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DEDICACIÓN DE LA GLORIETA AL PADRE JUAN BONAL
1 de noviembre de 2012
Estimado Sr. Concejal del Excelentísimo Ayuntamiento de la ciudad de
Zaragoza, estimado Sres. D. Gonzalo Aguado y D. Carlos Melús, Presidente y
Presidente de Honor de la Asociación Cultural “Los Sitios de Zaragoza”
respectivamente, Hermanas y amigos todos, buenos días y bienvenidos.
Se me ha encomendado la gran osadía de encerrar en pocas líneas la vida
de un “gigante de la Caridad”, de un “héroe de los Sitios de Zaragoza”, de un
hombre, el Padre Juan Bonal Cortada, que vivió desde Dios para los demás, de
manera muy especial para los más pobres y necesitados.
Comienzo mis palabras manifestando en mi nombre, en el de las Hermanas
del Consejo General y en el de toda la Congregación de Hermanas de la Caridad
de Santa Ana, nuestro agradecimiento más profundo a la Asociación Cultural “Los
Sitios de Zaragoza” por su solicitud, perseverante y tenaz, al Ayuntamiento de
Zaragoza, de dedicar un lugar en esta Ciudad al que fue héroe de la Caridad antes,
durante y después de Los Sitios, y nuestro agradecimiento también al
Ayuntamiento por su concesión.
Hoy por fin, después de un largo proceso en la historia, vamos a ver
cumplidos nuestros deseos con la dedicación de una glorieta, si bien pequeña pero
muy significativa por su enclave. ¡Cuántas veces pasó por ella nuestro Fundador,
el Padre Juan Bonal! Muy significativa también por los “transeúntes fijos” que con
frecuencia pasan ratos y hasta días enteros en ella, personas que, por diversas
circunstancias, ni tienen trabajo o un trabajo digno, ni tienen techo ni posibilidades
para mantenerse. Son los desfavorecidos de nuestra sociedad que el Padre Juan
Bonal bien conoció y atendió en los tiempos que le tocó vivir.
El nombre que la glorieta va a llevar es el de un hombre que vivió
exclusivamente para los necesitados del Hospital de Nuestra Señora de Gracia y
de todos los que en Zaragoza pasaban necesidad.
¿Qué decir de nuestro héroe? La vida del Padre Juan Bonal fue una única
línea ascendente hacia Dios, a la vez que recorría en horizontal su acercamiento a
los hermanos y su entrega abnegada a las tareas de profesor, cristiano
comprometido, sacerdote, limosnero y misionero.
Nos hallamos ante una figura tan humilde como grande, que dedicó la
mayor parte de su vida a recorrer los caminos de media España para recoger
limosna para pobres y enfermos mientras ejercía el apostolado predicando en los
pueblos más abandonados y llevando a las personas, mediante el ministerio de la
confesión, el consuelo y el perdón.
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Nacido en Terrades (Gerona) en 1769, hace ahora 243 años, fue ordenado
sacerdote en 1800. Deseoso de dedicarse al cuidado de los pobres y enfermos,
renunció a la cátedra de gramática que había ganado por oposición, y reunió en
torno de sí, en el Hospital de la Santa Cruz de Barcelona, a un grupo de jóvenes, a
quienes infundió el amor a los enfermos.
La fama de este Hospital llegó a Zaragoza, en cuyo Hospital de Nuestra
Señora de Gracia se experimentaba decadencia en la atención a los pacientes por
irresponsabilidad de los cuidadores asalariados y buscaban personas disponibles
al sacrificio por caridad cristiana, con dedicación total a los enfermos, por lo que,
en diferentes momentos, la Junta de este Hospital se había dirigido a la de
Barcelona.
Con este fin, en 1804, el Padre Juan Bonal viajó a Zaragoza encabezando
un grupo de 24 voluntarios, doce hermanas, al frente de las cuales se encontraba
nuestra Fundadora, la Beata Madre María Ràfols, y doce hermanos, dispuestos a
trabajar en el Hospital Real de Nuestra Señora de Gracia, la “Casa de los
Enfermos de la Ciudad y del Mundo”.
El 28 de diciembre, Zaragoza los recibió con alegría a pesar de que “era de
noche y diluviaba”, cuando ambas Hermandades entraban a visitar a la Virgen del
Pilar, dándole gracias por el feliz arribo y pidiéndole su “protección y amparo para
desempeñar con caridad y fervor el destino a que venían”. A continuación se
dirigieron al Hospital, muy acompañados por el pueblo zaragozano.
Muy pronto comenzó a notarse la presencia de las Hermanas en la Sala de
los enfermos. Todo mejoró desde el primer momento de su asistencia a los
enfermos.
La Junta del Hospital de Nuestra Señora de Gracia no quiso que el Padre
Juan volviera a Barcelona y por ello lo nombró Pasionero de los militares: debía
estar al tanto de los moribundos y ayudarles a bien morir. La primera idea era que
así podría también dirigir a las Hermandades. Pero pronto la Junta cambió de
parecer. En 1807 le prohibieron acompañar a las Hermanas. El Padre Juan Bonal
calló y continuó ayudándolas mediante la oración y sacrificándose por el Hospital.
Uno de los episodios más cruentos de la Guerra de la Independencia fueron
los dos Sitios de Zaragoza, la ciudad mártir en todos y cada uno de sus habitantes.
El 3 de agosto de 1808 el Hospital fue destruido por el bombardeo dirigido
expresamente contra él. El desalojar a más de 2.000 enfermos entre el fuego,
bombas, explosiones y ruinas exigió verdadera valentía y entereza de ánimo que
derrocharon tanto el Padre Juan Bonal como la Madre Ràfols y las Hermanas
ayudados por los que acudieron, arrastrados por su ejemplo, a colaborar en el
traslado de los enfermos y atenderlos en los diversos lugares en que fueron
medianamente colocados.
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Se les llevó después a la Casa Misericordia pero ante el cúmulo de más de
6.000 entre enfermos y heridos, el General Palafox ordenó nuevo traslado de los
paisanos a lo que era el Hospital de Convalecientes, donde pasaron también a
atenderlos las Hermanas y el Padre Juan quien se esforzó sin cesar por auxiliar y
acomodar tanto a los enfermos como a las Hermanas. De 21 Hermanas que eran
murieron 12, víctimas del hambre, el cansancio y la peste.
Sobre el Segundo Sitio, hablan por sí solas las palabras del sacerdote e
historiador D. José Ignacio Tellechea: Todas las medidas se rompen porque crece
cada día el número de enfermos, se añaden los innumerables heridos, más tarde
los prisioneros. Hay paisanos y militares, luego habrá franceses y españoles.
También se rompen las medidas de la donación y la entrega; no hay horas ni
lugares. Celo extraordinario es la palabra justa para Bonal.
Durante la ocupación del ejército francés, que convirtió en ruinas el Hospital
y llevó la destrucción y el hambre a la ciudad de Zaragoza, el Padre Juan Bonal dio
muestras de su inagotable caridad para los enfermos y para los heridos de ambos
bandos, hasta merecerse el título de “Héroe de los Sitios” que le fue reconocido,
primero en el centenario de los mismos, y más tarde en el de su muerte, el 19 de
agosto de 1929.
Nos consta por la historia, falta de todo: carne, comida, pan, agua. El Padre
Juan Bonal sale a pedir y vuelve cargado con cabezas y menudencias de ganado y
demás. No hay ropa, el Padre Juan se ocupa de remediarlo. Es héroe con el
heroísmo de todos los días, agotador, sin respiro, más aún que por haber salido
con el crucifijo, exhortando a los franceses a dejar de atacar a la Ciudad de la
Virgen.
Tras la capitulación de la Ciudad el 20 de febrero de 1809, bajo el mandato
“intruso”, el Padre Juan continúa su misión de sacerdote y apóstol de la caridad en
una actividad increíble. Pide limosna por las calles y en la puerta de las iglesias.
Con lo obtenido calza a los prisioneros españoles, les da ropa, los alimenta y
favorece. Busca dinero prestado y entrega el suyo para redimir encarcelados. Va al
Hospital de los franceses a confesar a los presos enfermos. Asiste a sentenciados
a muerte, ayudándoles a bien morir. No hay pan en el Hospital, la Junta
afrancesada dispone que el Padre Juan Bonal salga a pedirlo por la Ciudad. Se
declaran “fiebres pútridas” entre los militares españoles prisioneros en Torrero: el
Padre Juan se ofrece para asistirlos en todo y permanecer con ellos día y noche.
Es incansable e ilimitado en sus recursos.
Ninguna Junta logró acabar con la penuria del Hospital, y nadie como el
Padre Juan lo favoreció con las limosnas que recogía y su meritorio trabajo del que
no pudo prescindir la Sitiada del Hospital.
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En 1813, con la marcha de los franceses, fue reinstalada la Junta que
gobernaba el Hospital antes de la invasión y ésta encargó al Padre Juan la
actividad habitual de “veredero”, es decir, salidas a pueblos vecinos, que más tarde
se extendieron a los pueblos de toda la provincia de Zaragoza y de las provincias
del norte, del centro y del este de España, que constituyeron una parte esencial de
la subsistencia del Hospital.
El Padre Juan Bonal preparaba estas campañas, las llamadas “veredas”,
que eran verdaderos viajes apostólicos, en su retiro de la Ermita de la Virgen del
Salz, en Zuera, en una pequeña habitación adosada a la misma y que, con las
necesarias reparaciones, conservamos en el mismo lugar. Allí, en el más riguroso
retiro, descansaba de sus viajes, reponía sus fuerzas espirituales, y preparaba
cuidadosamente la ruta de la próxima “vereda”, de la que daba cuenta en sus
múltiples y detallados informes a las autoridades del Hospital, indicando con
minuciosidad todo lo que recogía en especie o en metálico.
Sus salidas fueron seis, con breves intermedios en Zaragoza y otras salidas
a colocar billetes de la rifa que cada año ofrecía el Hospital. En sus veredas
soportaba el frío, el calor, el cansancio, las caídas de la mala cabalgadura y los
pésimos caminos de la época; la falta de hospedaje o las malas condiciones del
mismo. Todavía más: alguna de ellas fue de continuo sufrimiento moral para el
Padre Juan debido a la índole del ayudante que le acompañaba. Parecía que su
comisión era la de vigilarle continuamente y acusarle sin razón: “pasa mucho
tiempo en el confesonario”, “sus sermones quitan a los ricos la voluntad de dar
limosna”, “se parece a las veletas de los campanarios”, etc.
Nadie podrá adivinar el heroísmo que encierran esas interminables listas de
villas y lugares recorridos, en que sólo se registra puntualmente, y por obligación,
hasta el último real o maravedí cobrado o gastado, mientras se silencian el cupo de
fatiga, de dolor y de desprecio que suponía tan pesado ministerio, y la irradiación
espiritual que implicaban la predicación y sobre todo las largas horas transcurridas
en la penumbra de los confesonarios.
Como también dice D. José Ignacio Tellechea: Existe un heroísmo
fulgurante y aparatoso, y otro silencioso y sin brillo. De ambos se puede hablar en
la vida de Mosén Bonal, y acaso más del segundo que del primero; a lo menos fue
más continuado y no tuvo la compensación de la gloria humana…
El lado menos amable de la sociedad se convierte en escenario de su vida:
enfermos, heridos, prisioneros, tiñosos, dementes, expósitos, gentes abandonadas,
sin recursos materiales ni protecciones morales, en el Hospital; pueblecillos
insignificantes, gentes sencillas y menesterosas, fuera del mismo. Ningún canon de
eficacia humana, de influjo social o de prestigio, podía dar pie a la menor tentación
de vanagloria.
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La oscuridad como clima; el dolor, como pan de cada día; fatiga, pobreza,
desprecio, como compañeras inseparables, amasan una vida gastada al servicio
de los demás. Fue el suyo un cristianismo sin oropeles, difícil, macizo, de hondas
raíces evangélicas, de heroicas virtudes cristianas. Imitador de Jesucristo, Bonal
“pasó haciendo el bien” (Hch 10,38), muchas veces a destinatarios de carne y
hueso, mas para él casi sin rostro ni nombre, con escasas posibilidades de
ostentosa gratitud…
En sesión del 17 de agosto de 1829 el Presidente de la Junta expuso que el
Padre Juan se hallaba gravemente enfermo en el Santuario de Nuestra Señora del
Salz y se había dispuesto que partiesen inmediatamente para atender su curación
y asistencia un médico, la Madre Tecla Canti, Superiora de las Hermanas en aquel
momento, y la Hna. Magdalena Hecho. Acudieron también dos Hermanas de
Huesca que, al recibir la noticia, pidieron permiso a la Junta de allí. Se lo concedió
“teniendo presentes los muchos beneficios que tiene recibidos este Hospital de
dicho sacerdote”.
Serenamente el Padre Juan preparó la última vereda de su vida, su
encuentro definitivo con el Señor. Hace testamento de sus pequeños haberes:
unos pocos duros y sus libros. Con mucha paz y fe profunda esperó la llegada del
Señor el 19 de agosto de 1829.
Su cadáver, acompañado de las Hermanas de Zaragoza, fue enterrado en la
Cripta del Hospital, donde estaban enterradas las primeras Hermanas que
entregaron su vida por amor y silenciosamente, como él quería, y donde también
se depositaron en 1853 los restos de nuestra Fundadora Madre María Ràfols.
Las cartas que llegaron de tantos pueblos después de su muerte, expresan
la acogida que en su corazón tenían los problemas particulares de tanta gente
sencilla que buscaba en él una luz, una ayuda, una solución.
Cuando en el año 1908 se quisieron trasladar los restos de Madre María
Ràfols de la Cripta del Hospital, para depositarlos en la Iglesia del Portillo, en el
panteón que Zaragoza dedicaba a las heroínas de los Sitios, la Superiora General
de la Congregación en aquel tiempo, Madre Pabla Bescós, cuyos restos también
reposan en esta casa, solicitó que no fueran alejadas de nosotras sus reliquias,
recuerdo permanente para cada Hermana de la caridad hasta el heroísmo que
estamos llamadas a vivir.
El primer reconocimiento y exhumación de los restos de Madre María Rafols
y Padre Juan Bonal, por petición de Madre Pabla Bescós a las autoridades
competentes, se realizó, ante notario, el 28 de junio de 1924. Fijada la fecha del
traslado para el 20 de octubre de 1925, se construyeron dos sepulcros en el
presbiterio de esta Iglesia en la que estamos por el escultor D. José Bueno, y dos
cajas de roble, que contenían otras de cinc interiores, para recoger los restos de
nuestros Fundadores.
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La víspera, 19 de octubre de 1925, se hizo el reconocimiento oficial de los
restos que fueron puestos en las cajas, que con antelación se habían preparado, y
se colocaron en la Iglesia del Hospital, siendo velados por las Hermanas,
llevándose posteriormente en privado al Pilar, fijando el traslado del Pilar al
Noviciado para el día siguiente, 20 de octubre de 1925.
El pueblo, con las autoridades a la cabeza, se volcó, llenando las calles de
Zaragoza a lo largo de todo el trayecto. Era el reconocimiento de lo que Juan Bonal
y María Ràfols habían hecho y sufrido por y con Zaragoza en situaciones muy
difíciles.
Tras este breve repaso por la vida del Padre Juan Bonal, podemos sacar la
conclusión de que su figura, su personalidad, su obra, encaja perfectamente en el
hoy que nos toca vivir.
¿Qué no haría hoy el Padre Juan, con muchos más medios de los que
entonces disponía? ¿Qué no haría en un mundo con abismos de desigualdad entre
las clases sociales, desde los hartos de bienes hasta los carentes de pan, sin que
el dolor de los impotentes llegue a rozar el corazón de los poderosos? ¿Qué no
haría para mantener un recto espíritu de cooperación y entrega en los voluntarios
de las ONGs y otros grupos legales? ¿Qué no haría por robustecer la fe, excitar la
compasión, animar la caridad de los creyentes?
¡Qué buen hermano sería de los sacerdotes! Lo sabía muy bien el Excmo.
Sr. Arzobispo Emérito de Zaragoza, Don Elías Yanes, que consideraba al Padre
Juan Bonal como modelo de sacerdotes y siempre procuraba que los sacerdotes
de la Archidiócesis y seminaristas conocieran al Padre Juan Bonal y siguieran su
ejemplo.
Y termino con una breve narración en la que el protagonista es un niño. Éste
solía contemplar las vidrieras de la Iglesia de su pueblo y se sabía de memoria los
Santos que en ellas estaban representados. Cuando un día le preguntaron qué son
los Santos, él se acordó de las vidrieras y respondió: “los Santos son quienes dejan
pasar la Luz”.
El Padre Juan Bonal, veredero, limosnero, sacerdote… dejó pasar la Luz del
Sol por excelencia, la Luz de Dios, para quienes tuvieron y tenemos hoy ojos para
verla y ser cómo él, bendición de Dios que se hace vida, esperanza y amor para
otros, allá donde nos encontramos. ¡Gracias Señor por la vida del Padre Juan
Bonal! Ojalá pronto lo veamos en los altares.
Reitero mi gratitud, que extiendo a todos los presentes. Que esta Ruta que
hoy hacemos, que esta Vereda que hoy compartimos, sea también acción de
gracias a Dios por la vida del Padre Juan Bonal y por la de tantas personas que
fueron y son héroes en lo cotidiano, sacrificándose para que la vida de otros sea
más digna y mejor.
Muchas gracias.
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