WACQANT, L .: El atleta como un espejo del mundo .

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DEPORTE Y SOCIEDAD
El atleta como un espejo del mundo
Publicado en revista Ñ, Clarín, sábado 14 de abril de 2006.
El interés de las ciencias sociales por el deporte no es nuevo ni especialmente original. Considere,
sin embargo, el lector los aportes valiosos que la práctica deportiva ha procurado a la sociología, a la
estética, a la historia. Loïc Wacquant relata en este artículo cómo al empezar a practicar boxeo en
los barrios negros de los Estados Unidos logró una pintura sociológica que contradice los lugares
comunes sobre el ghetto negro. Las conclusiones de su libro "Entre las cuerdas", que se reedita este
año, se resumen en esta entrevista. Y Hans-Ulrich Gumbrecht ofrece, luego, algunas razones para
un "Elogio de la belleza atlética".
LOÏC WACQUANT.
Cuando me inscribí en el gimnasio de boxeo de la 63ø Street, en el South Side de Chicago, mi
objetivo era en un principio utilizarlo como de una ventana al ghetto. Quería retomar, a partir de la
observación directa, el análisis de la división racial y las transformaciones sociales en los barrios
relegados, y sobre todo decodificar el impacto de las políticas públicas sobre las estrategias de vida
de sus habitantes. No había previsto que el gimnasio me atraparía y se convertiría en elemento
esencial de mi vida pero también en un segundo objeto de estudio, deudor de un análisis sociológico
propiamente dicho. La condición para seguir en el club era aprender a boxear. Por lo tanto puse
manos a la obra, partiendo de un nivel más que bajo, ya que al comienzo los que serían mis
partenaires de sparring apostaban (a mis espaldas) a que no aguantaría, que el universitario blanco
y francés que tenía la categoría de animal de circo no resistiría demasiado... Desmentí sus
previsiones y pude llevar a cabo esta observación. La sociología norteamericana concebía el ghetto
negro como un territorio en abandono, un espacio "desorganizado" donde se acumulan todas las
patologías sociales y que podía caracterizarse en términos de carencias, de falta, de ausencia; de
manera exclusivamente negativa. Ahora bien, me di cuenta de que esa concepción era un efecto de
óptica: obra de observadores externos que miraban el ghetto de lejos —de arriba— a partir de
marcos de percepción de clases medias blancas (lo que William Foote Whyte ya había señalado a
propósito del estudio de los barrios pobres blancos en los años 50 en su clásico Street Corner
Society pero no habíamos recordado en absoluto). El otro prejuicio en el estudio del ghetto era el
"exotismo": uno se interesaba al principio en todo lo que hacía diferentes a sus habitantes, tráfico de
drogas, violencia; sin ver todo lo que tenían en común con los demás estadounidenses: lucha por la
supervivencia económica, apego a la familia, voluntad de éxito social.
- —"Entre las cuerdas" propone una etnografía del boxeo y una sociología del ghetto negro. ¿Cómo
concilia ambas cosas?
- —En realidad, al tomarse la molestia de acercarse bien al ghetto, lo que parecía una
"desorganización" revela ser una manera distinta de organizar la vida social en función de las
limitaciones propias del medio. Sus habitantes suelen perseguir los mismos objetivos que el
americano medio pero con medios propios, dada la panoplia limitada de los recursos institucionales
que les son acordados (según el esquema de la "anomia" caro a Robert Merton). Estas limitaciones
son, por un lado, la estigmatización y un encierro raciales extremos —el ghetto es un mundo
exclusivamente negro: yo era el único blanco que los boxeadores del club habían tratado— y, por
otra parte, una pobreza intensa en razón del repliegue de la economía salarial y la fuerza pública. El
Estado se borró en su componente social reinvistiendo ese territorio deshonroso en su componente
penal, ya que la policía, la justicia y la cárcel son omnipresentes en lo cotidiano del ghetto. Y no es
casual: la intrusión de la "mano de hierro" del Estado punitivo es necesaria para controlar las
consecuencias deletéreas del repliegue del "ala protectora" del Estado social, tal como lo muestro en
Castigar a los pobres.
- —La noción de ghetto tiene actualmente muchas acepciones. ¿Podría definirla?
- —El término surgió en 1516 en Venecia para designar el barrio judío de la ciudad (ubicado en el
emplazamiento de una fundición abandonada, gietto). Se refiere por lo tanto a una zona geográfica
en la que un grupo social estigmatizado se ve obligado a residir y a desarrollar allí una red de
instituciones paralelas. Desde el comienzo, pues, la noción de ghetto designa no sólo un espacio
sino un mecanismo de dominación "etno-racial". Al llegar a Estados Unidos, la palabra ghetto
cambiará de sentido en tres fases. De 1830 a 1880, designa a los barrios con fuerte concentración
de judíos provenientes de Europa del Este —en referencia a esa población se importa el término de
Europa. De 1880 a 1930, designa a los barrios poblados por "minorías exóticas" como los eslavos o
los italianos, vale decir, el conjunto de la inmigración no anglosajona que llega a América del Norte,
pero también las "minorías interiores", como los negros del sur que llegan a las metrópolis del norte a
partir de la Primera Guerra Mundial. Luego, a partir de los años 40, el espacio semántico del término
va a contraerse para designar exclusivamente los barrios negros de las metrópolis. Es que entre
1930 y 1960, las poblaciones de origen europeo se difundieron en el espacio social y geográfico del
país por la movilidad de clase, sirviéndose de barrios étnicos como trampolín hacia la integración en
una sociedad blanca. Los negros, por su parte, operaron un movimiento exactamente inverso: cada
vez están menos mezclados con el resto de la población y más concentrados en barrios
exclusivamente negros, en suma, están encerrados en esa "ciudad negra en la ciudad"
magníficamente descrita por St. Clair Drake y Horace Cayton en Black Metropolis. Los negros son
así el único grupo ghettizado en sentido estricto, o sea obligado a residir en un espacio propio y a
desarrollar instituciones paralelas que permitirán a la sociedad blanca explotar su fuerza de trabajo
manteniéndolo a distancia. Vemos aquí los mismos elementos que constituyen originalmente el
ghetto judío: estigma, coacción, encierro espacial y duplicación institucional. En las ciudades del
Renacimiento europeo, los judíos aportaban a los príncipes que los acogían recursos raros como el
acceso a las redes de comercio marítimo, medios financieros y bienes de lujo indispensables para el
brillo de sus cortes. Por lo tanto, era necesario hacer venir a los judíos a la ciudad pero al mismo
tiempo evitar todo contacto con ellos pues eran considerados vectores de herejía, enfermedades,
disolución moral —la bula papal que rige la ostracización de los judíos lo dice claramente: ad
scandala evitanda. Del mismo modo, si los negros acceden a las ciudades estadounidenses entre las
dos guerras, es porque hay necesidad de una mano de obra industrial barata y abundante y ellos son
la única fuente disponible. Se los hará venir del sur para explotar su trabajo no calificado en las
fábricas. Pero también en ese caso, la extracción de la fuerza de trabajo no debe afectar el
ostracismo social. El ghetto es el mecanismo que permite conciliar estos dos imperativos.
Arrastrando mis polainas al gimnasio de boxeo y siguiendo a mis camaradas en su vida cotidiana
pude tocar con el dedo, por así decirlo, esa realidad del ghetto como instrumento de encierro étnico
que produce un mundo cerrado y claustrofóbico. Y volver, por el desvío del trabajo etnográfico, a la
historia social del ghetto desde su origen para construir un concepto analítico del ghetto que no se
reduzca a la acepción indígena, al folk concept que las elites urbanas se forman en cada época
sobre las poblaciones y territorios supuestamente "con problemas", lo cual reduce la sociología a una
proyección inconsciente del inconsciente social de los dominantes (como podemos constatar hoy en
Francia, leyendo ciertos trabajos sobre las "violencias urbanas" y el "multiculturalismo").
- —Su sociología del boxeo es también una sociología del cuerpo (el organismo está condicionado
socialmente). ¿Podría profundizar esto?
- —Uno de los problemas que abordo es el de saber cómo se "fabrica" un boxeador. Pregunta que
remite a otra más general: cómo se produce un agente social competente y apetente, dotado de las
capacidades de actuar, de sentir y pensar adecuadas al universo en el cual se encuentra, que hacen
que quiera estar allí y que allí sea conocido y reconocido. ¿Cómo se produce una partera, un
político, un matemático, una escritora, un plomero, un militar de alto rango? La ventaja de tomar el
boxeo como terreno de experimentación para disecar la producción social de la idoneidad y la
excelencia sociales es que aquí no podemos pasar por alto la dimensión corporal, ya que el saber
pugilístico se reduce más o menos a un saber incorporado, tácito, pre-discursivo, atornillado al
cuerpo en sentido fuerte. Yo puedo explicar por escrito cómo se ejecuta un gancho de izquierda
seguido de un uppercut de derecha, pero si yo lo pongo en un ring, no le servirá para nada. Entre las
cuerdas, es necesario que su cuerpo sepa por usted en qué momento lanzar el golpe indicado, en el
ángulo indicado, a la velocidad indicada, en el momento indicado, y que encuentre en su registro, sin
pasar por la mediación de la conciencia y el cálculo, las respuestas adecuadas a los problemas
estratégicos que le plantea su adversario. Ese saber no es transmisible por la palabra o la mente. El
aprendizaje se hace "por cuerpo" (como dice Pierre Bourdieu en el capítulo de las Meditaciones
pascalianas) a través de una pedagogía silenciosa que involucra una manipulación intensiva del
organismo socializado que instala en el boxeador los esquemas de acción y apreciación adecuados.
El argumento que propongo es que, si ese mecanismo es válido en el caso del boxeador, también es
válido para todos los agentes sociales, incluidos los que participan de universos aparentemente poco
"corporales" como las profesiones intelectuales —¡empezando por la sociología!—, lo que significa
que la sociología también debe, en lo posible, "comprender por cuerpo" el universo que analiza. Nos
convertimos en miembros de un universo social determinado adquiriendo formas de deseos y
competencias viscerales, ancladas en lo más profundo del organismo, que son opacas al
pensamiento y le sirven de alguna manera de plataforma. Lo que hace de nosotros seres sociales es
una experiencia carnal en la cual viene a injertarse luego el lenguaje. Hacer una sociología carnal, es
tomar en serio el hecho de que el agente social está incorporado, un ser de carne que ante todo
"sufre", como bien dice el Marx de los Manuscritos filosóficos de 1844 y esto vale también para el
investigador en tanto agente social. Y buscar la forma de comprender el cuerpo no sólo como
"constructo social", producto de la sociedad y la cultura, sino también como constructor social, como
matriz generadora de conocimiento y de acción en el mundo.
- —¿En qué medida este enfoque permite renovar la comprensión de las relaciones de género, en
las que lo corporal es crucial?
- —La dimensión de género es esencial en este trabajo aun cuando, por razones técnicas, yo la haya
dejado en parte en estado implícito, encastrada en lo "que cae de su peso", a nivel de la escritura.
En primer lugar, el universo del ghetto es dominado por los valores viriles de honor y confrontación.
Luego, el universo del boxeo en sí es un universo hipermasculino: su núcleo es la afirmación de la
fuerza física y de la capacidad para infligir y soportar violencia corporal sin temblar ni flaquear, que
es la forma específicamente masculina del capital corporal. La batalla pugilística es, desde cierto
ángulo, una forma hiperbólica de los "ritos" de masculinización que atraviesan el ghetto al igual que
la totalidad de los universos populares desde la revolución industrial. Cuando se trabaja en la fábrica
o en la mina, hay que ser capaz de tragarse cosas e incluso de hallar gloria en el sufrimiento físico.
De ahí la afinidad histórica entre las clases obreras —sobre todo sus fracciones inmigrantes— y el
boxeo así como los demás deportes que se apoyan en el ideal de virilidad, rugby, fútbol, ciclismo
más que tenis, esgrima y yudo. Existe, por otra parte, en el estado de la división sexual del trabajo,
un capital corporal específicamente femenino, basado, no sobre el cuerpo violento, sino sobre el
cuerpo erotizado. En La pasión del pugilista analizo el momento en que una chica —joven,
corpulenta y en bikini— recorre el ring durante el interludio entre dos asaltos para exhibir un cartelito
que indica el número del asalto que sigue, pues materializa la oposición entre capital corporal
femenino y capital corporal masculino. Aunque técnicamente superfluo, este episodio es esencial a la
dramatización del enfrentamiento pugilístico. También analizo por qué y cómo los boxeadores
sostienen que las mujeres "pueden" boxear pero que "no deben": si se las reconociera aptas para
subir al ring y enfrentarse con hombres, esa prueba dejaría de certificar públicamente la
masculinidad de los boxeadores. Por esa razón el boxeo femenino es tolerable en tanto sigue siendo
una especie de número de circo al margen del "verdadero" boxeo, el de los hombres —por ejemplo
el reciente enfrentamiento entre las hijas de Mohammed Ali y Joe Frazier, que suben al ring no por
ellas mismas sino como sustituto y prolongación genealógica de sus padres. El beneficio simbólico
de masculinidad que procura el enfrentamiento ritualizado entre las cuerdas pero también el
reconocimiento y la sociabilidad densa acordadas a los boxeadores por los pares son tanto más
valorizados cuanto que constituyen la única constatación positiva de sí mismos. El único valor que
tienen en tanto ser social, es el que les confiere el status de púgil que "pagó lo que debía" y que
obedeció la moral guerrera de la profesión. —a los que pierden, si no son "volteados" en una actitud
femenina de sumisión, si permanecieron erguidos, rígidos, como una erección entre las cuerdas, se
les concede el status de hombre viril, de miembro de pleno derecho de la cofradía de los hombres
auténticos. Obviamente, no pueden obtener semejante reconocimiento de los empleos precarios y
mal pagos, donde son humillados a diario, ni de las clases inferiores (que los romanos llamaban
humiliores, por oposición a los honestiores), como tampoco de la escuela, de la que fueron
apartados temprano, o de su medio familiar, generalmente inestable.
- —¿A qué se refiere cuando menciona en el trabajo la dimensión "homoerótica" del boxeo?
- —Los boxeadores viven en un mundo cuya organización temporal y social se divide en una fase
homosexual y una fase heterosexual. Cuando están en su universo cotidiano, pueden comer, salir,
divertirse como los jóvenes de su edad y sobre todo entregarse a la caza y al comercio eróticos.
Pero en cuanto ingresan en período de preparación para un combate, deben someterse a una grilla
de normas muy estrictas resumida en la noción de "sacrificio" (es el título del nuevo capítulo incluido
en la edición aumentada de Cuerpo y alma). Se inicia entonces una fase intensa de continencia
alimentaria, social y sexual que exige que reformen todas sus prácticas corporales para reservar sus
energías físicas, morales y emocionales al ring. Privándose de alimentos ricos pero también de
salidas y de todo contacto sexual durante semanas antes de su pelea, los boxeadores se separan de
los "profanos" e invierten todo —en el sentido de la economía y en el del psicoanálisis— en el
universo cerrado del pugilato dentro del cual comulgan con los otros boxeadores que comparten ese
"programa de vida" (como decían los benedictinos). La inmersión en ese universo sagrado, separado
de lo mundano los eleva por encima de lo cotidiano y de lo que son comúnmente —según una lógica
muy bien descrita por Emile Durkheim en Las formas elementales de la vida cotidiana. Cuando se
somete a los mandamientos del catecismo pugilístico del "sacrificio", el boxeador entra en lo que
presenta todos los rasgos de un "ciclo homoerótico" en el cual convierte su deseo por las cosas
comunes, y sobre todo su deseo heterosexual, en un deseo por el cuerpo de otro hombre —el de su
adversario— que a su vez se preparó a afrontarlo absteniéndose de todo comercio con el mundo de
aquí abajo. En muchas sociedades, existen formas de masculinidad consideradas superiores porque
exigen sublimar el deseo por las mujeres excluyéndolas de las prácticas y las instituciones
reservadas a los hombres (de verdad), religión, guerra, política, ciencia. El mundo pugilístico recurre
a este mecanismo para producir una masculinidad purificada y magnificada. Y eso es lo que en
última instancia hace girar el planeta de la pelea.
(c) Loïc Wacquant y Clarín, 2006.
Traducción de Cristina Sardoy
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