Diego Jiménez

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Libertad religiosa y tolerancia
Diego Jiménez
El supuesto fundamentalismo islámico derivado del uso de esa prenda no es real, pues el velo
hay que entenderlo como una seña de identidad de la mujer musulmana
Las diferencias existentes entre un Estado laico y aconfesional son muy difusas. La
Constitución de 1978 define a España como un Estado más propiamente aconfesional, en la
medida en que, según el artículo 16.3 de la Carta Magna, los poderes públicos han de
mantener relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones. Ese
artículo dio pie a la redacción de la Ley Orgánica 7/1980, de 8 de julio, de Libertad Religiosa,
cuyo artículo 7.1 reitera el establecimiento de convenios de cooperación con las distintas
confesiones religiosas asentadas en nuestro país. La actual legislación sobre la materia, en lo
que se refiere a la Iglesia Católica, se inscribe en los Acuerdos con el Vaticano de 1976 y 1979,
vigentes aún, que se mantendrán intactos cuando sea efectiva la nueva Ley de Libertad
Religiosa, ahora en discusión, y que el Gobierno pretende que esté en vigor con motivo de la
próxima visita papal a España.
Dejando al margen que lo conveniente sería armonizar la legislación europea en esta materia
(a título de ejemplo, Bélgica acaba de prohibir el uso del velo integral o 'burka' y en Francia se
camina en la misma dirección), por lo que se conoce hoy del anteproyecto de la nueva Ley de
Libertad Religiosa, poco se va a avanzar en materias conflictivas, cuya regulación es
complicada. Una de ellas, la relativa a la ostentación y exhibición de símbolos religiosos en
espacios públicos. La polémica se ha suscitado a partir de la prohibición del uso del velo
islámico a una alumna en un instituto madrileño. Al margen de la discusión sobre la posibilidad
de que un centro educativo decida sobre competencias de ámbito estatal como éste, lo cierto
es que se han producido, como era de esperar, opiniones favorables, ajenas a una postura
racional y comedida.
Para empezar, el supuesto fundamentalismo islámico derivado del uso de esa prenda no es
real, pues el velo hay que entenderlo como una señal de identidad de la mujer musulmana.
Pero es que, además, los defensores de tal prohibición olvidan que en la religión católica han
sido y son visibles esos mismos signos de identidad. Algunos alumnos y alumnas siguen
exhibiendo, en nuestros centros educativos públicos, medallas, crucifijos y otros elementos
religiosos. Por la calle, monjas y curas se distinguen por una indumentaria que, en muchos
casos, difiere de la que usamos el resto de las personas. Y nadie se rasga las vestiduras por
ello. Otra cosa es tratar de acotar la presencia de elementos religiosos en el ámbito de los
espacios públicos, cosa que sí está prevista en el citado anteproyecto de ley en curso.
Además, el propio Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo ya ha sentenciado en ese
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sentido, en relación con la prohibición expresa del crucifijo católico en los centros educativos
públicos.
En el debate suscitado hay, pues, mucha carga de demagogia. También de intolerancia.
Demagogia porque nadie cuestiona, por ejemplo, la ocupación de las vías públicas durante
varios días por las cofradías religiosas que sacan los pasos procesionales a la calle. Como
nadie alza su voz cuando se organizan funerales de Estado, en lugar de actos cívicos o, al
menos, de carácter ecuménico, con ocasión de algún hecho luctuoso. Y de intolerancia porque,
tras el apoyo explícito a la prohibición de uso del velo musulmán, lo que se está poniendo en
evidencia, además, es un racismo que se ha incrustado de lleno en la conciencia de muchas
personas.
Pienso que el Estado español, a más de treinta años de la promulgación de la Constitución de
1978 y de los Acuerdos con el Vaticano, debería dar pasos decididos hacia el laicismo, lo cual
exigiría, entre otras cosas, la denuncia de esos Acuerdos. Pero, mientras no sea así, hay que
recordar a los defensores de la prohibición del velo islámico lo que nuestro texto constitucional
establece literalmente en su artículo 16.1: "Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de
culto de los individuos y las comunidades, sin más limitación, en sus manifestaciones, que la
necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley".
* Artículo publicado en La Opinión de Murcia el 04/05/2010
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