Los docentes se resisten a fortalecer sus competencias pedagógicas

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LAS COMPETENCIAS EDUCATIVAS Y EL PROFESORADO, RESISTENCIA A
SU APLICACIÓN
JUAN PABLO RAMÍREZ MAZUERA
UNIVERSIDAD SANTIAGO DE CALI
ESPECIALIZACIÓN EN DOCENCIA PARA LA EDUCACIÓN SUPERIOR
SANTIAGO DE CALI
2006
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LAS COMPETENCIAS EDUCATIVAS Y EL PROFESORADO, RESISTENCIA A
SU APLICACIÓN
JUAN PABLO RAMÍREZ MAZUERA
TRABAJO DE GRADO PARA OBTENER EL TÍTULO DE
ESPECIALISTA EN DOCENCIA PARA LA EDUCACIÓN SUPERIOR
ASESOR
RICARDO GUTIÉRREZ RANZI
UNIVERSIDAD SANTIAGO DE CALI
ESPECIALIZACIÓN EN DOCENCIA PARA LA EDUCACIÓN SUPERIOR
SANTIAGO DE CALI
2006
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DEDICATORIA
A una persona que con su gran enseñanza
Me ha formado en valores
Y ha dejado huellas en mi vida,
Haciendo posible que mis sueños se hagan realidad...
A un gran Ser que me brinda sabiduría y educación,
En mi formación constante como estudiante, profesional
Y ser humano...
Mil gracias a esa gran mujer… mi Madre
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AGRADECIMIENTOS
UNA SOLA, PERO INMENSA PALABRA: GRACIAS!
A Dios por iluminar día a día mi camino
A mi familia y amigos por creer en mí, por alimentar mi optimismo y por su apoyo
incondicional
A mis maestro por su orientación
Y a la comunidad educativa por su disposición,
por permitir ser parte de ella.
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INTRODUCCIÓN
Bajo el amparo de las palabras resistencia y competencia existen diferentes
acepciones que deben inscribirse, necesariamente, en un contexto específico y
determinado, pues esto posibilitará dar una significación más precisa y, con mayor
razón, en nuestro caso: la educación, porque como sabemos, hablar de
competencias está a la vanguardia y son muchos los exploradores en este campo.
El siguiente texto busca abordar la situación nombrada, haciendo una
aproximación desde el planteamiento: Los docentes mostramos resistencia al
fortalecimiento de nuestras competencias, donde las preguntas ¿qué pasa con
nosotros, los docentes,
cuando debemos evaluarnos? Y ¿qué factores
determinan o influyen en la consolidación de nuestro rol? son el derrotero para
dar cuerpo a la escritura de este ensayo, desarrollado, fundamentalmente, como
una búsqueda personal, en un ejercicio de auto evaluación desde mi rol como
docente, a través de la indagación de la realidad de los territorios en los que
comparto desde hace varios años (Colegio PIO XII y Donald Tafur), para poner
así, en escena, algunas ideas y conclusiones que arrojó la experiencia de
observación y orientación de un espacio tangible de compartir pedagógico, donde
la posibilidad de una mirada reflexiva involucró a los docentes de estos lugares
como sujetos y seres humanos.
Como ya lo dije, busco narrar aquello que pude descubrir o reafirmar, sin detallar
el contexto de esta experiencia con los docentes; este ensayo se convierte
entonces en una invitación a explorarnos, comprender y comprendernos dentro y
en relación con el mundo en el que nos desenvolvemos.
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“La educación cambiará si lo hace el profesorado”
“Las cosas no sólo son interesantes porque sí, sino porque nos afectan de algún
modo en la vida cotidiana. Esto es necesario tenerlo en cuenta para saber
estimular en los estudiantes el interés por aprender”
(Manuel Toharia).
Uno de los pasos más importantes hacia la humanización de la profesión docente
es la capacidad de reconocernos como individuos y seres humanos, para
comprender como ello atraviesa
nuestra experiencia en el rol que
desempeñamos; no obstante, situaciones como la cotidianidad, la rutina, las
necesidades personales, las cargas académicas y disciplinarias, entre otras tantas
vivencias que convergen en el espacio de la convivencia escolar “impiden”, en la
mayoría de los casos, crear y fortalecer un espacio real que posibilite el encuentro
con nosotros mismos y con el otro.
De ser posible lo anterior, la auto evaluación se convertiría en un ritual válido y
valioso en la vida de los docentes, permitiendo abrir constantemente el foco de la
comprensión, que no puede limitarse a una posición personal, que generalmente
justifica, y nos impide ser conscientes de lo que está dentro y fuera de nosotros,
donde necesariamente estamos instaurados, por cualquiera que sea la razón o
circunstancia.
Con lo anterior doy paso al primer interrogante ¿qué pasa con nosotros, los
docentes, cuando debemos evaluarnos? Es claro que esta pregunta nos remite
inmediatamente a lo que cada uno es en relación con el ambiente en el que se
desenvuelve; puesto que auto refiere al prefijo griego “propio” o “por sí mismo” la
implicación es directa, se trata de pensarnos desde lo que somos y lo que
hacemos, como primer paso de conciencia de la responsabilidad que se nos ha
dado sobre lo que está sucediendo en nuestro alrededor; la situación de poder
que representamos no nos puede desligar de ser observados y puestos en
escena, porque es precisamente el hecho de ser parte importante en la formación
de otros lo que nos obliga a revisarnos de manera constante.
Pero dicho no resulta tan fácil, porque al mirarnos debemos aceptar cuando nos
equivocamos, cuando no somos acertados y reconocer la existencia de los otros;
¿Qué pasa entonces?, pues que preferimos no hacerlo, y utilizamos adjetivos
despectivos cuando se nos invita a realizar el ejercicio, situándonos en un lugar
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inaccesible, por temor a ser rechazados o tener que enfrentarnos a nosotros
mismos. Ese es el primer lugar de resistencia de los docentes.
Partiendo de esta realidad, el primer ejercicio realizado con los docentes fue el de
autoevaluarse, encontrando que la afirmación dada se pone en tela de juicio, ya
que el hecho de pensar en ellos como personas hizo cambiar la mirada, logrando
un diálogo abierto, donde ponerse en contacto con el otro no resultó tan
atemorizante, al contrario, fue interesante hallar disposición y motivación por
acercarse más a su desempeño. Parece contradictorio, pero en el fondo todos
queremos saber como estamos en comparación a los parámetros que se nos han
establecido; la condición de dificultad se presenta cuando se da cabida al
ejercicio de la comprensión, allí son pocos los docentes capaces de asumir que
toda revisión lleva consigo la necesidad de un cambio, pues “movernos el piso”
supone asumir actitudes nuevas frente a lo que parecía “normal y cotidiano”.
En coherencia con el ejercicio de la auto evaluación, se hace imprescindible
analizar la concepción que tenemos del rol docente, encontrando necesario
hacerlo desde la perspectiva ¿ qué factores influyen y/o lo determinan?, puesto
que éste se construye de manera plural, es decir, necesitamos hablar de lo que
cada uno es, de lo que exige el espacio en el que ejercemos y cómo nos perciben
y se relacionan con nosotros las demás personas .
A continuación esbozo siete realidades en las que los docentes presentamos de
manera relevante una actitud de resistencia, entendiendo ésta como una situación
del que se resiste o se opone.
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
Nuestra formación académica
La costumbre en nuestro desempeño como docentes
La exigencia de una institución
La negación al cambio
El ejercicio del poder
Los años de experiencia
Nuestra decisión de ser docentes
1. Nuestra formación académica
Nuestra formación académica es resultado de un proceso que va desde nuestro
paso por el colegio, en sus diversas etapas, hasta el paso por la universidad,
continuando el recorrido de formación en diferentes espacios que nos inmortaliza
como estudiantes, lo que significa que estamos en constante exigencia vs
resistencia, pues es una mezcla de gusto, placer, deseos y metas para continuar
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escalando, con sentimientos de poder frente al conocimiento, convencimiento,
incluso pereza y actualmente, agregando el ingrediente de avance tecnológico e
intercultural que ubica a muchos docentes en un camino desconocido,
demandante de habilidades no aprendidas, intentando instaurarlos en nuevos
esquemas de pensamiento que ellos sienten invalidan su experiencia y su historia.
Tal vez ese no es el objetivo, pero es la manera como los docentes de más años
lo asumen y apropian, es una confrontación de códigos comunicativos, tiempo y
fundamentos de la educación
Estos procesos de formación se hallan perneados por múltiples situaciones,
vivencias, discursos y estilos que aprendemos, olvidamos, imitamos pero que en
cualquier caso son huellas que marcan nuestra manera de interactuar con EL
OTRO, aquel que es diferente, que es reflejo; aquel OTRO que somos nosotros
mismos si reconocemos que no hemos perdido el lugar de estudiantes. Sin duda
alguna, la formación que hemos recibido es la base sobre la que se han cimentado
las experiencias del aprendizaje y la enseñaza; es a raíz del reconocimiento de
esos estados que podemos generarnos pregunta como: ¿qué clase de formación
he recibido?, ¿cuál es mi programa de estudios y, cómo la institución de la que
soy “hijo” me posibilita el desarrollo de mis competencias?, ¿cómo me preparó
para ser un profesional idóneo en el área en la que me formo continuamente?.
Estos interrogantes, entre otros tantos, nos permite colocar en la balanza aquello
que aprendimos y aquello que se hace indispensable seguir aprendiendo. Una
formación académica no puede desligarse de la academia, es decir, no se trata
sólo de una postura actitudinal, es también una exigencia teórica, conceptual y
práctica. Para retroalimentar esta mirada,
cito al rector de la Universidad
Pedagógica Nacional, Oscar Armando Ibarra (Revista Magisterio N.16) quien ante
la pregunta: recientemente ha sido cuestionada la formación de los educadores
que actualmente están en el ejercicio profesional. ¿Hasta que punto es justificada
esta postura y cuáles serían las medidas pertinentes para solventar las posibles
respuestas?
“La situación actual está muy afectada por lo que sucedió en la formación de
maestros en la década del 90: fue desastrosa en cuanto a que el escalafón
que teníamos convocaba la profesionalización ponderando los títulos por
encima de la formación a profundidad del educador con referencia a su
responsabilidad profesional. Los maestros se volcaron al mercado a
demandar títulos y la oferta que encontró fue de muy baja calidad en
términos generales. En el estudio que hicimos en el año 97 sobre cuántos
programas se ofrecían para formar maestros, había un total de 1800
programas. Entre ellos se encontraban programas muy serios que exigían
hasta cinco años de formación, pero también había programas sumamente
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débiles que con solo demostrar experiencia y con un seminario de 15 días,
entregaba un título. De ahí que muchos de los que hoy están presentes en el
ejercicio tengan hondos vacíos en la formación”. 1
Una formación académica es la carta de presentación ante nuestros estudiantes y
no precisamente en términos de un título, sino en la capacidad de interactuar con
ellos a partir de ese conocimiento, de la apertura a nuevas realidades, a la
capacidad de orientarlos para que alcancen una meta, y fundamentalmente al
derecho de exigirles calidad en su trabajo.
Tenemos por tanto otra posición de resistencia de los docentes, si hallamos que
todo lo anterior reunido no permite una apertura y un equilibrio en el ejercicio de la
profesión.
2. La costumbre en nuestro desempeño como docentes
Al remitirnos al concepto de la palabra costumbre encontramos que ésta es
entendida como un conjunto de reglas sociales que definen el comportamiento de
las personas en una sociedad.
Cuando hablamos de costumbres en el rol de docentes, estamos haciendo
referencia a aquellos comportamientos que se vuelven repetitivos en nuestro diario
que hacer, y deja de ser un patrón cultural la costumbre, para convertirse en una
serie de situaciones en cadena, en círculo, que manifiestan o son sinónimo de
estancamiento.
En esa situación de costumbre que creamos existen múltiples vivencias, de las
cuales citamos algunas: Iniciar la clase imponiendo al salón orden a través de una
voz fuerte y autoritaria donde el tablero y una “cara seria” son las herramientas
de poder y conocimiento frente a los estudiantes; evaluar siempre con los mismos
criterios y con la misma herramienta; desarrollar las clases conservando el mismo
lugar; La queja y las frases “célebres”: “todos los estudiantes son iguales,… los
estudiantes no cambian, los estudiantes no quieren estudiar, no quieren hacer
nada”, etc.
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TEJADA, José. “El Formador ante las NTIC: Nuevos Roles y Competencias
profesionales”. Comunicación y Pedagogía.
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En este aspecto son varios los elementos que intervienen, y los podemos asociar
directamente con nuestras características personales, competencias pedagógicas
y habilidades instrumentales porque la rutina, la cotidianeidad, la repetición, el
estigmatizar o caracterizar a un grupo de estudiantes es más fácil, de alguna
manera y para muchas personas, ser siempre igual porque hacemos parte de una
tradición, porque en algún momento funcionó, porque creemos que todavía resulta
o gozamos con la ley del menor esfuerzo ( elemento que más criticamos en
nuestros estudiantes).
La pregunta que podríamos generar en este momento es ¿a caso son las
acciones o los sentimientos los que se nos vuelven costumbre? ¿a qué tenemos
miedo al cambio o a que nos cambien?
3. La exigencia de una institución
Las reglas de juego están dadas por aquellos que lideran diversos procesos en
pro del bienestar de una comunidad. En el campo educativo es el MEN (Ministerio
de Educación Nacional) quien traza los lineamientos y estándares de calidad. Lo
anterior supone que toda institución educativa debe estar al día con las exigencias
que el Estado imparte, no obstante, el desconocimiento de una realidad concreta
en la que se encuentra inmersa una institución, los modelos pedagógicos de la
misma y el proyecto educativo (P.E.I) hacen que esas exigencias en vez de
convertirse en una oportunidad, se conviertan en una carga, en una carrera
acelerada por posicionarse en un nivel, pero,¿ qué pasa con los recursos
humanos? Están los docentes preparados para responder a ciertas reglas que se
establecen, en ocasiones en forma arbitraria, que al final desconocen la
individualidad y prima la masa, porque es claro que a nivel educativo no podemos
siempre medirnos bajo los mismos parámetros, porque las realidades de quienes
acompañamos son producto de procesos, de realidades concretas que en muchas
ocasiones, desplazan a la escuela como único espacio de formación.
4. La negación al cambio
“La voz es nuestro instrumento de trabajo, también todo nuestro cuerpo y toda
nuestra memoria, que cada tanto se revuelca y saca un recuerdo, y sale a flote
nuestra identidad y todas las razones para ser lo que somos ahora, un cúmulo de
azar acaso?, la suma de elecciones nuestras o del tiempo?, afortunados en medio
de las tragedias cotidianas”
Anónimo
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En una institución educativa hay muchas voces y sonidos que son comunicación,
bulla, eco o palabras al vacío, pero ¿ qué significan y en qué se convierten las
voces y sonidos de nuestros estudiantes?, ¿ sabemos escuchar sus gritos y sus
murmullos?, ¿entendemos esas voces como un llamado al cambio?; lo aquí
sucede es que para nosotros hablar, dar cátedra y ejercer poder desde el grito
puede ser una manera de acercamiento y herramienta pedagógica, pero para
nuestros estudiantes es también un instrumento de reclamo, utilizado para decir
que están aprendiendo de otras manera y qué existen como sujetos capaces de
expresar.
Cuando hablamos de cambio no queremos invadir el territorio de privacidad de los
maestros y mucho menos, pensarlo como una necesidad de borrar e inventar
cosas nuevas, sino de inventariar algunas maneras que se tienen de acercar al
estudiante a lo que nosotros creemos que él debe conocer y hallar como éstas no
responden a sus necesidades, expectativas, búsquedas rompiendo así el puente
de acceso a otros mundos posibles, mundo en los que ellos viven y entorpecer,
en algunos casos, su proceso, su desarrollo.
Quizá al leer esto se piense que se deba abolir la cultura de la palabra como
medio de comunicación o formación, invalidando estrategias que aún siguen
vigente, pero es claro que es otra la perspectiva , sin duda alguna , se trata de
hacer notar que el cambio refiere a la posibilidad de estar al día con los adelantos,
en este caso de orden instrumental y tecnológico, pues con ello encontramos más
beneficios que obstáculos, si se trata, claro está, de crear vínculos con los
estudiante y garantizar, en mayor porcentaje, una existencia valiosa en su vida.
Lo anterior podría parecer una idealización de la comunicación como fin y no como
medio, sin embargo, se hace preciso pensar qué lugar ocupa ésta en nuestro rol
diario, puesto que el cambio no se da sólo en términos de medios, sino de
códigos, elemento fundamental para que exista la comunicación. Una competencia
instrumental, cultural y pedagógica van necesariamente de la mano de una
competencia comunicativa, unas habilidades personales y sociales que permitan
instaurarnos en un cultura del diálogo generacional, para continuar perpetuando la
maravillosa y absoluta necesidad de reconocer al OTRO.
Quiero traer a colación los interrogantes que me surgen: ¿qué pasa con los
docentes que se han formado y fortalecido en un área específica del conocimiento,
es decir, la fortaleza en un saber es un impedimento de apertura al cambio o los
hace débiles en sus interrelaciones con el entorno? Y si se trata de cambios
tecnológicos, son los profesionales de la tecnología y la informática los más aptos
en estos tiempos?, o ¿son los docentes de lenguaje más competentes si se
supone tienen una clara postura y significado de éste en la vida de los seres
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humanos?, a estas respuestas sólo puede llegar cada uno desde una reflexión
más personal, pero el reto es encontrar cómo medimos nuestras habilidades
personales en relación con el conocimiento que poseemos y que pretendemos
fundamentar en la teoría, la memoria y el estatus que da un título. Cabe entonces
hacerse la pregunta diaria de ¿qué supone la palabra cambio?, tal vez
transformación, renovación, urgencia por no ser obsoleto, emergencia por no estar
pasado de moda o jurásico, es un tema inagotable.
Junto a estos diversos puntos de vista se halla el hecho de que actualmente las
teorías en educación y las innovaciones pedagógicas enumeran una serie
incontable de requisitos que debemos cumplir para ser “buenos maestros” , para
ser competentes, puede ser que todo esto no este mal, sin embargo, sólo
logramos validarlo cuando logramos detenernos para saber en qué nivel nos
encontramos, dónde podemos marcar una equis de falta y más allá de lo concreto
y medible, descubrir la manera acertada para seguir creciendo, para seguir
formándonos, para aceptar las limitaciones sin temor al fracaso o a golpear
nuestro ego.
5. El ejercicio del poder
Partiendo del acercamiento que hace Fabio Jurado Valencia, en entrevista
realizada en la revista Magisterio, nos da la siguiente definición de la palabra
poder:
“El poder es una especie de transacción, porque está en unos y está en
otros, dependiendo de las relaciones entre los sujetos; no está fijo…El poder
se configura entonces sólo a partir de una determinada relación entre los
sujetos sociales”
Podemos así afirmar que el docente es una figura de poder ante sus estudiantes
y la institución que representa. Lo es porque encarna “conocimiento” y se vale de
diversas estrategias para acercar a quienes están a su cargo.
Bajo esta investidura el docente cumple diferentes roles: como mediador,
socializador, facilitador. Por tanto, el poder constituye la posibilidad de hacerse
paso en la vida de otra persona, porque el poder atrae, pero también atemoriza; es
a la vez un vínculo que se establece y crea confianza o al contrario, desconfianza.
Lo que se quiere plantear aquí, es que el ejercicio del poder supone unas
competencias claras sobre el valor y la existencia del otro, que constantemente
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nos cuestiona y es nuestro referente de confrontación. La dificultad se plantea
entonces, porque pocas veces se está en disposición de aceptar que ese otro nos
cuestione o desafíe; tal es el caso de los docentes que se sienten atacados
cuando un estudiante va más allá de lo que él como facilitador u orientador le está
brindando, por tanto, la mejor manera de defenderse es haciendo uso de
instrumentos como la cohesión, el castigo, la nota o la imposición.
¿Supone el poder una actitud de negligencia por parte del docente?, ¿utilizamos
el poder para crear, acercar, imponer o concertar?, ¿qué situaciones nos
demuestran a nosotros que estamos ejerciendo poder?, ¿la representación que
tenemos del poder la hemos heredado o la hemos construido? ¿nuestros modelos
de poder son sólo producto de nuestra formación profesional o son
representaciones que tenemos desde nuestra familia?.
6. Los años de experiencia
Quizá una de las preguntas que más nos inquietan en nuestro trabajo, es saber
qué sucede después de varias años de desempeñarnos en un mismo cargo, en
una misma institución?, ¿tiene o no repercusión nuestro acompañamiento a través
del tiempo?, ¿qué sucede después, cuando los estudiantes se van a vivir su vida
fuera de la institución ?.
Fuera de la alegría, la buena acogida, los momentos de espanto y desazón, y las
conjuraciones a lo que es la educación, ¿qué sucede?, ¿qué se mueve en nuestro
interior?, ¿Acaso nuestro rol de docentes se enmarca sólo en un contexto
institucional y se desarrolla en un espacio físico limitado? ¿En qué
nos
convertimos cuando nos encontramos a estudiantes o ex – alumnos en una
biblioteca o cualquier lugar?, o cuando nos encontramos en alguna calle de
nuestro barrio?, en qué nos convertimos después de muchos años de
experiencia?.
Cada uno de nosotros tendrá respuestas diferentes, pero, serán a caso esas
respuestas una posibilidad de encuentro entre lo que un día soñamos ser como
MAESTROS y hoy, después de x tiempo, estamos siendo? A caso, ese balance
de resultados, es realmente una balanza de equilibrio o pesan más las
frustraciones, pesan más las experiencias, o es el desequilibrio un factor de
impedimento para seguir siendo competentes en nuestra profesión?
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7. Nuestra decisión de ser docentes
Nacemos perteneciendo a grupos sociales. Nuestra familia, nuestro barrio, nuestra
ciudad, nuestro país son un espacio de existencia que no decidimos de manera
autónoma. La vivencia diaria en un grupo nos hace sentir parte de él, construir una
personalidad y poco a poco tomar conciencia de nuestra pertenencia a ese
ambiente. Ser parte de un grupo nos hace responsables de unas costumbres,
rituales, lenguajes, maneras de interactuar, de una identidad personal y social, que
como ideal debe ser positiva, pero está mediada por muchos agentes de carácter
social, político, moral, religioso, económico y educativo que pueden dar diferentes
resultados. De igual manera, ser docentes es también ser parte de un grupo, que
a diferencia de los primeros, hemos elegido de manera “libre” y ello exige poner en
juego lo que cada uno tiene y es desde su base e historia , para converger con la
base e historia de otros que tomaron la misma decisión.
Los docentes hacemos parte de un grupo que interactúa con otros grupos: de
estudiantes, de familia, de instituciones
por tanto nos convertimos en
estereotipos, ejemplos de aquellos que nos dan un voto de confianza para
orientarlos y guiarlos, esa es la misión encomendada, por tanto ser llamado
docente, se ve seriamente comprometido con la estructuración personal y social
de quienes están alrededor.
El ámbito educativo puede convertir en una posición de resistencia este hecho,
cuando quienes llegan a él lo hacen bajo intereses expresamente personales y
anulan todo el proceso que implica estar ahí, generando a la vez situaciones de
conflicto con quienes interactúan como integrantes de ese contexto desligando
con ello la meta intrínseca que desencadena una relación de contienda entre sí y
puede lograr desvirtuar la labor que por decisión propia algún día alguien tomó.
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BIBLIOGRAFÍA
ORTEGA, José Olmedo. “Poder y Práctica Pedagógica” Colección Seminarium.
Magisterio, 2005.
TEJADA, José. “El Formador ante las NTIC: Nuevos Roles y Competencias
profesionales”. Comunicación y Pedagogía N.153, p.56-60
TORRADO P.,M. “Educar para el desarrollo de las competencias: una propuesta
para reflexionar”, en Competencias y desarrollo pedagógico, de Daniel Bogoya,
editorial. Santa fe de Bogotá: Universidad Nacional de Colombia (2000).
ZAMBRANO, Armando. “Didáctica, Pedagogía y Saber” Colección Seminarium.
Magisterio, 2005.
COLECTIVO AMANI, Educación Intercultural: Análisis y resolución de conflictos.
Comunidad de Madrid, segunda edición, 1996
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