humanos que tienen un mismo derecho y una misma obligación. Esta
igualdad de circunstancias es lo que cohesiona a una comunidad; sin embargo, la
renuncia que se efectuó fue a una pulsión que pretendía eliminar al otro, al hermano. Es
una especie de arreglo que versaría así: no te elimino, siempre y cuando tú no intentes
eliminarme a mí. Por esta razón bien podríamos decir que la justicia no es sólo un acto
de moralidad que nos dignifica, sino que es, además y ante todo, un acto que nace de la
necesidad biológica de supervivencia. De ahí que cuando se comete una injusticia, se
sienta como un atentado contra la propia vida. En forma esquemática se trata de lo
siguiente:
Temor a ser por el hermano real o fantaseado recién llegado - - - rechazo a ese
hermano y deseos de su eliminación - - - acción de los padres para evitar el rechazo
ofreciendo suficiente amor para ambos - - - aceptación forzada a ceder parte del cariño
de los padres a favor del hermano - - - y condicionamiento a continuar esa cesión
siempre y cuando el otro esté dispuesto a hacer lo mismo por el primero.
Lo anterior nos llevaría a la conclusión de que la justicia tiene como origen el
temor a la pérdida del cariño de los padres por la llegada del “otro”, del hermano, a
quien se le vería como el despojador de ese cariño. A la acción de los padres que, en ese
sentido. Forzarían al hijo a aceptar al hermano puesto que ofrecen amor para ambos, y a
la transacción entre éstos para ceder parte de ese cariño a favor del otro, siempre y
cuando éste último se disponga a hacer lo mismo por el primero.
Estas dos aportaciones freudianas para comprender dos conceptos, el poder y la
justicia, como ya lo apuntamos, no son ni con mucho las únicas. Existen muchas otras
que los límites de este trabajo nos impiden siquiera enumerar; sin embargo, creemos
que toda ellas forman parte de lo que podríamos considerar las aportaciones de Freud a
lo cultural y a lo político.
ORÍGENES DE LA JUSTICIA
Temor a ser
desplazado
por el
hermano real
o fantaseado
que recién
llega.
Rechazo a
ese
hermano y
deseos de
su
eliminación
.
Acción de los
padres para
evitar el
rechazo
ofreciendo
suficiente
amor para
ambos.
Aceptación
forzada a
ceder parte
del cariño
de los
padres a
favor del
hermano.
Y
condicionamient
o a continuar esa
cesión siempre y
cuando el otro
esté dispuesto a
hacer lo mismo
por el primero.
ORÍGENES DEL PODER
Estados de
angustia por
las
separaciones
del niño con
la madre.
Desvalidez,
temor,
tristeza.
Resarcimiento
con los
objetos del
juego, a
donde se
desplazaría y
simbolizaría a
la figura
materna.
Constitución
de la fuente
en donde se
origina el
poder sobre
los demás.
Pulsión de
apoderamiento
en donde,
ahora, la
persona
desplazada
depende del
niño, y no el
niño de ella.
Sensación en el
niño de que
ahora él
controla las
ausencias y
reapariciones
de la madre a
través del
juego.
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