ANTONIO CAMPILLO

Anuncio
Menos agua para todos (La Verdad, 26/04/08)
ANTONIO CAMPILLO
La ONU ha declarado 2008 como el Año Internacional de la Tierra, para promover un cambio
global en la relación entre los seres humanos y la biosfera, ante la progresiva degradación que
está teniendo lugar en todos los ecosistemas de nuestro planeta. Los cuatro efectos más
graves de esta degradación son la pérdida de biodiversidad, la acumulación de vertidos, el
cambio climático y la escasez de agua dulce disponible.
Sobre la pérdida de biodiversidad, baste decir que cada día desaparecen varias especies
vegetales y animales. Los humanos somos unos recién llegados en la historia de la Tierra: la
vida surgió hace 3.700 millones de años; el homo sapiens, hace unos 150.000 años. Pero, en
apenas cinco siglos, desde la gran expansión europea, nos hemos convertido en la especie
más depredadora y destructiva de todas, hasta el punto de que estamos causando la sexta
gran extinción de la vida sobre la Tierra.
En cuanto a la acumulación de vertidos contaminantes, cada año producimos 10.000 millones
de toneladas de residuos, la mayor parte en los países ricos; esta cifra aumenta a un ritmo del
7% anual; y más de la mitad no es recogida ni tratada para reducir sus efectos nocivos, así que
acaba intoxicando los suelos, los ríos, el mar, el aire... Y esto no solo degrada los ecosistemas,
sino que también acaba dañando la economía, la salud y la vida de los propios seres humanos,
especialmente en los países más pobres.
La revolución industrial sustituyó la fuerza animal y humana por la de las máquinas, pero para
mover las máquinas también sustituyó las energías limpias y renovables de la superficie
terrestre (sol, agua y viento) por los combustibles fósiles extraídos del subsuelo (carbón, gas y
petróleo), unos combustibles que están agotándose, son cada vez más caros y emiten gases
causantes de enfermedades y del calentamiento global. El cambio climático, cuyas
consecuencias ya estamos percibiendo, va a provocar transformaciones catastróficas de largo
alcance, sobre todo si las grandes potencias, las corporaciones transnacionales y los
consumidores de los países ricos no nos tomamos en serio la necesidad de modificar
radicalmente nuestro insostenible sistema de producción, distribución y consumo, y nuestras
irresponsables formas de movilidad motorizada y de ocupación del territorio.
El cuarto gran problema ecológico tiene que ver con la creciente escasez de agua dulce. En las
últimas décadas, este recurso natural tan esencial para la vida ha comenzado a escasear por la
combinación de cinco factores. En primer lugar, el crecimiento de la población mundial, que en
apenas un siglo se ha multiplicado por cuatro, pasando de 1.650 millones en 1900 a 6.500 en
1/3
Menos agua para todos (La Verdad, 26/04/08)
2008, y que al ritmo actual llegará a 9.200 en 2050. Además, la población se está desplazando
hacia las ciudades: en 1900, vivía en zonas urbanas solo el 25%, hoy es el 50% y la previsión
es que se llegue al 75% en 2050. El crecimiento demográfico y su concentración en ciudades
han hecho que durante el último siglo el consumo de agua se duplique cada veinte años, lo que
está provocando la sobreexplotación y el agotamiento de las reservas hídricas, tanto en la
superficie como en el subsuelo, especialmente por la expansión del sector agropecuario (que
consume entre el 70 y el 80%).
A todo ello hay que añadir la degradación de las aguas provocada por los vertidos
contaminantes, lo que impide su utilización o bien provoca intoxicaciones y enfermedades (la
insalubridad del agua causa cada año diez veces más muertes que todas las guerras juntas);
por último, todos estos problemas se están viendo agravados por el cambio climático, ya que el
aumento de las temperaturas está trayendo consigo, al mismo tiempo, un mayor consumo de
agua y una intensificación de las sequías (el Panel Intergubernamental sobre Cambio
Climático, que agrupa a 2.500 científicos de todo el mundo, prevé que con una subida media
de 2-3 grados habrá entre 1.100 y 3.300 millones de personas que sufrirán problemas muy
graves de escasez de agua).
Ante esta situación, la gestión sostenible del agua se ha convertido en uno de los problemas
mundiales más decisivos para la humanidad del siglo XXI, tal y como han señalado todos los
expertos y los principales organismos internacionales, desde la ONU hasta la UE. Las guerras
del agua habidas en el pasado pueden ser un juego de niños en comparación con lo que se
nos avecina. Sin embargo, los gobiernos, las empresas y la mayor parte de la ciudadanía de
los países ricos parecen vivir de espaldas a la realidad. En Estados Unidos se consumen 600
litros de agua por habitante al día; en Europa, más de 250; en Níger, sólo 15. España, aunque
tiene un clima semiárido en el tercio sureste, aunque sufre la sequía más grave desde que se
tienen mediciones y aunque se va a ver muy afectada por el cambio climático, es el país que
más agua consume por habitante después de Estados Unidos y Canadá.
En cuanto a la Región de Murcia, entre 1987 y 2000 ha incrementado su regadío en un 23,4%
y su suelo construido en un 62% (más del doble de la media nacional). A partir de la Ley del
Suelo de 2001, ha recalificado suelo para construir más de 800.000 viviendas y ha proyectado
unos 50 campos de golf (cada uno de ellos con un consumo de agua equivalente a una
población de 2.000 habitantes). La crisis inmobiliaria ha puesto al descubierto la quimera del
ladrillo, pero el Gobierno regional, los empresarios del sector y la mayor parte de la ciudadanía
murciana no han hecho un ejercicio de autocrítica, sino que una vez más han culpado de la
crisis a los otros: Zapatero, los socialistas, los ecologistas, las otras comunidades españolas e
incluso la Unión Europea. Son todos ellos los que «nos cierran el grifo del agua» y «no quieren
que Murcia se desarrolle». Y eso después de contar con el mayor trasvase de España
(Tajo-Segura), una inversión millonaria del gobierno Zapatero a través del programa AGUA e
2/3
Menos agua para todos (La Verdad, 26/04/08)
ingentes cantidades de dinero de la Unión Europea.
Es preciso poner en marcha una nueva política del agua, centrada en la contención de la
demanda, el ahorro, la no contaminación, la depuración, la reutilización y la desalación, como
ya se ha comenzado a hacer con el programa AGUA. Seguir enarbolando demagógicamente el
«Agua para todos», como vienen haciendo Valcárcel y Camps desde 2004, es una
demostración de hipocresía e insensatez. El objetivo de semejante estrategia no es otro que
engañar a la ciudadanía con la ilusoria panacea del trasvase del Ebro, azuzar la hostilidad
nacionalista entre comunidades y garantizarse así un poder plebiscitario en su propio feudo
autonómico.
Una política del agua honesta y responsable debe comenzar por decirle a la ciudadanía que
cada vez habrá menos agua para todos y que todos hemos de ponernos de acuerdo para
gestionarla con una estrategia integral, sostenible y democrática.
.Antonio Campillo es catedrático de Filosofía de la UMU y miembro del Foro Ciudadano
3/3
Descargar