CITADE DE DEUS (Ciudad de Dios) GUÍA ANÁLISIS Ficha técnica Dirección: Fernando Meirelles. Codirección: Katia Lund. País: Brasil. Año: 2002. Duración: 135 min. Interpretación: Matheus Nachtergaele (Sandro Cenoura), Seu Jorge (Mané Galinha), Alexandre Rodríguez (Buscapé), Leandro Firmino da Hora (Zé pequeno), Phellipe Haagensen (Bené), Jonathan Haagensen (Cabeleira), Douglas Silva (Dadinho), Roberta Rodríguez Silvia (Berenice), Gero Camilo (Paraíba), Graziela Moretto (Marina), Renato de Souza (Marreco). Guión: Bráulio Mantovani; basado en la novela de Paolo Lins. Producción: Andrea Barata Ribeiro y Maurício Andrade Ramos. Música: Antonio Pinto y Ed Côrtes. Fotografía: César Charlone. Montaje: Daniel Rezende. Dirección artística: Tulé Peake. Vestuario: Bia Salgado e Inés Salgado. Estreno en España: 31 Enero 2003. ACTIVIDADES 1.- ¿Te parece adecuado el título? ¿Te resulta irónico?.¿En qué se basa?. ¿Es una película “documental”?. ¿Qué diferencia(s) hay entre una película como Ciudad de Dios y un documental? 2.- ¿Quién narra la película? . ¿Cómo lo hace?. ¿Qué efecto tiene sobre la historia que cuenta? 3.- En qué contexto político, social, geográfico y cronológico se desarrolla la narración. 4.- ¿Qué temas aborda la película?. Coméntalos. 5.- Analiza los personajes principales de la película. 6.- De que partes consta la película. Enumera las secuencias de que consta cada parte 7.- Comenta la puesta en escena (estilo de realización): Destaca qué aspectos (planos, montaje, angulación, sonido, movimientos de cámara, personajes, ambiente, etc... 8.- ¿Con qué genero cinematográfico podrías relacionarla.? : 1 9.Haz una valoración personal comentando los aspectos más interesantes (visuales, sonoros, estéticos, ideológicos, etc.) de esta película DOSSIER SINOPSIS "Ciudad de Dios", adaptada de la novela de Paolo Lins, retrata el crecimiento del crimen organizado en Cidade de Deus, un suburbio violento de Río de Janeiro, entre finales de los años sesenta hasta principios de los ochenta. El protagonista de la película es este barrio, uno de los más peligrosos de la ciudad de Río. El narrador es "Buscapé", un joven negro demasiado frágil y tímido para una vida criminal pero con suficiente talento como para tener éxito como artista y fotógrafo. Vemos a través de sus ojos el desarrollo de la vida, las peleas, el amor y la muerte de los personajes cuyos destinos se alejan y se cruzan con el paso del tiempo. CRÍTICA por Diego Vázquez El fruto del coraje sin límites No cabe duda de que “Ciudad de Dios” se va a convertir para los inquietos y los rastreadores de piezas preciosas cinematográficas en la película más sorprendente, excitante y libre de este año. Lo primero que va a llamar la atención a cualquier espectador que se acerque a este desgarrador film es lo eléctrico, frenético y desgarrado de su realización, en la que se pueden encontrar rastros de Peckinpah, Scorsese o las primeras vanguardias del cine ruso, pero que sobre todo conserva una identidad y originalidad que le es propia y que deja fascinada a la audiencia (comprobado). Pero eso no es todo. Porque este film dirigido por Fernando Meirelles con la ayuda de Katia Lund y con la producción de un hombre tan importante para el cine de Brasil como es Walter Salles (el artífice de “Estación central de Brasil”), puede considerarse una auténtica creación global en donde cada elemento brilla con luz propia dentro de un conjunto en el que todo está perfectamente ensamblado. El guión (un portento de adaptación de una complicadísima novela de 600 páginas, con 300 personajes, tres décadas de acción y ningún protagonista claro, llevada a un film complejo pero entendible de más de dos horas), la fotografía (prodigio experimental de unión de formatos y técnicas que terminan por redondear la calculada y valiente puesta en escena de Meirelles), el montaje (que juega con las tres partes en que se divide el film y las tres décadas de acción para ir variando el ritmo, la intensidad y la anarquía narrativa hasta alcanzar cotas de paroxismo y brillantez extraordinarias en el lenguaje fílmico) y los intérpretes (un nutrido reparto de 100 niños de la calle que otorgan la verdad, la intensidad y el realismo más emocionante a todo este conjunto). Pero que nadie se piense que estamos ante un prodigio técnico, un trabajo colosal y una esperanzadora capacidad de experimentar que sólo cubre una gran nada, porque más bien nos encontramos ante todo lo contrario. El film se rodea de toda esta brillantez técnica para contar una historia cruda, terrible y de un horror tan diario y terrenal, como al mismo tiempo increíble y lejano para la mayor parte de los espectadores. Un western sangriento, violento, brutal y desgarrador, en donde una serie de niños y jóvenes sesgan vidas y luchan por sobrevivir en medio de la muerte más auténtica, en el fango de las favelas brasileñas, de una Ciudad de Dios sin ley y sin orden, donde las pistolas mandan y la droga y el control que ejercen los “jefes” en la calle es palabra de Dios. Sin escapatoria, sin esperanza, el protagonista (un joven poco dispuesto a la violencia, con aspiraciones artísticas) habrá de sobrevivir al desarrollo de ese mundo durante treinta años, a los amigos y enemigos que desaparecen, a los que permanecen y a una constante: ser dejados de la mano de gobiernos, e instituciones, condenados a ser un infierno en la tierra, una tierra de auténtica anarquía con su particular apartheid. 2 Daría para un largo análisis este milagro fílmico, esta gota de esperanza en un océano de generalizada inanidad narrativa y de nulo riesgo experimentador, que encuentra aquí una cima histórica, más conseguida aun al venir en la forma de una película con un importante nivel de producción, destinada a llegar al corazón, la cabeza y los sentidos de todos los espectadores. Una cita artística inapelable. CRÍTICA Canalcine.net, Barcelona por Tònia Pallejà Mafias a ritmo de samba "Ciudad de Dios", largometraje del realizador brasileño Fernando Meirelles y la codirectora Katia Lund que ha despertado bastante expectación debido a la buena acogida que le ha dispensado la crítica y al éxito sin precedentes que alcanzó en su país, es un retrato violento y convulso del surgimiento y la consolidación del crimen organizado en Cidade de Deus, un degradado suburbio de Río de Janeiro que se rige por su propio orden al margen de la ley. La película traduce en imágenes una prolija novela –nada menos que 600 páginas– de Paulo Lins basada en sucesos reales, que repasa la evolución de la delincuencia en esta favela a lo largo de tres décadas, desde los años 60 hasta los 80. Aunque es de suponer, dada la extensión del libro –inabarcable en una sola entrega–, que se ha prescindido de un importante número de pasajes y personajes secundarios, el resultado de esta adaptación, reducida a poco más de dos horas de duración, es plenamente satisfactorio, y en ella se ha respetado tanto su estructura –marcada por las tres etapas temporales antes citadas– como la recreación ajustada del ambiente en que se desarrolla la acción. Varios son los caracteres destacados que introduce el film a través de la mirada –y el verbo– de Buscapé, un niño que no se deja arrastrar por la marginalidad que le rodea y que posteriormente acabará convertido en fotógrafo de esa misma realidad. Pero el auténtico protagonista de esta historia es la propia Cidade de Deus, marco geográfico y social, germen y testigo del crecimiento y la ascensión de jóvenes cabecillas como el despiadado Zé Pequeno – Dadinho en su infancia–, su socio y mejor amigo Bené –que se lleva bien con todos, sea cual sea su procedencia–, Cenoura –la competencia en el negocio de la droga– o Mané Galinha, un cobrador de autobús que por trágicas circunstancias se ve empujado a entablar la guerra con Zé Pequeno aliándose con sus enemigos. A simple vista –armas, narcotráfico, luchas entre bandas, códigos de conducta, territorios, supervivencia, policías corruptos, y un universo masculino en donde las mujeres tienen una función anecdótica– podría parecer que nos encontramos delante de una película más sobre "gangsters", con la única diferencia de que los personajes son de corta edad, tienen la piel oscura –pocos son los blancos que intervienen– y hablan brasileño. Pero el carácter autóctono y el componente social e histórico de "Ciudad de Dios" imprimen al film un grado de veracidad que le permite marcar distancias con las típicas cintas sobre la mafia que suele traernos el cine anglosajón. No sólo las circunstancias concretas que propician esta criminalidad otorgan este poso realista, sino que también el papel del reparto ha sido determinante para ceñirse con atino a su contexto. Los intérpretes –principalmente actores no profesionales– seleccionados para la ocasión, en su mayoría niños y adolescentes extraídos de distintas favelas brasileñas y, por tanto, conocedores de primera mano de la situación que recoge la película, representan otra de las grandes aportaciones. Se respira gran autenticidad en sus actuaciones y en muchos momentos, sobre todo entre los más pequeños, da la sensación de que no distinguen por completo cuándo están "jugando a hacer ver que..." ante una cámara o cuándo se están conduciendo como es su costumbre, al margen del rodaje. Lo que más llama la atención de "Ciudad de Dios" es su marcada estructuración, compuesta de tres partes bien diferenciadas, tanto a nivel argumental como formal, que a su vez se inscriben en una línea circular que se acaba cerrando llegado su tramo final. Las tres funcionan bien de forma autónoma, a pesar de que están relacionadas entre sí por el devenir de los acontecimientos y la progresión de los personajes en el tiempo. Cada uno de estos capítulos – años 60, años 70 y años 80– posee su propia trama independiente –presentación, nudo y desenlace–, focaliza su atención en un personaje según su relevancia en ese determinado 3 momento, y, lo que es más importante todavía, cada uno de ellos presenta un acercamiento conceptual propio, lo que se traduce en un tratamiento estético distinto en cada caso –aquí entran en juego tanto la fotografía y la iluminación, como el montaje y la dirección–, acompañándose, según corresponda, por unos u otros ritmos musicales. La primera parte, localizada en los años 60, se centra en el llamado "Trío Tierno", capitaneado por Cabeleira, un muchacho que junto a dos colegas comete pequeños robos armados en la zona. Se puede hablar de una delincuencia bastante ingenua con respecto a lo que llegará después; se roba para subsistir, entregando el dinero a los padres, o bien al modo de Robin Hood, saqueando a los ricos para repartirlo entre los más pobres. La aproximación a esta primera década está bañada por un aire nostálgico, casi romántico, a partir de los recuerdos de la infancia de Buscapé. Una amable luz dorada, las suaves tonalidades ocre –las chabolas amarillas parecen surgir como una extensión de las calles sin asfaltar–, y un escenario que recuerda al del western, son la nota dominante. La narración es aquí clásica, convencional, académica. Entramos en los años 70, y Zé Pequeno se apodera del protagonismo, un tipo sin escrúpulos que se ha establecido como líder de una banda a base de liquidar a sus oponentes. Domina el negocio de la distribución de la droga, controla toda la zona y su poder es la ley. Es la época de la moda hippy, el pelo afro, los colgantes en el cuello, los ritmos pop y funky, la marihuana... Visualmente hay una eclosión de color, de artificialidad lisérgica, cambia el grano de la película, la exposición de los hechos se vuelve más flexible, desinhibida. Se hace uso de ciertos efectismos digitales y otros recursos retro como la división de la pantalla. Por último, en los años 80, estalla la violencia en todo su apogeo. Cobra fuerza Mané Galinha, cuyo grupo se enfrenta al de Zé Pequeno. Se opta por la cámara en mano, en un estilo cercano al documental, cortes bruscos y desenfocados. La fotografía también se endurece, la gama cromática se reduce en favor de los tonos oscuros, la narración es más caótica y la atmósfera se vuelve turbia, asfixiante, insostenible. "Ciudad de Dios" bebe de muchas fuentes, según se encuentre en un momento u otro del curso de la historia. Algunos la han querido vender como una especie de "El Padrino" a la brasileña, aunque esto sería exagerar y extrapolar sus concomitancias temáticas al conjunto de la película. Lo cierto es que desde el neorrealismo italiano, pasando por el western, hasta un cine más moderno en las coordenadas de los trabajos de Tarantino, Guy Ritchie o el González Iñárritu de "Amores perros", numerosos y variopintos serían los referentes. Sea como sea, éste es un título a tener en cuenta, que rompe con la imagen que suele tenerse del cine realizado en Brasil, un gran desconocido por la mayor parte del público español, y condenado al ostracismo por los circuitos internacionales. Se trata de una película que araña la épica social desde el "cine de gángsters", o viceversa, llevando el género a su propio terreno –del mismo modo que se podría decir que es el terreno el que condiciona el género–, y sumergiéndolo en un barniz renovado. Diluyendo sus influencias de manera homogénea y manteniendo en un juicioso equilibrio todos sus componentes dramáticos, el resultado que se desprende de todo ello es tan atractivo como sugerente, y revela una notable calidad en sus acabados. Por otra parte, la diversidad de situaciones y personajes, planteados y desarrollados con acierto gracias a un guión muy bien apuntalado, logran un producto entretenido. La sólida labor de Meirelles y Lund en la dirección descubren una exploración inteligente en las posibilidades del cine como lenguaje, en consonancia con las interpretaciones de un elenco fresco y desenvuelto, y la efectividad y adecuación de las distintas opciones estéticas que se han tomado. En definitiva, este film, nominado como Mejor Película Extranjera en los Globos de Oro y seleccionado por Brasil para los Oscar, despunta por méritos propios y opta a convertirse, también aquí, en un fenómeno destacado dentro de la vorágine de estrenos semanales. CRÍTICA por Mateo Sancho Cardiel Con el sabor de ese cine sudamericano hambriento de realidad, con las mejores reminiscencias de “Amores perros” y sin la falta de valor de la que se resentía “Traffic” en su epílogo, el aclamado director de “Estación Central de Brasil”, Walter Salles, se ha reservado el papel de coproductor para dejar paso a un director, Fernando Meirelles, con grandes historias que contar, un gran talento narrativo y un excelente estilo visual. Su película “Cidade de Deus” 4 es una rabiosa y compleja cronología del nacimiento y brutal expansión del narcotráfico y todo el sórdido mundo que lo rodea en las favelas de Río de Janeiro. “Cidade de Deus” es, para sorpresa de muchos que habíamos creído siempre que la cinematografía brasileña es poco próspera, una superproducción en toda regla, un arriesgado proyecto colmado de agria épica, con una ambiciosa duración y un técnica que explora la suciedad del estilo documental a la vez que emplea diferentes texturas para avanzar en el eje temporal. Cuando uno ve esta película, además de dejarse arrastrar por una historia apasionante, aprecia un gran trabajo de fondo, una insólita apuesta del cine sudamericano por su música, por su endiablado montaje, por su vigorosa estructura, por su espléndida fotografía, por la valía de unos intérpretes no profesionales en un extenso reparto coral, por un desarrollo de los personajes ejemplar. “Cidade de Deus” es, con toda probabilidad, la película más laboriosa de cuantas han desfilado por este festival, y enriquece todo ese loable esfuerzo con una historia de una potencia arrolladora: la genealogía de la gran mafia que asola Río de Janeiro, el tráfico de drogas. Una historia de rencores y envidias, de frustración y deseo, de cobardes y verdugos, de vejación y desgarro, de enfrentamiento y violencia, de dolor y muerte, de desgraciada realidad. A lo largo de este relato que abarca tres décadas, la película nos presenta un mosaico de tribus urbanas, de distintos comportamientos que acabarán cayendo en la corrupción, que tienen como común denominador las drogas como eje fundamental de su vida, ya sea como medio de supervivencia o como costumbre adictiva, pero, en definitiva, siempre como pasaporte a la destrucción. Pero el problema que refleja con pesimismo y desesperación “Cidade de Deus” no es el de los peligros personales de los estupefacientes, sino la vorágine en su totalidad, el mundo jerárquico e intocable que crean, los intereses económicos que mueven, la manga ancha de las autoridades ante ellos. En la película asistimos a una impunidad criminal desoladora, a un país que se cruza de brazos ante un imperio delictivo, ante una situación legal que favorece esa podredumbre moral, esa miseria humana. La honradez encuentra hostilidad en las favelas de Río de Janeiro, es un inconveniente para la vida diaria, porque se impone la virulencia, las buenas intenciones acaban desvirtuándose por un nulo apoyo de la policía. La oposición que surge al narcotráfico acaba siendo consciente de su ineficacia, si no por ser igual de sanguinaria, por una idéntica metodología, y lo peor de todo es que la película nos muestra que no existe otra vía a corto plazo. Porque es un mundo en el que los héroes infantiles son terribles asesinos, maestros de la delincuencia, en el que el currículo se escribe con letras de sangre, con el calibre de la bala. Y todo este mundo opresivo, este callejón sin salida, esta guarida infernal, es plasmado con rigor, narrado con grandiosa fuerza, cortante ritmo e inigualable pasión en esta película que vamos a tener que empezar a tener en cuenta desde este mismo momento, que aspira a convertirse en un título clave del realismo del tercer mundo, una película de visión indispensable, un grito de protesta ahogado por el envilecimiento global de la población, la complicidad de todas las clases sociales y el sufrimiento como rutina. 5
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