Una manera de experimentar a Dios en la vida diaria el examen de conciencia Tener la experiencia de Dios en la vida diaria es tarea primordial, es un desafío para encontrar el verdadero sentido de nuestra existencia. Buscar a Dios en la vida cotidiana es buscar el sentido de nuestra vida. Encontrar y llegar a ver a Dios en la vida cotidiana es buscar el sentido de nuestra vida. Encontrar y llegar a ver a Dios y conocer su amor, es el corazón de nuestro llamado, es tocar el fondo y centro de nuestro ser. El objetivo de este texto es -por lo tanto- explorar un método para encontrar a Dios, un método para descubrirlo actuando a través de nuestras experiencias diarias de amor, alegría, necesidad, temor, dolor y enojo. Empezaremos con la exposición de una manera de buscar a Dios, de descubrir a Dios. Este modo, este método, es el examen de conciencia. Entonces, aplicaremos este método de buscar y encontrar a Dios, a nuestras cotidianas experiencias de amor, alegría, necesidad, miedo, dolor y enojo. Espero que este texto proporcione una manera de orar que nos disponga para recibir la gracia de encontrar a Dios en todas las experiencias de nuestra vida de cada día. Principiamos esta consideración con la fisonomía central y el sello característico: un sello distintivo de la espiritualidad de san Ignacio de Loyola, vasco del siglo XVI, fundador de la Compañía de Jesús. Este sello distintivo de su espiritualidad es ver a Dios en todas las cosas. Ser capaz de percibir la presencia de Dios en cada momento de la vida, en cada acontecimiento, en cada experiencia, en cada actividad, en cada relación con los demás. Esto no es un don pequeño. Es una gracia, y es justamente por esta gracia, este don , esta habilidad, este carisma, y por el método usado para llegar a ella, que san Ignacio fue canonizado. Ignacio ha sido llamado un místico práctico, encarnado, aterrizado, por su constante deseo de Dios, y este ardiente deseo lo llevó a buscar y a encontrar a Dios en todas las cosas. Al principio del proceso de su conversión, Ignacio se dio cuenta de la necesidad de escribir en un cuaderno sus experiencias de Dios en la oración. Lo hizo porque vio que tales experiencias eran preciosas pero pasajeras, fugaces. Al escribirlas descubría su sentido profundo; escribiéndolas cobraban vida y las recreaba para él. Así continuó, sin pensar que al dejar por escrito este tesoro de sus experiencias lo hacía no solo para él mismo, sino para millones de cristianos que se beneficiarían con ellas en los siglos venideros. Los escritos de san Ignacio se conocen como “Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola”. Ignacio dio estos ejercicios espirituales a muchos de sus contemporáneos en forma de retiros espirituales dirigidos, de treinta días. Su propósito era convertir los corazones al deseo de Dios, amar con el amor de Dios y encontrar a Dios en todas las cosas. Desde hace catorce años estoy impartiendo estos mismos Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. Los clásicos treinta días de retiro individual dirigido a muchos sacerdotes, hermanos y hermanas religiosos, hombres y mujeres laicos, en la casa de retiros de los jesuitas en Los Altos, California. Alguien podría preguntar: ¿Qué son los Ejercicios espirituales? Es bastante fácil para nosotros identificar la palabra ejercicio. Inmediatamente pensamos en los múltiples y variados tipos de ejercicios físicos. Existen ejercicios físicos para cada parte de nuestro cuerpo: piernas, brazos, espalda (parte superior e inferior), cuello, antebrazo, bíceps, muñecas, pantorrillas, tobillos... Para sentirnos bien necesitamos ejercicios físicos. Si no lo hacemos nos sentimos aletargados, nos falta la energía que necesitamos para sentirnos en buen estado. Lo mismo sucede en lo espiritual. Para sentirnos bien es necesario hacer ejercicios espirituales. Los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola son una serie de meditaciones, contemplaciones, oración silenciosa o en voz alta, el examen de conciencia y otros ejercicios que son espirituales. Todos ellos son medios para nutrir nuestro deseo de Dios, para amar con el amor de Dios y encontrar a Dios en todas las cosas. Ignacio estable una prioridad entre esta variedad de ejercicios espirituales. Él dice que el examen de conciencia es una gran necesidad de nuestra vida diaria. La preocupación predominante de Ignacio es ver a Dios en todas las cosas. Encontrarlo en todos los eventos y momentos de nuestros días. Este buscar y encontrar, ahora llamado discernir la presencia de Dios, es lo que nos capacita para abandonarnos enteramente a su amor. Es discernir la presencia, el amor de Dios que nos llama en las experiencias de cada día. Esta es la esencia del examen de conciencia, porque es el ejercicio de buscar a Dios actuante, buscándonos en cada momento, acontecimiento y vivencia de nuestra existencia cotidiana. Ignacio enseña que debe hacerse este ejercicio dos veces al día. La primera, al mediodía y la otra, antes del descanso de la noche, dedicándole por lo menos diez o quince minutos cada vez. El examen de conciencia es muy sencillo en su dinámica. Tiene básicamente cinco puntos: es un acto de fe lleno de agradecimiento en la presencia de Dios, una oración pidiéndole el don de ser capaces de ver a Dios en cada experiencia de nuestra vida, dar una mirada retrospectiva examinando las últimas horas, cómo las hemos pasado, pedir a Dios el don de la gratitud por su amor y su gracia, así como un pesar saludable por nuestra fragilidad en corresponder a sus beneficios, una esperanzada mirada a las próximas y más inmediatas horas, con una renovada sensibilidad en la presencia de Dios y su llamado. Quisiera comentar brevemente aquí sobre cada uno de estos aspectos, empezando con una acción de gracias por la presencia de Dios. Al iniciar toda oración debemos hacer un acto de fe en la presencia de Dios. Este acto nos hace conscientes de que él está siempre presente entre nosotros, nos mira tal como somos y conoce hasta lo más profundo de nuestro corazón; al hacerlo se produce en nuestro interior el mismo sentimiento que despierta la lectura del Salmo 139: Señor, tu me sondeas y me conoces, tú sabes si me siento o me levanto. El acto de ponerse en la presencia de Dios no debe durar más de un minuto. El saber que él conoce nuestros pensamientos, cada una de estas palabras y cada detalle de nuestra conducta, nos hace sentir en profunda intimidad con él. Por eso sabemos que el único que puede conocernos hasta ese extremo, no es otro que aquel que nos ha creado. Así nos lo afirma el Salmo 139: Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre; te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable. ¡Qué maravillosas son tus obras! La única respuesta es ¡GRACIAS! La única respuesta es la gratitud, la alegría por el íntimo y delicado cuidado que Dios tiene por cada uno, individualmente, guiándonos y sosteniéndonos. El ponerse en la presencia de Dios con una actitud de agradecimiento, crea -sin duda- la confianza. Sabiéndonos tan cerca de Dios, tan preocupado y solícito por nosotros, nos muestra de una manera muy clara que nos invita a su intimidad y lo fácil que es acercarnos a él. En esta atmósfera de intimidad podemos acercarnos al Dios lleno de amor con una oración, la oración de petición. Podemos pedirle en esta segunda fase del examen de conciencia la gracia de verlo presente en todas las cosas, en cada circunstancia de nuestra vida cotidiana. En este momento pedirle que nos haga percibir su amoroso llamado, a través de los eventos que hemos vivido y a través de las personas que hemos encontrado. Pedimos la gracia del discernimiento; el discernimiento del Espíritu de Dios en nuestra vida. Pedimos la gracia de un corazón que sepa entender, buscar y encontrar a nuestro Dios amado en todas las cosas. El tercer momento del examen de conciencia es una mirada reflexiva sobre la primera parte del día. ¿Qué nos ha ocurrido durante esas horas? El punto central aquí es entender qué ha estado haciendo el Señor en nuestra vida en estas horas que han pasado. ¿Cómo nos está buscando el Señor? ¿Cuál es el regalo que nos está dando? ¿Qué nos está llamando a hacer? El primer propósito de esta mirada reflexiva sobre las últimas horas de nuestro día es ver la acción de Dios. El segundo propósito del ejercicio es observar nuestras propias acciones y reacciones. Este mirar a nuestras experiencias de las últimas horas, tiene que ser muy abierto y honesto. No se trata de analizar y atomizar la experiencia, sino de mirarla tal como es. No debe ser una revisión que excluya parte de ella, o un control de nuestros pensamientos y sentimientos, sino algo que permita a los hechos decirnos la verdad, algo que permita al Creador de nuestras vidas, hablarnos a través de estos acontecimientos. Hemos oído decir con frecuencia: “es fácil ver hacia atrás”, o “es fácil ser jugador de defensa cuando el juego ha terminado”. Lo que quiere decir que “al calor de la batalla” o “cuando estamos en medio de los hechos o sucesos inesperados”, no es fácil ver claramente lo que está pasando. Pero cuando todo ha quedado a distancia, la polvareda se asienta y miramos hacia atrás con la gracia de Dios, vemos claramente lo que está sucediendo. Este es precisamente el punto, el propósito de esta mirada reflexiva. Como decía Sócrates, el antiguo filósofo griego: Una vida sin examen no vale la pena ser vivida. El propósito aquí es, pues, con una mirada reflexiva ver lo que ha pasado en las últimas horas, con el objeto de reconocer con claridad el llamado de Dios, para responderle de una manera más amorosa y profunda. En este ejercicio, la gracia que buscamos es descubrir con claridad la presencia de Dios y su llamado; la gracia de descubrir nuestra fragilidad y también los grandes dones recibidos de su bondad. Ayudados por esta gracia, percibimos una acción amorosa en las horas pasadas. Descubrimos los dones que hemos recibido y lo afortunados que somos al poseerlos. Al mismo tiempo nos damos cuenta de nuestras reacciones, de nuestra gratitud o de nuestra fragilidad. Tomamos conciencia de nuestra relación con él y vemos que nuestra propuesta a su gracia no ha sido tan generosa como debería, o como hubiéramos querido que fuera. Si esto es así, nuestro corazón se estremece. Es el desarrollo, el proceso de un corazón que sabe discernir. Es una experiencia del amor de Dios que nos llena de paz, de serena alegría, al ver quienes somos ante un Dios que es todo amor. Hay un sentimiento creciente de la necesidad de él para ser amables, amar y actuar por amor. Crece en nosotros el sentimiento de que el Señor está ahí, muy cerca, mostrándonos que somos pecadores pero nos ama infinitamente. Existe una reacción obvia que es normal cuando vemos con certeza que Dios nos invita a vivir en intimidad con él. Nuestra respuesta frecuente es: ¡Cómo es posible!, la gracia de Dios estaba ahí y no fui capaz de descubrirla ni de responder a ella. No estaba yo preparado todavía para comprender y penetrar la grandeza del amor de Dios y de amarlo con la inspiración de su gracia. Reaccionamos con horror y desencanto ante el abismo que se abre entre las gracias que el Señor nos da y nuestras miserables respuestas. El darnos cuenta de nuestra penuria e incapacidad de amar nos trae un sentimiento de dolor que es saludable, dolor lleno de gracia, de gozo y de esperanza. Esta es la cuarta dimensión del examen de conciencia: pedir a Dios un dolor que merezca el perdón y la sanación. El regalo del dolor que nos trae el perdón está sumergido en un sentimiento de gratitud hacia él por su solicitud hacia nosotros, por su amorosa invitación a la intimidad con él y nos dispone a acercarnos a Dios, examinando las experiencias de las horas que pasaron. Cuando constatamos nuestras fallas y el mal en nuestra propia vida, en una forma misteriosa, podemos ser sostenidos, si reconocemos la verdad acerca de nosotros mismos y ofrecemos esa verdad en la oración. Entonces imploramos al Señor para que sane nuestras heridas, nuestro pecado y sane también a cualquier otra persona a quien tal vez hayamos ofendido. De nuestra parte, este sentimiento de nuestra profunda necesidad nos viene de la misma gracia de comprender cómo estamos con frecuencia a merced de nuestro pecado, si no fuera por el amor y la gracia salvadora de Cristo en nuestras vidas. Enseguida nos ofrecemos al Señor. Le ofrecemos los dones recibidos, así como nuestros pecados, nuestras debilidades y nuestra falta de correspondencia. Le ofrecemos todo lo que somos, tal como somos realmente, con toda verdad. Cuando hemos mirado con atención, retrospectivamente, las acciones ordinarias en las horas que han transcurrido, nuestra reflexión termina por sanarnos, por la gracia de Dios. Nuestra tendencia natural es mirar anticipadamente hacia el futuro, con entusiasmo esperanzado, renovado. San Ignacio de Loyola usa estas palabras para este quinto y último aspecto del examen de conciencia: El quinto, proponer enmienda con su gracia. Al revisar nuestras experiencias ordinarias de la mañana y contemplar a la luz de su gracia el amor que nos tiene, la invitación que nos dirige, nos damos cuenta de lo inadecuado de nuestras respuestas y vamos siendo cada vez más sensibles a su gracia, de una manera nueva y profunda. Ahora, en el quinto punto de esta oración, nos permitimos ver hacia el futuro las experiencias de la tarde y de la noche; podemos prever cuáles serán las oportunidades de amar con la gracia de Dios. Vemos anticipadamente cómo poder estar en una mayor unión con su gracia que nos envuelve, llena de amor en cada instante de nuestra vida. Este ejercicio crea en nosotros un corazón que cada vez discierne más profundamente. Nuestra debilidad se agudiza, se hace más sutil; se afina al invadirnos el amor de Dios y comunicarnos su divino Espíritu en todo y a través de todo lo que llena nuestro día. Mientras más nos ejercitemos, mayor será la confianza en la presencia de Dios, que dirige nuestra vida y nos llama a crecer en el amor a través de nuestras experiencias. ¿Podemos ver a Dios aquí? Esto es un ejercicio. Esta oración del examen de conciencia es un ejercicio, algo que da resultados positivos. Solamente con el ejercicio físico de se puede estar en forma, adquirir mejor aspecto y estar saludable. Lo mismo sucede en lo espiritual. Para vivir intensamente en el amor de Dios, necesitamos del ejercicio espiritual, de ese buscar con una mirada de fe su amorosa presencia en nuestra vida. Necesitamos todo eso para vivir sana, vigorosamente, y con una gran sensibilidad en nuestra relación con Dios que es Amor. Buscamos la manera de amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas. Buscamos amar a nuestros hermanos y hermanas con el amor de Dios. Buscamos cumplir con el mandamiento del amor y llegar a ser lo que siempre hemos deseado. Resumiendo, el ejercicio que necesitamos para estar en forma espiritualmente, es un examen de conciencia, usando estas cinco sugerencias de san Ignacio: 1 Hacer un acto de fe en la presencia de Dios en espíritu de agradecimiento. Estar consciente de que Dios te mira y te conoce. 2 3 4 5 Pedir el don de ser capaz de descubrir a Dios en cada experiencia de tu día. Recorrer reflexivamente las últimas horas de tu día. Pedir el don de la gratitud por las gracias recibidas. Pedir la gracia de una sincera y dolorosa contrición, que te sane interiormente. Mirar el futuro inmediato y las horas siguientes con una renovada ternura por su presencia y su llamado.