La sabiduría humana es el conjunto de todas las ciencias

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Vida (1596-1650)
Rene Descartes nació en 1596 en La Haye (Francia) en el seno de una familia de abogados, comerciantes
y médicos. Fue el tercer hijo del jurista Joaquín Descartes y de Jeanne Brochard. Aunque René pensaba
que su madre murió al nacer él, lo cierto es que murió un año después, durante el parto de un hermano
que tampoco sobrevivió. Tras la muerte de su madre, él y sus hermanos fueron educados por su abuela,
pues su padre, consejero del Parlamento de Bretaña, debía ausentarse por largas temporadas. Fue alumno
de los jesuitas en el colegio de La Flèche (1604-1612).
La educación en La Flèche le proporcionó una sólida introducción a la cultura clásica, habiendo
aprendido latín y griego en la lectura de autores como Cicerón, Horacio y Virgilio, por un lado, y
Homero, Píndaro y Platón, por el otro. El resto de la enseñanza estaba basada en textos de Aristóteles,
acompañados básicamente por comentarios de jesuitas (Suárez). Conviene destacar que Aristóteles era
entonces el autor de referencia para el estudio, tanto de la física, como de la biología. El plan de estudios
incluía también una introducción a las matemáticas, tanto puras como aplicadas: astronomía, música,
arquitectura. Siguiendo una extendida práctica medieval y clásica, en esta escuela los estudiantes se
ejercitaban constantemente en la discusión.
A su regreso del Colegio a los 18 años, Descartes ingresó en la Universidad de Poitiers para estudiar
Derecho y posiblemente, algo de medicina. Para 1616 Descartes cuenta con los grados de Bachiller y
Licenciado. En 1618 se alistó unos meses como voluntario en el ejército de Mauricio de Nassau, en 1619
en el ejército del elector de Baviera y en 1621 en el ejército del conde de Bucquoy. No parece haber
participado en ninguna acción bélica importante, y su intención fue "ver mundo" y observar los
preparativos y la organización militar. Viajó por los Países Bajos, Alemania, Polonia y Hungría. Pasa el
año 1622 en París, para emprender luego un viaje a Italia que duró de 1623 a 1624, permaneciendo en
París de 1625 a 1629.
En 1619, en Breda, conoció a Issac Beeckman, quien intentaba desarrollar una teoría física corpuscular,
muy basada en conceptos matemáticos. El contacto con Beeckman estimuló en gran medida el interés de
Descartes por las matemáticas y la física. Pese a los constantes viajes que realizó en esta época, Descartes
no dejó de formarse. Él mismo refiere que, inspirado por una serie de sueños, en esta época vislumbró la
posibilidad de desarrollar una "ciencia maravillosa". El hecho es que, probablemente estimulado por estos
contactos, Descartes resuelve problemas como el de la trisección del ángulo y la duplicación del cubo;
también descubre el teorema denominado de Euler sobre los poliedros.
Descartes no publica entonces ninguno de estos resultados. Durante su estancia más larga en París,
Descartes reafirma relaciones que había establecido a partir de 1622 con otros intelectuales, como Marin
Mersenne y Guez de Balzac, así como con un círculo conocido como "los libertinos". En esta época sus
amigos propagan su reputación, hasta el punto de que su casa se convirtió entonces en un punto de
reunión para quienes gustaban intercambiar ideas y discutir; con todo ello su vida parece haber sido algo
agitada, pues en 1628 libra un duelo, tras el cual comentó que “no he hallado una mujer cuya belleza
pueda compararse a la de la verdad”. El año siguiente, con la intención de dedicarse por completo al
estudio, se traslada definitivamente a los Países Bajos, donde llevaría una vida modesta y tranquila,
aunque cambiando de residencia constantemente para mantener oculto su paradero. Descartes permanece
allí hasta 1649, viajando sin embargo en una ocasión a Dinamarca y en tres a Francia. La preferencia de
Descartes por Holanda parece haber sido bastante acertada, pues mientras en Francia muchas cosas
podrían distraerlo y había escasa tolerancia, las ciudades holandesas estaban en paz, florecían gracias al
comercio y grupos de burgueses potenciaban las ciencias fundándose la academia de Ámsterdam en 1632.
Entre tanto, el centro de Europa se desgarraba en la Guerra de los Treinta Años, que terminaría en 1648.
En septiembre de 1649 la Reina Cristina de Suecia le llamó a Estocolmo. Allí murió de una pulmonía el
11 de febrero de 1650. Descartes aceptó la invitación de la reina Cristina para trabajar en su corte como
filósofo residente y tutor de la propia soberana. La encomienda, que en principio parecía grata, pues la
alumna era joven, bella y aplicada, resultó fatal para René al verse obligado a iniciar las lecciones a las
cinco de la mañana; siendo un hombre habituado a dormir diez horas diarias y a meditar y leer en la cama
no soportó la prueba; el frío polar del invierno de Estocolmo y las desveladas cobraron su vida a los
cuatro meses de su llegada a Suecia, con 53 años de edad.
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Obras
En matemáticas simplificó la notación algebraica y creó la geometría analítica. Fue el creador del sistema
de coordenadas cartesianas, lo cual abrió el camino al desarrollo del cálculo diferencial e integral por el
matemático y físico inglés Sir Isaac Newton y el filósofo y matemático alemán Gottfried Leibniz. Inventó
la regla del paralelogramo, que permitió combinar, por primera vez, fuerzas no paralelas. Su
interpretación mecanicista consolidó los principios del determinismo físico y biológico.
Su primera obra fue Reglas para la dirección del espíritu (ca. 1628-1629) (póstuma). Luego escribió El
tratado del mundo o Tratado de la luz y El hombre (1630-1633). En 1637 publicó el Discurso del método
seguido de tres ensayos: Dióptrica, Geometría y Meteoros. Estas se consideran sus primeras obras de
evidente importancia. En 1641 publicó las Meditaciones metafísicas, acompañadas de un conjunto de
Objeciones y respuestas que amplió y volvió a publicar en 1642. Hacia 1642 puede fecharse también un
diálogo, La búsqueda de la verdad mediante la razón natural (póstumo). En 1647 aparecen los Principios
de filosofía, que Descartes idealmente habría destinado a la enseñanza. En 1648 Descartes le concede una
entrevista a Frans Burman, un joven estudiante de teología, quien le hace interesantes preguntas sobre sus
textos filosóficos. Burman registra detalladamente las respuestas de Descartes, y éstas usualmente se
consideran genuinas. En 1649 publica un último tratado, Las pasiones del alma. De Descartes también se
conserva una copiosa correspondencia, que en gran parte canalizaba a través de su amigo Mersenne, así
como algunos esbozos y opúsculos que dejó inéditos.
Introducción
En consonancia con una (1) época repleta de cambios y novedades y, por tanto, de
luchas y polémicas; Descartes experimenta vivamente las (2) dudas respecto al valor de
la tradición intelectual recibida, a la vez que (3) el optimismo de las nuevas vías de la
ciencia natural. Juntamente con las propuestas astronómicas y físicas, el espíritu de libre
examen i una espiritualidad más íntima e individual, entre otras, diversos autores
trabajaban en (4) la formulación de un nuevo método para la investigación. (5) La crisis
de la forma escolástica del trabajo filosófico, basado en la lógica deductiva, en la
dialéctica (debate) y los conceptos clave de Aristóteles, ya había comenzado con el
nominalismo del s. XIV, pero hacía falta perfilar un modo positivo de investigar que
permitiera avanzar con seguridad y eficacia. (6) La experiencia y la matemática fueron
los referentes principales en que se buscaron las bases de una nueva metodología,
impulsada por el empuje de las ciencias naturales.
Descartes reúne dos grandes líneas de interés. Por un lado, (1) el trabajo matemático y
científico, en el que hizo notables aportaciones; por otro, (2) el interés filosófico de
lograr una comprensión global y radical de la realidad. La unión de ambas se manifiesta
en una filosofía de inspiración matemática, a la vez que en un intento de fundamentar
sobre bases completamente seguras el conocimiento en general. Será este segundo
propósito el que marcará su principal originalidad y el punto en el cual ejercerá una
poderosa influencia en todo el pensamiento moderno, provocando un giro radical en los
rumbos de la filosofía occidental.
Aún con su novedad, son muchos los aspectos en los que el autor continúa la tradición
filosófica anterior; pero al tratar de asentarla sobre un nuevo principio, los temas y el
significado profundo de las cuestiones, quedará hondamente alterado. Tomando la vieja
imagen del árbol de Porfirio, la sabiduría humana es el conjunto de todas las ciencias,
conjunto que Descartes concibe también como un sistema orgánico: (1) el saber es
como un árbol cuyas raíces son la metafísica, el tronco la física o filosofía natural, y las
ramas las otras ciencias, principalmente la medicina, la mecánica y la moral. Para que
esta unidad pueda comprenderse es (2) necesario encontrar aquello que es común, lo
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esencial en todo saber. Descartes tratará de encontrarlo en la forma misma de la razón y
en un método único de trabajo, que ha de ser eficaz en todos los campos de aplicación.
2. "Y considerando esto más atentamente al cabo se nota que solamente aquellas en las que se
estudia cierto orden y medida hacen referencia a la Mathesis, y que no importa si tal medida ha
de buscarse en los números, en las figuras, en los astros, en los sonidos o en cualquier otro
objeto; y que, por lo tanto; debe haber una única ciencia general que explique todo lo que
puede buscarse acerca del orden y la medida no adscrito a una materia especial, y que es
llamada, no con un nombre adoptado, sino ya antiguo y recibido por el uso, Mathesis
Universalis, ya que en ésta se contiene todo aquello por lo que las otras ciencias son llamadas
partes de la Matemática."
Con la metáfora del árbol del conocimiento Descartes quiere señalar también la
primacía de la filosofía respecto de las otras ciencias, pues sin ella los conocimientos no
adquieren una fundamentación última. Esta primacía le lleva a considerar que hasta la
propia física extrae sus principios básicos de la metafísica. Sin embargo, encontramos
aquí una primera vacilación: La metafísica es la raíz, pero la matemática inspira el
método y da forma a lo común del saber y, además, como se verá, todo ello requiere de
una fundamentación en la conciencia del sujeto, que también ocupa un lugar principal.
¿Qué es lo primero? ¿Pueden estos tres elementos formar un principio único? (*)
Conviene comenzar exponiendo sus ideas respecto del método del conocimiento,
aunque se verá más adelante cómo (1) el intento de fundar completamente el saber en la
conciencia introduce una perspectiva nueva que obliga a revisar el valor de esta
exposición inicial. Igualmente, (2) la imagen mecanicista de la realidad: Una
composición compleja de elementos simples e inertes en un espacio geométrico, servirá
de modelo incluso para la idea misma del sujeto.
1. Un método general para el pensar.
(1) Si todas las ciencias no son más que una: la sabiduría humana aplicada a los
diferentes objetos; (2) la razón y su forma de proceder debe ser igual con independencia
del campo al que se aplique y la misma para todos los hombres. Hay un único modo de
concebir y razonar, (3) rechazando una analogía o diversidad de método entre diversos
saberes: el método de investigación debe ser pues único y universal. (4) Si después de
siglos de pensamiento el error, la incerteza y las discusiones siguen siendo tan amplias,
se debe, piensa el autor, a que no se trabaja con un método adecuado. (5) Es preciso
encontrar una forma de investigación que permita avanzar de forma segura, evitando los
errores y precipitaciones. La formulación de este método nuevo que permita la certeza y
el progreso será uno de los intereses dominantes de Descartes. Como se verá, (6) el
método en Descartes se concreta en cuatro reglas principales, aunque es también toda
una concepción del saber y la ciencia. (7) La Matemática, como ciencia abstracta y
formal de un especial rigor y claridad, constituye el modelo metódico para buscar la
verdad en general, por eso la Matemática es la referencia principal para el diseño del
nuevo modo de pensar:
1. "El método es necesario para la investigación de la verdad de las cosas" y "Así que es mucho
más acertado no pensar jamás en buscar la verdad de las cosas que hacerlo sin método." Más
adelante Descartes especifica: "Así pues, entiendo por método reglas ciertas y fáciles, mediante
las cuales el que las observe exactamente no tomará nunca nada falso por verdadero, y, no
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empleando inútilmente ningún esfuerzo de la mente, sino aumentando siempre aquello de que es
capaz".
En Descartes, (1) la verdad se identifica con la certeza o evidencia: Algo es verdadero si
estoy cierto de ello. La filosofía de Descartes constituye un giro radical en el
pensamiento filosófico en tanto que la verdad ya no es tanto la adecuación de las ideas a
la realidad como la adecuación de las ideas a la mente que las piensa. El problema
filosófico fundamental será el problema de la certeza. ¿Cómo puedo yo estar cierto de
algo? "Conviene ocuparse tan sólo de aquellos objetos sobre los que nuestros espíritus
parezcan ser suficientes para obtener un conocimiento cierto e indudable". Como (2) la
duda o la certeza son una situación subjetiva, (3) se produce un desplazamiento del
centro de interés de la Filosofía hacia la subjetividad, pero (4) una subjetividad
genérica, desprovista de rasgos personales ―el yo desvinculado― cuyo pensar
consistirá en la aplicación atenta de un procedimiento fijo, que (5) se basa en intuiciones
claras de las nociones y deducciones de que se ocupa. Por todo ello, no sería
desacertado afirmar que el centro del discurso filosófico cartesiano lo constituye el
problema del método. Se trata precisamente de buscar un camino seguro de acceso a la
verdad y un camino del cultivo de la razón.
3. "Toda ciencia es un conocimiento cierto y evidente; y el que duda de muchas cosas no es más
docto que el que jamás pensó en ellas, sino que incluso parece más indocto que éste, si alguna
de ellas se formó una falsa opinión; y por tanto es mejor no estudiar nunca que ocuparse de
objetos de tal modo difíciles que, no pudiendo distinguir los verdaderos de los falsos, estemos
obligados a admitir los dudosos por ciertos, puesto que en ellos no hay tanta esperanza de
ampliar la ciencia como peligro de disminuirla."
Si la matemática es la ciencia por excelencia, la única que tiene solidez epistemológica,
es porque el sujeto cognoscente tiene un alto grado de certeza con los enunciados y
proposiciones de la matemática. (6) La claridad y rigor propios de la matemática han de
lograrse en todas las áreas. Saber en sentido propio deben implicar en todo momento
conocimiento cierto y evidente, en caso contrario no se trataría de conocimiento. Dice
Descartes: "Aquellos que buscan el recto camino de la verdad no deben ocuparse de
ningún objeto a propósito del cual no puedan obtener una certeza igual a las
demostraciones de la Aritmética y de la Geometría" (Reglas, II)
El método no puede ser, en ningún caso algo complicado o abstruso; debe ser él mismo
claro y distinto. La herramienta que utilicemos ha de tener las cualidades de aquello que
deseamos encontrar. (7) Tiene que ser un conjunto muy breve de reglas para poder
descomponer lo compuesto en sus elementos más simples. El método es un instrumento
para descubrir la verdad y para enseñar a la razón a saber conducirse de la manera más
eficaz posible ante todos los objetos que se le presenten.
En el Discurso del Método, Descartes enuncia 4 reglas: 1ª Evidencia intelectual o
certeza como criterio de verdad. 2ª Análisis o división de lo complejo y reducción a sus
partes o ideas simples. 3ª Síntesis según el orden de recomposición de lo analizado
inverso al orden de descomposición de lo complejo. 4ª Regla, enumeración de todas las
partes del análisis y revisión sintética para la intuición global del conjunto.
4. “En lugar del gran número de preceptos de que se compone la lógica, creí yo que me
bastaría con los cuatro siguientes, con la condición de que tomase la firme resolución de no
dejar de observarlos ni una sola vez.
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El primero era: no aceptar jamás cosa alguna como verdadera si no la conocía como
tal con evidencia, es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención, y no admitir
en mis juicios nada más que lo que se presentase a mi espíritu tan clara y distintamente, que no
tuviese ocasión alguna de ponerlo en duda.
El segundo: dividir cada una de las dificultades que examinase en tantas partes como
fuese posible y como se requiriese para su mejor solución.
El tercero: conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos
más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco y como por grados,
hasta el conocimiento de los más compuestos, y suponiendo un orden aún entre aquellos que no
se preceden naturalmente unos a otros.
El último: hacer en todo enumeraciones tan completas, y revisiones tan generales, que
estuviera seguro de no olvidar nada. (Discurso del método, II)
Veamos pues el sentido y las implicaciones de las cuatro reglas principales que
componen el método cartesiano.
1º Criterio de evidencia: Aceptar solamente aquello que veamos con tal claridad y
evidencia que no podamos albergar ninguna duda sobre su verdad.
Este criterio exige que (1) los objetos sobre los que pensamos ―las ideas de la mente―
tengan las (2) características de claridad y distinción, que solamente pueden poseer si
son (3) ideas simples y unívocas. Las ideas simples pueden ser (4) objeto de intuición:
Una visión clara y atenta de la mente que comprende el objeto por entero sin
sombra de duda. Debe pues aclararse el sentido de la intuición evidente, ya que está en
la base misma de la seguridad del método.
La evidencia puede obtenerse mediante los (5) dos actos principales del entendimiento:
la intuición y la deducción. (6) La intuición para el descubrimiento de las primeras
verdades y de cada una de las ideas simples, que serán precisamente las raíces del árbol
del conocimiento; (7) la deducción para la fundamentación del resto de verdades y para
establecer el orden entre las ideas. La intuición es la forma principal del conocimiento,
pero la deducción puede lograr una cierta “visión” de un conjunto de ideas, una cierta
intuición global, que se deberá a las demás reglas del método.
5. "Entiendo por intuición no el testimonio fluctuante de los sentidos, o el juicio falaz de una
imaginación que compone mal, sino la concepción de una mente pura y atenta tan fácil y
distinta, que en absoluto quede duda alguna sobre aquello que entendemos; o, lo que es lo
mismo, la concepción no dudosa de una mente pura y atenta que nace de la sola luz de la razón
y que por ser más simple, es más cierta que la misma deducción, la cual, sin embargo, ya
señalamos más arriba que tampoco puede ser mal hecha por el hombre. Así cada uno puede
intuir con el espíritu que existe, que piensa que el triángulo está definido sólo por tres líneas, la
esfera por una sola superficie, y cosas semejantes que son más numerosas de lo que creen la
mayoría, precisamente porque desdeñan para mientes en cosas tan fáciles".
Aunque Descartes admite dos vías de conocimiento: la experiencia y la razón (intuición
y deducción), siempre considera que (1) la razón es la única que puede proporcionar
saber científico y seguridad. (2) La experiencia depende de los órganos sensoriales que
no son completamente fiables, y la realidad empírica es compuesta y por compuesta es
dudosa, contradictoria, variable, mudable, epistemológicamente es peligrosa y no
fidedigna, está sometida a la opinión, al convencionalismo, es engañosa. Sobre la
experiencia no puede fundamentarse, por tanto, ciencia.
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Si comparamos la dos formas de la razón, vemos que (1) la intuición es un
conocimiento inmediato, no procesual: se capta una verdad clara y distinta de manera
instantánea. En cambio, (2) la deducción es un proceso de pensamiento mediado,
procesual, es una cadena de razones sucesivas. De una verdad evidente se extraen sus
consecuencias, que son también verdaderas, si la deducción es correcta. La intuición es
un acto de la mente que es más cierto aún que la deducción, pues es más simple que
ésta. La intuición es una visión interior, automática pura contemplación de la verdad
auto evidente para sí misma, es atemporal, en ella no hay sucesión, la duración. Con
ella, simultáneamente se contemplan diversas relaciones en su simplicidad última. Sirve
para captar las verdades primeras del conocimiento. En la intuición no interviene
ninguna otra facultad o acto mental, se basta a sí misma por su propia luz natural. La
deducción, en cambio, es mediata, sucesiva y temporal, va intuyendo cada cosa
separadamente en cada acto.
Todo conocimiento ―y las ideas por tanto― ha de ser claro y distinto. Escribe
Descartes en los Principia Philosophiae I: (1) "Llamo conocimiento claro al que se
presenta de un modo manifiesto a un espíritu atento".Y (2) "Entiendo por
conocimiento distinto el que es tan preciso y tan diferente de todos los demás que sólo
comprende lo que manifiestamente aparece al que lo considera como es debido".
La claridad y la distinción nos revelan sin lugar a dudas qué cosas son verdaderas.
Enuncia Descartes en la cuarta parte del Discurso la regla general: (3) "las cosas que
concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas". "Es seguro que nunca
tomaremos por verdadero lo falso si tan sólo prestamos asentimiento a lo que
percibimos clara y distintamente." (4) Si el acto de la intuición es uno e inmediato, su
objeto debe ser simple: manifestar un sólo rasgo comprendido de forma completa. La
simplicidad de lo elemental constituye la base de la claridad y distinción de las ideas.
6. “Llamo absoluto a todo aquello que contiene en sí la naturaleza pura y simple que es
objeto de una cuestión: por ejemplo, todo lo que se mira como independiente, causa, simple,
universal, uno, igual, semejante, recto, u otras cosas de este tipo; y al mismo tiempo llamo
absoluto en primer lugar a lo que hay de más simple y más fácil, para utilizarlo en la solución
de las cuestiones.” (Reglas)
7. “Es necesario advertir, en segundo lugar, que hay un reducido número de naturalezas puras
y simples que puedan verse por intuición a primera vista y en sí mismas, sin dependencia de
otras, sino en las mismas experiencias o bien gracias a la luz que nos es innata. Decimos que es
necesario considerarlas cuidadosamente, puesto que son ellas las que en cada serie
denominamos las más simples. Respecto de todas las demás naturalezas, no pueden ser
percibidas más que deduciéndolas de las primeras, ya sea esto de manera realmente inmediata,
ya sea a través de dos, tres, o más conclusiones distintas, el número de las cuales también debe
tenerse en cuenta, a fin de reconocer si más o menos grados las alejan de la proposición que es
la primera y la más simple. Este es todo el encadenamiento de las consecuencias que da lugar a
estas series de objetos de investigación, a las cuales es necesario reducir toda cuestión para
estar en condiciones de examinarla con un método seguro.”
(Reglas)
2ª y 3ª reglas: Análisis y síntesis. 4ª Revisión del proceso.
El método de la matemática, el método del análisis y de la síntesis, constituye para
Descartes el método del pensar mismo. (1) Todo pensar correcto sigue fielmente las
reglas del método resolutivo-compositivo. El análisis y la síntesis nos ofrecen las dos
caras consecutivas de un proceso único de conocimiento.
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(2) La deducción es el paso de una cosa a otra en la mente, el enlace entre dos cosas.
Tanto el análisis como la síntesis son, pues, deducción (a veces la llama inducción). Su
criterio de verdad es interno: la visión clara del sujeto atento. La verdad tiene en sí su
propia marca distintiva, su propia validación. La conciencia tiene en sí misma la regla
de su génesis y por tanto de su verdad o falsedad. La deducción o bien se capta, y es
correcta o válida, o no se la ve ―no hay entonces deducción― y falta la hay evidencia.
8. "Por deducción entendemos, todo aquello que se sigue necesariamente de otras cosas
conocidas con certeza, aunque ellas mismas no sean evidentes, tan sólo con que sean deducidas
a partir de principios verdaderos conocidos mediante un movimiento continuo e ininterrumpido
del pensamiento que intuye con transparencia cada cosa en particular; no de otro modo
sabemos que el último eslabón de una larga cadena está enlazado con el primero, aunque no
contemplemos con uno sólo y el mismo golpe de vista todos los intermedios, de los que depende
aquella concatenación, con tal de que los hayamos recorrido con los ojos sucesivamente y
recordemos que están unidos desde el primero hasta el último cada uno a su inmediato. Así
pues, distinguimos aquí la intuición de la mente de la deducción en que ésta es concebida como
un movimiento o sucesión, pero no ocurre de igual modo con aquélla; y además, porque para
ésta no es necesaria una evidencia actual, como para la intuición, sino que más bien recibe en
cierto modo de la memoria su certeza. De lo cual resulta poder afirmarse que aquellas
proposiciones que se siguen inmediatamente de los primeros principios, bajo diversa
consideración, son conocidas tanto por intuición como por deducción; pero los primeros
principios mismos sólo por intuición, mientras que las conclusiones remotas no lo son sino por
deducción". (Reglas, III).
El pensamiento es un proceso en primer lugar de análisis y en segundo lugar de síntesis
de lo analizado. Lo simple es el fondo en el que descansa y se soporta la evidencia. Por
ello es clara la exigencia epistemológica de la simplicidad. Toda ciencia tiene elementos
simples conectados de manera deductiva formando una cadena continua desde los
axiomas hasta las conclusiones. Es un modelo deductivo y no empírico de ciencia. Se
trata de conocer los componentes simples de las realidades complejas: "toda la ciencia
humana consiste en esto sólo: que veamos distintamente cómo esas naturalezas simples
concurren a la composición de otras cosas." (Regula XII). Todo el problema
gnoseológico y ontológico de Descartes radicará en la búsqueda del método que nos dé
las reglas de descomposición adecuada de lo complejo y que, por ello mismo nos ponga
en contacto con los fundamentos sólidos de la ciencia y nos permita, partiendo de ellos,
edificar deductivamente todo el edificio del conocimiento humano, la Mathesis
Universalis. Este análisis servirá por ello para bien conducir el Entendimiento y, por
ello mismo, para que éste ejecute con eficacia y certeramente sus dos actos: la intuición
y la deducción. Si no hay método no hay conocimiento, certeza, verdad o ciencia.
9. “Todo el método consiste en el orden y la disposición de los objetos sobre los cuales es
preciso centrar la penetración de la inteligencia para descubrir alguna verdad. Le seremos
cuidadosamente fieles si reducimos las proposiciones complicadas y oscuras a proposiciones
más simples, y al final, si partiendo de la intuición de las que son más simples de todas,
procuramos elevarnos por los mismos escalones o grados al conocimiento de todas las demás.”
(Reglas)
10. “Es necesario notar, además, que por enumeración suficiente o inducción, entendemos
solamente aquella en que se nos da la verdad de su conclusión con más certeza que con
cualquier otro tipo de prueba, salvando la simple intuición. Siempre que no nos es posible
reducir o llevar a la intuición un conocimiento, después de haber rechazado todos los vínculos
de los silogismos, nos queda única y simplemente este camino, al que estamos obligados a
conceder un crédito total. Puesto que todas las cosas que hemos deducido de una manera
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inmediata unas de otras, si la inferencia ha sido evidente, han sido ya reducidas a una
verdadera intuición.” (Reglas)
2. Búsqueda de un nuevo principio: La duda metódica y el cogito.
En tanto que filósofo, Descartes no se limita a formular un método, sino que ve
necesario (1) buscar un nuevo principio para la fundamentar de manera absolutamente
segura el pensamiento. Basar el conocimiento en un nuevo principio implica (2) dejar en
suspenso cuanto anteriormente creía conocerse, a la espera de encontrar un nuevo y
mejor anclaje. Se (3) plantea dos posibilidades: revisar críticamente la historia del
pensamiento, lo cual es largo y complicado; o aceptar provisionalmente un escepticismo
general: suponer que no se sabe nada, y tratar de encontrar el nuevo principio a partir de
esa situación mental. Descartes optará por la segunda alternativa, que le permite
investigar desde sí mismo, desde el análisis de su propia situación subjetiva. (4) El
pensamiento elaborado por uno mismo, como el edificio construido por un solo
arquitecto, será más perfecto que aquél en que se suman las aportaciones de diferentes
autores.
En su propio proceso de autorreflexión deberán apoyarse, pues, todas las demás
verdades del conocimiento. (5) Este procedimiento se ha denominado duda metódica,
porque no se trata de la simple situación de incerteza respecto de unos contenidos, sino
de un método con el propósito de descubrir un principio general del saber. (6) No se
trata pues de una duda, sino de una elección voluntaria, de una decisión metódica, un
proyecto voluntariamente elegido por el cual se niega el valor de verdad de cuanto
puede ser objeto de duda. (7) ¿De qué es posible dudar?: De todo lo “dudable”: todo
contenido que no se presente inmediatamente como evidente en su misma consideración
puede ser rechazado por la voluntad de dudar. Ninguno de los objetos de conocimiento,
ni siquiera la matemática, se muestran con una evidencia tal: es posible dudar de ellos, y
por tanto pueden ser descartados.
11. “En la primera expongo las razones por las cuales podemos dudar en general de todas las
cosas, y en particular de las cosas materiales, al menos mientras no tengamos otros
fundamentos de las ciencias que los que hemos tenido hasta el presente. Y, aunque la utilidad
de una duda tan general no sea patente al principio, es, sin embargo, muy grande, por cuanto
nos libera de toda suerte de prejuicios, y nos prepara un camino muy fácil para acostumbrar a
nuestro espíritu a separarse de los sentidos, y, en definitiva, por cuanto hace que ya no
podamos tener duda alguna respecto de aquello que más adelante descubramos como
verdadero.” (Introducción a las Meditaciones metafísicas)
Descartes, (1) como hipótesis condicional, acepta el reto escéptico y sus consecuencias:
Desde un punto de vista estrictamente gnoseológico, no hay razones sólidas para creer
con certeza en la objetividad del mundo que percibimos en el ámbito de la experiencia:
el mundo es apariencia, un gran teatro. Lo primero que la duda metódica universal
elimina es el ámbito de la experiencia. Queda así el ámbito de los objetos conocidos por
el solo entendimiento: la lógica, la matemática. Pero, también cabe dudar de estos
conocimientos. Descartes, llegado aquí, afirma que cabe con todo la posibilidad de que
haya un error trascendental o general ¿Y si las cosas, el mundo, la relación cognoscitiva
misma, estuvieran constituidas de tal forma que yo me engañase en todo, incluso en las
cosas que considero como más evidentes? "¿no habrá un Dios o algún otro poder que
me ponga en el espíritu estos pensamientos?" Llegamos así al sombrío final de la
9
Primera Meditación Metafísica de Descartes, que incluye la hipótesis del genio
maligno:
12. "Así, pues, supondré que hay, no un verdadero Dios -que es fuente suprema de verdad-, sino
cierto genio maligno, no menos artero y engañador que poderoso, el cual ha usado de toda su
industria para engañarme. Pensaré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los
sonidos, y las demás cosas exteriores, no son sino ilusiones y ensueños, de los que él se sirve
para atrapar mi credulidad. Me consideraré a mí mismo como sin manos, sin ojos, sin carne,
sin sangre, sin sentido alguno, y creyendo falsamente que tengo todo eso. Permaneceré
obstinadamente fijo en ese pensamiento, y si, por dicho medio, no me es posible llegar al
conocimiento de alguna verdad, al menos está en mi mano suspender el juicio. Por ello, tendré
sumo cuidado en no dar crédito a ninguna falsedad, y dispondré tan bien mi espíritu contra las
malas artes de ese gran engañador que, por muy poderoso y astuto que sea, nunca podrá
imponerme nada"
¿Queda algo que se salve de esta negación general? (2) Solamente puede resistir aquello
que sea evidente absolutamente por sí mismo: algo de lo que resulte imposible dudar y,
por tanto, estrictamente “indudable” por definición. ¿Existe tal verdad primera?
13. "Si yo estoy persuadido de algo, o meramente si pienso algo, es porque yo soy. Cierto que
hay no sé qué engañador todopoderoso y astutísimo, que emplea toda su industria en burlarme.
Pero entonces no cabe duda de que, si me engaña es que yo soy; y, engáñeme cuanto quiera,
nunca podrá hacer que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De manera
que, tras pensarlo bien y examinarlo todo cuidadosamente, resulta que es preciso concluir y
dar como cosa cierta que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera,
cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu." Segunda Meditación Metafísica.
Incluso en la duda o en el engaño es necesario que haya un sujeto que duda. (3) De lo
que no puede dudar el sujeto que duda es precisamente de eso mismo: de que él es un
sujeto que duda, que desde él se duda. Descartes obtiene lo que ha puesto al principio:
el criterio de certeza presupone un sujeto que está cierto o que duda. Al ejercer el
proceso de duda, siempre queda, en cualquier caso, el sujeto. Si no hay sujeto, no hay
duda, no hay método, no hay Meditaciones metafísicas. Dios puede querer con su
omnipotencia que yo me engañe en mis razonamientos. El error puede estar establecido
como error necesario de mi razón en cuanto ésta se pone a razonar. Sin embargo, (4)
siempre queda la certeza del sujeto ante quien todo esto se presenta. (5) Esta verdad ha
de consistir en una evidencia simple e inmediata.
14. “Y, finalmente, considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando despiertos
pueden también ocurrírsenos cuando dormimos, sin que en este caso ninguno de ellos sea
verdadero, resolví fingir que nada de lo que hasta entonces había entrado en mi mente era más
verdadero que las ilusiones de mis sueños. Pero inmediatamente después, me di cuenta de que,
mientras de esta manera trataba de pensar que todo era falso, era absolutamente necesario que
yo, que lo pensaba, fuese algo; y advirtiendo que esta verdad: pienso, luego existo, era tan
firme y segura que las más extravagantes suposiciones de los escépticos eran incapaces de
conmoverla, pensé que podía aceptarla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía
que iba buscando. (Discurso del Método, IV)
15. “Por fin, examinando con atención lo que yo era, y viendo que podía imaginar que no tenía
cuerpo y que no había mundo ni ningún lugar en el que estuviese, pero que no por esto podía
imaginar que no existía, sino que, al contrario, del hecho mismo de tener el pensamiento
ocupado en dudar de la verdad de las otras cosas se seguía muy evidentemente y ciertamente
que yo existía; mientras que, si hubiese cesado de pensar, aunque todas las demás cosas que
10
hubiese imaginado hubiesen sido verdaderas, no hubiese tenido ninguna razón para creer en mi
existencia, conocí por esto que yo era una substancia, la completa esencia o naturaleza de la
cual consiste solamente en pensar, y que para existir no tiene necesidad de ningún lugar ni
depende de cosa alguna material; de manera que este yo, es decir, el alma, por la cual soy el
que soy, es enteramente distinta del cuerpo, y hasta más fácil de conocer que éste, y aunque
éste no existiese, ella no dejaría de ser todo lo que es.”(Discurso del Método, IV)
16. “Cuando advertimos que somos cosas que piensan, tenemos una primera noción que no
sacamos de ningún silogismo, y cuando alguien dice: pienso, luego soy o existo, no concluye de
su pensamiento su existencia como por la fuerza de un silogismo, sino por una cosa conocida
por sí misma: la ve por mera inspección de su espíritu; para deducirla de un silogismo, hubiera
necesitado conocer, previamente, esta mayor: todo lo que piensa es o existe, que,
contrariamente, le es enseñada por lo que él siente en sí mismo de que no puede darse que
piense si no existe. Porque es cosa propia de nuestro espíritu, formar las proposiciones
generales a partir del conocimiento de las particulares. (Respuestas, II)
(6) El sujeto es en sí y para sí: es una sustancia pensante, cosa pensante, res cogitans.
De ahí y por ello se llega a la conclusión de que toda proposición para ser verdadera y
cierta tiene que ser clara y distinta. (7) A pesar de que la forma de la expresión “pienso,
luego existo” tiene la apariencia de una inferencia (A
B), se trata de una intuición
simple: la necesaria unión de la referencia yo en todo acto con-sciente (pensar).
Así lo afirma Descartes en la Meditación Tercera:
17. "Sé con certeza que soy una cosa que piensa; pero, ¿no sé también lo que se requiere para
estar cierto de algo? En ese mi primer conocimiento, no hay nada más que una percepción
clara y distinta de lo que conozco, la cual no bastaría para asegurarme de su verdad si fuese
posible que una cosa concebida tan clara y distintamente resultase falsa. Y por ello me parece
poder establecer desde ahora, como regla general, que son verdaderas todas las cosas que
concebimos muy clara y distintamente."
Vemos ahora cómo (8) la duda metódica universal concluye en la afirmación de un yo
indubitable y por tanto conduce a admitir como primer principio indubitable al sujeto
singular. (9) El sentido del principio puede expresarse en varias formas: soy una cosa
que piensa, soy una sustancia pensante, yo, alma.
4. Las demostraciones de la existencia de Dios.
Descartes ha encontrado un principio del que no cabe dudar: Pienso, luego existo;
cogito, ergo sum. No es una inferencia, sino un acto de aprehensión intelectual
inmediato, una intuición. El pensamiento es una actividad en la que se muestra algo, el
contenido de la propia actividad del pensar. Ese algo es la idea. "La forma de todos
nuestros pensamientos, por cuya percepción inmediata tenemos conciencia de ellos".
(Meditaciones, 2ª Objeción).
Pero (1) la seguridad de sí mismo como un yo aislado no implica necesariamente
todavía la validez real de las ideas que refieren a existencias diferentes del propio yo.
Tras el examen de que ésta es una verdad indubitable, clara y distinta, (2) ¿puede
reconstruirse el sistema de la ciencia? ¿Queda ya garantizada la actividad racional según
razones claras y distintas que se enlazan, conectan o derivan unas de otras según un
riguroso orden geométrico? (3) Para eso sería necesario garantizar el valor real y
universal del conocimiento, para lo que no parece bastar un sujeto individual. Descartes
11
estima que el sujeto sólo puede alcanzar la realidad universal desde sí mismo, pero será
necesario encontrar una salida a la propia singularidad. (4) Éste es el lugar y la
importancia de las demostraciones de la existencia de Dios. En algunos textos parece
bastar la seguridad de la posición del propio sujeto, en otros reconoce que sin el
conocimiento de la existencia de Dios no habría una razón sólida para aceptar la validez
real y universal del pensar: "Incluso lo que antes he considerado como una regla (a
saber, que las cosas que he concebido clara y distintamente, son verdaderas) no es
válido más que si Dios existe, es un ser perfecto y todo lo que hay en nosotros procede
de él". (*)
(1) Si la situación es de soledad ―se ha llamado solipsismo a este punto de partida
filosófico―, la única vía para avanzar estará en (2) rastrear las ideas que la mente
encuentra presentes en sí misma. (3) Debemos analizar pues el propio mundo mental
para analizar el valor de las diversas ideas que están presentes en ella: Las ideas son las
representaciones de algún contenido. Juicio refiere a las afirmaciones o negaciones, y es
donde puede darse propiamente el error: puesto que concedemos o no valor real a las
ideas. Mientras que las afeccciones, finalmente, por no ser propias del intelecto, quedan
fuera de la cuestión.
18. De entre mis pensamientos, unos son como imágenes de cosas, y a éstos solos conviene con
propiedad el nombre de idea: como cuando me represento un hombre, una quimera, el cielo, un
ángel o el mismo Dios. Otros, además, tienen otras formas: como cuando quiero, temo, afirmo
o niego; pues, si bien concibo entonces alguna cosa de la que trata la acción de mi espíritu,
añado asimismo algo, mediante esa acción, a la idea que tengo de aquella cosa; y de este
género de pensamientos, unos son llamados voluntades o afecciones, y otros, juicios. Pues bien,
por lo que toca a las ideas, si se las considera sólo en sí mismas, sin relación a ninguna otra
cosa, no pueden ser llamadas con propiedad falsas; pues imagine yo una cabra o una quimera,
tan verdad es que imagino la una como la otra. No es tampoco de temer que pueda hallarse
falsedad en las afecciones o voluntades; pues aunque yo pueda desear cosas malas, o que
nunca hayan existido, no es menos cierto por ello que yo las deseo. Por tanto, sólo en los
juicios debo tener mucho cuidado de no errar. Ahora bien, el principal y más frecuente error
que puede encontrarse en ellos consiste en juzgar que las ideas que están en mí son semejantes
o conformes a cosas que están fuera de mí, pues si considerase las ideas sólo como ciertos
modos de mi pensamiento, sin pretender referirlas a alguna cosa exterior, apenas podrían
darme ocasión de errar. (Meditaciones, III)
(4) Clasifica, pues, en primer lugar los contenidos mentales o ideas según la relación al
sujeto. Puede haber tres tipos de ideas:
1.- Adventicias o adquiridas: Proceden de la experiencia externa (un ruido).
2.- Artificiales o ficciones: Elaboradas por nosotros mismos (un centauro).
3.- Innatas o Naturales: Proceden de la propia naturaleza del entendimiento y sólo ellas
cumplen la claridad y distinción que se espera de los objetos pensables metódicamente.
Para salir del inmanentismo en el que se halla en la cuestión del cogito y las ideas,
Descartes procede a la demostración de la existencia de Dios. (5) Considera que si
demuestra ―es decir: si descubre que es absolutamente indudable― que la mente no
puede estar engañosamente constituida, entonces por lo menos las verdades
matemáticas tendrán validez para la realidad en sí. (6) Esto lo puede conseguir
demostrando que la mente y el mundo han sido hechos por un ser infinitamente bueno,
que, por ser bueno, no puede querer engañar y, por ser infinito, hace precisamente
aquello que quiere. (7) Las demostraciones deberán partir del cogito y de las ideas, ya
que de momento no admite otra realidad. (8) La "demostración de la existencia de Dios"
12
ha de consistir en poner de manifiesto que la mente no puede dudar de la existencia de
Dios. Aunque el enfoque es nuevo y depende del principio cartesiano, los elementos
empleados en la prueba son en gran parte medievales que no están justificados desde el
nuevo principio, y la incoherencia ontológica y conceptual va a saltar a la vista. (*)
(9) Descartes recurre a la idea del Ser perfecto: Éste es el contenido objetivo de la idea
que llamamos Dios. Sólo con esta idea podrá reconquistar la verdad de las ideas que
refieren al mundo exterior. Esta es pues la segunda idea fundamental: Dios. (10) Sólo en
la idea de un ser perfecto coinciden, como veremos, esencia y existencia: pensar su
contenido implica captar igualmente su existencia necesaria."Es por lo menos tan cierto
que Dios, el Ser Perfecto es o existe como lo puede ser cualquier demostración de la
geometría. (Discurso del Método, 4ª Parte).
Hay que realizar la demostración de la existencia de un ser perfecto e infinito, que ha
hecho al mundo y a mi mente y que, por ser bueno, no me ha creado en el error.
Eliminar, así, la posibilidad de un genio maligno que desea engañarme y que, por
infinito, pudiera hacer que me engañase respecto a la realidad exterior. (11)
Naturalmente, la demostración cartesiana viene condicionada por el camino elegido: ha
de garantizar que no puede dudarse de la existencia de Dios.
Veamos cómo dispone Descartes sus "pruebas de la existencia de Dios": No es difícil
notar que (12) solamente pueden plantearse tres posibilidades. La primera, demostrar la
existencia de Dios por el análisis del contenido mismo de la idea; las siguientes, por la
relación de la idea al sujeto, bien estudiando si la causa de la idea de Dios puede ser el
propio sujeto, bien estudiando si la causa del sujeto puede ser él mismo.
En los tres recorridos se mostrará la primacía de Dios:
1ª Por el mismo contenido de la idea: La más difundida y típica del racionalismo, es la
llamada prueba ontológica. Lo que se percibe con claridad y distinción es verdad. De
un triángulo percibimos clara y distintamente que sus ángulos suman dos rectos (por lo
tanto, esto es verdad), pero de un triángulo no percibimos clara y distintamente que
"exista realmente", en la "realidad en sí" (es decir: tal cosa no se puede intuir a partir de
la pura noción de triángulo). En cambio en la noción misma de Dios se incluye la
existencia; en efecto: la noción de Dios es la de un ser necesario, o, dicho de otro modo,
la de un ser infinito en todos los aspectos. El hecho de "no existir" sería una limitación.
Sería una contradicción admitir, por un lado, la perfección suma y, por otro, una
limitación a esa perfección, la de su no existencia necesaria y actual. Por tanto, la idea
de Ser perfecto, la idea de Dios, incluye la existencia necesaria y no por ficción del
pensamiento, sino porque el existir pertenece a la naturaleza verdadera e inmutable de
ese ser.
19. “Cuando después revisa las ideas o nociones que existen en él y encuentra la de un ser
omnisciente, omnipotente y extremadamente perfecto, juzga fácilmente, por lo que percibe de
esa idea, que Dios, que es aquel ser enteramente perfecto, es o existe; porque aunque tenga
ideas muy distintas de otras muchas, no encuentra nada que le asegure de su existencia como
en las otras, sino la existencia absolutamente necesaria y eterna, y así como cuando ve que está
necesariamente comprendida en la idea que tiene del triángulo que la suma de los tres ángulos
es igual a dos rectos, así del mero hecho que ella percibe que la existencia necesaria y eterna
está comprendida en la idea que tiene de un ser absolutamente perfecto, debe concluir que este
ser perfecto existe. (Principios I,14)
13
2ª Por la causa de la idea que el sujeto tiene de Dios. Descartes introduce el principio
clásico de que todo cuanto existe tiene que tener una causa de su existencia (principio
de causalidad, desarrollado por la escolástica, que no se justifica desde el nuevo
planteamiento1). Además, como la realitas obiectiva (el contenido de la idea) para él es
realidad real, la concibe ahora como una especie de existencia, y, por lo tanto, exige que
las ideas tengan una causa eficiente. Introduce también la idea medieval, de origen
platónico, de una jerarquía de los seres y el criterio de que la causa no puede ser
"inferior" al efecto, no puede tener "menos realidad" que él: si A es causa de B es
preciso que toda perfección de B esté contenida en A. Esto se aplica también a la causa
de una idea: Su realidad (ontológica) no puede ser inferior a la realidad (objetiva) de la
idea en cuestión. Ahora bien, Descartes sostiene que la realidad de la causa como causa,
―incluso la de la causa de una idea: al menos de su causa "primera")― tiene que ser
realidad actual o formal. El motivo de esto último es claro: El actuar eficientemente, la
producción "real" de algo, no corresponde al modo de ser que se puede adjudicar a las
ideas, sino a la realidad existente en sentido propio.
Así pues, mi idea de Dios tiene que tener una causa, y esa causa tiene que contener
formalmente toda la perfección que objetivamente contiene la idea misma; luego la
causa no puedo ser yo mismo, porque yo no tengo toda esa perfección que encierra la
idea de un ser perfecto e infinito.
20. “En lo que se refiere a los pensamientos que yo tenía de muchas otras cosas exteriores a
mí, como el cielo, la tierra, la luz, el calor y otras mil, no me costaba tanto trabajo considerar
de dónde procedían, porque no encontrando nada que me pareciese hacerlas superiores a mí,
podía creer que, si eran verdaderas, dependían de mi naturaleza, en cuanto que ella poseía
alguna perfección, y si no lo eran, que las obtenía de la nada, es decir, que estaban en mí por
ser yo defectuoso. Pero no podía ocurrir lo mismo con la idea de un ser más perfecto que el
mío, puesto que tenerla de la nada era cosa manifiestamente imposible. Y, puesto que no hay
menos repugnancia en el hecho de que lo más perfecto provenga de lo menos perfecto que en el
hecho de que algo venga de la nada, no podía venirme tampoco de mí mismo. De modo que no
quedaba sino que hubiese sido puesta en mí por una naturaleza verdaderamente más perfecta
que yo, y que reuniese en sí todas las perfecciones de las que yo pudiese tener alguna idea; es
decir, para explicarme en una sola palabra, que fuese Dios.” Discurso del método IV
3ª Por la causa de la existencia del propio sujeto. En la jerarquía de lo real admitida
por Descartes, la "substancia" ―que Descartes considera simplemente como el sujeto
de propiedades, cualidades o atributos― debe tener una causa constante de su existir. Es
decir la existencia de algo en cualquier momento, y no sólo su empezar a existir,
requiere una causa; las cosas no siguen existiendo por sí mismas. Hay que notar que
para Descartes el tiempo se compone de una sucesión de presentes. Cada momento del
tiempo es independiente del anterior, de modo que hace falta el mismo poder para
"conservar" una cosa en la existencia que para producirla2.
1
El principio de causalidad clásico se expresa así: Todo lo que no existe por sí mismo necesita una causa
de su existencia. La mentalidad racionalista tiende a eliminar la diferencia entre el ser primero: causa
incausada, y los dependientes: causas causadas; de modo que se piensa a Dios, causa primera, como causa
de si mismo (causa sui) Algo que, para los clásicos, es una contradicción flagrante.
2
La idea del tiempo o del movimiento como continuo genera problemas, dado que no podría ser intuido
con claridad: se “escaparía” hacia el pasado y el futuro. Descartes lo reduce a “puntos” sucesivos… Algo
que Zenón encontraría interesante.
14
Se centra en que yo tengo la idea de perfecciones que yo no poseo como propias. Así
mismo, no tengo el poder de darme esas perfecciones: si lo tuviera, me las habría dado,
porque el bien claramente conocido mueve infaliblemente la voluntad. Si no tengo el
poder de darme ciertas perfecciones (que son atributos), menos aún tendré el poder de
producirme a mí mismo (que soy una substancia). Si no tengo el poder de producirme a
mí mismo, tampoco tengo el poder de conservarme. Luego quien me conserva es otro.
Y este otro, si tiene el poder de conservarme, tiene también el de producirme. Y, siendo
yo una substancia, tendrá también el poder de dar todas esas perfecciones que a mí me
faltan (que son atributos). Por otra parte, si la noción de esas perfecciones está en mí,
está también en aquel que me conserva. Por el axioma de que el bien claramente
conocido mueve infaliblemente la voluntad, es imposible pensar que alguien, teniendo
la noción de ciertas perfecciones y el poder de darlas, no tenga esas perfecciones: Luego
aquel que me conserva tiene todas las perfecciones que yo puedo concebir. Y aquello
que posee todas las perfecciones concebibles es lo que llamamos "Dios".
21. “A lo cual añadí que, puesto que conocía algunas perfecciones que yo no tenía; no era yo el
único ser existente (emplearé aquí, con vuestra venia, los términos de la escuela con libertad),
sino que era absolutamente necesario que hubiese otro más perfecto, del cual dependiese yo y
del cual hubiese recibido todo lo que tenía; puesto que si yo hubiese sido solo e independiente
de todo otro ser, de modo que hubiese tenido por mí mismo lo poco en que participaba del ser
perfecto, por la misma razón hubiese podido tener por mí mismo todo el resto que sabía
faltarme, y así, ser yo mismo infinito, eterno, inmutable, omnisciente, omnipotente y, en fin,
poseer todas las perfecciones que podía advertir en Dios.”
(Discurso del Método, IV)
Así pues, (1) desde la primera garantía real de mi propia existencia y (2) desde la
demostración que deduce necesariamente de ella la existencia de Dios, ser infinitamente
perfecto: bueno y sabio; (3) puede recuperarse un principio de validez real y universal
del conocimiento, ya que Dios es creador o causa universal. (4) Si en mi se manifiestan
los criterios de evidencia, claridad y distinción como garantías de verdad, siendo claro
que no existo bajo el poder de la malignidad, entonces (5) es posible recuperar el
método y avanzar en la descripción de la realidad externa del mundo.
Dios es res cogitans infinita; por lo tanto, es voluntad infinita; infinita no sólo en su
campo de aplicación, sino también en su poder: en Dios no hay distinción entre la libre
decisión y el conocimiento de lo que es (entre "voluntad" y "entendimiento"), porque
todo lo que él decide es absolutamente por el hecho de que él lo decide; y a la inversa:
todo lo que es es porque Dios lo ha querido; incluso las verdades necesarias, las cosas
que tienen que ser como son y no se las puede pensar de otra manera (como las
verdades matemáticas): son necesariamente así porque Dios lo ha querido y la voluntad
de Dios es necesidad, o mejor: la necesidad metafísicamente entendida, no es otra cosa
que la voluntad eterna e infinita de Dios.
La existencia de Dios se convierte en la garantía de la adquisición de toda ciencia
perfecta, ya que es garantía de que los cuerpos existen. Gracias a la existencia divina,
existe la naturaleza corpórea y no sólo "en cuanto que ésta es objeto de la pura
matemática, que no se ocupa de la existencia del cuerpo" (Meditaciones, V) En el
fondo reitera el argumento de que al ser Dios infinitamente perfecto y bueno, no puede
permitir que me engañe cuando poseo la idea clara y distinta de extensión y, a la vez, la
convicción de que existen cuerpos. Esta convicción parece proceder de fuera de mí, y
sería un engaño que proviniera de cosas que no fueran cuerpos. Luego el mundo existe.
15
6. La distinción entre res cogitans y res extensa. Las tres sustancias.
El pensamiento es incorporal. Jamás en nada físico, corpóreo, material, podemos
aprehender algo así como "yo pienso...". Por más que quisiéramos admitir que todo lo
que yo pienso es corpóreo, que es todo extensión, hay al menos una cosa que también
pienso y que no es en absoluto extensa, y ese algo es precisamente que yo pienso todo
eso que pienso.
Al ocuparse de nuevo de la realidad física, "las cosas que, comúnmente creemos
comprender con la mayor distinción: a saber, los cuerpos que tocamos y vemos, pero al
cuerpo particular y concreto." (Meditaciones Metafísicas, II); Descartes considera
necesario plantearla según el modelo mecanicista y cuantitativo. En este sentido, igual
que Galileo, (1) rechaza la realidad de de las cualidades sensoriales no cuantificables,
las cualidades secundarias, y (2) considera solamente objetivas o reales aquellas que
pueden ser matematizadas, las llamadas cualidades primarias. (3) La extensión ―y sus
modos: la figura y el movimiento― es el único atributo que debe pensarse
necesariamente cuando se atiende a la realidad corpórea, los demás aspectos son
perfectamente prescindibles. Quedan marginados del conocimiento de los cuerpos ―de
lo que va a constituir la física moderna― los aspectos cualitativos: los olores, sabores,
textura...De ellos indicara "no son más que sentimientos que no tienen ninguna
existencia fuera de mi pensamiento" (Meditaciones, respuestas a la sexta objeción).
Así pues, las cualidades primarias, que derivan de la extensión o magnitud: la figura y el
movimiento; son objetivas y se hallan realmente, en los cuerpos. Su conocimiento se
logra a través de la magnitud medible, pues caen bajo el ámbito del orden y la medida,
caen bajo el ámbito de la matemática. Cualidades secundarias son sólo subjetivas y
producidas en los sentidos por la acción mecánica de los cuerpos. Un conocimiento
cierto, la sabiduría o ciencia, sólo puede tratar de cualidades primarias: La ciencia
cartesiana no puede ser otra que geometría.
22. "Declaro expresamente que no admito ninguna otra materia de las cosas corpóreas que
aquella divisible, figurable y móvil que los geómetras llaman cantidad, y que ellos toman como
objeto de sus demostraciones; que no considero en ella nada más que las divisiones, las figuras
y los movimientos; y que acerca de éstos no admito nada como verdadero, sino lo que de esas
nociones comunes, de cuya verdad no podemos dudar, se deduzca tan evidentemente que pueda
considerarse como una demostración matemática. Y como de esta manera pueden explicarse
todos los fenómenos de la naturaleza, como aparecerá en lo que sigue, pienso que no hay que
admitir, ni siquiera desear, otros principios de la física." (Principia, II, 64).
La noción de cuerpo no puede proceder de los sentidos. Tampoco de la imaginación. El
entendimiento concibe como esencial al cuerpo la extensión, que es flexible y
cambiante. Lo corpóreo queda reducido a magnitud espacial, a extensión cuantificable;
es decir, todo cuerpo no es otra cosa que una extensión en longitud, anchura,
profundidad que puede moverse y adoptar distintas formas y figuras. Esta idea de
cuerpo es una idea clara y distinta. En las Respuestas a las Sextas objeciones precisará:
"Reconozco que no hay nada que pertenezca a la naturaleza o esencia de los cuerpos,
sino que es una sustancia extensa en longitud, anchura y profundidad, capaz de
diversas figuras y movimientos, y que esas figuras y movimientos no son otra cosa que
modos, que jamás pueden ser sin ella."
16
El cuerpo humano tiene que ser pensado ser pensado en idénticas condiciones: en
definitiva, puro mecanismo. Pero mi cuerpo no soy yo, es tan objeto para mí como el
papel que tengo delante. Mi pensamiento en cambio es algo perfectamente incorpóreo, y
tan distinto de mi cuerpo como de la mesa en la que me apoyo; está, desde luego,
vinculado de un modo especial a mi cuerpo, pero esta vinculación especial es sólo un
hecho, no necesito hacerla entrar en consideración para percibir clara y distintamente
que yo pienso; por el contrario, mi percepción es confusa por definición cuando a la
noción de que yo pienso mezclo alguna determinación que suponga la extensión.
Lo problemático es que el pensamiento actúe sobre lo corpóreo o padezca por obra de
ello. Todo lo que es corpóreo es sólo extenso, mientras que el "yo pienso" es
perfectamente independiente de lo corpóreo:"El alma, en virtud de la cual yo soy lo que
soy, es enteramente distinta del cuerpo" (Discurso del Método, 4ª parte)..
Según el método, la extensión debía constituir el único "ser" de lo que percibimos como
exterior, porque es todo lo que percibimos clara y distintamente de ello. Asimismo, el
"Yo pienso", el cogito debía ser el único "ser" del sujeto, porque es lo único que
percibimos clara y distintamente como tal. Pero el autor considera, como vimos, que si
una idea se intuye con claridad y distinción, entonces debe ser verdadera. Por tanto, se
puede afirmar su realidad. La noción de substancia, de origen aristotélico, es la que el
pensamiento escolástico emplea normalmente, y Descartes piensa que está en
condiciones de introducirla. Si reunimos los diferentes aspectos de su pensamiento, la
sustancia (existencia) se ha presentado en tres terrenos indudables. Hay, pues, tres
substancias.
La noción cartesiana de sustancia y su clasificación, se convertirá en una de las claves
del pensamiento racionalista y de la nueva física. Substancia es: aquello que existe de
tal modo que no necesita de ninguna otra cosa para existir. (Principia Philosophiae,
1ª Parte, 51)
23. “Cuando concebimos las substancias, concebimos únicamente una cosa que no tiene
necesidad más que de sí misma para existir. Puede parecer oscura esta definición: No tener
necesidad más que de sí misma, porque, hablando con propiedad, solamente a Dios es
aplicable, y ninguna cosa creada puede existir un sólo instante sin que la sostenga su poder. De
ahí que tenga razón la Escuela, al decir que la palabra sustancia no es unívoca respecto de
Dios y de las criaturas, es decir, que no hay ninguna significación de esa palabra que
concibamos con distinción y convenga a ambos: mas, como entre las cosas creadas las hay de
tal naturaleza que no pueden existir sin algunas otras, las distinguimos de aquellas que no
precisan sino del concurso ordinario de Dios para existir, llamando a éstas substancias y a
aquellas cualidades o atributos de estas substancias." (Principios, I,51)
23. “Podemos, pues, tener dos nociones o ideas claras y distintas: una de una substancia
creada pensante, y la otra de una substancia extensa, a condición de que separemos cuidadosamente los atributos del pensamiento de los atributos de la extensión. Podemos tener una,
de manera semejante, clara y distinta, de una substancia increada que piensa y que es
independiente, es decir, de un Dios, a condición de que no pensemos que esta idea nos
representa todo lo que está en él y que no añadamos en ella nada que sea ficción de nuestro
pensamiento, sino que nos atengamos a lo que está realmente comprendido en la noción
distinta que de Él tenemos, y que sabemos que pertenece a la naturaleza de un ser prefecto.
Porque nadie puede negar que tal idea de Dios se da en nosotros. (Principios, I)
17
En rigor, esta definición obliga a que haya sólo una única substancia: Dios. Pero, por
analogía, cabe decirlo de lo creado, de aquello que, para existir, no necesita de otra cosa
creada. De esta forma, sustancia se convierte en el sujeto inmediato de cualquier posible
atributo, y toda substancia se caracterizará por un atributo que la defina y que se
encuentre implícito en todo lo que de ella se pueda pensar. En lo creado, sustancia es
aquello que para existir no necesita de otra cosa creada. Sabemos que hay dos tipos de
realidades conocidas que no se pueden reducir la una a la otra y a las cuales se puede
reducir todo lo demás, a saber: la extensión y el pensamiento, habrá pues, dos
substancias: aquella cuyo atributo definitorio es el pensamiento y aquella cuyo atributo
definitorio es la extensión.
Atributo es "aquello por lo cual una sustancia se distingue de otras y es pensada en
sí misma". (Principia, 52) y atributos esenciales son aquellos que "constituyen su
naturaleza y esencia, de la cual dependen los demás atributos." Los esenciales son
inmutables e inseparables de las substancias de las que son atributos. Únicamente
pueden distinguirse entre sí con distinción de razón. Junto a los atributos esenciales
existen modificaciones: modi "modos" de los mismos, que afectan también a la
substancia. Los modos son las diversas formas en que puede concretarse la
sustancia definida por el atributo esencial o fundamental: Toda configuración
espacial determinada (toda figura) es un modo de la res extensa; todo pensamiento
determinado es un modo de la res cogitans.
7. La ciencia natural.
Descartes se ocupa, en la quinta parte del Discurso, de sentar las bases de esa nueva
ciencia que pretendía construir. No pudo llevar a la práctica completamente su ideal: por
ejemplo, la biología, aunque dedicó algún tiempo a su estudio, no parecía fácilmente
sometible al método deductivo. Y la moral no tuvo tiempo de redactarla, aunque en
distintos escritos quedan señaladas las líneas maestras que permitirían construirla
científicamente. Aunque la parte más importante es, sin lugar a dudas, la metafísica,
vamos a señalar brevemente los rasgos principales de la ciencia natural, por cuanto,
como aplicación del método, tiene también significación filosófica.
Con relación a la física, ya hemos visto que Descartes ha reducido la naturaleza de los
cuerpos a mera extensión en el espacio. A partir de esta idea clara y distinta y según el
método matemático es como debe desarrollarse esta ciencia. Si los cuerpos no son más
que extensión, la materia es infinita, ya que lo único que podría limitarla es el espacio
vacío; pero espacio-vacío es una noción contradictoria (es extensión inextensa).
Algo más complicado resulta el problema del movimiento. De entrada, el único
movimiento posible es el movimiento local, ya que los cambios sustanciales o
cualitativos son imposibles en un universo de pura extensión. Aún así, la idea de
extensión no implica la de movimiento. Luego el movimiento no es una propiedad de
los cuerpos: todo movimiento es extrínseco al móvil (en franca oposición a la física
aristotélica). La única causa posible del movimiento es Dios. A partir de este momento,
la deducción de las leyes y propiedades de los cuerpos se simplifica, pues «del hecho de
que Dios no está de ningún modo sometido a cambio y actúa siempre de la misma
manera, podemos llegar al conocimiento de ciertas reglas a las que llamo leyes de la
naturaleza». De entre esas leyes, podemos subrayar dos:
18
1. La ley de la conservación de la cantidad de movimiento: “Dios conserva ahora en el
universo, por su concurso ordinario, tanto movimiento y tanto reposo como puso en
el mismo al crearlo”.
2. Principio de inercia: “Todos los cuerpos que están en movimiento continúan
moviéndose hasta que su movimiento sea detenido por otros cuerpos”.
La física deductiva de Descartes duró poco, sustituida por la física experimental, aunque
la necesidad de un modelo hipotético responde a su visión. Su concepción mecanicista
del universo ―Dios como motor de una máquina que, una vez puesta en movimiento,
da razón por sí misma de todo lo que en ella ocurre― tuvo amplio eco en la ciencia
posterior, aunque modificada por la introducción newtoniana de la noción de fuerza y de
fuerza gravitatoria, que descartes rechazaba por oscura.
Los seres vivos presentan un caso especial dentro de la naturaleza. Por una parte, tienen
cuerpo; y por otra, tienen automovimiento (al menos así los describía la psicología
clásica). Además, en el caso de los animales, tienen incluso conocimiento sensible.
Ahora bien: habiendo dividido la naturaleza en dos tipos de sustancias inequívocamente
distintas, el dilema es inevitable: ¿son sustancias extensas o pensantes? Y la respuesta
es igualmente clara: no pueden ser sino sustancias extensas. Su automovimiento es
explicado por Descartes diciendo que es la propia naturaleza quien actúa en ellos: “es la
naturaleza la que obra en ellos de acuerdo con la disposición de sus órganos, así como
un reloj que está compuesto solamente con ruedas y pesas puede dar las horas y medir
el tiempo más correctamente que nosotros, con toda nuestra sabiduría”. En definitiva,
los animales y las plantas no son más que máquinas.
Todavía más difícil resulta explicar al hombre. Toda la antropología cartesiana descansa
sobre la distinción del cuerpo y el alma. Pero también es evidente la unidad del hombre.
“No me parece que el espíritu humano sea capaz de concebir distintamente y a la vez la
distinción del alma y el cuerpo y su unión; por que para ello es necesario concebirlos
como una sola cosa y a la vez concebirlos como dos, lo cual es contradictorio”. La
unidad del hombre es, pues, un misterio. Los racionalistas posteriores (Malebranche,
Spinoza y Leibniz) tratarán de solucionar este problema generado por el cartesianismo.
Esta división del mundo en dos ámbitos mutuamente excluyentes y conjuntamente
exhaustivos, el del entendimiento y el de la extensión, permitió a Descartes ofrecer lo
que para él constituía una ciencia verdadera de la naturaleza. Así la tarea de la ciencia
consistía en deducir, a partir de estos primeros principios, las causas de todo lo que
acontece, de la misma manera que las Matemáticas se deducen de sus premisas.
Descartes dio explicaciones, en términos de los movimientos de partículas de formas y
tamaños diversos, de las propiedades químicas y sus combinaciones, gusto y sabor,
calor, magnetismo, luz, del funcionamiento del corazón y del sistema nervioso como
fuente de acción del mecanismo del cuerpo humano, y de muchos otros fenómenos que
investigó por medio de experimentos algunas veces realmente ingenuos. La amplitud
del programa llevaba implícita su propia perdición: Procediendo, como proceden, de un
programa que pretende matematizarlo todo, la Física y Cosmología de Descartes son
casi totalmente cualitativas. Se vio forzado a recurrir a la especulación mucho más allá
de lo que le permitía "el pequeño alcance de mi conocimiento", con lo cual consiguió lo
que realmente temía; que lo que había producido, utilizando sus propias palabras, no
fuese más que un bello "romance de la naturaleza".
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Su fracaso más desastroso tuvo lugar, de hecho, en el centro mismo de su programa, en
las propias leyes del movimiento. Por medio de un proceso de análisis puramente
racional, había llegado a la conclusión de que la propiedad esencial de la materia era su
extensión espacial. Puesto que, a priori, se excluían otras posibilidades, no dejó ningún
resquicio para la constatación empírica. Y entonces, a partir de esta base supuestamente
sólida, procedió a construir un sistema de mecánica que dejaba fuera de todo análisis
hechos importantes, especialmente aquellos que se hallaban involucrados en lo que
llegaría a ser la noción newtoniana de "masa". Su mecánica contiene ciertamente
algunas conclusiones valiosas como, por ejemplo, la que se refiere a la conservación del
movimiento y su enunciado de un principio equivalente al de inercia. Sin embargo, el
tratamiento que Descartes dio a este tema resultó ser desastrosamente incorrecto a causa
de que todo su análisis precedente de la materia como mera extensión era erróneo en sí
mismo.
Además, Descartes trató de dar una explicación a los movimientos planetarios mediante
su teoría de los vórtices, según la cual, la materia del "éter" formaba torbellinos
(vórtices) alrededor del sol y las estrellas lo que mantenía el movimiento de los
planetas. Lo más sorprendente es que Descartes no se preocupó en absoluto de
comprobar si esta importante parte de su física se ajustaba o no a los hechos explicados
por las leyes de Kepler del movimiento planetario. Newton trató la teoría de los vórtices
como un problema de la dinámica de fluidos y la desmoronó completamente.
En el área de las Matemáticas, la contribución más notable que hizo Descartes fue la
sistematización de la Geometría Analítica. Fue el primer matemático que intentó
clasificar las curvas conforme al tipo de ecuaciones que las producen. Fue también el
responsable de la utilización de las últimas letras del abecedario para designar
cantidades desconocidas y las primeras para las conocidas.
8. Interacción alma-cuerpo: El problema de la comunicación de las sustancias
Pero hay otra cuestión fundamental en el ámbito de las dos realidades creadas, ya que,
siendo heterogéneas, constituyen al hombre: ¿Cómo se comunican el alma y el cuerpo?.
Descartes es nítido en cuanto a su diferencia entre el alma y el cuerpo: "puesto que por
una parte tengo una idea clara y distinta de mí mismo, según la cual soy algo que
piensa, y no extenso y, por otra parte, tengo una idea distinta del cuerpo, según la cual
éste es una cosa extensa, que no piensa, resulta cierto que yo, es decir, mi alma, por la
cual soy lo que soy, es entera y verdaderamente distinta de mi cuerpo, pudiendo ser y
existir sin el cuerpo". (Meditaciones, VI).
Al alma sólo pertenece el pensar, mientras que el cuerpo, al ser su atributo la extensión,
sólo podrá modificarse por figura y movimiento. El cuerpo se reduce a una máquina
regida pro las leyes de la física, y se compara frecuentemente con el reloj. La vida se
reducirá a movimiento mecánico; en particular, en los animales, que carecen de alma y
pensamiento. En el caso del hombre, Descartes sostiene que el alma está
verdaderamente unida a todo el cuerpo, aunque luego la localiza en la glándula pineal
como su sede, desde donde ejerce sus funciones.
Gracias a la presión mecánica que sobre la glándula ejercen los espíritus vitales o
partículas muy sutiles que se mezclan con la sangre, el alma recibe las impresiones o
imágenes procedentes de los órganos de los sentidos a través de los músculos y nervios
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y, de modo recíproco, por la actuación de la glándula pineal sobre esos espíritus
modifica los músculos y provoca el movimiento del cuerpo. En esta interacción, para
Descartes es claro que es el alma quien siente, no el cuerpo, aun cuando las sensaciones
sean ideas confusas, maneras confusas del pensar. Es el alma quien percibe, o sufre las
pasiones ―el deseo, tristeza, alegría, admiración, odio...― que Descartes explica en
tono radicalmente mecanicista.
El objetivo último del pensamiento de Descartes al afirmar que alma y cuerpo,
pensamiento y extensión, constituyen substancias distintas, es salvaguardar la
autonomía del alma respecto de la materia. Una concepción mecanicista y determinista
del mundo material, en el cual no queda lugar para la libertad y el conjunto de los
valores espirituales defendidos por Descartes. Solamente podía salvaguardarse
sustrayendo el alma del mundo de la necesidad mecanicista, y esto, a su vez, exigía
situarla como una esfera de la realidad autónoma e independiente de la materia. Su
planteamiento mecanicista del cuerpo ha influido intensamente en la medicina moderna,
así como en algunas escuelas de la psicología.
9. La moral
Descartes no tiene una filosofía moral o ética excesivamente elaboradas. En el Discurso
del Método nos provee, más bien, de unas normas morales o máximas de
comportamiento elementales. Aún así, Descartes pensó que las reglas del método
habrían de poderse también aplicar a la moral. Así, en la parte I del Discurso nos dice
que tenía “extremado deseo de aprender a distinguir lo verdadero de lo falso, para ver
claro en mis acciones y caminar con seguridad en esta vida”. Otras afirmaciones de
Descartes prueban que el autor pretendía utilizar en las cuestiones morales su método
analítico-deductivo. Al final de la parte II del Discurso leemos que dado que el método
no lo había “sujetado a ninguna materia en particular, me prometía aplicarlo tan
útilmente a las dificultades de otras ciencias como lo había hecho a las del álgebra”.
Sabemos que Descartes tenía en proyecto acometer una investigación sistemática sobre
la ética y, aunque antes de morir publicó Las pasiones del alma, obra en la que
analizaba en detalle la afectación de la razón por los sentidos y las pasiones, el objetivo
de desarrollar una moral “definitiva” sobre bases analíticas quedó inconcluso.
La importancia que, a pesar de todo, la moral tiene para Descartes queda de manifiesto
en su concepción de la libertad. La libertad, idea rectora en el ámbito moral, es una idea
innata, según Descartes, y, además, probablemente la más importante de todas, porque
es el reflejo del sometimiento del cuerpo al alma, de las pasiones irracionales e
involuntarias a la voluntad del sujeto. Para Descartes la voluntad es tan importante
como el entendimiento y, a diferencia de este, es concebida como en cierto modo
infinita.
En el Discurso del Método, la introducción de la moral provisional se realiza un poco a
trasmano ―entre las partes II y IV―. Se ha sugerido que tal vez esta parte fuera un
añadido posterior para “humanizar” la obra y presentarse como una persona moderada,
creyente e intachable.
En la justificación de por qué investigar la moral, en este punto, Descartes razona del
siguiente modo: si debo someter todos mis conocimientos a un proceso de análisis, de
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duda, de clarificación, no resolviendo precipitadamente sobre su verdad, sino esperando
al dictamen de la razón conducida por el método, y si este proceso de “suspensión del
juicio” debe afectar también a las normas y principios morales, entonces, dado que la
tarea puede tomar un largo tiempo durante el cual es necesario convivir en sociedad, es
preciso proveerse de algunos principios básicos para garantizar esa convivencia.
Descartes vuelve aquí a utilizar una metáfora. Al principio de la parte III del Discurso,
dice: “no es bastante antes de comenzar a reconstruir el alojamiento en que se habita,
con derribarlo (…) sino que también hay que haberse provisto de alguna otra
habitación en donde se pueda estar alojado cómodamente”. Tras esta metáfora se
esconde la idea esencial de la moral cartesiana: la vida, la acción, no admiten demoras.
No se puede “permanecer irresoluto”. Por todo ello, dice Descartes: “hice mía una
moral provisional que no consistía sino en tres o cuatro máximas”.
Tomada en su conjunto, la moral provisional de Descartes no aporta ningún ingrediente
nuevo al tratamiento de las cuestiones morales en la época. Su moral es partícipe de
ideas aristotélicas, socráticas y estoicas, y en general, respira moderación,
conservadurismo e intelectualismo. Descartes se cuida de presentarse como un
ciudadano “medio” de conducta irreprochable, adaptada a las convenciones vigentes
entre sus conciudadanos. Analizadas brevemente, las máximas de la moral provisional
de Descartes son las siguientes:
1. “Obedecer las leyes y las costumbres de mi propio país, conservando con constancia la
religión en la que Dios me ha dado la gracia de ser instruido desde mi infancia, y rigiéndome
en todo lo demás con arreglo a las opiniones más moderadas y más alejadas del exceso que
fuesen aprobadas comúnmente en la práctica por los más sensatos de aquellos con quienes
tendría que vivir”.
Aboga por conductas alejadas de los excesos, recordando la teoría del justo medio de
Aristóteles, y propone actuar según las normas de los “mas sensatos”. Descartes trata de
pasar por un ciudadano modelo, creyente por encima de todo, e incapaz de poner en
cuestión el orden establecido.
2. “Ser en mis acciones lo más firme y lo más resuelto que pudiese, y no seguir con menos
constancia las opiniones más dudosas una vez que me hubiese determinado, que si hubiesen
sido muy seguras”.
Esta “constancia” en el comportamiento recuerda a los estoicos y es una prueba de la
diferencia que Descartes encuentra entre las cuestiones epistemológica y las morales. En
estas últimas debe actuarse comúnmente de modo rápido, sin tener toda la información
o la garantía de acertar. En las cuestiones científicas, en cambio, el entendimiento
medita con atención todas sus pruebas. Descartes utiliza la metáfora de un bosque en el
que nos hemos perdido para explicar esta máxima. No debemos vagar de un lugar a
otro, sino que, una vez resueltos a caminar en una dirección, hacerlo siempre así a pesar
de las dificultades. Esto significa que “puesto que a menudo las acciones de la vida no
admiten ninguna demora, es una verdad muy cierta que, cuando no está en nuestro
poder discernir las mejores opiniones, debemos seguir las más probables”.
3. “Procurar siempre vencerme a mí mismo antes que a la fortuna y modificar mis deseos antes
que el orden del mundo”.
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Esta máxima es radicalmente estoica, y se basa en la idea de que “no hay nada que esté
enteramente en nuestro poder sino nuestros pensamientos”. Se cuida muchísimo de
aparecer como un revolucionario o perturbador del orden. Menciona implícitamente a
Séneca (estoico) al afirmar que es más feliz quien sabe controlar lo que desea que quien
vive constantemente pendiente de deseos que no dependen de él. Así, auténticamente
sabio es quien hace de esta máxima una guía moral. Tal actitud, reconoce Descartes,
exige una “meditación frecuentemente reiterada para acostumbrarse a mirar con este
sesgo todas las cosas”.
Como conclusión de esta moral, Descartes propone cultivar la razón por encima de todo
y aprender constantemente. Este intelectualismo moral es herencia de Sócrates. Ges la
razón las que da la medida del bien y del mal. En sus palabras: “pensé que no podía
hacer nada mejor que emplear toda mi vida en cultivar mi razón y avanzar, tanto como
pudiese, en el conocimiento de la verdad, siguiendo el método que me había prescrito”.
El socratismo cartesiano alcanza su cenit es la afirmación de que el buen juicio de una
razón instruida y educada será la mejor garantía de las buenas obras y de la elección del
camino correcto: “es suficiente juzgar bien para obrar bien, y juzgar lo mejor que se
pueda, para obrar también todo lo mejor que se pueda, es decir, para adquirir todas las
virtudes(…) que pueden lograrse”.
Descartes finaliza la parte III del Discurso con una llamada reiterada al ejercicio de la
razón, la cual, a medida que avanza en su tarea de conocimiento, será consciente,
también en la línea socrática, de lo largo del camino que aún le queda. El sometimiento
de la ignorancia, la superación del escepticismo y la declaración de no someter la fe en
Dios a la duda metódica son las ideas que lanza Descartes en estas páginas, ideas que
enlazan de modo bello con un alegato a favor del progreso de las ciencias en la
búsqueda de la verdad, idea que anticipa el ideal ilustrado de un saber liberador para el
ser humano.
Y fiel a su máxima de que el hombre trabaja mejor en soledad y produce mejor a través
del examen atento de su sola razón, Descartes termina informándonos de su decisión de
retirarse “aquí, a un país (Holanda) en el que pudiera vivir tan solitario y retirado
como en los desiertos más apartados”.
La metafísica y la ciencia cartesianas estaban orientadas hacia fines prácticos; aunque
en sí mismas estas ciencias no lo sean, constituyen la base para alcanzar la sabiduría
más perfecta que el hombre puede lograr y que consiste en el dominio de la naturaleza
―“maîtres et possesseurs de la nature”― y de sí mismo. Desde este punto de vista, la
ética es concebida como la ciencia suprema porque supone el perfecto conocimiento de
las demás ciencias y porque “es el último grado de sabiduría”.
En una serie de cartas a la princesa Isabel quedan esbozados los rasgos principales de su
ética definitiva. En definitiva, viene a ser una reformulación de la moral provisional: la
cuarta regla desaparece y la primera es sustituida por otra más adecuada:
1. Poner todo el empeño en conocer en cada caso lo que ha de hacerse o evitarse; es
decir, aplicar los principios de la nueva ciencia a las situaciones concretas.
2. Que el hombre “tenga una firme y constante resolución de ejecutar todo lo que su
razón le aconseje, sin que sus pasiones o apetitos le desvíen de ello; y creo que la
virtud consiste en la firmeza de esa resolución”.
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No desear lo imposible y no arrepentirse de los propios errores (el error no es culpable).
La aplicación de estos principios constituye la más perfecta sabiduría, y conduce a
«tener el propio espíritu contento y satisfecho». La felicidad sobrenatural depende de la
Gracia, pues, está reservada a los predestinados. En cambio la felicidad natural sólo
depende del hombre mismo. “El libre arbitrio (...) nos hace de algún modo semejantes
a Dios, y parece eximirnos de estarle sujetos”. La libertad no es otra cosa que el
autodominio: sentirse dueño de sí mismo, y, gracias a la ciencia, dueño de la naturaleza.
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