1 PASTORAL Y PROMOCIÓN VOCACIONAL “La pastoral es por esencia vocacional”. Este un principio fundamental que en ocasiones no queda del todo claro pero que de tenerse ahorraría esfuerzos y desazones. La Orden cuenta desde unos tres años con un Plan de Pastoral Vocacional que ha de adaptarse a cada una de las realidades de nuestra Orden1. No podemos olvidar que la Pastoral vocacional es una tarea que atañe a todos y cada uno de los religiosos2 y que no está sólo en manos de los específicamente designados para esa labor ya sean promotores, orientadores o equipos de laicos. Quizá sobren demasiados papeles y el tema merezca un examen serio acerca de la implicación que tenemos cada uno de nosotros en esta tarea. Por otra parte, como luego veremos, hablar de promoción vocacional implica necesariamente un autoexamen acerca de lo que somos y vivimos. La calidad de nuestra vida religiosa es un elemento esencial en la promoción vocacional pues difícilmente puede alguien transmitir ilusión y entusiasmo por un modo de vida si él no lo vive. Ojalá de una vez por todas logremos concienciarnos de lo importante que es suscitar vocaciones para la Iglesia, crear una verdadera Cultura vocacional en la que cada cual pueda encontrar la respuesta más adecuada a la llamada que Dios nos hace. No se trata, pues, de buscar única y exclusivamente vocaciones para agustinos recoletos, sino de suscitar respuesta a la llamada específica que todo hombre recibe, y más aún si es cristiano. Por último, es importante ser audaces en nuestros medios y acciones. No siempre tenemos la cintura ágil para acomodarnos a los nuevos tiempos. La exposición que sigue contiene entremezclados tres interesantes artículos 3 relacionados con el tema a los que en ocasiones he hechos algunas matizaciones o 1 Cf. LIII CAPÍTULO GENERAL, Ordenaciones, 9.2.a. Const. n. 157. Los núms. 156 al 161 se dedican exclusivamente a la promoción vocacional. 3 José MORALES, «A Dios rogando y con el mazo dando». La promoción vocacional como un esfuerzo colectivo de colaboración con Dios, en Sal Terrae 88 (2000), p. 707-713; Luis RUBIO – José Carlos DA SILVA DA SILVA, Nuevos caminos de actuación: Agentes, destinatarios, medios, modos, lugares y tiempos de la acción vocacional, en www.pastoral-vocacional.org; Gabino URÍBARRI, Hacia una Cultura Vocacional, en Sal Terrae 88 (2000), p. 683-693 2 2 he enriquecido con algunas citas. Aunque aquí no aparece, un documento de lectura obligada para este tema es Nuevas Vocaciones para una Nueva Europa. I. PRESUPUESTOS Partamos en nuestra reflexión de los siguientes presupuestos: La vocación a la vida religiosa es un don, una gracia de Dios. Esta vocación es una concreción de la vocación a la vida cristiana que se fundamenta y surge del bautismo. Siendo una gracia la llamada a la vida religiosa, Dios es quien toma la iniciativa, y el hombre y la mujer deben discernir a qué los llama Dios como cristianos. Es indispensable orar constante e insistentemente al Señor por las vocaciones a la vida religiosa, porque «la mies es mucha, y los operarios pocos» (Lc 10,2). Dios quiere seguir enviando obreros a su mies. La vida religiosa sigue siendo un carisma muy importante dentro de la Iglesia, como testimonio de la presencia amorosa de Dios en el mundo y como instrumento que anuncia el mensaje evangélico y construye el Reino de Dios ya desde ahora. Sin la vida religiosa, mucha cosecha se perdería. Dios condiciona las vocaciones a la vida religiosa a la dedicación y el esfuerzo humanos por suscitarlas, descubrirlas y acompañarlas en el proceso de discernimiento y maduración. Sin duda que Dios puede obrar directamente en las personas y hacerles sentir con certeza su llamada a seguirlo en la vida religiosa, pero normalmente se sirve de los medios humanos: un hecho, una amistad, un testimonio, una invitación, una experiencia religiosa, el acompañamiento espiritual... II. SITUACIÓN DE LA PROMOCIÓN VOCACIONAL Es claro que no se pueden hacer generalizaciones al hablar de la promoción vocacional, pues las situaciones varían según los continentes, regiones, países y las diversas culturas. Mientras en Europa Occidental y Estados Unidos el número de vocaciones a la vida religiosa sigue disminuyendo dramáticamente, en África, América Latina, India y algunos países de Asia Oriental dicho número va en aumento. Esto mismo sucede con las vocaciones sacerdotales. Sin embargo, al mismo tiempo se nota el surgimiento de diversos movimientos religiosos laicales dentro de la Iglesia en búsqueda de nuevas formas de ser cristiano, como manifestación de la riqueza inagotable del Espíritu. En general, se puede decir que la vida religiosa y la Iglesia tienden a crecer en los países que se llamaban del «Tercer Mundo» o en vías de desarrollo, donde prevalece una cultura «tradicional», en gran parte configurada 3 por las tradiciones y valores religiosos y cristianos. Pero en los países económica y tecnológicamente más avanzados, donde predomina la cultura «moderna» o «postmoderna», impregnada por una mentalidad racionalista y secularizada, la vida religiosa y la Iglesia parecen ir a la baja. Para esta cultura los valores religiosos son periféricos, y muchas veces se conciben como objetos de mercado. En este contexto cultural crece el número de quienes se consideran creyentes, pero sin pertenencia formal y explícita a ninguna iglesia. La imagen de la Iglesia Católica se ha visto muy dañada en algunos países en los que predomina esta cultura, debido a ciertos escándalos y a su postura doctrinal ante temas candentes y discutidos, como la ordenación de la mujer, el celibato sacerdotal, la homosexualidad, el proceso seguido para el nombramiento de Obispos, la falta de colegialidad episcopal en el gobierno de la Iglesia... También se observa que aun en los países en vías de desarrollo, adonde ya ha llegado esta cultura «postmoderna» globalizante, las vocaciones religiosas y sacerdotales están saliendo sobre todo de contextos culturales tradicionales y del medio rural y suburbano, muchas veces con escasa preparación académica y con carencias psicológicas y religiosas muy fuertes. Esta preocupante situación ha llevado a afirmar a algunos obispos europeos que el reto más grande que afronta la Iglesia en Europa y en los países con alto índice de secularización no es la falta de vocaciones religiosas y sacerdotales, sino la falta de vocaciones a la vida cristiana. Esto exigiría una nueva evangelización, con un nuevo lenguaje y unas nuevas formas de inculturar el evangelio y llegar al corazón de las nuevas generaciones. Otro aspecto «objetivo» a tener en cuenta en la disminución de las vocaciones es la cuestión demográfica. Actualmente, las familias en los países ricos no suelen tener más de dos hijos, y ciertamente los padres de familia no alientan en ellos la vocación religiosa o sacerdotal. Es obvio que la situación cultural y demográfica es un factor decisivo en la falta de vocaciones, y hay que aceptar que el número de éstas no puede ser el de hace treinta años. Pero esto mismo debe ser una razón para un mayor esfuerzo de nuestra parte y una mayor creatividad para «ayudar» a Dios a enviar más operarios a su mies. En primer lugar, habría que luchar contra el desaliento y la pasividad alimentados por ciertos prejuicios usados como justificación o racionalización. Con frecuencia se oye decir que la falta de vocaciones es señal de que Dios ya no quiere que la vida religiosa exista. Al menos, determinados carismas en ciertas regiones y culturas. Porque –se dice–, si Dios quisiera que existieran, suscitaría vocaciones. Muy unido a este prejuicio está el otro que afirma que ahora vivimos el tiempo de los laicos dentro de la Iglesia, y que la falta de vocaciones religiosas y sacerdotales es en parte prueba de ello. Se ha dado una revalorización de la vocación laical que emerge del bautismo, que implica una llamada a seguir a Cristo. La vida religiosa 4 ya no se considera el estado de perfección cristiana, sino como una forma distinta de ser cristiano, pero igual en valor a otras. Otros afirman que la promoción vocacional no es propia del modo de proceder de sus congregaciones u órdenes religiosas. Pero esta afirmación es más bien la consecuencia de la falta de promoción vocacional durante los últimos años, que lleva a hacer creer que las vocaciones llegaban por sí mismas, a partir de un discernimiento individual y sin ningún esfuerzo o promoción por parte de la vida religiosa. Finalmente, a algunos les molesta y rechazan la expresión «promoción vocacional», porque les suena a algo comercial, como quien está promoviendo la venta y compra de un producto en el mercado. Quienes rechazan esta expresión, con frecuencia se imaginan que la promoción vocacional equivale a hacer un proselitismo propagandístico unido a cierto «terrorismo» y chantaje espiritual, que condiciona indebidamente la libertad individual. No es raro encontrarse con personas que piensan que simplemente sugerir la posibilidad de la vida religiosa o sacerdotal ya es un atentado a la libertad. Esta forma de pensar y actuar está en abierta contradicción con el evangelio, que nos presenta a Jesús invitando y llamando a algunos de sus discípulos a formar parte del grupo más cercano de sus apóstoles. Por esta razón, en determinados contextos culturales es más conveniente usar la expresión «animación vocacional» en lugar de la tradicional «promoción vocacional». Además de los prejuicios mencionados, existen otras causas «no objetivas», que no pertenecen al contexto cultural y social, sino que más bien se dan al interior de la vida religiosa y de la Iglesia. En primer lugar, hay que mencionar la falta de congruencia entre lo que los religiosos decimos querer vivir y lo que de hecho vivimos. Cuando no existe un testimonio de auténtica pobreza, tanto en el estilo de vida como en la solidaridad eficaz y real con los más pobres, cuando falta disponibilidad apostólica y cuando no se vive con el corazón totalmente entregado a Dios y a la misión apostólica, es muy difícil y poco probable que los jóvenes actuales se sientan llamados a la vida religiosa. Si los religiosos o religiosas no vivimos una vida de comunidad centrada en el amor a Dios y en la Eucaristía, y si no encontramos en ella un espacio para compartir y discernir juntos, no es de extrañar que haya pocas vocaciones. La falta de visibilidad y transparencia es otro factor interno que repercute negativamente en el número de vocaciones. Muchas veces, incongruencia y falta de visibilidad van de la mano. En vez de ser signos de la presencia salvífica de Dios en nuestro mundo, los religiosos y religiosas a veces somos un anti-testimonio o permanecemos desconocidos para los jóvenes actuales. Éstos no desean saber lo que hacemos, sino quiénes somos, qué nos mueve, cómo vivimos, cómo oramos, cómo trabajamos. Quieren visualizar en las religiosas y religiosos concretos lo que ellos podrían llegar a ser. 5 En ocasiones se da también un exceso de discreción o timidez para hablar de la vida religiosa, para compartir la alegría y belleza de nuestra vocación. ¿Por qué nos da pena o vergüenza compartir nuestros gozos, la razón profunda de nuestra vida, nuestra experiencia de Dios? ¿Por qué no nos atrevemos a invitar a los jóvenes actuales a seguir nuestros pasos? ¿Qué imagen de la vida religiosa proyectamos? Es muy importante el hablar de la propia experiencia, del propio testimonio. Marifé Ramos en un artículo muy sencillo analiza las distintas claves de lenguaje que utilizan los religiosos a la hora de hablar de la vida religiosa. Esas claves son las siguientes: Camaleón: Disimulan lo más posible, sin dar importancia a cuestiones esenciales como por ejemplo los votos…. Esto genera en los jóvenes risas, bromas,… Un rato después olvidan lo que se les ha dicho. Datos y cifras: Se habla de lo cuantitativo y no de lo cualitativo. Genera indiferencia entre los oyentes. Ideas: Grandes teorías y tratados de vida religiosa difícilmente inteligibles para los jóvenes. Moral: Hablar con frases contundentes sobre lo que está bien o mal, sobre lo que debe o no hacerse. Entre los jóvenes este tipo de discurso produce crispación. Sentimientos. Testimonio. Estas dos últimas claves generan empatía y atracción. Sirvan los siguientes textos como ilustración a lo que hemos dicho: «¿Qué “espejos” ofrece el lenguaje con el que se habla de la vida religiosa? ¿Qué sentimientos dejan traslucir? […] Sólo desde el testimonio a corazón abierto, y no con bellas teorías o ideas, se puede explicar a estos chavales hasta qué punto desconocen el encanto de la vida religiosa. […] Mostráis el tema de la vida religiosa compartiendo vuestros sentimientos con imágenes y parábolas, y narrando el testimonio de una vida compartida…»4. La poca vitalidad y creatividad apostólica, la falta de una planificación, con prioridades apostólicas, objetivos y metas claras que susciten esperanza y abran al futuro, también tiene un influjo en las pocas vocaciones. Pues normalmente nadie se alista en un ejército en retirada. Y como consecuencia de esta falta de planificación y visión de futuro, muchas veces se produce la pérdida del contacto directo con los jóvenes o se mantiene una pastoral juvenil inadaptada. Es sorprendente que los pocos recursos personales realmente activos con que cuentan algunos institutos religiosos se dediquen muchas veces a alargar la vida de instituciones u obras 4 Marifé RAMOS, Hablar de Dios “en forma de pan y mantequilla, en Todos uno 146 (2001), p. 26 - 30. 6 apostólicas que no tienen futuro y no dedican personas verdaderamente capaces a una pastoral juvenil renovada y que responda a las necesidades de los jóvenes de hoy. Es muy frecuente que los que oficialmente han recibido la misión de trabajar en la promoción o animación vocacional sean personas sin las cualidades para ello. Las urgencias y presiones del momento están hipotecando la existencia y misión de muchas congregaciones religiosas. III. UNA ANTROPOLOGÍA VOCACIONAL 1. Una sorpresa agridulce Una reciente encuesta de la CONFER se ha dirigido a quienes podemos considerar candidatos potenciales a la vida consagrada5. Estos resultados son extrapolables también al ministerio ordenado, pues bastantes de estos jóvenes (40 %) no distinguen demasiado nítidamente entre ambas vocaciones. Esta encuesta se ha dirigido en exclusiva a chicos y chicas de 20 a 29 años en estrecho contacto con los religiosos, bien porque participan libremente en grupos de fe y de voluntariado o bien porque estudian en centros religiosos. Además, los pastoralistas de turno fueron los que efectuaron la selección de los jóvenes a quienes se les pasó la encuesta, buscando gente cercana a los religiosos. Según este estudio, se da una conjunción de tres factores que desconcierta. En primer lugar, la encuesta refleja un aprecio muy alto de los religiosos con quienes están en contacto. Por una parte, estos jóvenes consideran que los religiosos son personas orantes (97%), acogedoras (93%), evangélicas (90%), entregadas a los demás (90%), sensibles a la amistad (88%), comprometidas (86%), alegres (86%), desprendidas de las cosas (78%), libres (72%), avanzadas (71%) y actualizadas (66%). No solamente esto, sino que además reflejan una comprensión bastante elevada y un aprecio muy alto del sentido de la vida consagrada, de su estilo de vida (oración, comunidad, trabajo apostólico) y de su fundamento: la llamada 6. Por aportar un dato significativo, el 88% estima que «la existencia de los religiosos/as en la Iglesia es necesaria para mostrar al mundo la fuerza de Jesús y su Evangelio». En segundo lugar, si nos fijamos en la vida de fe de estos jóvenes, encontramos valores bastante altos en cuanto a compromiso cristiano (80%), pertenencia 5 J. LÓPEZ GARCÍA – Mª. B. De ISUSI – G. GARCÍA, Imagen de los religiosos y las religiosas en la juventud. Resultados de una encuesta dirigida a jóvenes en contacto con religiosos y religiosas españoles: CONFER 39 (enero – marzo 2000). El resumen de la misma se publicó en Vida Nueva (Con-Él; diciembre 1999). En un plano más general, según J. Elzo, «el 5,9% de los jóvenes españoles afirman haber pensado “alguna vez en la vida religiosa o sacerdotal como una posibilidad en su vida”, repartiéndose así según el género: 4,8% de chicos y 7% de chicas. Pero solamente el 0,5% “se lo ha planteado a menudo”». (Op. cit., p. 299, nota 22). 6 Remito a los capítulos 2 y 5 de la encuesta. 7 eclesial madura (69%) y relación personal y profunda con Dios (70%) y con Jesucristo (90%). Por último, el tercer dato que nos deja perplejos: ¿por qué se dan tan pocas vocaciones si hay aprecio de la vida consagrada, comprensión de su sentido conjugado con experiencia de Dios y compromiso cristiano? La encuesta intenta responder a este interrogante en su capítulo sexto, cuando presenta valores de la modernidad que dificultan a los jóvenes la opción por la vida religiosa. Así, entre los obstáculos más destacados encontramos: la autonomía personal (90%), que sea una opción para toda la vida (73%), la vida en pareja (72%), la libertad personal (71%), una fe demasiado débil (67%), la concepción de que la vida es para pasarlo bien (64%) y el hecho de que se pueda vivir lo mismo que los religiosos siendo seglar (61%). 2. Una interpretación teológica como solución La conclusión de este cuadro es que en nuestra actividad pastoral acertamos en grados notables en la cercanía y transparencia con los jóvenes, en la transmisión de la imagen de Dios y la cercanía con Jesucristo7; incluso en un asunto hoy tan delicado como la eclesialidad, no lo hacemos tan mal. Sin embargo, todo esto queda cojo en un asunto básico para la vocación: la antropología; esto es, el sentido de la vida y de la libertad. Si nos fijamos en las dificultades que los jóvenes apuntan, la mayoría de ellas se sitúan en el ámbito de la antropología teológica. Los jóvenes cercanos a los religiosos y más comprometidos de nuestros grupos tienen una teología, una cristología y una eclesiología sin la antropología correspondiente. O más claramente: su teología, cristología y eclesiología cabalga sobre la antropología de la modernidad y no sobre la antropología que se desprende de la revelación cristiana. Así, por subrayar el aspecto más sobresaliente, no entienden que un valor fundamental y primerísimo en la vida cristiana es la obediencia; la libertad según la vida cristiana se ordena a la obediencia y se logra o se malogra en su seguimiento. En el cristianismo, la obediencia es la cara visible del amor. Desde la comprensión cristiana, entonces, se entiende que la mejor realización de la persona, la plenitud más alta, el sentido de la vida, se encuentra precisamente en ponerse enteramente a disposición de Dios. Es decir, el cristianismo entiende la vida radicalmente como vocación. La pertenencia a la Iglesia surge de la respuesta a la llamada (Ef 1,4). Éste es el valor primero y radical para el cristiano, como lo fue para Cristo: ponerse a disposición de Dios para su plan salvador. De ahí que el sentido de la vida no radique en el hedonismo (pasarlo bien), aunque 7 No obstante, me llama la atención que, según J. Elzo (op. cit., p. 293), «el modelo éticohumanista [para definir una persona como religiosa] encuentra más adeptos entre los universitarios y entre los católicos practicantes». ¿No sería la relación con la trascendencia un aspecto irrenunciable en la definición de una persona religiosa? 8 tampoco haya por qué pasarlo mal; o que para el cristiano la libertad se logre precisamente cuando se vincula voluntariamente al plan de Dios, no cuando se reserva a sí misma un campo de indecisión y de cambio. Dentro de la cultura de la vocación, la antropología de la vocación ocupa un lugar preeminente y descaradamente contracultural. Nuestra sociedad genera personas sin vocación8. Así pues, para promover vocaciones, particularmente las de especial consagración, hemos de instaurar una antropología de la vocación, ciertamente en las antípodas de la antropología que se da por elemental en nuestra sociedad, que se puede resumir en el concepto de autorrealización. En este contexto, y una vez sentadas estas bases, puede proponerse tanto la elección de estado como la diversidad de carismas y ministerios dentro de la Iglesia, como un paso obligatorio en la verdadera maduración de la fe; desde luego, no como una trampa o como un secuestro interesado de jóvenes de buena voluntad para la propia congregación o para el seminario. IV. PISTAS PEDAGÓGICAS PRÁCTICAS PARA LA PROMOCIÓN VOCACIONAL De lo dicho hasta ahora se pueden ya sacar algunos medios prácticos para la promoción vocacional: 1. Oración por las vocaciones Es indispensable expresar por medio de la oración el convencimiento de que Dios quiere enviar operarios a su mies. Oración personal y comunitaria, de las familias, de los diversos movimientos y grupos religiosos, en las parroquias. La oración por las vocaciones ha de llevar necesariamente al trabajo por las vocaciones. Dios nos llama a ser el medio por el que suscita vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal. 2. Recuperar el gozo y entusiasmo original de la vocación Para esto se requiere una conversión más profunda de mente y corazón, expresada y alimentada continuamente en la oración personal y en común, que hacen transparente el amor a Cristo, como el centro y motor de la vida y misión apostólica. Esta conversión se expresa también en una vida comunitaria que es signo de la presencia reconciliadora de Dios en nuestro mundo. Una vida comunitaria abierta y hospitalaria que permite e impulsa a decir a los jóvenes: «venid y ved». Una vida comunitaria donde se comparte, se reflexiona, se ora y se discierne como comunidad apostólica, cuyo centro es el Señor y su misión, y en clara solidaridad con los 8 Nuevas vocaciones para una nueva Europa, § 12. 9 que más sufren. Dicha conversión también se expresa en la libertad interior y la disponibilidad y movilidad apostólica. La congruencia de vida está en relación con la identidad de la vida religiosa. Los jóvenes actuales buscan una identidad clara y bien definida en la vida religiosa, quizá como búsqueda de una seguridad, pero tienen razón en esto. Y no buscan una identidad definida con claridad teórica, sino vivida con clara visibilidad. Debemos preguntarnos si, entre otras razones, algunos seminarios y congregaciones religiosas no están teniendo muchas vocaciones precisamente porque ofrecen una clara identidad sacerdotal y religiosa (aunque surjan serios cuestionamientos sobre la autenticidad de dichas vocaciones, por falta de libertad en la decisión, por ser huida de situaciones difíciles, por ser víctimas de chantajes espirituales...). 3. Es una tarea comunitaria El sujeto de la promoción o animación vocacional no es el «promotor vocacional» o «el equipo de promoción vocacional» oficialmente nombrados. Todo religioso, toda comunidad y toda obra apostólica están llamados a ser promotores o animadores vocacionales9, por medio de la congruencia de vida y de su visibilidad y transparencia. La promoción vocacional no es una actividad o ministerio entre otros. Es una dimensión de la vida y misión de la vida religiosa y sacerdotal. Por eso la función del promotor o equipo vocacional consiste más bien en animar esta dimensión en los individuos, en las comunidades y en las obras apostólicas (lo cual no impide que los responsables mismos realicen actividades de promoción y animación vocacional directa, insertos en la pastoral juvenil). El promotor vocacional oficial, junto con otros que le ayudan de cerca, serían los responsables de la elaboración y puesta en práctica de un proyecto incluyente de animación vocacional, conocido y aceptado por todos los miembros y comunidades de una provincia o región donde esté presente una congregación religiosa, o por todos los sacerdotes y agentes de pastoral, en el caso de una diócesis. La promoción vocacional no es delegable, aunque sea conveniente que haya alguien con dedicación más en exclusiva a animarla. Lo que cada uno haga, transmita y viva repercute, para bien y para mal, en el conjunto. Los jóvenes captan muy bien tanto la individualidad destacada de una persona, como que en la vocación lo que está en juego es integrarse en una personalidad e identidad corporativa. Por eso el nuevo rumbo ha de consistir precisamente en pasar de los "agentes" o "delegados" a que toda la comunidad, cualquiera que sea su rango, familiar, religiosa, parroquial, se convierta efectivamente en una "comunidad vocacional", que 9 En Orden de Agustinos Recoletos las Constituciones lo afirman con claridad: «Todos los religiosos se consideren obligados a fomentar y cultivar las vocaciones. Así, cada uno podrá apropiarse las palabras de san Agustín: “Exhorto cuanto puedo a los demás a abrazar este propósito, y tengo hermanos en el Señor que, por ministerio mío, se han decidido a hacerlo”» (n. 157). 10 tanto en su vivir como en su acción, se preocupe de suscitar y acompañar nuevas vocaciones, continuadoras de su misión. Para que esto suceda es necesario que todos y cada uno de los vocacionados que la configuran, redescubra la profundidad y la fuerza de su carisma, de su don ministerial. Y este redescubrimiento del propio carisma hará posible transmitir con fidelidad la experiencia del ser llamado por Cristo. Una animación vocacional hecha por las comunidades todas y por todos los miembros de las mismas no será tan oficial, no tendrá acaso actividades muy específicas o momentos especiales, porque se identificará con su misma acción evangelizadora habitual. Es una animación vocacional que consiste en lanzar mensajes permanentemente a todos cuantos entran en contacto con la comunidad y con cada uno de sus miembros. Esto la hace mucho más extensa y radical. 4. Imprescindible: Cercanía y acompañamiento En un alto porcentaje de las vocaciones a la vida religiosa, esta relación personal se reconoce como el medio por el que Dios llama y concede la gracia de la vida religiosa y sacerdotal. De ahí que la pastoral juvenil deba ser una prioridad apostólica. El acompañamiento personal o el diálogo profundo y cercano Con este trabajo personalizado, el joven se encuentra consigo mismo al verse como reflejado en un espejo desde la actitud de profunda escucha y desde la empatía del acompañante; el mismo acompañado descubre caminos y pistas sobre su identidad, sobre la acción de Dios en su vida, penetra en los indicadores y pistas del camino dejadas por el paso de Dios junto a él y en él. Es el único camino para ayudarle a fortalecer sus decisiones de manera libre y responsable. El diálogo es el camino fundamental para que el acompañado pueda descubrir su propia interioridad, al sentirse escuchado y comprendido en todas sus dimensiones, y en ella y desde ella, hallar la luz que le oriente en la vida. Este acompañamiento, y esto es ya también convicción común, no tiene por qué ser reservado a sacerdotes. Cualquier persona medianamente inteligente, -sea religioso, religiosa, laico- con una suficiente experiencia de Dios y de análisis vocacional, con una suficiente sensibilidad y aceptación del mundo juvenil, es apto para ofrecer este servicio. Siendo este el modo fundamental de una pastoral vocacional nueva, hay que confesar que es aquí donde reside una de las mayores dificultades y retos para la misma, porque de hecho "la razón instrumental" sigue pesando tanto sobre los agentes pastorales que apenas se encuentran personas que tengan tiempo para ello (cf. Desarrollos... 86, 3). Por eso el "nuevo rumbo" a este respecto será, por parte de todos, el indicado con marcada insistencia y urgencia a los sacerdotes por Juan 11 Pablo II en la Pastores dabo vobis: «los sacerdotes sean los primeros en dedicar tiempo y energías a esta labor de educación y de ayuda espiritual personal. No se arrepentirán jamás de haber descuidado o relegado a segundo plano otras muchas actividades también buenas y útiles si esto lo exigía la fidelidad a su ministerio de colaboradores del Espíritu en la orientación y guía de los llamados»(n. 40). Acompañamiento permanente El descubrimiento de la propia vocación es un proceso que se forja día tras día, que supone una atención permanente al propio pasado, que requiere a la vez una visión penetrante del futuro, decidiendo permanentemente el rumbo a seguir y los objetivos que se quieren alcanzar. Con todo ello, el propio sujeto, guiado por el acompañante, va realizando un itinerario formativo concretado en un proyecto personal de vida que permite al joven avanzar en un proceso gradual de búsqueda de la propia vocación. El proyecto de vida, para ser auténtico y eficaz, debe contemplar y determinar las metas, los objetivos por etapas y por los valores vocacionales, determinando también los tiempos, los lugares y las actividades, así como los momentos de evaluación que permitan controlar los pasos dados, lo conseguido, y el camino que falta por recorrer. Sólo de esta forma podrá fortalecer poco a poco sus decisiones de forma libre y responsable, sin quemar ni saltar etapas, adquiriendo una conciencia real de la vocación que desea vivir, una visión realista de sus actitudes, capacidades y límites, y tomando decisiones dirigidas cada vez más a una entrega total de sí mismo y para siempre. Para que sea eficaz, convocante, este acompañamiento personal y permanente debe también afectar a la totalidad del joven, es decir, que cultive la inteligencia, las convicciones, pero también el corazón, los sentimientos y la voluntad (Ver lo dicho más arriba sobre "la belleza" de la vocación cristiana), que toque al joven en la sede más íntima de su "yo", y que, por lo mismo, pueda sacudirlo, provocarlo a una decisión. Esto requiere que el joven que busca un acompañamiento personal sea fiel a dicho acompañamiento. 5. Tener las puertas siempre abiertas Por otra parte, la pastoral ha de orientar sus esfuerzos a proporcionar a los jóvenes el realizar y vivir una experiencia de eso mismo que se quiere transmitir: conocer desde su propia vivencia lo que significa un carisma, una institución religiosa, una vocación eclesial. Es el método del «venid y veréis», de raigambre evangélica (cf. Jn 1, 39), que tan buenos resultados dio al propio Jesús, y el único que parece mantener por sí mismo una consistencia que resiste a todo los tiempos y a 12 todas las características culturales de las distintas generaciones, la "regla de oro" de la pastoral vocacional (cf. VC 64). La comunidad vocacional abre sus puertas y proporciona al joven hacer con ella un camino, el camino que ella intenta vivir: una comunidad de hombres o mujeres que celebran juntos al Dios de la vida, a la que le han entregado sus existencias, con los votos o con otros compromisos; libres en sus corazones y rebosando el gozo de vivir; unidos en un mismo proyecto de existencia y de acción salvífica en favor de los hombres, con unos lazos más profundos y satisfactorios que los simplemente afectivos o familiares; sin exageraciones voluntarísticas ni automutilaciones, sino con un corazón simple y agradecido; abiertos a la historia y a los hombres compartiendo con ellos angustias y dificultades y ayudando a sobrellevar la carga de la existencia a todos. En experiencias de este tipo, en estos ambientes, y que a la vez tengan un componente de misión, de servicio, de atención a pobres o marginados, de presencia y cercanía a personas necesitadas, de compromiso de testimoniar convicciones y valores, es donde es posible descubrir la vida como vocación, como donación y entrega, como respuesta agradecida a los dones recibidos, como misión a la que consagrarse en plenitud, descubriendo a la vez el origen de todo ese movimiento, la Palabra convocante y donante del Dios de la vida, del Jesús que le hace presente. Para que estas experiencias puedan llevar a decisiones de vida han de ser bien motivadas y clarificadas en sus objetivos, para que no se dé una esquizofrenia entre lo querido por el animador vocacional y los objetivos buscados por los destinatarios. Y además no se deben quedar en la simple experiencia. Han de posibilitar y favorecer un proceso de decisión a partir de la misma experiencia, del impacto profundo que la experiencia provoca en la inteligencia, en la afectividad y en la vida del joven. La decisión es en realidad el recorrido abierto más allá de las impresiones recibidas en una experiencia. 6. Hacia la experiencia de un Dios que llama La pastoral juvenil ha de preparar y llevar a los jóvenes a una experiencia religiosa de encuentro personal con Dios, en la que puedan experimentar su existencia como una llamada, como una vocación de Dios. Se trata de ayudar a los jóvenes a escuchar y responder a los movimientos del Espíritu en sus corazones, y a nosotros nos toca respetar con cuidado la forma concreta como el Espíritu llama a cada persona» (Congregación General XXXIV de la Compañía de Jesús, Decreto 10, 2). En este contexto de discernimiento vocacional se debe presentar la vida religiosa y sacerdotal como una alternativa, como una posibilidad de realización cristiana, pues la gente joven sólo puede escoger lo que conoce y ama». 13 7. La promoción o animación vocacional es también un trabajo a medio y largo plazo No se pueden esperar resultados de un día para otro. La semilla de la vocación a la vida religiosa como una forma concreta de seguir a Cristo, hay que sembrarla a temprana edad, con la esperanza de que germine y dé frutos años después. De ahí que la promoción y animación vocacional deba iniciarse, según los entendidos, a partir de los 11 ó 12 años, edad en que los valores que configuran a la persona humana son apropiados y adoptados. La promoción y animación vocacional implica que algunos siembren y otros cosechen. Lo importante es que se produzca el fruto. Fruto que garantiza la misión apostólica de la vida religiosa como recepción de un don de Dios a la Iglesia por medio del Espíritu. Que el Señor nos ilumine para vislumbrar los cambios de los vientos, y nos empuje a secundar los impulsos del Espíritu, con su acierto, con su fortaleza. Quizá en los años próximos nos toque abandonar los hábitos del pescador para vestir los del labrador: echar la simiente, cultivar el campo, alimentar la espera en la paciencia con la oración, descansar serenos sabiendo que la semilla crece y germina mientras dormimos, asumir y permitir que sean otros los que recojan la cosecha. Roberto Sayalero Chiclana de la Frontera