HOMILÍA EN LA FIESTA DE SAN PEDRO REGALADO (Valladolid, 13 de mayo de 2015) San Pedro regalado, nacido en Valladolid hacia el año 1390 y bautizado en esta iglesia donde estamos celebrando la Eucaristía, es el patrono de nuestra ciudad y de nuestra diócesis. Pronto frecuentó el convento de San Francisco, situado en la plaza mayor, del cual recordamos la acera de San Francisco, donde se coloca el púlpito para el predicador del Sermón de las Siete Palabras. Profesó en la Orden de los franciscanos siguiendo de cerca la reforma que estaba llevando a cabo fray Pedro de Villacreces. Nuestro patrono fue colaborador en la fundación del monasterio de El Abrojo, en Laguna de Duero, donde a partir del curso pastoral próximo se hospedarán de nuevo religiosos Oblatos de María Inmaculada. San Pedro está enterrado en el monasterio de La Aguilera, junto a Aranda de Duero. Hoy celebramos su memoria litúrgica, nos acogemos a su intercesión y deseamos que su ejemplo nos ilumine para orientar nuestra vida. San Pedro Regalado fue un franciscano, que en la familia espiritual de San Francisco de Asís siguió a Jesús, nuestro Señor, nacido como un pobre en el establo de Belén y muerto despojado en la cruz. La pobreza, libremente elegida y vivida consecuentemente, es un distintivo de nuestro patrono. ¿Qué 1 nos dice San Pedro a nosotros, que padecemos en ocasiones la pobreza causada por diversos factores entre los cuales debemos recordar actualmente el desempleo de larga duración y con pocos recursos, otras veces nos sentimos tentados por el dinero, y otras nos aferramos a él dañándonos a nosotros mismos, causando estragos en la sociedad y empobreciendo a muchos? ¿Cuál es nuestra relación con el dinero, a que renunció San Pedro Regalado profesando el voto de pobreza, imitando a Jesús pobre y participando en la bienaventuranza del Evangelio “dichosos los pobres en el espíritu” (Mt. 5, 3)? Aunque sea hoy día de fiesta en nuestra ciudad, no es inoportuno recordarnos unos a otros esta básica lección de nuestro patrono. El Evangelio que ha sido proclamado en esta celebración (Lc. 12, 13-21) y al que nosotros reconocemos una autoridad especial en nuestra vida, porque es palabra del Señor que nos habla a cada uno y a todos como comunidad cristiana, es una parábola, una comparación sobre el comportamiento ante las riquezas. Subrayo las frases siguientes: “Mirad, guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes” (v. 15). Es una experiencia diaria: Las riquezas no consiguen sostener para siempre la vida. “No llevamos el dinero con nosotros al más allá” (Papa Francisco, Bula Misericordiae vultus 19). La seguridad del rico ante tantos bienes acumulados es calificada por Jesús de necia: “Alma mía, 2 tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y de quién será lo que has preparado. Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios” (vv. 19-21). El hombre rico de la parábola no había introducido en sus cálculos varios factores: Ni la limitación temporal de su existencia ni el genuino valor de la vida del hombre ni la voluntad inescrutable de Dios sabio, omnipotente y eterno. Frente a la avaricia insaciable el Señor nos recomienda sabiduría, confianza, laboriosidad y fraternidad. Debemos sentarnos todos como hermanos a la mesa de los bienes de la tierra ante la mirada del Padre Dios (cf. vv. 22 ss). El Señor sabe que necesitamos el pan de cada día y lo que va incluido en este símbolo. Necesitamos el alimento diario, el vestido, la casa para habitar, el trabajo para vivir con dignidad. El pan cotidiano, por el que pedimos en la oración del “Padre nuestro”, nos llega en forma de empleo estable, de bonanza de las estaciones, de salud, de ganas de trabajar, de solidaridad. Sería hipócrita no reconocer que necesitamos el dinero con el que podemos adquirir lo necesario para vivir dignamente y para compartir con los de cerca y de lejos. El dinero es un medio para vivir; no es el fin de la vida. Hemos nacido no para ganar dinero sino para vivir como personas. No podemos hacer del dinero, de las riquezas, del 3 enriquecimiento imparable nuestra suprema aspiración. Cuando ocurre esto entramos en un proceso en que la avaricia, que es insaciable, nos va acaparando la vida y el sentido de la vida. Hacemos del dinero nuestro dios; le tributamos culto idolátrico. Jesús, en cambio, como Maestro que tiene palabras de vida eterna, nos enseña: “Nadie puede servir a dos señores… No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt. 6, 24), porque su señorío es incompatible. “Donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lc. 12, 34). En las “florecillas” de San Antonio de Padua leemos que un avaro insensible ante los indigentes tenía el corazón en la caja de los caudales, no en su interior. Si el corazón está ocupado por la codicia, que es como una idolatría, terminamos siendo esclavos del afán de tener, de intentar asegurarnos en las riquezas, de desoír el clamor de los pobres, de olvidarnos de Dios. Cuando se cae en las garras del dinero hasta los hermanos rompen la fraternidad y se denuncian. Si el ansia a veces compulsiva de acumular dinero ha echado raíces en el corazón, perdemos la honradez y otras personas pierden fundadamente en nosotros la confianza. La verdadera felicidad no está en el dinero. La corrupción es una llaga infecta en la sociedad, es un pecado que clama al cielo, es un fraude a los demás. “Mina los fundamentos de la vida personal y social” (Papa Francisco, Bula 19). 4 Nuestra sociedad no está corrompida, como prueba el hecho de la generalizada reacción contraria que se ha producido. Necesita ciertamente renovación moral y activación de sus defensas. La ejemplaridad de personas y hechos estimulan su esperanza. Los responsables políticos como conjunto no se han corrompido. Hay tantas personas admirables por su competencia, su integridad ética y su dedicación profesional a la sociedad. Ha habido focos y grupos de corrupción; y personas concretas que han caído en las redes del dinero. Unas veces la corrupción ha sido más extensa y otras más concentrada; ha habido casos bochornosos. Debemos actuar todos con transparencia y honradez. Luchemos contra la corrupción proceda de donde proceda. Es necesario que quienes se han llevado lo que no les pertenece, defraudando, abusando de su posición, saltándose los obligados controles, actuando como cómplices, lo devuelvan. Como ciudadanos de una sociedad a la que amamos, porque es la nuestra, debemos ser moralmente responsables en las convicciones internas y en las actuaciones exteriores, vigilando nuestros comportamientos y mirando por todos, particularmente por los más vulnerables. Podemos comprender la irritación de los más desposeídos cuando se observa el enriquecimiento tan injusto de otros. La Conferencia Episcopal Española en la Asamblea Plenaria de la semana última de abril ha aprobado un documento 5 importante, bien preparado y que responde a una expectativa de tiempo, con el título Iglesia, servidora de los pobres. Es una reflexión en medio de la crisis dura y persistente que padecemos todavía, aunque aparezcan signos de superación y se vaya fortaleciendo la esperanza. No es un documento político partidista, sino una instrucción pastoral, inspirada en el Evangelio, fundada en la Doctrina Social de la Iglesia, en la enseñanza de los últimos papas y particularmente del papa Francisco, y con el oído y el corazón atentos a la voz de la sociedad, también de quienes más sufren y apenas pueden hablar. No quiero ser parte interesada si recomiendo su lectura sosegada. Estamos convencidos de que era nuestra obligación prestar este servicio a la sociedad entera. Se dirige obviamente a los católicos y también a quienes quieran escucharnos. En un tiempo en que no andamos sobrados de análisis amplios y de orientaciones de cara al futuro, ninguna oferta debe despreciarse. En un año en que nuestra sociedad está solicitada por diversas convocatorias, hemos querido ofrecer a todos este servicio. Que nuestras decisiones estén fundadas responsablemente en la justicia y la defensa de los más pobres. Una sociedad que trabaja por un futuro humanamente más digno debe ser una sociedad que cuenta con todos y para todos. Nuestros problemas tienen unos aspectos económicos, laborales y sociales; y estamos persuadidos de que además hay 6 dimensiones de orden antropológico, ético y también religioso. El reconocimiento de Dios nos impulsa a amar y trabajar por los demás. Convergen en nuestra situación muchas perspectivas, ninguna de las cuales debe ser subestimada ni excluida. Hay implicados aspectos técnicos complejos y también actitudes morales; por bien de todos no debemos separarlos. Todos nos sentimos concernidos y todos debemos contribuir según nuestra misión en el progreso de la sociedad justa, solidaria, concordia, esperanzada y pacífica. Queridos hermanos, la fiesta de San Pedro Regalado nos convoca a todos. Como ciudadanos necesitamos encontrarnos en estas citas amigables y distendidas; y también nos remiten a compartir lo que afecta a nuestra memoria como pueblo y al sentido de la vida personal y social. Pasado con sus huellas y recuerdos, presente con sus gozos, tareas e incertidumbres, y futuro con sus esperanzas y temores se unen en la celebración de la fiesta de nuestro patrono, que como sugiere la misma palabra nos protege y une a todos en una amplia familia. Que San Pedro Regalado, pobre por amor a Jesucristo y por elección espiritual, nos enseñe a reconocer a Dios como el Señor, a compartir los bienes con los necesitados y a mantener libre el corazón ante las tentaciones del presente y el futuro. 7 Hoy es la memoria litúrgica de Ntra. Señora la Virgen de Fátima. Confiadamente invocamos su protección maternal sobre nosotros y nuestras familias. Mons. Ricardo Blázquez Card. Arzobispo de Valladolid Valladolid, 13 de mayo de 2015 8