LUCERNA – 4 Nabi Bereshit compuesta y dirigida por Mathias Pintscher El hecho es que el Ensemble Intercontemporain, la magnífica orquesta fundada y regularmente presentada bajo la batuta de Pierre Boulez (nacido en 1915), que contaba con la colaboración para los arreglos electrónicos de nuestro compatriota, Andrés Gerszo, tiene ya un nuevo director estable. Él es un músico de quien puede decirse, si en este terreno las comparaciones son válidas, que está a la altura de su maestro en las dos actividades: la composición musical y la conducción de la música más exigente de nuestro tiempo: Matthias Pintscher Marl, Alemania, 1971). El joven director es ya bien conocido por el público de Lucerna pues estrenó aquí varias de sus más audaces partituras y fue siempre estimado como uno de los mayores creadores de la actualidad. Puede decirse que la renovación generacional se produjo sin pérdidas artísticas. El Ensemble no solo será dirigido por Pintscher sino también por Simon Rattle (1955) y por Heinz Holliger (1940) que estrenará su homenaje a Hölderlin: el Scardanelli Zyklus. Eso se sabía pero es poco al lado de la sensacional obra que compuso el año pasado y presentó aquí el domingo pasado: Bereshit, palabra hebrea con la que empieza la Biblia: En el principio… La obra tiene la grandeza de su inconfesada precursora de hace más de 200 años Die Schöpfung (La creación, de Franz Joseph Haydn) que la pone por encima de los más denodados esfuerzos de su otro predecesor, Messiaen. Reconozco por adelantado la futilidad de describir la música en un escrito y mucho más si es de índole periodístico… pero me arriesgo sabiendo que fracasaré. Me basaré, para colmo, en lo más desconfiable en este campo: mis emociones al escuchar la obra. Bereshit evoca para mí el comienzo, cada comienzo, todo comienzo: el de nuestra vida como infantes inermes ante el destino, el del mundo y el universo en el consabido Big Bang, el de la palabra ordenadora de un Padre que no sabe bien lo que hace cuando engendra, el de la creación artística siguiendo alguna clase de gramática compulsiva, coercitiva y nunca escrita. Un bereshit que no es tal para nadie en el momento en que se produce sino que será un efecto ulterior a partir de que esa “creación” se haya desarrollado y pueda considerarse como fuente brotante de una “historia”. Bereshit que no es nada sino promesa de lo que puede llegar a ser. Bereshit que es tan solo un mito de los orígenes pues nadie está ahí para decir qué es lo que ha comenzado. ¿Qué hay en esta música? Murmullos y estruendos, misterios y desasosiegos, exigencias al oyente para entregarse a una pasión desbordada, aluvional; ecos de las más terribles pesadillas de la infancia y de ese trauma del nacimiento indescriptible y tantas veces descripto. En medio del estrépito del gran conjunto orquestal, brotan arpegios de luz que pueden venir de un solo de violín enmarcado por campanadas del glockenspiel y por latigazos de los platillos, bombardeos que emanan de los caprichos de un cuerpo que exige y somete la sensibilidad a los apremios de la vida, ecos de los ecos de las sombras en un espejo tiznado. Los silencios no llegan sino que estallan en medio de alarmantes paroxsismos. Se trata de escapar al sentido, de desconstruirlo, de responder al agobio tecnológico que acosa a esos cerebros con una información que, como la de las computadoras, no puede procesarse y desarma el proceso del pensamiento, la serenidad (Gelassenheit) exigida por el filósofo. ¿Qué consigue Pintscher con esta composición? Hacer presente el Apocalipsis como formando parte, desde un principio, del Génesis. ¿Qué puede hacer un mísero periodista sino hacer surgir las ganas de escuchar una obra que es, en todos los sentidos, seminal? Con garantías de recompensa.