Tomas de escuelas y movilizaciones estudiantiles: Nuevas configuraciones de la relaci n juventud-pol tica

Facultad de Periodismo y Comunicación Social
Tomas de escuelas y movilizaciones estudiantiles: Nuevas configuraciones de la
relación juventud- política
Capitulo dedicado a: Escuela y juventud
Por Pedro Nuñez
La reciente toma de escuelas –y las movilizaciones que se desarrollaron en forma
paralela- por parte de estudiantes secundarios en la Ciudad de Buenos Aires motivó
diversas reflexiones. Si bien fueron varios los puntos de vista, y los matices expresados
en las opiniones, es posible señalar de manera esquemática que estos sucesos
despertaron dos tipos de discursos que quisiera discutir a fin de plantear otras miradas
sobre lo que ocurre actualmente respecto de la participación política juvenil. El primer
discurso se organiza en un conjunto de argumentos que descalifica la protesta, opone el
deber de “estudiar” y el cinismo de señalar que “podrían arreglar ellos las escuelas”
frente a jóvenes señalados como conflictivos, en tanto protagonistas de un reclamo
“político”. De este modo se pretende deslegitimar la protesta y, aún más importante,
vaciar de contenido el espacio de lo público, de lo común como algo a preservar
entendido como lugar donde plantear disensos y elevar las voces por parte de quienes no
cuentan con otros recursos. Es una postura esgrimida no sólo por el macrismo y sus
voceros sino que es posible hallarla solapada detrás de aquel discurso que se manifiesta
de acuerdo con el reclamo, pero no con las formas que asume. El otro discurso apoya
sin matices los reclamos. Este heterogéneo conjunto de personas –algunos padres,
algunos sindicalistas docentes, investigadores, representantes de partidos políticos o
movimientos sociales- cree posible encontrar en las actuales prácticas políticas juveniles
“la continuidad de las luchas de los setenta”, es decir, la continuidad de las que creen
son sus banderas –que les pertenecen de manera exclusiva. Si bien sus voceros
desglosan argumentes más simpáticos, y efectivamente uno se siente más parte del
segundo grupo que del primero, cabe interrogarnos sobre las lecturas que se realizan
sobre el fenómeno.
Si buscamos tratar de elucidar los significados que se ponen en juego, desentrañar las
características que asume la relación juventud(es) – política en el mundo
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contemporáneo es preciso indagar sin eufemismos en las características que asumen los
acontecimientos. En primer lugar, es preciso señalar que se trata de un reclamo que, si
bien no se organiza en clave de conflicto generacional, lo es en absentia, es decir, las
personas jóvenes se movilizan para reclamar por cuestiones que tendrían que garantizar
los adultos, pero como éstos no se asumen como responsables de dicha garantía no es
posible protestar ante nadie en concreto. Esta dificultad para encontrar “otro” con quien
confrontar conlleva que sólo sea posible protestar contra Macri –para lo cual hay
sobradas razones- o en su defecto ante quien pretende ser su ministro de Educación,
recordemos que de un ministerio desde el surgió el escándalo de espionaje que
involucra al Jefe de Gobierno. Esto nos llega a la segunda cuestión, los jóvenes
demuestran su capacidad de agencia, buscan incidir en la agenda pública, apelan al
repertorio de acciones de protesta disponible desde el 2001, pero les otorgan otros
significados; donde los medios buscan espectacularidad los estudiantes muestran el
estado desastroso de sus aulas. He aquí su límite, en tanto no se trata de un reclamo por
los contenidos educativos, la “calidad”, las tradiciones y costumbres de la escuela media
los estudiantes enfrentan dificultades para contar con la empatía de otros sectores, y la
política es también agregación de intereses. En una sociedad que tendía a pensarse
igualitaria los actores parecieran coincidir en presuponer que alcanza sólo con la
posibilidad de acceder a la educación ya se resigna a observar expectante el conflicto
como si le fuera ajeno. El problema entonces es que donde uno podría imaginar pedidos
propios de la condición juvenil actual emergen figuras que reclaman por lo que debiera
ser las condiciones mínimas, reclaman por aquello que tiempo atrás se nos antojaba
inimaginable que ocurriera. Y allí la mirada tendría que volver sobre el lugar que
ocupan los adultos.
Finalmente, los estudiantes demuestran el aprendizaje de experiencias, la acumulación
de luchas que va construyendo su propia genealogía: las becas hace unos años y la
infraestructura en la actualidad en la Ciudad de Buenos Aires, la marcha del 16 de
septiembre en La Plata, el reciente reclamo por la laicidad de la educación en Córdoba.
Pero son sus luchas, que nos muestran tanto que las instituciones tradicionales se
encuentran perimidas como la necesidad de construir una nueva institucionalidad. En
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definitiva, en momento en que los reclamos parecen haber entrado en una meseta que
preanuncia la posibilidad de su resurgimiento en el momento menos esperado, las
protestas estudiantiles muestran un modo de involucramiento político diferente al de
otras generaciones –la deslegitimación de la violencia tan presente en la cultura política
del país quizá sea su mayor contraste-, cierto desplazamiento de la figura del ciudadano
“cliente” propia de algunos fenómenos de los años noventa hacia la demanda de
derechos, pero a la vez enseña que tan importante como poder plantear los conflictos es
hallar canales de resolución de los mismos. De eso depende que en sus acciones
predominen prácticas políticas, que efectivamente los diferencian de las propias de las
generaciones precedentes, o su reverso, el fracaso de la política, es decir, el fracaso en
encontrar canales que permitan resolver las diferencias entre grupos que piensan
diferente.
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