EL PODER DE DIOS EN NUESTRA DEBILIDAD

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EL PODER DE DIOS EN NUESTRA DEBILIDAD
“Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.”
2ª Corintios 12:9
Todos tenemos debilidades. Todos tenemos un manojo de defectos e imperfecciones:
físicos, emocionales, intelectuales y espirituales. Tenemos un sinfín de circunstancias incontrolables
que nos debilitan, como las limitaciones financieras o en relación con los demás. Lo más importante
es qué hacer con ellas. Solemos negar nuestras debilidades, las defendemos, las excusamos, las
ocultamos y las resentimos. Eso le impide a Dios usarlas de la manera en que desea hacerlo.
Dios tiene una perspectiva diferente de nuestras debilidades. Él dijo: “Mis pensamientos y mis
caminos son más altos que los tuyos”. (Isaías 55:9), de modo que a menudo actúa en maneras
exactamente opuestas a lo que esperamos. Pensamos que Dios sólo quiere usar nuestras
fortalezas, pero también quiere usar nuestras debilidades para Su gloria.
La Biblia está llena de ejemplos de cómo Dios ama y usa a los imperfectos, a las personas
ordinarias para hacer cosas extraordinarias, a pesar de sus debilidades. Si Dios usara sólo a
personas perfectas, nada sería usado, porque ninguno de nosotros es perfecto.
Una debilidad, o “aguijón” como Pablo lo llamó (2ª Corintios 12:7), no es un pecado, ni vicio, ni un
defecto de carácter que no podamos cambiar, como la ira o la impaciencia. Una debilidad es
cualquier limitación que tengamos o heredamos y no tenemos poder para cambiarla. Puede ser una
limitación física, o emocional, un evento no superado o puede ser una limitación intelectual.
La Biblia dice: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder
sea de Dios, y no de nosotros” (2ª Corintios 4:7) Igual que la artesanía común, somos frágiles,
defectuosos y fáciles de quebrar. Pero Dios nos usará si le permitimos trabajar por medio de
nuestras debilidades. Para que esto ocurra debemos seguir el modelo de Pablo.
1.-Debemos reconocer nuestras debilidades.
Necesitamos admitir nuestras imperfecciones. Dejemos de pretender que tenemos todo bajo
control y seamos honestos con nosotros mismos.
Dos grandes confesiones en el Nuevo Testamento ilustran lo que necesitamos para vivir
saludablemente. La primera fue de Pedro, que le dijo a Jesús: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
viviente” (Mateo 16:16). La segunda fue de Pablo, que le dijo a la multitud idólatra: “Nosotros también
somos hombres semejantes a vosotros”. (Hechos 14:15). Si queremos que Dios nos use, debemos
conocer quién es Dios y quiénes somos nosotros. Muchos olvidamos la segunda verdad: ¡Sólo
somos humanos! Si necesitamos una crisis para reconocerlo, Dios no vacilará en concedérnosla,
porque nos ama.
2.-Necesitamos alegrarnos con nuestras debilidades.
Pablo dijo: “Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que
repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades...”
(2ª Corintios 12:9-10a). Al principio ésto no tiene sentido: Aspiramos a ser vencedores en nuestras
debilidades, ¡pero no alegrarnos con ellas!. Sin embargo, el contentamiento es una expresión de fe
en la bondad de Dios.
Pablo da muchas razones para alegrarnos con nuestras debilidades. Primero, nos hacen
depender más de Dios. El apóstol, refiriéndose a su propia debilidad que Dios no quiso quitarle, dijo:
“Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. (2ª Corintios 12:10)
El gran misionero Hudson Taylor declaró: “Todos los gigantes de Dios fueron personas
“débiles”. La debilidad de Moisés era su temperamento. Le condujo a matar a un egipcio, golpear la
roca cuando se suponía que debía hablarle, y a romper las tablas de los Diez Mandamientos. No
obstante, Dios transformó a Moisés en “el hombre más manso de la tierra”. (Números 12:3). La
debilidad de Gedeón era su baja autoestima y una inseguridad profunda, sin embargo, Dios lo
trasformó en “un hombre lleno de valor”. (Jueces 6:12) La debilidad de Abraham era el temor. No una,
sino dos veces, para protegerse, dijo que su esposa era su hermana. No obstante, Dios transformó
a Abraham en “el padre de la fe”. (Romanos 4:11) Impulsivo, de voluntad débil, Pedro se convirtió en
un hombre fuerte (Mateo 16:18), y Juan, uno de los orgullosos hijos del trueno, se convirtió en “el
apóstol del amor”.
La lista puede seguir y seguir. Tomaría mucho tiempo contar las historias de la fe de Sansón,
David, Samuel, y todos los profetas que sus debilidades se tornaron en fuerza. Dios desea tomar
nuestra debilidad más grande y transformarla, tal y como lo hizo con los gigantes anteriores.
3.-Compartamos sinceramente nuestras debilidades.
Pablo mostró su vulnerabilidad en todas sus cartas. Expresó con sinceridad:
Sus fallas: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago”.
(Romanos 7:19).
Sus frustraciones: “...no queremos que ignoréis acerca de nuestra tribulación que nos
sobrevino...”. (2ª Corintios 1:8)
Sus temores: “Y estuve entre vosotros con debilidad, mucho temor y temblor”. (1ª Corintios 2:3)
Por supuesto, la vulnerabilidad es un riesgo. Podemos sentir miedo de bajar nuestras
defensas y abrir nuestra vida. Cuando revelamos nuestras fallas, los sentimientos, las frustraciones
y los temores, nos arriesgamos a ser rechazados. Pero los beneficios valen la pena. La
vulnerabilidad nos ayuda a liberarnos emocionalmente, desactiva nuestros temores y es el primer
paso para la libertad.
4.-Gloriémonos en nuestras debilidades.
Pablo escribió: “...pero de mí mismo en nada me gloriaré, sino de mis debilidades”.
(2ª Corintios 12:5b). En vez de mostrarnos autosuficientes e insuperables, observémonos a nosotros
mismos como un trofeo de gracia. Cuando el enemigo apunte a nuestras debilidades, recurramos a
Dios, que “entiende cada debilidad nuestra”. (Hebreos 4:1a), y al Espíritu Santo, que “nos ayuda en
nuestras debilidades” (Romanos 8:26a).
Algunas veces Dios convierte una fortaleza en debilidad para usarnos aún más. Jacob era un
manipulador que gastó su vida intrigando para después salir corriendo por las consecuencias. Una
noche, mientras luchaba con Dios, dijo: “No voy a dejarte hasta que me bendigas”. Dios le
respondió: “Está bien”, entonces le agarró el muslo y le dislocó su cadera. ¿Qué significa esto? Dios
tocó la fuerza de Jacob (el músculo del muslo es el más fuerte del cuerpo) y lo transformó en
debilidad. Desde ese día en adelante, Jacob caminó cojeando de manera que nunca más pudo huir.
Eso lo forzó a apoyarse en Dios, quisiera o no.
Si queremos que Dios nos bendiga y nos use de gran manera, debemos seguir adelante sin
desmayar, no importando las debilidades en nuestra vida, porque Dios usa a las personas débiles.
2ª Corintios 12:9b dice: “...mi poder se perfecciona en la debilidad.”
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