Pero resulta a estas alturas una ingenuidad imperdonable creer que... reside en las instituciones democráticas del Estado-nación, afectadas por...

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¿Quién manda aquí?
Pero resulta a estas alturas una ingenuidad imperdonable creer que el poder determinante
reside en las instituciones democráticas del Estado-nación, afectadas por la creciente
impotencia y pérdida de autonomía de la política en lo que Castoriadis llamó «ascenso de la
insignificancia».
Al preguntarnos dónde está realmente el poder, aun dentro del muy limitado ámbito nacional,
hemos de analizar las relaciones entre el poder económico, el político y el mediático. Y es
justamente de su complicidad y concurrencia de intereses, de su íntima alianza y acuerdo al
margen de los ciudadanos, de donde vienen los problemas de la democracia considerada
como gobierno del pueblo. Lo que en Italia se personifica y visualiza bien en la detestable
figura de Berlusconi, aquí se reproduce con más actores pero con muy similares resultados
(en una especie de fáctico berlusconismo sin Berlusconi).
Si miramos las veintiséis grandes empresas del Ibex 35, cuyo 37% está en manos de veinte
familias de empresarios y de las que se sabe que al menos veintiuna de ellas tienen filiales en
paraísos fiscales para escapar al control fiscal de nuestro país (sólo el BBVA, según la revista
Capital, tiene veintisiete sociedades con sede en conocidos paraísos fiscales como Jersey o
las Islas Caimán, o países como Luxemburgo o Suiza), comprobaremos que en sus consejos
de administración el 10% de los puestos está ocupado por políticos que tiene o tuvieron
cargos públicos muy relevantes (expresidentes y exministros, repartidos entre el PP y PSOE
casi por igual). Si incluyéramos al segundo nivel político (exdirectores generales y
exsubsecretarios), el cómputo se dispararía.
El control financiero. Recientemente, el Tercer Informe del Grupo de Estados contra la
Corrupción (GRECO) del Consejo de Europa ha denunciado la persistente falta de
transparencia en la financiación de los partidos políticos españoles, después de más de treinta
años de democracia. Los partidos —dice por su parte un informe del Tribunal de Cuentas—
obtienen el 70% de sus recursos de la banca, con la que mantienen altas deudas, que además
les son condonadas en muchos casos en aparente contradicción con los inflexibles criterios
que exhiben como ley de hierro frente a sus deudores.
Estos bancos controlan a su vez la mayor parte de los medios de comunicación privados (en
tanto los políticos controlan los públicos). Casos especialmente relevantes son el BBVA, con
amplia presencia en el grupo Vocento y en otros medios, y el Santander (BSCH), con
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participación determinante, entre otros, en el grupo Prisa. Entre estos dos grupos de
comunicación controlan más del 50% de los medios españoles. Una estimación aproximada
señala que dos de cada tres noticias que recibimos proviene de un medio controlado
finalmente por el poder financiero, que se ocupa en sus líneas editoriales de «la defensa a
ultranza del sistema económico con el que se enriquecen, el ocultamiento de sus operaciones
oscuras, la complicidad con los poderes que les ayudan a desarrollarlas y el ataque a
cualquier opción política, social o ética que intente enfrentarse a su ideología y modelo»
(Pascual Serrano, Traficantes de información).
Esta misma idea la expresa Joan Barril en el prólogo del libro El fin de una época, de Iñaki
Gabilondo: «En la actualidad la capacidad de informarnos y de darnos un criterio responde a
las necesidades económicas de aquellos que han convertido los medios en meras industrias
auxiliares de la creación y el mantenimiento de las grandes fortunas».
Así no nos puede extrañar que —como ha subrayado Josep Ramoneda— la evidencia de que
el presidente del principal banco de España ha estado defraudando a Hacienda durante
muchos años no haya producido reacciones ni comentarios de la clase política ni de los
medios de comunicación, lo que se explica porque «la capacidad de intimidación de un banco
de esta envergadura es infinita».
Las alianzas opacas. En estas condiciones, ¿a quién puede extrañar que, como denuncian
Ecologistas en Acción, exista un compromiso oculto del Gobierno con las grandes compañías
eléctricas —con esa profusa representación de políticos en sus órganos directivos— para
compensarles con 11.000 millones por la reducción de su cuota de mercado debido al
descenso del consumo y al desarrollo de las renovables?
Son estas alianzas opacas entre las élites de los poderes las que degradan y vacían de
sustancia la democracia y provocan la desafección ciudadana, que se ha acelerado con la
crisis económica hasta convertirse en el tercer problema para los ciudadanos, pero que es
anterior y en constante aumento en el periodo democrático (según datos del CIS, el
porcentaje de población poco o nada satisfecho con el funcionamiento del sistema
democrático era ya de un 26,3% en 1998, pasó a un 34,4% en 2004 y llegó al 47,1% en 2010).
Esta baja calidad de la democracia española, además de con la ausencia de transparencia,
está relacionada con la escasa participación ciudadana en la vida pública, que es estructural
(por poner un ejemplo, en todo el periodo democrático los ciudadanos españoles han sido
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llamados a consulta en referéndum en sólo cuatro ocasiones, si incluimos el referéndum de la
Reforma Política y el de la Constitución).
La nuestra sería una democracia defectuosa y llena de déficits, una democracia infantilizada
con una clase política en funciones gerenciales que enfrentada a la crisis económica se
somete bovinamente al principio fundamental de restaurar el business as usual, para que el
mundo siga siendo «bueno para los negocios».
Paradójicamente, los nuevos rebeldes del 15M quizás sean —como los bárbaros del poema
de Kavafis— nuestra última esperanza en construir lo que ellos llaman una ‘democracia real’,
es decir, basada en el principio de la soberanía popular y en la efectiva participación de los
ciudadanos, una democracia cultural y moralmente adulta.
Patricio Hernández es presidente del Foro Ciudadano de la Región de Murcia.
http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2011/07/09/manda/335935.html
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