La red de todos (La Opinión, 11/4/09) Por si aún no ven adónde quiero llegar voy a dejar caer unas preguntas: ¿por qué en un país donde el debate unidad versus descentralización ocupa portada tras portada de la inmensa mayoría de la prensa con sus infinitas implicaciones, sea la política educativa de Cataluña sea la aspiración provincial de Cartagena, nadie pronuncia jamás el término e-gobierno? ¿Acaso confundimos la unidad con la plenipotencia del gremio de los diputados, o la descentralización con la sucesiva creación de vicesatrapías? ¿Tiene algo que ver esa eterna batalla rapaz por unas parcelas de poder más bien deslucidas con la legítima aspiración de los ciudadanos a participar en la toma de las decisiones que les afecten? ¿Soy demasiado mal pensado si se me ocurre que a las castas mandarinescas que ostentan el poder les interesa tan poco el reparto e-democrático del mismo como a muchos jueces y magistrados la digitalización y puesta en común de sus expedientes? ¿Puede haber descentralización (no digamos ya autogestión) sin transparencia? ¿Qué bloquea el progreso hacia formas de gobernanza integradoras de las nuevas tecnologías e inclinadas hacia la participación y la transparencia? ¿Tiene alguna motivación oculta el sesgo tenebroso que ha adquirido internet en las noticias, donde solo aparece en conexión con la piratería, la pedofilia y los asesinos adolescentes? Es difícil no apreciar en esto último la influencia oculta de algún resabio neoludita, según el cual las tecnologías de la información vendrían a equivaler a un instrumento de control puesto en práctica por las clases dominantes para entontecer a las trabajadoras. Este argumento es terriblemente reaccionario. No es progresista oponerse a Internet ni al profundo cambio social propiciado por la Web 2.0, por la sencilla razón de que ésta constituye el único medio de comunicación ajeno al imperio del mercado, que es además (y debido a ello) el más rápido, barato, igualitario y respetuoso con el medio ambiente. No por casualidad: porque fue diseñada así, porque su propia arquitectura es democrática, abierta y gratuita para todos desde que Tim Berners-Lee creó los protocolos de la WWW hace exactamente veinte años y decidió liberarlos de patente. El resto es historia: la información alojada en Internet ha aumentado en este tiempo hasta equivaler prácticamente al infinito, y el acceso a cualquier fragmento de la misma se ha convertido en una operación tan sencilla e instantánea que ni el gobierno chino con su todopoder ha logrado impedírselo del todo a sus ciudadanos. Hoy en día está a punto de producirse un salto espectacular en este sentido, cuando Google por fin pueda indexar en su buscador los datos de su monumental proyecto de digitalización de bibliotecas: un clic nos separará entonces de cientos de miles de libros en versiones totalmente fiables, y la Unión Europea ha emprendido acciones similares. Así que tal vez Internet es algo más que una caverna de pornografía y obesos cuarentones haciéndose pasar por niñas, sino información, sin (apenas) restricciones, políticas o comerciales, que el ciudadano puede crear o a la que puede acceder en cualquier momento. En otras palabras: poder. ¿Y poder para quién? Para todo el mundo. Si esto no es una buena noticia para la izquierda, que baje Engels y lo vea. Ya se imaginan que ahora viene el pero. Vamos allá. Pero esta maravillosa herramienta no es indestructible ni carece de poderosos enemigos, el más poderoso de los cuales es obviamente el Mercado. En E.E.U.U., las empresas de cable han presentado un ambicioso proyecto que les permitiría controlar los contenidos a que cada usuario tendría acceso, tarificando en consecuencia (por ejemplo, si quiero ver youtube.com y publicar un blog pago una tarifa, y si lo 1/2 La red de todos (La Opinión, 11/4/09) que voy a hacer son intercambios P2P, otra). De aprobarse, el plan significaría un golpe mortal a la estructura profunda de Internet tal como la conocemos, y el fin de una de sus características definitorias: la neutralidad entendida como ausencia de prelación de unos contenidos sobre otros, como igualdad entre usuarios. A la larga, es muy posible que los contenidos digitales de carácter comercial, capaces de posicionarse mejor en una Red no neutral gracias a sus recursos financieros, relegasen a los no comerciales a un papel menor (en la actualidad es al revés), convirtiendo Internet en nada más que un inmenso centro comercial. No es el único peligro a que nos enfrentamos: como sabemos, la facilidad y práctica gratuidad del intercambio de información digital ha dejado tocados de muerte a un gran número de modelos de negocio basados en los soportes físicos, desde las discográficas a la prensa en papel, que tratan de ponerle puertas (preferiblemente con peaje) al mar en lugar de adaptarse al nuevo contexto. No obstante, ese empeño no tiene muchas posibilidades de éxito: aunque tras la aparición de los teléfonos les hubiésemos impuesto un canon para compensar a las empresas de telégrafo por el descenso de ventas, el teléfono se habría universalizado exactamente igual. Si deciden ustedes actuar (e insisto en que la izquierda en bloque debería hacerlo para defender nuestros ciberderechos), háganlo primero para defender la neutralidad de la Red frente a los últimos ataques mercantilistas. Háganlo para que la sociedad digital avance y se desarrolle frente a la desidia de los que prefieren mantener el control de sus expedientes amarillentos y sus sesiones a puerta cerrada. Nos jugamos todos tanto en este asunto que la cosa bien merece investigarla un rato y tomar posición y conciencia. Eso sí, si buscan información háganlo en Internet. En la TDT, misteriosamente, nadie dice nada de estas cosas. José Daniel Espejo. Miembro de Foro Ciudadano de la Región de Murcia. 2/2