Proceso del duelo según C J Bianchi

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En cuanto al proceso del duelo, no voy a aconsejar caminos, porque el
consejo fastidia, como una intromisión en la privacidad de la gente,
sobre todo el consejo no solicitado. Sólo cuento mi experiencia, y
esto necesito reiterarlo, yo sólo sé escuchar, y tratar de comprender,
y contar mi propio camino, que fue más o menos así:
A partir de la ausencia de Martín, he debido luchar con muchos
fantasmas:
El de la negación en un principio en que el mundo se tornaba
incomprensible, el del resentimiento tiempo después: esa bronca de por
qué a mi hijo? esa bronca egoísta de ver que otros se reían y crecían
y tenían proyectos, mientras su vida, que era un manojo de sueños y
promesas se había detenido para siempre, al menos en esta vida. Luego
la culpa, vinculada en general a todo aquello que uno no hizo, porque
no creía que el tiempo se acabara, y vinculada también a la
omnipotencia de creer que pudimos haber hecho todo bien, y esto, desde
nuestra imperfección, es irreal. Más tarde la tristeza profunda y el
sin sentido de una vida sin él.
Después, palabra que nada aclara en cuanto al tiempo, pero siempre hay
un después, mirar a mi alrededor, a los cariños que quedaron y que
esperaron pacientemente a que yo volviera a brindarme a ellos. A ellos
que cargaban también con su propio dolor. Asimismo, tuve que mirar
dentro mío buscando objetivos para poder seguir. Luego de algunos
meses de interrupción, los peores de mi vida, volví a trabajar en mi
profesión, pero entonces de un modo distinto, con más humanismo quizá,
que profesionalidad, o mejor dicho con un profesionalismo más humano,
y con la finalidad, en nombre de tanto dolor y en nombre de ese
hermoso ser humano que fue mi hijo, de dejar algo
que fuera útil a los demás. Y así fueron surgiendo mis libros sobre
la pareja, mis escritos sobre el duelo, y mis viajes, para llevar mi
palabra a otros padres dolientes y lejanos, y mi afectuoso
acercamiento a los problemas de quienes a diario me consultan, a veces
con penas menores, pero muy suyas y muy dignas de respeto, y están
estos encuentros y estas charlas que me emocionan, que son para
ustedes, y que Martín y yo les dedicamos con gran cariño.
Siguió la vida, con añoranzas y con algunos logros, y con algunos
festejos a los que me fui incorporando con mucha timidez al principio.
Ya no lloro todos los días, es cierto, pero puedo emocionarme en
cualquier momento, porque la vida está llena de circunstancias que me
hablan de él:
El está en muchos de mis silencios, también puede estar en una frase
oída al pasar, o en la escena de una película, o en el párrafo de un
libro, o en una canción, o en algo que quedó olvidado en un mueble o
en un bolsillo desafiando al tiempo, o cuando en medio de una reunión
o de una celebración, me encuentro con la mirada de uno de mis hijos,
o de mi esposa o de alguien que lo ha querido mucho, como su mamá, por
ejemplo, y sin palabras lo estamos nombrando, o cuando manejando,
solitario, veo una pareja veintiañera que se besa, también está en la
silenciosa inmensidad de la noche, o en cada nueva primavera, ese
renacer, que vuelve año tras año, todo me trae su querida imagen. Voy
menos al cementerio porque creo que él no está ahí, hablo poco de él y
con muy pocas personas, más que nada lo hablo conmigo mismo, y estoy
seguro de no haberlo perdido, o mejor dicho estoy seguro de haberlo
recuperado, aquí en mi corazón.
Quiero detenerme en una frase, cuando dije: en nombre de ese hermoso
ser humano que fue mi hijo. Quiero agregar que mis hijos vivos,
también lo son, lo mismo que todos los hermanos de tantos chicos que
partieron. Quizá ellos deban disculparnos por haberlos desatendido en
los primeros tiempos del duelo, pero es bueno que sepan que sus padres
los quieren entrañablemente.
No hay una diferencia en el cariño de los padres a sus hijos. La
diferencia esta en la dolorosa ausencia, que también es ausencia para
los hermanos.
Si algunos hermanos están hoy presentes, vayan para ustedes chicos,
nuestra disculpa y nuestro gran amor.
Nadie sustituyó a Martín, nadie tenía por que hacerlo. Hoy disfruto en
mi vida otros amores, a los que me consagro con dedicación y con todas
mis fuerzas, no podría no nombrar a mi pareja, a mis otros hijos y a
mis amigos, pero el amor que me une a él, que nos une diría, es
permanente.
Sé que alguna madre estará pensando “yo no tengo otros hijos ni tengo
pareja”. Comprendo que ella crea, que el dolor pudo haberse mitigado
en su momento por la presencia de otros amores, y al menos en mi
caso, le cuento que no, que el dolor es el mismo, que en estos casos
el único que cuenta, es el ausente. Quiero decirle a esa mamá o a ese
papá, que me duele su solitario dolor, que quisiera que mi relato le
ayude a decidirse a encontrarle un sentido a su vida, porque toda vida
tiene un sentido en sí misma, que seguramente está dentro de ella, y
que podrá encontrarlo, quizá con alguna apoyo externo que la ayude, a
disipar algunos sentimientos negativos que hoy la detienen y le
impiden quererse.
Pero que si el destino me hubiera dejado solo frente a la tragedia,
creo que igual hubiera seguido andando, y con más responsabilidad aún
frente a Martín: porque no hubiera tenido la cobardía de desistir de
vivir, siendo yo el único que pudiera llevarle una flor, el único que
pudiera seguir recordándolo aquí, en la tierra, el único que pudiera
seguir amándolo. El único que pudiera dejar algo útil en su nombre, y
en el mío, porque su alejamiento despertó en mi vida la necesidad de
trascender, más allá de la comodidad y de objetivos que hoy considero
mezquinos, y que se basaban en el simple conformismo de que él
estuviera vivo. Me ayudaba estando vivo, me conmovió su muerte, y hoy
me sigue ayudando al señalarme un camino. Hubiera seguido, querida
mamá.
También quiero anticiparme a una pregunta consabida y dedicar un
párrafo, a ese grupo de padres que debieron afrontar la postrera
determinación de sus hijos de terminar con sus vidas. Les pido que
acepten la voluntad de ellos, aunque esto les depare un gran dolor.
Que no piensen que el inmenso cariño que los unía no fue cierto, o que
no sirvió para evitar el desenlace. Claro que el amor fue cierto,
claro que sirvió, pero la decisión de esos chicos de terminar con un
sufrimiento insoportable, responde a complejas razones que nada tienen
que ver con el cariño que padres e hijos se dispensaron, ellos se
fueron queriéndolos a ustedes, sin ninguna duda, y sabiendo, pero sin
poder evitarlo, que ustedes sufrirían por su ausencia, por ello deben
esforzarse en comprenderlos, para dejarlos ir y aliviarlos por ese
dolor que la irremediable decisión le causara a quienes tanto los
querían. Deben llevarles, allá donde estén, la paz que necesitan.
Les pido, finalmente, que continúen el camino, entre otras cosas,
para contarle a la gente lo mucho que se amaron.
Puedo decir, sintetizando, que después de todo lo perdido, vivir es
posible, si no lo sintiera realmente así, no hubiera venido a hablar
con ustedes, o quizá no estaría ya vivo. Pero a partir del
sufrimiento, la decisión de vivir debe tener un claro sentido. El
sentido de recordar, que es seguir estando junto a ellos, y el sentido
solidario de ser sensible y acompañar no sólo el dolor, sino también
las alegrías de los demás.
Se que ahora se reunirán ustedes en grupos, para reflexionar algunos
temas relacionados.
Puedo sugerir que muestren sus sentimientos más que sus ideas, o mejor
dicho que las ideas no se aparten de los sentimientos. Sin obligarse a
sentir lo que otros crean que ustedes debieran sentir, ni obligarse a
reprimir lo que realmente sienten, el duelo es absolutamente singular
y ningún grupo debe imponer a sus integrantes un determinado camino de
recuperación, sólo debe acompañar, y comprender, y aceptar la
singularidad del duelo, y estas premisas, sanas premisas, en Renacer,
se cumplen. Nadie debe sentirse obligado a hacer un duelo a pedido de
los interesados, ya hemos perdido mucho como para todavía perder la
libertad de hacer nuestro propio duelo. Esa cuota de libre honestidad
será siempre la mejor entrega.
Sería importante reflexionar sobre el sentido de la vida de cada uno
de nosotros, a partir de la muerte de nuestros hijos, ya que para
muchos el sentido de la vida estaba puesto en ellos, sólo en ellos, y
entonces al principio experimentamos sentimientos de vaciedad con los
que debemos luchar, para que lo que resta del camino no sea sólo un
triste durar. Hay algo que podemos hacer en nombre de ellos, también
por nosotros y por los demás: buscar nuestras propias respuestas, y
esas respuestas, están dentro nuestro, busquémoslas juntos, que esa
búsqueda es una de las funciones primordiales y quizá la más útil en
las reuniones de Renacer.
Los talleres programados, de los que ustedes participarán en un
momento, todos tienen, como denominador común, la búsqueda de un
sentido a la vida que trascienda al dolor, ya sea a través del
desarrollo de actividades solidarias, o literarias, o creativas, o a
través de la música y el canto,
o de la risa con su efecto sanador...que para llorar nos arreglamos
solos.
Tratemos de no quedar anclados en una visión trágica de la vida, lo
terrible ya sucedió, ahora evitemos quedar prisioneros de nuestros
propios sentimientos negativos, que nos condenan a un sufrimiento
inútil, la vocación al sufrimiento ni es un mandato de nuestros hijos
ni es sinónimo de amor. Del mismo modo, evitemos las celebraciones
huecas e innecesarias, las suelta de palomas y otras pamplinas
alegóricas, sólo es cuestión de seguir andando sin grandilocuencias,
dignamente, sin hacer ostentación de nuestro dolor, sobre todo con
quienes no corresponda hacerlo, sin perder la memoria, sin negarnos al
recuerdo, pero tampoco negarnos a los nuevos vínculos, ni a las
emociones, ni a la amistad, ni al amor, ni a la pasión,
ni a la responsable tarea del diario vivir, ni a la satisfacción de
brindar ayuda a un semejante.
Hoy la vida nos reclama con sus amaneceres cotidianos, con su
naturaleza, vapuleada pero hermosa, con las decepciones, las tristezas
y las alegrías a las que nos someten las horas. Tengamos entonces el
coraje de comprometernos y emocionarnos con la vida, con la misma
intensidad, con la misma decisión con que recordaremos y amaremos
siempre, a nuestros queridos hijos.
Carlos J. Bianchi
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