¡NAHUEL NECESITA UN VETERINARIO! Nahuel iba de mal en peor en la escuela. Nunca había sido el alumno destacado de la clase, pero siempre se las había arreglado bien para pasar de grado sin sobresaltos. Marta, su maestra, había ido notando que con el correr de las semanas las notas de Nahuel se iban cayendo a pedazos. No cumplía con las tareas, no participaba en clase, no prestaba atención. Parecía como ausente, es más... ¡muchos días estaba realmente ausente!. Sus faltas a la escuela eran cada vez más frecuentes. -Hay que hacer algo- Pensó Marta y recordó enseguida el ofrecimiento que le habían hecho en la parroquia. Desde hace unos meses, la Cáritas de allí, había organizado un apoyo escolar con dos docentes jubiladas que se habían ofrecido de voluntarias. Casos como el de Nahuel sobraban en el barrio. Seguramente Nahuel necesitaba un lugar donde hacer los deberes, alguien que lo ayude en sus tareas y le revise el cuaderno. Así fue que Nahuel, después de algunos amagues, comenzó a ir al apoyo. El tiempo pasó y no solo su rendimiento no mostraba mejoras, sino que ni siquiera parecía muy interesado en seguir yendo. -¡Ese chico no come bien!- Le dijo la señora Aurora de Cáritas a Marta. -Hable con su madre y dígale que mande al nene al comedor de la sociedad de fomento. Seguramente Nahuel necesitaba llenar la panza para después poder llenar la cabeza. No se puede pensar con hambre. Así fue como Nahuel, después de algunas vueltas, comenzó a ir al comedor. El tiempo volvió a pasar y a pesar de que se comía varios platos, su rendimiento seguía sin levantar la puntería. -¡El problema debe ser la familia!- Dijo doña Silvia, la que servía. Seguramente no estaban en todo el día y el chico andaba solo y sin apoyo. Así fue que los de Cáritas le hicieron unas visitas y notaron que en realidad toda su gran familia estaba en la casa, pero como quien está derrumbado y sin esperanzas. No hacía falta ser asistente social para darse cuenta que a su Papá le sobraban el alcohol y las trompadas. Nahuel en la escuela parecía una sombra lejana del niño alegre y vivaz que una vez había sido. Marta se desesperó de impotencia. Con ese ya iban tres días que Nahuel no aparecía por el colegio. De puro impulso se fue nomás hasta su casa. Le ladraron unos cuzcos desganados cuando hizo sonar las manos en la entrada de la humilde casa. Nadie salió. Después de dudar un instante juntó coraje y se metió. No vió gente, pero oyó algunos ruidos que venían de atrás. Esquivó el precario ranchito y divisó en el fondo del largo terreno a la familia apiñada. Se arrimó saludando fuerte como para avisar su presencia y se disculpó justificando su preocupación. Cuando estuvo allí, parada junto a ellos, pudo ver el motivo de la reunión. En el piso estaba tendida una yegua en estado agonizante, con síntomas de un visible deterioro. -¡Se muere, seño!- le dijo Nahuel. –Parece que es algo que comió- agregó. Con un tono seco pero amable, ese hombre sencillo que era el papá de Nahuel, le contó cómo fue que hace muchos meses su yegua, la compañera fiel con la que todos los días hacia el cirujeo con el que le llevaba el pan a su familia, se enfermó gravemente. De cómo apenas la había podido mantener viva con cuidados y algunos remedios caseros. Y con sus ojos brillosos le confesó que no había ya más que hacer, no podía comprarle los remedios y mucho menos podría siquiera pensar en comprar otra. Marta entendió todo en un instante y por primera vez escuchó. Escuchó verdaderamente. Supo que, desde aquel momento, la frágil economía de los Suárez se desbarrancó. Supo de cómo toda la familia hizo falta para poder mover un carro más pequeño, pero el esfuerzo no rendía. Supo cómo la desesperanza llamó al alcohol y éste llamó a la violencia y todos lloraron en ese infierno diario. Supo al fin por qué Nahuel ya no aprendía, ya no miraba, ya no venía. Supo por qué. Gracias a Dios la yegua se curó con un poco de solidaridad organizada. Fue cuestión de traer a un veterinario (¿quién no tiene uno entre sus amigos?), juntar unos pesos para los remedios indicados y en menos de un mes andaba de pie como si nunca le hubiera pasado nada. Como si fuese un milagro, detrás de esta recuperación, todo volvió a encaminarse. Y sobre todo Nahuel volvió a ser Nahuel, el que no se destaca pero aprueba. - ¡Parece mentira!- les dijo Marta a las de la parroquia – a fin de cuentas, lo que Nahuel necesitaba... ¡¡¡ERA UN VETERINARIO!!!! Gustavo Lorenzo Basado en una historia verídica de Cáritas Olavarría