LA PIEL NOS HABLA DE NUESTRAS EMOCIONES La piel es el tejido de mayor extensión de nuestro organismo, y reacciona a las emociones como lo hace el resto de nuestro cuerpo pudiendo llegar a enfermar. Hace años que existe la especialidad de la dermatología, aunque es en los últimos tiempos que ha surgido la psicodermatología, cuyo énfasis radica en la interrelación que existe entre factores psicológicos y muchas reacciones de nuestra piel. Quizás sea un poco más complejo entender cómo una respuesta emocional o una situación de estrés puede provocar una reacción en la piel, y nos resulte más fácil entender que nuestra respiración se acelera cuando nos dan un susto o sentimos miedo. Para entender cómo funciona esta reacción del organismo nuevamente debemos hacer mención a la concepción del ser humano como un todo complejo del que no podemos separar la mente, del cuerpo ni del alma y sus emociones. Hablemos de emociones como la vergüenza, la ira, la ansiedad o el miedo. Ahora pensemos si en alguna ocasión no hemos sentido que se nos encendían las mejillas porque sentíamos vergüenza ante una situación social; a quién no le han sudado las manos ante un examen, o una entrevista de trabajo o una importante reunión con el jefe; quien no ha sentido un intenso calor acompañado de enrojecimiento del cuello cuando se ha sentido enfadado; o quien no ha sentido que la cara se quedaba sin riego y le decían que estaba blanco ante un susto. Estos sencillos ejemplos nos ponen de manifiesto cómo nuestra piel es una parte más de nuestro organismo que reacciona cuando sentimos emociones, de hecho es un tejido altamente reactivo a las emociones. Pero si seguimos profundizando, sabemos que una situación de estrés provoca una cadena de reacciones químicas y físicas a nivel interno, e igual que el cerebro es el encargado de que el corazón bombee y se acelere la respiración ante un susto, también es el encargado de regular procesos como la vasodilatación o la vasoconstricción de diferentes zonas del cuerpo (que hacen que la cara se ponga roja por la vergüenza o blanca por el miedo). También el cerebro es el encargado de regular el sistema inmunológico que se ve alterado en su funcionamiento ante estas situaciones de estrés. Hay estudios que ponen de manifiesto que hay circunstancias especiales altamente estresantes con una mayor probabilidad de provocar reacciones en la piel, como un divorcio, el cuidado continuado de un enfermo, estar sometido de forma sostenida a altos niveles de ruido o la pérdida de seres queridos. En general todas estas situaciones se unen a aquellas que la propia persona viva de forma estresante, disparando una cadena de reacciones a nivel celular, y en el caso del sistema inmunológico bien hace que las células inmunes no protejan ciertas zonas del cuerpo, o hace que estas células se debiliten y no sean tan eficaces en su función protectora. Llegados a este punto podremos entender mejor que además se puedan producir enfermedades específicas de la piel, ya que la piel se debilita, el sistema inmunológico no la protege, y el organismo en general no se regula adecuadamente provocando otras alteraciones a nivel hormonal o circulatorio, todo lo cual puede provocar la aparición de: eritemas, edemas, prurito, herpes labial y genital, mononucleosis infecciosa, infecciones víricas, tiroiditis, lupus eritematoso sistémico, alopecia, dermatitis atópica, psoriasis, neoplasia o acné vitíligo. En nuestra sociedad actual, cada vez está tomando más importancia la estética y cuidado del cuerpo, y nos vemos bombardeados continuamente por mensajes que nos invitan a cuidar las arrugas y retrasar el envejecimiento de la piel. Si además pensamos que la piel no es solo la parte más extensa de nuestro cuerpo, sino que también es la más visible, podremos imaginar fácilmente la repercusión a nivel psicológico que puede tener padecer alguna de estas alteraciones. Como vamos viendo se plantean líneas convergentes entre la psicología y la dermatología. Por un lado cómo las alteraciones emocionales pueden provocar reacciones dermatológicas, y por otro cómo ciertas afecciones dermatológicas aunque no tengan una base psicológica pueden tener una importante repercusión en el bienestar emocional de la persona por alterar su autoimagen, y pueden llegar a provocar de forma reactiva problemas ansiosos o depresivos. Hay otra área donde ambas disciplinas convergen, donde entrarían los trastornos psiquiátricos que tienen una afectación dermatológica como la Tricotilomanía (arrancarse el pelo), la erosión de la piel producida por un lavado excesivo de las manos en un trastorno obsesivo compulsivo, o la Patomimia (dermatosis facticia o artefacta) que son erosiones de la piel autoinducidas (como quemaduras, cortes, etc.) En este último caso siempre habrá que realizar un abordaje psicológico del problema. En el caso de los problemas dermatológicos que pueden provocar alteraciones emocionales, el abordaje fundamental se realizará desde la dermatología aunque en función de la gravedad podrá ser necesaria la intervención de un psicólogo para su manejo. Y en el caso de que los problemas emocionales sean los que provoquen alteraciones dermatológicas, por mucho que la persona se ponga cremas el problema no se suele solucionar, ya que lo que hay que combatir es el origen no la causa (que pueden ser actuaciones incorrectas o el propio manejo de la persona ante el estrés). Los dermatólogos tienen una amplia experiencia en este manejo y sus indicaciones suelen ser altamente eficaces, aunque como ocurre con otros problemas dermatológicos, puede ser necesaria la intervención psicológica. Como conclusión, debemos entender que en muchos casos los aspectos psicológicos no son la única causa de la aparición de un problema dermatológico, pero si pueden jugar un papel importante en su aparición así como en el mantenimiento del problema. Lo que veremos en próximos artículos serán algunas de estas alteraciones dermatológicas donde los factores psicológicos juegan un factor importante, alteraciones como el acné, la dermatitis atópica, la psoriasis y la alopecia areata.