Lorca no es Nueva Orleans Como en tantas otras ocasiones, las catástrofes y sus efectos trágicos iluminan las formas de estructuración de las sociedades. En Lorca se ha puesto de manifiesto una estructura social desigual pero cohesionada. Desigual porque son las posiciones con menos capital, no sólo económico sino sobre todo social (en cuanto a la densidad y extensión de sus relaciones familiares, de amistad, recursos heredados, etc.), las que han encontrado más dificultades para abordar esos primeros momentos posteriores al seísmo; entre ellas, la importante población trabajadora inmigrante que vive en Lorca. Si una parte de la ciudadanía lorquina ha podido refugiarse en sus segundas viviendas o en las casas de sus familiares en Murcia, Águilas etc., otros con menores recursos y sobre todo con más pobres lazos familiares y de amistad en la región se han visto obligados a resguardarse en los campamentos habilitados en la ciudad. Un vecino del popular barrio de San Diego relataba en la radio cómo «los vecinos lorquinos de origen extranjero» (así los denominó en un encomiable gesto de reconocimiento) son los que peor lo estaban pasando, sobre todo por esa falta de lazos sociales cercanos. Por otro lado, la cohesión social se ha mostrado en la eficacia de las medidas tomadas hasta ahora gracias, insistimos, a las propiedades públicas colectivas que han beneficiado a toda la población de la ciudad. Y recordar esto no está de más cuando uno rememora aquellas imágenes de la gente negra en la New Orleans arrasada por el Katrina disputándose los alimentos, el agua, las medicinas, o al Ejército de Estados Unidos dedicándose a vigilar (incluso disparando) a ciudadanos desesperados en lugar de protegerlos y facilitarles ayuda. Allí, el racismo y la ausencia de un Estado Social merecededor de tal nombre convirtió en un infierno la vida de la población negra afectada por la catástrofe. Pero la cercanía y crueldad del epicentro del seísmo que ha asolado la ciudad de Lorca no parecen ser lo suficientemente graves para que algunos dejen de lado la búsqueda de réditos políticos. El sábado se podía escuchar en los telediarios cómo el presidente de la Comunidad Autónoma, en una escena al aire libre, junto al muro de un edificio público y el cielo por horizonte, con los párpados presionados y desafiantes, con las cejas levantadas, los labios comprimidos hacia los dientes y la cara tensa, tuvo la desfachatez de construir una diana humana para convertir a algunas víctimas en culpables. Así, el señor Valcárcel hizo referencia a quienes supuestamente se estaban aprovechando de los servicios que se prestaban en los campamentos, aludiendo a las mantas y alimentos. Y como siempre, sus palabras apuntaban a un chivo expiatorio recurrente, los inmigrantes. No tuvo el menor reparo en espetar: «No vamos a permitir que los campamentos de damnificados se conviertan en campamentos de refugiados». Pero nada es casual. No es casualidad que personajes de su partido en Catalunya estuvieran azuzando el miedo al inmigrante esos mismos días mientras el señor Valcárcel introducía una de las particularidades discursivas (xenófobas) de su partido en una ciudad vulnerable y mediática como Lorca en esos momentos. ¿Por qué introduce el señor Valcárcel este apunte paranoico en un momento en el que los partidos políticos han paralizado su campaña? Quizás porque algunos se habían preguntado ese mismo sábado por las posibles irregularidades en la construcción de algunos edificios recientes en la ciudad de 1/3 Lorca no es Nueva Orleans Lorca, y habían indicado la necesidad de que estos hechos se investigaran. Claro, una cosa es culpar a la naturaleza y otra muy distinta es buscar responsabiliades entre quienes deben velar por el cumplimiento de los requisitos a los que obliga la ley en la construcción de viviendas. Tal vez las verdaderas fechorías humanas están más acá de unas mantas y unos platos de comida. En segundo lugar, ante la dimensión de la catástrofe, el Gobierno regional no puede abarcar la reconstrucción en solitario, algo que se ha apreciado con las numerosas visitas, muestras de afecto y promesas de los representantes de la Corona, del Gobierno, de los partidos políticos, empresas, etc. Demasiados gallos en el corral en época de elecciones, aunque lo que menos pueda temer este presidente sea la no continuidad de su Gobierno. El domingo en Lorca la tristeza ya daba paso a la voluntad de normalizar la vida de la ciudad. Ya no se quería hablar de lo ocurrido sino de qué hacer para salir adelante. Un amigo nos preguntaba cómo se ve desde fuera lo que está ocurriendo. Respondimos que con tristeza, pero con orgullo de la reacción de la población y el buen funcionamiento de los medios puestos en marcha para abordar la catástrofe. Más tarde, otro vecino hablaba con uno de los técnicos que revisaban los edificios afectados por el terremoto, interesándose por algunas viviendas que poseía cerca del centro de la ciudad. Se volvió hacia nosotros y dijo: «El único problema son los extranjeros. Ya lo dijo Valcárcel, van a convertir los campamentos de damnificados en campamentos de refugiados. Pero yo me he traído la recortada del campo y a quien se acerque a mi casa le hago un agujero en el estómago». En ese momento, un grupo de magrebíes de mediana edad pasaba charlando frente a nosotros mientras el vecino continuaba su arenga: «Míralos, mirando las viviendas para ver por dónde pueden entrar». En contraste con la ofensiva neoliberal contra los servicios públicos (que en Murcia se ha mostrado especialmente agresiva), la gestión de la tragedia de Lorca actualiza el pensamiento de quienes a finales del siglo XIX estaban fundamentando lo que luego sería el Estado Social. Un sociólogo —Emile Durkhein— y un diputado de la Tercera República francesa —Léon Bourgeois— lo escribirían con palabras que hoy merecen recordarse al calor de los acontecimientos de Lorca: «Una sociedad es un conjunto de servicios que sus miembros se prestan recíprocamente. En esta justicia en el intercambio de los servicios sociales yo advierto claramente las dos condiciones: la sociedad debe abrir a todos sus miembros los bienes sociales que son transmisibles a todos, y debe asegurar contra los riesgos que son evitables mediante el esfuerzo de todos» (Bourgeois, 1896). La conservación de este delicado edificio de la solidaridad colectiva garantizada estatalmente, y su ardua tarea de construcción tras décadas de luchas sociales, debería dejar en el mayor del descrédito a aquellos que con sus terremotos discursivos insultan al trabajador de la función pública o alientan el miedo al inmigrante… Miguel Ángel Alzamora y Andrés Pedreño son profesores de Sociología de la Universidad de Murcia y miembros del Foro Ciudadano. 2/3 Lorca no es Nueva Orleans http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2011/05/21/lorca-nueva-orleans/324889.html 3/3