Hagan la prueba. Pregúntenles a sus conocidos del TDT Party... verán cómo unos segundos después los señores parecen haber bebido....

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¡Más madera, es la semántica!
Hagan la prueba. Pregúntenles a sus conocidos del TDT Party qué entienden por ‘libertad’ y ya
verán cómo unos segundos después los señores parecen haber bebido. Podemos sin embargo
tratar de definir en negativo: qué no significa esta tan cacareada libertad. No es libertad de
culto, por supuesto. Tampoco sexual, ni reproductiva. Tampoco de expresión. Tampoco libertad
de enterrar a tu abuelo con dignidad, en muchos casos, no vayan a reabrirse viejas heridas.
¿De empleo de lenguas distintas del castellano? Obviamente no. Rasquemos un poco más,
profundicemos. Los nuevos fundamentalistas neoliberales del otro lado del charco ya llevan
muchos años usando la palabreja, colándola una y otra vez en los discursos de Bush Jr.
(«They hate us for our freedom», «Nos odian por nuestra libertad», por ejemplo). Solo hay una
libertad a la que sí se refieren sin ambigüedades: la que exigen los acomodados, de no pagar
impuestos. Las demás no importan. La auténtica land of the free es, según su esquizofrénica
cosmovisión, aquélla en la que el Estado ha desaparecido y para todo lo demás, tu iglesia
local. Llega un momento en que la palabra adquiere un conjunto de connotaciones tan
cargadas ideológicamente y tan radicales que muchos políticos moderados se abstienen de
usarla, cerrando el círculo de la apropiación: es el momento en que los bucaneros pueden
decir, con algo de razón, «el Tea Party es el Partido de la Libertad» por ejemplo. Imaginemos
«el PP es el partido de los principios y los valores». No es tan difícil de imaginar ¿verdad?
Ni que decir tiene que esto es una falacia total. Hay un arsenal de principios y valores de
izquierda, y entre ellos el respeto por la libertad humana entendida como emancipación de la
ley de la selva de los mercados. Por no hablar de lo extraño que resulta ver a la Iglesia católica
bendiciendo (otro ben- para analizar) a dictadores o callando mientras se declaran guerras
ilegales, o protegiendo a delincuentes sexuales solo porque son afiliados. ¿Dónde están los
principios y valores de que eran garantes en exclusiva? ¿Y la derecha? ¿Qué principios y
valores maneja Salomé Prego-Villaverde (PP) cuando ante la catástrofe de Somalia dice que
«en España no cabe un tonto más; regalamos veinticinco millones de euros para África. A
nosotros no nos regalan nada para paliar nuestras necesidades»?
La alquimia, sin embargo, parece estar funcionando bastante bien. En los años 90, a Blair y los
cerebros del partido laborista británico les pareció conveniente abandonar esta batalla
semántica y asumir la ausencia de principios como seña de identidad. Así nació el Nuevo
Laborismo, con un lema de lo más revelador: Whatever works («Cualquier cosa que funcione»).
La socialdemocracia europea, incluida la nuestra, se subió al carro con una alegría
bochornosa. No así los votantes, que empezaron a abandonar el artefacto lenta pero
continuadamente. Nadie ha definido el fenómeno mejor que Susan George: «Entre la derecha
original y su copia light, la gente elige el original».
Voy a tratar de demostrar esto: en 2009 se celebraron elecciones en Alemania. Merkel (CDU)
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¡Más madera, es la semántica!
acababa de pactar con el socialdemócrata Steinmeier (SPD) una reforma constitucional que
introdujese techos de déficit en la federación y en los länder. Para la sorpresa de nadie con dos
dedos de frente, ganó la derecha, que aunque pagó en votos la crisis que sacudía el país subió
en diputados gracias a la debacle total del SPD, que perdió un 40% de votantes. ¿Les suena
de algo esta anécdota del pasado? ¿Podemos extraer alguna enseñanza de esta simpática
fábula teutona? La derecha no se jugaba sus principios ni sus valores (que son muy ambiguos
en este tema) pactando la aniquilación del estado del bienestar. Los socialdemócratas sí.
Como recuerda Jesús Gómez en su espacio de lainsignia.org, Olof Palme, en una carta dirigida
a Willy Brandt y Bruno Kreisky, declaró que si el socialismo democrático renunciaba al bien
común, el futuro quedaría en manos de «fuerzas anónimas, tecnócratas o estructuras de
poder».
La verdad, respeto mucho a Olof Palme. Seguramente fue el último socialdemócrata europeo
que no se vio obligado a elegir entre integridad e inteligencia, y el primero que vio que tal
elección era una falacia y su consecuencia obvia el desastre.
Para la gente de izquierda, estos desplazamientos de placas tectónicas no deben representar
ni desesperanza ni retroceso. Sugiero que hagamos lo de siempre: actuar conforme a nuestros
principios, a nuestros valores. Y si acaso sacarlos de paseo más. Incluso machaconamente.
Tirando a dar.
¿Es la guerra? Pues más madera, compañeros.
José Daniel Espejo es miembro del Foro Ciudadano de la Región de Murcia.
(Artículo publicado en Diario La Opinión de Murcia, 10/9/2011)
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