1 HACIA UN NUEVO ANTICAPITALISMO. PARA UNA POLÍTICA DE EMANCIPACIÓN* Pierre Zarka, Michel Vakaloulis, Jean-Marie Vincent A modo de conclusión La transformación de la sociedad no es únicamente un asunto programático, es también un asunto de transformación del universo simbólico y de las perspectivas simbólicas. A lo largo del siglo XX, el capitalismo ha logrado imponer su interpretación de la historia y de evolución de las sociedades. El esquema es simple, todo se reduce a la oposición entre democracia y totalitarismo: las guerras, las luchas sociales, las catástrofes políticas, las luchas de liberación nacional, todo puede pasar por esta cama de Procusto. Nazismo y comunismo se presentan como provenientes de la misma matriz, ese fantasma utópico que quiere someter la realidad a esquemas ideológicos. Se concede por supuesto, que la ideología nazi intrínsecamente ligada al racismo y al antisemitismo, está muy lejos de los objetivos emancipadores del comunismo original. Pero es para decir inmediatamente que nazismo y comunismo se reúnen en el desprecio de las existencias humanas concretas y en la idea que los hombres son materiales maleables como la materia prima. De esta manera, quedan borradas algunas diferencias esenciales. El nazismo, a pesar de su retórica revolucionaria, nunca estuvo en ruptura con el capitalismo. Auschwitz, como una de las cúspides de la barbarie del siglo pasado, solo fue posible por la complicidad del gran capitalismo alemán. El comunismo proveniente del bolchevismo y de la revolución de Octubre, fue muy tempranamente destruido por una agrupación de fuerzas estatistas reaccionarias y militaristas a fines de la guerra civil. El estalinismo es una contrarrevolución que, para afirmarse, debió recurrir a un estado de excepción permanente y a purgas masivas. Después de la muerte de Stalin, el régimen que le sucede rompe con el terror, suprime el goulag, pero se revela incapaz de avanzar hacia una auténtica democracia, preparando así su propia implosión1. Nada de todo esto debe hacernos olvidar el siniestro historial de aquel capitalismo de la Segunda Guerra mundial. Primero están las guerras coloniales: Indochina, Indonesia, Vietnam, Argelia, que harán numerosas víctimas. Luego están los golpes de Estado fomentados contra la libertad de los pueblos y por la defensa de los intereses del capital, en Irán, en Guatemala, en Grecia, en Chile, en Argentina, utilizando la tortura, las ejecuciones sumarias y las detenciones masivas. Pero está también la alianza con fuerzas oscurantistas y reaccionarias, en particular en el mundo musulmán. Está también el apoyo entregado a las fuerzas más retrógradas del Estado de Israel. Traducción de María Emilia Tijoux. Para rendir un homenaje de amistad a Jean-Marie Vincent, entregamos la traducción de la última parte de un libro escrito en el año 2003 junto a Pierre Zarka, (director del diario L’Humanité) y Michel Vakaloulis, (sociólogo y profesor en la Universidad París VIII). Jean-Marie trabajó como director del Departamento de Ciencias Políticas en esta misma universidad. Agradecemos a los otros dos autores, la autorización que nos dieron para entregar este “a modo de conclusión”, esperando tengamos la oportunidad y los medios para dentro de un tiempo publicar este libro en español, como un homenaje al autor de obras tan importantes como: Un autre Marx; Max Weber ou la Démocratie inachevée; Marx après les marxismes; Fetichisme et société; Critique du travail, entre otras. En Chile, publicamos en el año 2002, Pensar en tiempos de barbarie. La teoría crítica de la Escuela de Frankfurt. 1 Ver Moshe Lewin, Le Siécle soviètique, París, Fayard/Le Monde diplomatique, 2003. * 2 Es una verdadera capa de plomo que las grandes potencias quieren mantener sobre el mundo, destinando una gran parte del planeta a la miseria y a la desesperanza. El fin de la guerra fría no desembocó en un mundo pacífico, sino al contrario, en la multiplicación de guerras regionales y locales, al mismo tiempo que en la proliferación de armas nucleares. El mundo de hoy es más peligroso que el de ayer, tiene en la cima una superpotencia militar, lista a muchas aventuras para hacer frente a las contradicciones de un orden mundial que produce incesantemente desorden y desastres. Es el mundo del totalitarismo capitalista, que esgrime la pancarta de la democracia, pero poco a poco la vacía de su contenido para reducirla a la “democracia de los mercados”. Contra este universo de la gran mentira, es preciso reapropiarse de la historia, hacer nuestra historia, redescubrir en el pasado lo que ha conducido a los impasses, pero también lo que era prometedor. Solo de este modo podemos darnos un porvenir e impedir que el peso de las antiguas derrotas no pese sobre nuestro presente. La historia puede aparecer como una suerte de perpetua repetición de la miseria humana, pero es justamente por eso que hay que tener sobre ella una mirada distinta. La guerra de George W. Bush contra Irak, por supuesto nada tiene que ver con la democracia ni con los derechos del hombre. El equipo instalado en la Casa Blanca, no tiene preocupación alguna por la autodeterminación de los pueblos de Irak: tal como lo dijo Robert Kagan, uno de los consejeros de George W. Bush, se trata de una lucha por la supremacía mundial. La capa dominante en los Estados-Unidos, porque sabe que sus posiciones económicas son frágiles (sobreendeudamiento exterior e interior), sabe bien que tiene que servirse de su superioridad militar para controlar el máximo de recursos energéticos a escala mundial y para intimidar a todos los que de una u otra manera se opongan a esta supremacía. Proclamando su derecho a realizar guerras preventivas, los dirigentes de Estados Unidos construyen una suerte de tercera guerra mundial reptante2 contra el planeta para preservar la mundialización del capital. Estamos en presencia de una guerra total, bajo múltiples formas, ideológica como cruzada contra las guerras del mal, política como lucha omnipresente contra el terrorismo, cultural como defensa de los valores de occidente y del capitalismo. Esta guerra mundial será una guerra prolongada, en la que aparecerán muchas contradicciones, con más o menos fuerza y acuidad. En el mundo occidental, países como Francia y Alemania se rebelan contra la pretensión del capitalismo anglo-sajón que quiere imponer su ley a las otras potencias capitalistas. En Asia, potencias nucleares como China, India y Paquistán no pueden ser satelizadas y forzadas a seguir las orientaciones entregadas por Washington. En un mundo profundamente inestable, los efectos políticos de las campañas militares, son de cualquier modo impredecibles e incontrolables: buscando crear el orden con la fuerza, casi siempre crean desorden. Es aquí que se encuentra el talón de Aquiles del unilateralismo de las Estados-Unidos: privilegiando el aspecto militar de las cosas, renuncia implícitamente a convencer políticamente sus aliados y los países que dudan. La contradicción esencial se sitúa sin embargo en otro plano. Efectivamente la guerra mundial reptante, es ante todo una guerra social, una lucha de clases internacional de nuevo tipo. El adversario principal de la superpotencia mundial, son los que luchan contra la mundialización del capital, y contra un capitalismo más destructivo; son los desposeídos del Sur, los sin-tierra, los explotados y los dominados del planeta, los movimientos de masa organizados, los sindicatos, etc. Para combatir esta nebulosa que tiende a organizarse, los cruzados del equipo Bush explotan a fondo el 11 de septiembre de 2001, haciendo una amalgama entre el terrorismo de Al Quaida y 2 Los halcones del Pentágono hablan de Cuarta Guerra mundial, la tercera era para ellos la Guerra fría. 3 quienes luchan contra el neo-liberalismo y el capitalismo. El enfrentamiento entre el “bien” y el “mal” teorizado por Bush, deviene así un medio cómodo de diabolizar a quienes no quieren aceptar el yugo del capital y la barbarie de sus prácticas. Esto es lo que hay que rechazar masivamente, denunciando en particularmente las excomuniones lanzadas contra los musulmanes bajo cubierta de lucha contra el islamismo. El espíritu de cruzada no hace más que reforzar el oscurantismo. En revancha, las batallas por otra mundialización pasan por la búsqueda de la fraternización entre los pueblos. Para hacer frente a la guerra del capital, evidentemente no hay atajo. Incluso las instituciones europeas deben estar incluidas en el campo de la crítica de la mundialización, porque están ligadas a los dispositivos de esta última (OMC, FMI, Banco mundial, OCDE, etc.). La Europa de Maastricht, de Ámsterdam y de Schengen no es un punto de apoyo, a pesar de las oposiciones de Francia y de Alemania en la crisis iraquí. Por el contrario, ella es un obstáculo mayor que habrá que franquear para progresar en la vía de la liberación, substituyendo a las instituciones actuales otras instituciones, verdaderos instrumentos de concertación entre los intereses de los pueblos, de ajuste de actividades públicas y de desarrollo de propiedades sociales. Cuando hacemos referencia a la lucha por otra Europa, naturalmente no debemos olvidar que Europa no es una entidad estable, sino también lo que está en juego a escala mundial. Los Estados-unidos de Bush, deseosos de defender una supremacía mundial, criticados por numerosas tendencias centrífugas y por una degradación aparentemente irresistible de los mercados financieros de Nueva York y de Londres, no quieren que se levante frente a ellos una Europa poderosa y unida. Con ocasión del conflicto iraquí buscaron reagrupar en torno a ellos una Europa de lacayos. Por eso que podrían estar tentados de hacer fondo sobre el par franco-alemán. Eso sería soltar la presa por la sombra. Los gobiernos franceses y alemán no rechazan la mundialización capitalista bajo la égida de los Estados-Unidos; ellos demandan en nombre de un mundo multipolar, un derecho de cogestión sobre los asuntos del mundo, nada más. No se puede entonces, tener confianza en Jacques Chirac. Lo que hay que construir es una Europa anti-imperialista, que le haga la guerra a la guerra esforzándose por cambiar completamente las relaciones políticas a escala internacional.