Derechos humanos, ética y fe Dr. Juan Carlos Fugaretta " Si una mirada al pasado da pie a una satisfacción real, no podemos ignorar que el mundo en que vivimos ofrece demasiados ejemplos de situaciones de injusticia y opresión. Sorprende la divergencia entre las declaraciones y las violaciones en todas partes de los derechos humanos. Ello no puede menos que entristecer. ¿Quién puede negar que, hoy, personas individuales y poderes públicos violan impunemente los derechos de la persona humana, como el derecho a nacer, a vivir, a una procreación responsable, al trabajo, a la paz, la libertad y justicia social, a participar en las decisiones que afectan a los pueblos? ¿Y qué cabría decir cuando vemos las varias formas de violencia colectiva, como la discriminación racial, el uso de la tortura física y psicológica perpetradas contra prisioneros o políticos que disienten?. La lista crece cuando vemos los secuestros de personas por razones políticas o los crímenes por razones de lucro. ¿Sobre qué y con qué bases se fundamentan estos derechos humanos? Indudablemente sobre la dignidad de la persona humana. Encíclicas de los papas y el preámbulo de la Declaración de los Derechos Humanos así lo reconocen ". Mensaje del Papa Juan Pablo II al Secretario de Naciones Unidas. La Iglesia proclama el derecho de los hombres a la existencia, a la integridad física, a los medios indispensables que hagan posible una sustentabilidad digna. Condena la tortura en todas sus formas, tanto física como síquicamente. En cuanto a los valores morales, pregona el derecho al honor, a la vida privada, a la libertad en la búsqueda de la verdad, a la creación artística. Todos tienen derecho a fundar una familia, con igualdad de derecho entre hombre y mujer, como núcleo natural de la sociedad, la familia esta fundada en el matrimonio libremente contraído, monogámico e indisoluble. Se le reconoce a los padres el derecho a engendrar hijos, desarrollando una paternidad responsable y a la educación de sus hijos. Decía Pablo VI: " Ninguna antropología iguala a la concepción de la Iglesia sobre la persona humana, aun singularmente considerada, cuando se trata de su originalidad, su dignidad y la riqueza de sus derechos fundamentales, su sacralidad, su educación, su aspiración a un desarrollo completo y su inmortalidad". El dinamismo de los derechos del hombre encuentra en la Iglesia un factor moral del primer orden. Aun profesando la verdad incondicional de su fe, el cristiano tiene el deber irrenunciable de proclamar y promover los grandes valores que iluminan la convivencia humana, la promoción de los desheredados y marginados, el respeto a las minorías ideológicas, étnicas y religiosas. Todos los cristianos debemos comprometernos generosamente en la denuncia después de un serio y objetivo conocimiento de los derechos violados. Pero no basta con denunciar, es preciso también analizar las causas profundas de estas situaciones y comprometerse decididamente a afrontarlas y resolverlas correctamente. Es necesario trabajar por la educación integral, que haga posible la transformación de las mentalidades al servicio de la justicia y la paz. Es una manera de vivir el compromiso cristiano al servicio de los demás. La realización de los derechos humanos se concreta entonces en una acción educativa continua, permanente y práctica, que haga más consciente a los hombres de su dignidad de persona humana, de fraternidad y de igualdad, como asimismo de la libertad que es común a todo ser humano. Educar para los derechos humanos, es educar en el respeto de las diferencias legítimas que definen al ser humano, dentro de la identidad fundamental que existe en todos los hombres. Quienes viven vida de fe tienen muchas más posibilidades en su tarea de educadores. Un enfoque cristiano de la educación dispone de muchos más recursos para superar las dificultades con que el educador y el educando se enfrentan. El quehacer educativo puede realizarse a distintos niveles, de acuerdo con las posibilidades reales de educador, derivadas, en buena parte, de nivel y de las circunstancias de su propia educación. No obstante, puede afirmarse que educar en función del fin sobrenatural es llegar al fondo de la cuestión y el mejor modo para suministrar al hombre la orientación que tiene su vida, siendo esta orientación la que da sentido a la existencia, incluso desde el punto de vista natural. El educador ejerce su autoridad en el acto de la transferencia de conocimientos pero, a su vez, implica un servicio que brinda desde esa autoridad. La autoridad - servicio armoniza aspectos que aparentemente se contraponen: tal es el caso de las actitudes de respeto y de exigencia o la posibilidad de estimular a otro en su comportamiento y a la vez respetar la libertad. La autoridad - servicio se manifiesta en mil detalles ( según Oliveros F. Otero ) por el ejemplo y por sugerencia, en el buen humor y en la firmeza. Se apoya en diversas actitudes positivas y se ejerce con naturalidad, sin formalismos ni claudicaciones. Entender la educación como un desafío permanente, como un acto renovado en cada día, implica mantener una línea constante en una sola dirección. El educador es quien transmite conocimientos pero también es aquel que vive lo que transmite. El educador es un referente, es un ejemplo, es un testimonio viviente de su discurso. Es el primero que respeta los derechos humanos de los semejantes, es el que reconoce el valor del prójimo. Nosotros, los jueces, también desarrollamos con nuestra actividad una tarea educativa no sistemática, por ello se nos impone mantener buena conducta en todos nuestros actos, simplemente, porque nuestras actitudes son observadas como ejemplos, o sea que no solo se espera que nuestras sentencias sean justas, sino también que nuestra conducta refleje tal pensamiento. Los maestros y profesores encarnamos ese privilegio de ser públicos, o sea que nuestra autoridad pública tendrá que estar apoyada en nuestra acción cotidiana. Nuestro trato, con el pobre, con el desposeído, con el inferior ha de marcar la conferencia de nuestro discurso. Justamente esto es lo que contribuye al liderazgo personal, un liderazgo que implica autoridad y a su vez nos identifica como hombres de fe. Aquí corresponde realizar una pequeña digresión, si contamos con una importante mayoría de profesores católicos donde los futuros dirigentes de nuestro país, que transformación se opera para que se bifurquen los pensamientos y se pierda el discurso por un lado y por el otro la acción, que muchas veces, resulta para otros hombres y contrario a la ética cristiana. Por qué los argentinos perdemos el horizonte d efe, por qué no logramos mantener una conducta acorde a nuestra historia o a nuestro discurso. Si miramos el mundo podemos explicarnos determinados enfrentamientos, o determinadas acciones no acordes a nuestra moral, pero, dentro de nuestro país, ... donde somos los cristianos la abrumadora mayoría, es algo muy serio que se sigan produciendo terribles contradicciones revisar nuestro discurso frente a los alumnos y quizás confesar que todavía no hemos hecho lo suficiente para hacer conocer, con nuestro ejemplo, la palabra del Señor. Nos esta faltando fortaleza para mantener nuestra conducta, para reconocer al otro, como mi hermano Comencé esta intervención con una referencia a nuestro Papa, sobre los derechos humanos, sobre nuestro compromiso con el hombre, luego, abordamos el acto tan importante y amoroso como es el ejercicio de la docencia. Hicimos una breve referencia a los contenidos del acto educativo, para concluir en una señalamiento a le ética. Observamos nuestra postura, y realizamos una indicación al doble discurso. Creo que la tarea los educadores es grande, nos hallamos en una atalaya que nos posibilita ver el horizonte, es tiempo que nos animemos a ser más coherentes con nosotros mimos para vivir y transmitir la fuerza del Evangelio y el poder de la oración.