“En ninguna otra situación como en el duelo, el dolor producido es TOTAL: es un dolor biológico(duele el cuerpo), psicológico (duele la personalidad), social (duele la sociedad y su forma de ser), familiar (nos duele el dolor de los otros) y espiritual (duele el alma). En la pérdida de un ser querido duele el pasado, el presente y especialmente el futuro. Toda la vida en su conjunto, duele” (J. Montoya Carraquilla) La vida es real, incontrolable y compleja. A menudo resulta ininteligible. Aparecen y desaparecen las alegrías y las penas, los éxitos y los fracasos, las risas y las lágrimas, las “gracias” y las desgracias. Y, como parte de la vida, en su etapa final aparece la muerte. A pesar de tener la certeza de que vamos a morir, el fallecimiento de un ser querido es difícil de aceptar. La ruptura del vínculo establecido produce mucho dolor y afecta de manera realmente importante a las relaciones familiares y sociales más básicas. El miedo a la muerte es universal y compartido por culturas y religiones; sin embargo el modo de afrontarla ha cambiado a lo largo de las generaciones. Como afirma Fernando Savater: “La muerte ajena da dolor, la propia miedo”, o Mitch Albom: “Todo el mundo sabe que se va a morir, pero nadie se lo cree”. En estas palabras pretendo dar unas pinceladas sobre algunos aspectos del duelo y como vive y enfrenta hoy la sociedad unos hechos necesariamente ligados a la condición humana: las pérdidas. Los cambios sociales que se han producido en nuestro país en las últimas décadas están influyendo de manera muy importante en la elaboración personal de la respuesta humana a la pérdida, es decir, al duelo que genera: Los ritos funerarios: El período de luto, en generaciones anteriores, interrumpía las actividades, incluso las domésticas. Existían vínculos vecinales y eran ellos quienes tomaban el relevo de estas tareas. Se anunciaba un fallecimiento mediante el toque de campana que indicaba a su vez si el muerto era varón, mujer, niño...Se custodiaba al muerto que no debía permanecer nunca solo, se le lavaba y vestía con sus mejores galas, se transportaba el ataúd a hombros hasta la Iglesia….. Estos ritos han ido cambiando hasta convertir la muerte en un " tema tabú". La expresión del dolor: En tiempos pasados se contaba con la cercanía y el apoyo de una familia extensa y también con el de la comunidad. El duelo era más social que individual y esta “socialización” ayudaba y favorecía la resolución personal del mismo. Sin embargo hoy podemos hablar de una “sociedad que silencia el dolor". El dolor ha pasado en pocos años a ser un tema personal y su expresión pública a considerarse de mal gusto. Todo esto no ayuda a la correcta elaboración del duelo, que necesita expresar el dolor tal como nos dice Shakespeare: “Transmite palabras de dolor; el dolor que no habla murmura en el fondo del corazón y le hace romperse". La muerte: No era la sorpresa inesperada que es en la actualidad, puesto que las personas se acostumbraban a sufrir pérdidas desde edades muy tempranas y se familiarizaban con ellas. A día de hoy la muerte nos coge desprevenidos y solos; los avances científicos hacen que la expectativa de vida sea cada día mayor y refuerzan el pensar que la muerte nos es ajena. Marcos Gómez Sánchez, experto en cuidados paliativos, nos recuerda que: “La tecnificación de la medicina, ha llevado a un delirio de inmortalidad entre la población. Hay que recordar lo evidente: la mortalidad del ser humano es del 100% o lo que es lo mismo, una muerte por persona.” Muy a menudo se tienen las experiencias de pérdida más importantes en edades adultas. Cuando ocurren, se sufre sin saber qué hacer ni a quien acudir. Estos hechos nos hacen tomar conciencia de una situación diferente. En la actualidad vivimos en una sociedad de bienestar donde prima el modelo de hombre que puede con todo. Se aplaude la belleza, la salud y sin embargo la pena, el sufrimiento y el dolor se “maquillan” para que no parezcan tan reales. Nos encontramos por tanto ante un problema real, ya que se nos enseña a vivir , pero no a morir ni a enfrentarnos a la muerte de los demás. Es como lanzarnos al mar sin saber nadar, ya que al principio y gracias a nuestras facultades personales, nos mantendremos flotando en el agua , pero eso dura un tiempo y poco a poco nos vamos ahogando, siendo conscientes de que probablemente alguien nos podría haber enseñado a nadar. Rakel Mateo Sebastián