1ª SESIÓN: “Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados”.

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4FD (Four Youth Days)
Noviembre: 2ª Bienaventuranza y 2ª
petición del Padre Nuestro.
1ª SESIÓN: “Dichosos los que lloran, porque ellos serán
consolados”. “Santificado sea tu nombre”.

Oración:
o Señal de la cruz
o Padre nuestro
o Ave María
o Gloria
1. Vídeo explicativo: http://youtu.be/vefxZUskWTU (Bebé llorando al escuchar a su madre
cantar)
1
Cuestiones previas
-¿Qué entiendes en la Bienaventuranza “Dichosos los que lloran”?
-¿Has llorado alguna vez? ¿Por qué?
-¿Has llorado viendo alguna película? ¿Has llorado de dolor? ¿Has llorado de alegría?
-¿Recuerdas algún pasaje de la Biblia en la que algún personaje llora? ¿Lloró Jesús
alguna vez? ¿Lloró la Virgen María? ¿Lloró san Pedro?
-¿Qué significa ser santo? ¿Ser santo es “ser ñoño”?
-¿Qué entiendes por “comunión de los santos”?
-El Papa Francisco ha hablado sobre la santidad, ¿conoces algún texto suyo?
2. La Resurrección de Lázaro. (Jn 11, 17-36)
Cuando llegó Jesús, se encontró con que Lázaro
llevaba ya cuatro días en el sepulcro. 18
28 Dicho esto, fue a llamar a su hermana
Betania estaba cerca de Jerusalén como a unos
quince estadios, 19 y muchos judíos habían
María y le dijo al oído: «El Maestro está ahí y
te llama.» 29 Ella, en cuanto lo oyó, se levantó
venido a casa de Marta y María para
consolarlas por su hermano. 20 Cuando Marta
rápidamente, y se fue hacia él. 30 Jesús
todavía no había llegado al pueblo; sino que
seguía en el lugar donde Marta lo había
encontrado. 31 Los judíos, que estaban con
supo que había venido Jesús, le salió al
encuentro, mientras María permanecía en
casa.21 Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras
María en casa consolándola, al ver que se
levantaba rápidamente y salía, la siguieron
pensando que iba al sepulcro para llorar allí.
estado aquí, no habría muerto mi hermano. 22
Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios,
Dios te lo concederá.» 23 Le dice Jesús: «Tu
32 Cuando María llegó donde estaba Jesús, al
hermano resucitará.» 24 Le respondió Marta:
«Ya sé que resucitará en la resurrección, el
último día.» 25 Jesús le respondió:
verle, cayó a sus pies y le dijo: «Señor, si
hubieras estado aquí, mi hermano no habría
muerto.» 33 Viéndola llorar Jesús y que
también lloraban los judíos que la
acompañaban, se conmovió interiormente, se
turbó 34 y dijo: «¿Dónde lo habéis puesto?» Le
«Yo soy la resurrección.
El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
responden: «Señor, ven y lo verás.» 35 Jesús
derramó lágrimas. 36 Los judíos entonces
26 y todo el que vive y cree en mí,
decían: «Mirad cómo le quería.»
no morirá jamás.
¿Crees esto?»
27 Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres
el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al
mundo.»
Del libro JESÚS DE NAZARET (1ª parte) de S.S. BENEDICTO XVI
1. LAS BIENAVENTURANZAS
Volvamos a la segunda Bienaventuranza: «Dichosos los afligidos, porque ellos serán
consolados». ¿Es bueno estar afligidos y llamar bienaventurada a la aflicción? Hay dos tipos de
aflicción: una, que ha perdido la esperanza, que ya no confía en el amor y la verdad, y por ello
abate y destruye al hombre por dentro; pero también existe la aflicción provocada por la
conmoción ante la verdad y que lleva al hombre a la conversión, a oponerse al mal. Esta tristeza
regenera, porque enseña a los hombres a esperar y amar de nuevo. Un ejemplo de la primera
aflicción es Judas, quien —profundamente abatido por su caída— pierde la esperanza y lleno de
desesperación se ahorca. Un ejemplo del segundo tipo de aflicción es Pedro que, conmovido
2
ante la mirada del Señor, prorrumpe en un llanto salvador: las lágrimas labran la tierra de su
alma. Comienza de nuevo y se transforma en un hombre nuevo.
Este tipo positivo de aflicción, que se convierte en fuerza para combatir el poder del mal,
queda reflejado de modo impresionante en Ezequiel 9,4. Seis hombres reciben el encargo de
castigar a Jerusalén, el país que estaba cubierto de sangre, la ciudad llena de violencia (cf. 9, 9).
Pero antes, un hombre vestido de lino debe trazar una «tau» (una especie de cruz) en la frente
de los «hombres que gimen y lloran por todas las abominaciones que se cometen en la ciudad»
(9, 4), y los marcados quedan excluidos del castigo. Son personas que no siguen la manada, que
no se dejan llevar por el espíritu gregario para participar en una injusticia que se ha convertido
en algo normal, sino que sufren por ello. Aunque no está en sus manos cambiar la situación en
su conjunto, se enfrentan al dominio del mal mediante la resistencia pasiva del sufrimiento: la
aflicción que pone límites al poder del mal.
La tradición nos ha dejado otro ejemplo de aflicción salvadora: María, al pie de la cruz
junto con su hermana, la esposa de Cleofás, y con María Magdalena y Juan. En un mundo
plagado de crueldad, de cinismo o de connivencia provocada por el miedo, encontramos de
nuevo —como en la visión de Ezequiel— un pequeño grupo de personas que se mantienen
fieles; no pueden cambiar la desgracia, pero compartiendo el sufrimiento se ponen del lado del
condenado, y con su amor compartido se ponen del lado de Dios, que es Amor. Este sufrimiento
compartido nos hace pensar en las palabras sublimes de san Bernardo de Claraval en su
comentario al Cantar de los Cantares (Serm. 26, n.5): «impassibilis est Deus, sed non
incompassibilis», Dios no puede padecer, pero puede compadecerse. A los pies de la cruz de
Jesús es donde mejor se entienden estas palabras: «Dichosos los afligidos, porque ellos serán
consolados». Quien no endurece su corazón ante el dolor, ante la necesidad de los demás, quien
no abre su alma al mal, sino que sufre bajo su opresión, dando razón así a la verdad, a Dios, ése
abre la ventana del mundo de par en par para que entre la luz. A estos afligidos se les promete
la gran consolación. En este sentido, la segunda Bienaventuranza guarda una estrecha relación
con la octava: «Dichosos los perseguidos a causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los
cielos».
La aflicción de la que habla el Señor es el inconformismo con el mal, una forma de
oponerse a lo que hacen todos y que se le impone al individuo como pauta de comportamiento.
El mundo no soporta este tipo de resistencia, exige colaboracionismo. Esta aflicción le parece
como una denuncia que se opone al aturdimiento de las conciencias, y lo es realmente. Por eso
los afligidos son perseguidos a causa de la justicia. A los afligidos se les promete consuelo, a los
perseguidos, el Reino de Dios; es la misma promesa que se hace a los pobres de espíritu. Las dos
promesas son muy afines: el Reino de Dios, vivir bajo la protección del poder de Dios y cobijado
en su amor, éste es el verdadero consuelo.
Y a la inversa: sólo entonces será consolado el que sufre; cuando ninguna violencia
homicida pueda ya amenazar a los hombres de este mundo que no tienen poder, sólo entonces
se secarán sus lágrimas completamente; el consuelo será total sólo cuando también el
sufrimiento incomprendido del pasado reciba la luz de Dios y adquiera por su bondad un
significado de reconciliación; el verdadero consuelo se manifestará sólo cuando «el último
enemigo», la muerte (cf. 1 Co 15, 26), sea aniquilado con todos sus cómplices. Así, la palabra
sobre el consuelo nos ayuda a entender lo que significa el «Reino de Dios» (de los cielos) y,
viceversa, el «Reino de Dios» nos da una idea del tipo de consuelo que el Señor tiene reservado
a todos los que están afligidos o sufren en este mundo.
3.
El Catecismo de la Iglesia Católica: [CEC 2807-2815] (YOUCAT 519)
3
para que ellos también sean consagrados en la verdad”
(Jn 17, 19). Jesús nos “manifiesta” el Nombre del
Padre (Jn 17, 6) porque “santifica” Él mismo su
Nombre (cfEz 20, 39; 36, 20-21). Al terminar su
Pascua, el Padre le da el Nombre que está sobre todo
nombre: Jesús es Señor para gloria de Dios Padre
(cf Flp 2, 9-11).
I. «Santificado sea tu nombre»
2807 El término “santificar” debe entenderse aquí, en
primer lugar, no en su sentido causativo (solo Dios
santifica, hace santo) sino sobre todo en un sentido
estimativo: reconocer como santo, tratar de una
manera santa. Así es como, en la adoración, esta
invocación se entiende a veces como una alabanza y
una acción de gracias (cf Sal 111, 9; Lc 1, 49). Pero
esta petición es enseñada por Jesús como algo a desear
profundamente y como proyecto en que Dios y el
hombre se comprometen. Desde la primera petición a
nuestro Padre, estamos sumergidos en el misterio
íntimo de su Divinidad y en el drama de la salvación
de nuestra humanidad. Pedirle que su Nombre sea
santificado nos implica en “el benévolo designio que
Él se propuso de antemano” (Ef 1, 9) para que
nosotros seamos “santos e inmaculados en su
presencia, en el amor” (Ef 1, 4).
2813 En el agua del bautismo, hemos sido “lavados
[...] santificados [...] justificados en el Nombre del
Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1
Co 6, 11). A lo largo de nuestra vida, nuestro Padre
“nos llama a la santidad” (1 Ts 4, 7) y como nos viene
de Él que “estemos en Cristo Jesús, al cual hizo Dios
para nosotros [...] santificación” (1 Co 1, 30), es
cuestión de su Gloria y de nuestra vida el que su
Nombre sea santificado en nosotros y por nosotros.
Tal es la exigencia de nuestra primera petición.
«¿Quién podría santificar a Dios puesto que Él
santifica? Inspirándonos nosotros en estas palabras
“Sed santos porque yo soy santo” (Lv 20, 26), pedimos
que, santificados por el bautismo, perseveremos en lo
que hemos comenzado a ser. Y lo pedimos todos los
días porque faltamos diariamente y debemos purificar
nuestros pecados por una santificación incesante [...]
Recurrimos, por tanto, a la oración para que esta
santidad permanezca en nosotros» (San Cipriano de
Cartago, De dominica Oratione, 12).
2808 En los momentos decisivos de su Economía,
Dios revela su Nombre, pero lo revela realizando su
obra. Esta obra no se realiza para nosotros y en
nosotros más que si su Nombre es santificado por
nosotros y en nosotros.
2809 La santidad de Dios es el hogar inaccesible de su
misterio eterno. Lo que se manifiesta de Él en la
creación y en la historia, la Escritura lo llama Gloria,
la irradiación de su Majestad (cf Sal 8;Is 6, 3). Al
crear al hombre “a su imagen y semejanza” (Gn 1, 26),
Dios “lo corona de gloria” (Sal8, 6), pero al pecar, el
hombre queda “privado de la Gloria de Dios” (Rm 3,
23). A partir de entonces, Dios manifestará su
Santidad revelando y dando su Nombre, para restituir
al hombre “a la imagen de su Creador” (Col 3, 10).
2814 Depende inseparablemente de nuestra vida y de
nuestra oración que su Nombre sea santificado entre
las naciones:
«Pedimos a Dios santificar su Nombre porque Él salva
y santifica a toda la creación por medio de la santidad.
[...] Se trata del Nombre que da la salvación al mundo
perdido, pero nosotros pedimos que este Nombre de
Dios sea santificado en nosotros por nuestra vida.
Porque si nosotros vivimos bien, el nombre divino es
bendecido; pero si vivimos mal, es blasfemado, según
las palabras del apóstol: “el nombre de Dios, por
vuestra
causa,
es
blasfemado
entre
las
naciones”(Rm 2, 24; Ez36, 20-22). Por tanto, rogamos
para merecer tener en nuestras almas tanta santidad
como santo es el nombre de nuestro Dios (San Pedro
Crisólogo, Sermo 71, 4).
2810 En la promesa hecha a Abraham y en el
juramento que la acompaña (cf Hb 6, 13), Dios se
compromete a sí mismo sin revelar su Nombre.
Empieza a revelarlo a Moisés (cf Ex 3, 14) y lo
manifiesta a los ojos de todo el pueblo salvándolo de
los egipcios: “se cubrió de Gloria” (Ex 15, 1). Desde la
Alianza del Sinaí, este pueblo es “suyo” y debe ser
una “nación santa” (cf Ex 19, 5-6) (o “consagrada”,
que es la misma palabra en hebreo), porque el Nombre
de Dios habita en él.
«Cuando decimos “santificado sea tu Nombre”,
pedimos que sea santificado en nosotros que estamos
en él, pero también en los otros a los que la gracia de
Dios espera todavía para conformarnos al precepto
que nos obliga a orar por todos, incluso por nuestros
enemigos. He ahí por qué no decimos expresamente:
Santificado sea tu Nombre “en nosotros”, porque
pedimos que lo sea en todos los hombres»
(Tertuliano, De oratione, 3, 4).
2811 A pesar de la Ley santa que le da y le vuelve a
dar el Dios Santo (cf Lv 19, 2: “Sed santos, porque yo,
el Señor, vuestro Dios soy santo”), y aunque el Señor
“tuvo respeto a su Nombre” y usó de paciencia, el
pueblo se separó del Santo de Israel y “profanó su
Nombre entre las naciones” (cf Ez 20, 36). Por eso, los
justos de la Antigua Alianza, los pobres que
regresaron del exilio y los profetas se sintieron
inflamados por la pasión por su Nombre.
2815 Esta petición, que contiene a todas, es escuchada
gracias a la oración de Cristo, como las otras seis que
siguen. La oración del Padre Nuestro es oración
nuestra si se hace “en el Nombre”de Jesús (cf Jn 14,
13; 15, 16; 16, 24. 26). Jesús pide en su oración
sacerdotal: “Padre santo, cuida en tu Nombre a los que
me has dado” (Jn 17, 11).
2812 Finalmente, el Nombre de Dios Santo se nos ha
revelado y dado, en la carne, en Jesús, como Salvador
(cf Mt 1, 21; Lc 1, 31): revelado por lo que Él es, por
su Palabra y por su Sacrificio (cfJn 8, 28; 17, 8; 17,
17-19). Esto es el núcleo de su oración sacerdotal:
“Padre santo ... por ellos me consagro a mí mismo,
4
Cuestiones a reflexionar
-¿Conoces la vida de algún santo? ¿Has visto alguna película sobre alguno? ¿Qué es lo que
más te ha llamado la atención de ese santo?
-¿Añadimos algo a la Santidad de Dios cuando rezamos? ¿Añadimos algo de “santidad” a los
santos cuando rezamos pensando en ellos? Realmente, ¿quién es el que se beneficia de nuestra
oración?
-¿Puedes poner un ejemplo de “lágrimas de contrición”? ¿Y de “lágrimas de verdadero
amor?
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