LA PREGUNTA DE JUAN Domingo 3º de Adviento 12 de diciembre de 2010 Ciegos e inválidos, leprosos y sordos, muertos y pobres. A veces tratamos de apartar la vista. pero ahí están. Los ha habido siempre y los habrá hasta el fin de los tiempos. Nuestra sociedad tecnificada apenas logra hacer retroceder unos pasos la frontera del mal y de la enfermedad, pero, al fin, tiene que rendirse impotente ante la muerte. No son casos aislados. No son números de una estadística. Son personas. Esa simple enumeración podría encogernos el corazón. Podría también hacernos sentir vergüenza por nuestra indiferencia ante el dolor. O podría suscitar las críticas al sistema en que vivimos, que sigue manteniendo bolsas de pobreza, en las que abundan todas las carencias. Son caras diferentes de una única pobreza. La de nuestra limitación. Es como si se presentara ante nuestros ojos el panorama de la vulnerabilidad humana. Pero no. El mensaje es positivo. Utópico, al parecer. “Los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva”. LA ESPERA Esas palabras del evangelio de hoy (Mt 11, 2-11) son la respuesta de Jesús a una pregunta de Juan el Bautista. Encerrado en un calabozo por orden de Herodes, aquel hombre del desierto se pregunta quién será ese Jesús de Nazaret. Y envía a dos de sus discípulos para que le pregunten: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” En aquellos tiempos era frecuente hacerse esa pregunta. Entonces eran muchos los que estaban en expectación. Y eran muchos los que se presentaban como el Mesías esperado. Tanto los unos como los otros se habían formado una imagen muy personal del Mesías esperado. Y esa imagen determinaba su estilo de vida y de conducta. También en estos tiempos de hoy se percibe por todas partes un gran desasosiego. Se suele decir que nos encontramos en un cambio epocal. Vivimos en la frontera que separa una era de otra. No es extraño que muchos anden buscando la salvación en fórmulas mágicas o en personajes pretendidamente carismáticos. También nosotros preguntamos a Jesucristo: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?” Y también ahora su respuesta nos remitirá a la vulnerabilidad humana. Él es el único que puede dar luz a nuestros ojos y firmeza a nuestros pies. Nuestra existencia será limpia si escuchamos su palabra. Él es nuestra vida y nuestro tesoro. LA FELICIDAD Pero todavía hay otra palabra en la respuesta de Jesús: “¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!” Esa bienaventuranza ocupa el centro del relato evangélico que hoy se proclama. Todo indica que es importante. • “¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!” Son muchos los que nos ofrecen satisfacciones pasajeras. Pero proclamar dichoso a alguien es reconocer que ha alcanzado una felicidad duradera y estable. • “¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!” Sentirse defraudado por alguien puede ser motivo de dolor o de rabia. A veces son los demás los que nos defraudan. Pero otras veces nos sentimos defraudados porque esperábamos de ellos algo que no pueden darnos. • “¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!” Jesús sabe que algunos se sienten defraudados por él, porque esperan un Mesías diferente al que Dios les envía. Ocurrió con las gentes de su propia aldea. Y ocurrirá con los discípulos que se van a Emaús. • “¡Dichoso el que no se sienta defraudado por mí!” Es feliz el que no se hace del Mesías una idea a su propia medida. El que acepta a Jesucristo tal como es. Es feliz el que no trata de utilizarle en su favor. El que acoge en Él el proyecto mismo de Dios. - Señor Jesús, te esperamos a ti como Señor y Salvador. Purifica tú nuestros prejuicios para que aceptemos tu palabra y el ejemplo de tu vida. Que tu luz nos haga ver la luz. Amén. José-Román Flecha Andrés Universidad Pontificia de Salamanca