Antonio Ricciardi, o.f.m. Conv. UN HOMBRE FUERA DE SERIE (7-I-1894 - 14-VIII-1941) Biografía de San Maximiliano María Kolbe, O.F.M. Conv., muerto heroica y santamente en un Campo de Concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Versión española por Camilo Jordá Moncho, o.f.m. Convento de PP. Franciscanos Concentaina (Alicante) Un Hombre Fuera de Serie XI. — OŚWIĘCIM ¡Oświęcim! Este campo de concentración, con capacidad para más de doscientos mil prisioneros, llamábase comúnmente por los polacos, «Campo de la muerte», por los millones de víctimas que en él murieron bajo el dominio cruel del enemigo. El otro «campo de la muerte», Majdanek, escenario también de atrocidades, donde hallaron la muerte unos dos millones de prisioneros inermes, y recientemente convertido en Museo Nacional de los sufrimientos del heroico pueblo polaco, no admite comparación con Oświęcim!... También Oświęcim ha recibido su consagración internacional como monumento - recuerdo de los sufrimientos, no sólo del pueblo polaco, sino de todos los pueblos, porque en su recinto perecieron hijos desventurados de casi todas las naciones. En su centro se ha levantado un ara con la siguiente inscripción: Monumento del dolor. Para nosotros, admiradores y devotos del P. Kolbe, será para siempre ya un célebre santuario, como escenario que fue de su heroísmo y de su martirio. Los alemanes le llamaban con el antiguo nombre de Auschwitz, porque estaba en la parte meridional de Polonia, en la confluencia del Sola con el Vístula, poco distante de la hoy desaparecida ciudad de Auschwitz. Limpio de las ruinas y escombros de lo que fueron cuarteles y otros establecimientos, ahora destruidos por los bombardeos, el campo de Oświęcim quedaba en la zona palúdica e insalubre y también desierta, porque los 2 Un Hombre Fuera de Serie alemanes hicieron evacuar toda la provincia para que nadie oyera por allí los lamentos de las víctimas. En el tiempo del P. Maximiliano, Oświęcim era el único campo al que la cárcel Pawiak enviaba periódicamente su excedente. Más tarde, a finales del año 1941, se le anexionó otro, reservado para mujeres, polacas en su mayoría, enviadas allí de Pawiak también. Es inútil extendernos en la descripción de la vida de los deportados en Oświęcim ahora que se han escrito ya varias monografías por supervivientes que describen las atrocidades sin nombre y el suplicio horrible en los «lager» alemanes. Singularidad horrenda de Oświęcim era el «búnker» o «subterráneo de la muerte», en donde se condenaba a morir de hambre y sed a los que allí se les encerraba. Los testigos El P. Kolbe estuvo en el Campo de Oświęcim desde el 28 de mayo de 1941, hasta el 14 de agosto del mismo año. En este lapso de tiempo debemos distinguir dos períodos: el primero, desde que le ingresaron allí hasta el 26 o 28 de julio; y el segundo, desde esta fecha hasta su muerte. La Providencia ha querido que algunos dichosos supervivientes de Oświęcim testificaran sobre ambos períodos. Testigos oculares de episodios acaecidos durante el primer período son: 1. El Profesor M. Koscielniak, pintor, internado en Oświęcim con el número 15261 el 2 de mayo de 1941, poco antes que el P. Kolbe, con quien habló varias veces. 3 Un Hombre Fuera de Serie 2. El doctor J. Stemler, funcionario docente. Conoció al P. Kolbe, por vez primera, el año 1937; estuvo en Oświęcim desde el 4 de abril de 1941 hasta el 19 de marzo de 1942. En el mes de julio de 1941 estuvo en la enfermería del campo junto con el P. Kolbe. 3. El sastre A. Dziuba, internado en Oświęcim desde el mes de septiembre de 1940. Trató con frecuencia con el P. Kolbe entre los meses de junio y julio de 1941 y, hasta una vez, se confesó con él. 4. El sacerdote C. Sweda, internado en Oświęcim desde el mes de diciembre de 1940 hasta el 3 de junio de 1942, que fue trasladado al campo de Dachau, del que salió liberado el 29 de abril de 1945. Trató muchas veces con el P. Kolbe hasta el mes de julio de 1941, y por esto es testigo ocular de lo sucedido durante el primer período. Desde el día en que el P. Maximiliano ofreció su vida deja de ser testigo ocular pero, por su oficio de enfermero en el hospital del campo, tuvo manera de obtener y transmitirnos autorizadas noticias también sobre emocionantes detalles de su muerte. Es el 8° testigo en el Proceso canónico de Varsovia. Además de su deposición en el Proceso y de una relación escrita sobre la santa vida del P. Maximiliano en el Campo de Oświęcim, que se ha unido a las Actas del Proceso, publicó el año 1945 en el «Rycerz Niepokalanej», por entregas, sus memorias de Oświęcim referentes al P. Kolbe. El segundo período, desde la última semana de julio hasta el 14 de agosto de 1941, abarca dos momentos: el acto del ofrecimiento de su vida y los 18 ó 20 días en el búnker de la muerte. Son testigos del generoso ofrecimiento: 4 Un Hombre Fuera de Serie 5. El sacerdote S. Ruszczk, internado en Oświęcim con el número 9842, desde el 2 de febrero de 1941 hasta los primeros días de junio de 1942, que con otros sacerdotes fue trasladado al campo de Dachau. Posteriormente regentó la parroquia de la Natividad de la Virgen en Pludy (Varsovia). Dice: «No estuve nunca en la misma brigada del P. Maximiliano, sin embargo tuve la suerte de confesarme con él. Me encontré con él en la plaza y, tras un cambio de palabras cordiales, le supliqué me oyese en confesión. Terminada ésta, me dijo: -”Ahora tenga usted la bondad de confesarme mí”. Mi confesión con el P. Kolbe fue para mí un gran acontecimiento: tuve la suerte de confiar mis pecados y mis dificultades a un santo y recibir de sus labios la absolución y el consuelo». No ha depuesto en el Proceso de Varsovia porque se supo de él después de estar clausurado el Proceso. El 5 de marzo de 1957 hizo una relación juramentada sobre las noticias del P. Kolbe en Oświęcim. 6. El doctor J. Sobolewski, jurisperito, prisionero en Oświęcim con el número 2877, trató dos o tres veces con el P. Kolbe en los meses de junio y julio de 1941; pero, sobre todo, su atestado tiene un valor singular porque presenció el episodio final del ofrecimiento de la vida del P. Kolbe. 7. El P. Fr. Ladislao Swies, de la Pía Sociedad para el apostolado católico (Pallotini), fue trasladado de la cárcel Pawiak a Oświęcim junto con el P. Kolbe, pero quedaron separados al ingresar. Ocasionalmente presenció la diezma del mes de julio. 8. Ladislao Glowa, prisionero en Oświęcim con el número 20017, desde junio de 1941 hasta agosto de 1944. Nos ha dejado una relación escrita de lo que oyó de 5 Un Hombre Fuera de Serie labios de testigos oculares fallecidos luego en el campo, inmediatamente después del heroico ofrecimiento del P. Kolbe. 9. El sargento Francisco Gajowniciek, que intervino en la guerra del año 1939. El 28 de septiembre del mismo año, en la capitulación del fuerte de Modłin, cayó prisionero de los alemanes y logró fugarse del campo de prisioneros; pero, en la frontera eslovaca fue arrestado y encarcelado en Zakopane en el mes de diciembre. El 8 de noviembre de 1940 fue trasladado a Oświęcim con el número 5659 y, después de haber sido destinado a morir, fue salvado por el generoso y heroico ofrecimiento del P. Kolbe, que le sustituyó en el mes de julio de 1941. Depuso como 4° testigo en el Proceso canónico de Varsovia después que ya había presentado una detallada relación de los hechos de julio de 1941, que también ha quedado unida a las actas del Proceso. 10. El médico Niceto Francisco Włodarski, prisionero en Oświęcim, con el número 1982, desde el mes de agosto de 1940. En el mes de julio hallábase en la misma brigada del P. Kolbe. Es un testigo de particular importancia después del señor Gajowniczek; porque, según afirma, la tarde de la trágica diezma, entre él y el P. Kolbe solamente estaban otros dos prisioneros. Encontrado después de la clausura del Proceso de Varsovia, hizo una detallada relación juramentada sobre las circunstancias que conoce, especialmente, de las palabras cruzadas entre el P. Kolbe y el Jefe del Campo. 11. Finalmente, único y providencial testigo ocular de la permanencia y de la muerte heroica del P. Kolbe en el «búnker» es el señor Bruno Borgowiec, «uno de los más antiguos prisioneros de Oświęcim, con el número 1192. 6 Un Hombre Fuera de Serie Junto con otros polacos trabajó para acondicionar el campo. Por ser de Silesia conocía perfectamente el alemán y por esto le nombraron intérprete en el búnker subterráneo del barracón penal. Este oficio en el búnker era muy peligroso, pues las autoridades hitlerianas acostumbraban liquidar a los testigos del trato que daban a los prisioneros. Pero nuestro Borgowiec debió desempeñar su oficio con mucho tacto, ya que lo ejerció ininterrumpidamente hasta su liberación del campo. Murió en el mes de marzo de 1947 por las enfermedades contraídas en el campo, sin haber visto, por ello, la iniciación del Proceso de Varsovia para la beatificación del P. Kolbe. Sin embargo, previendo próxima su muerte, fue espontáneamente al despacho parroquial de la iglesia de Santa Edwige, en Chorzów, y ante el Párroco, Rvdo. Sr. D. Juan Gajda, y tres testigos, depuso con juramento lo que sabía respecto a la estancia del P. Maximiliano en el búnker y a su santa muerte. Anteriormente había enviado por carta la relación de los mismos hechos y circunstancias a los religiosos de Niepokalanów. Ambos autógrafos se han unido seguidamente a las Actas del Proceso canónico de Varsovia. El señor Borgowiec es digno del mayor reconocimiento de los admiradores y devotos del P. Kolbe. Sin él nada sabríamos del comportamiento del P. Maximiliano ante las atrocidades que precedieron a su muerte. La historia del P. Maximiliano hubiera tenido una gran laguna. Si es verdad, como ciertamente lo es, que el día de su muerte es para los santos el más hermoso día de su vida terrena, el alba de su eterna felicidad; al señor Borgowiec le debemos el conocimiento de la santa muerte del P. Kolbe, 7 Un Hombre Fuera de Serie broche de oro y sello final que autentica una vida, santamente vivida, con heroísmos mil. Llegada a Oświęcim El P. Maximiliano llegó a Oświęcim por la tarde del 28 de mayo de 1941, miércoles, procedente de la cárcel Pawiak junto con 320 prisioneros más. Estaban con él otros eclesiásticos, entre ellos el ya nombrado P. Pallotino Fr. Ladislao Swies. Habían sido conducidos de mañana a la estación de Varsovia y allí los montaron en vagones de carga. «Tan pronto nos apelotonaron en los vagones dos guardias de escolta y cerraron por fuera las puertas -escribe Fr. Swies- nos envolvió un silencio sepulcral. Pero, apenas se puso en marcha el tren, no faltó quien entonó cantos religiosos y patrióticos, que muchos coreamos en seguida. «Me interesé por saber quién era el que entonó los cantos y supe que había sido el P. Maximiliano Kolbe. Y porque me gusta el canto fui el primero en unirme a sus cantos, también el P. Maximiliano se interesó por mí. El agolpamiento y la falta de aire en el vagón produjeron una atmósfera sofocante, espantosa. La certeza de que nos llevaban a un campo de concentración influía en nosotros de modo deprimente. No obstante esto, bajo el influjo de los cantos y de las peroratas del P. Maximiliano, nos reanimamos hasta casi olvidarnos de nuestra desventurada suerte.» Si quisiéramos comentar este episodio tendríamos que remitirnos al capítulo de la «perfecta alegría» de «Las Florecillas»; la perfecta alegría de los Santos, fruto de la completa conformidad y sumisión a la voluntad de Dios. 8 Un Hombre Fuera de Serie El viaje desde Varsovia hasta la estación de Auschwitz y Oświęcim centro, lo hicieron por ferrocarril, único vestigio de vida y movimiento por aquella extensión desértica, en donde estaba emplazado el Campo de la muerte, distante de la estación unos 2 kilómetros, que los prisioneros, como de costumbre, debieron recorrer a pie, vigilados, no sólo por los guardias, sino también por mastines, de manera que el trayecto entre Oświęcim centro y el Campo se hacía corriendo, para no ser mordidos por los mastines o golpeados con culatazos por los de la Gestapo, si se retrasaban. Téngase en cuenta que, según hemos dicho, el P. Maximiliano había salido muy pocos días antes de la enfermería de Pawiak, curado, pero no perfectamente, de la pulmonía. Llegados a la gran plaza del Campo hubieron de sujetarse a las normas vigentes, a saber: pasar revista en la misma plaza, y luego el encarcelamiento provisional de los recién llegados. Huelga describir esta revista, hecha con sádica crueldad. El prisionero, al oír su nombre en alta voz, debía salir rápidamente de la fila de sus compañeros y, corriendo, ir a colocarse en la fila de los que ya habían sido llamados antes. En este breve paseo los pobres desventurados eran azotados bárbaramente con látigos de cuerdas rematados en bolitas de plomo, lo que les obligaba a dar saltos y cabriolas, que provocaban en los esbirros grandes risotadas y vulgares improperios. Blanco especial de este bestial tratamiento eran los hebreos y los sacerdotes; los primeros delatados por las características somáticas de su raza, y los segundos por 9 Un Hombre Fuera de Serie la gravedad de su porte y por la instintiva reacción a ciertas repugnantes obscenidades. Nuestros prisioneros, en número de trescientos veinte, según hemos dicho, fueron recluidos en una sala de ocho metros de ancha por treinta de larga, cuyas puertas y ventanas estaban herméticamente cerradas, en donde empezaron a gustar las verdaderas atrocidades del campo, porque, al bárbaro trato durante la revista, sucediéronse los sufrimientos de la noche. Los que a la mañana siguiente no estaban desvanecidos y semiasfixiados por la falta de aire y el hedor que saturaba el ambiente, salieron abobados y faltos de fuerzas. En aquella triste mañana del 20 de mayo los trescientos veinte recién llegados, antes de que les hicieran salir de aquella tétrica sala, les obligaron a desnudarse y someterse a un baño en común de agua muy fría que les echaban con mangueras de riego a fuerte presión; luego de molestados, zarandeados y escarnecidos, por su desnudez, con palabras soeces, recibieron el traje de presidiarios, muchos de los cuales estaban manchados de sangre, con su número correspondiente. Al P. Maximiliano le tocó el número 16670. Luego se les reunió de nuevo en la plaza para pasar revista y destinarles a la brigada de trabajo. Seguidamente, se ordenó que salieran de las filas todos los hebreos y sacerdotes que, como por privilegio, eran destinados a suplicios particulares y más refinados. Todos los hebreos, sin excepción, eran candidatos a la muerte. Enviábaseles a la Compañía de castigo, que en la jerga del campo llamábase Compañía de ejecución o 10 Un Hombre Fuera de Serie brigada de la muerte, donde, después de dos o tres semanas, morían irremisiblemente. A los sacerdotes en cambio destinábanles a trabajos forzados, cuya brigada era la 17. El P. Maximiliano a trabajos forzados Al tercer día llegó a esta brigada 17 el jefe del Campo, Coronel Fritsch que, una vez reunidos los prisioneros, ordenó: « ¡Salgan los curas! ¡Vénganse conmigo!» Llenos de espanto condújoles a unos barracones en donde estaba la cocina de la brigada y el mando militar, en la sección llamada Babice, distante unos cuatro kilómetros de la brigada 17, en donde, tras larga espera y hambrientos, fueron confiados a un cierto Krott, -jefe de aquella sección, sanguinario y tristemente famoso por sus refinados métodos de crueldad- con esta consigna: «Encárgate de estos seres inútiles y parásitos de la sociedad, y enséñales cómo se debe trabajar». Sonriendo burlonamente, le dijo el sanguinario jefe de sección: «Está bien, yo me las entenderé con ellos» Los primeros días el P. Maximiliano hacía de peón, llevando carretillas de cascajo y piedras para la construcción de una pared en el cementerio. Era uno de los trabajos más pesados, porque los que lo hacían debían ir siempre corriendo, tanto si iban de lleno como de vacío; de lo contrario llovían sobre ellos continuos garrotazos propinados por los centinelas estacionados cada diez metros. Pocos días hizo este trabajo el P. Maximiliano, porque desde la primera semana de junio fue enviado, con los demás sacerdotes, a Babice bajo las órdenes del feroz Krott. 11 Un Hombre Fuera de Serie El trabajo en Babice consistía en cortar y transportar haces de leña y fusta de árboles para cercar los terrenos húmedos y palúdicos. También en este quehacer recibían los prisioneros golpes y culatazos si no iban siempre corriendo. Aquí pasó el P. Maximiliano un verdadero «Via Crucis», por espacio de dos semanas. Cargábanle a las espaldas un peso dos y hasta tres veces mayor que el de los demás, y así tenía que correr por un camino pedregoso y lleno de baches. Cuando se paraba a descansar un poco le pegaban con los fusiles y con palos, de manera que sus compañeros sacerdotes, viéndole sangrando y bamboleándose, se ofrecieron a ayudarle; pero él, sereno y sonriente siempre, les dijo: —«No os expongáis a recibir también vosotros golpes. La Inmaculada me ayuda... lo seguiré haciendo solo» . El Corpus Christi de 1941 Sobre la vida del P. Maximiliano durante la primera quincena del mes de junio tenemos más detalles, que nos ha facilitado el señor M. Koscielniak, de cuya relación sacamos el siguiente episodio: «Era la festividad del Corpus (12 de junio de 1941), cuyo día lució un par de horas de tranquilidad para los concentrados en el Campo, porque los centinelas recibieron permiso para irse a la ciudad. Después del, así llamado, rancho, mi amigo Segismundo Kolodziejski me invitó a acompañarle a las brigadas 18 y 19 en donde sabía que habían sacerdotes y paisanos compañeros de nuestra expedición para hablar un poco con ellos de cosas no referentes al Campo. Aquí me presentaron a un prisionero sereno y modesto, lleno de gravedad y de paz, 12 Un Hombre Fuera de Serie cuyo nombre no entendí bien cuando me lo presentaron. Pero Segismundo me dijo: -Este es el P. Maximiliano Kolbe, el fundador de la Ciudad de la Inmaculada, cerca de Sochaczew y en el Japón. «Le miré atentamente y hasta con algo de curiosidad, pero, sin extrañeza. Estábamos bronceados por el sol, negros por la suciedad, cubiertos de andrajos, privados, diría, de toda apariencia humana de dignidad y de libertad. «Paseábamos con circunspección para no llamar la atención de los demás prisioneros; luego nos sentamos en las vigas y ladrillos del barracón en construcción (barracón 17). El P. Kolbe empezó a hablar en voz baja de la festividad del Corpus, de Dios, Grande y Todopoderoso, y de los sufrimientos con los que nos prueba para prepararnos a una vida mejor, exhortándonos a la perseverancia y dándonos ánimo, pues la prueba pasaría. Existiendo, añadía, la divina justicia, que es infalible, no hay que descorazonarse moralmente. «Le escuchábamos devotamente, olvidando por un momento el hambre y las humillaciones. Y proseguía: —No, no, no matarán nuestras almas, porque nosotros, prisioneros, somos algo muy distinto a nuestros perseguidores, los cuales no podrán matar en nosotros la dignidad de católicos y de polacos. No, no nos desesperaremos, perseveraremos y así jamás podrán extinguir, por el terror, el intrépido espíritu polaco. Y, si morimos, moriremos impertérritos y serenos, acatando los designios divinos. «Así nos habló el P. Maximiliano Kolbe, franciscano, gran sacerdote, más tarde héroe y mártir voluntario, que 13 Un Hombre Fuera de Serie ofreció su vida por un compañero prisionero. Volvimos a nuestros barracones espiritualmente confortados». Víctima de monstruosa crueldad Los jefes del campo gozaban del terror que sus personas y, más aún, sus modos infundían a los desventurados prisioneros, y ésto les divertía. Tal vez fue por esto que la mansedumbre y la dulce resignación del P. Maximiliano, lejos de aplacar, irritaba más a Krott que, por reacción, lo había escogido como víctima singular de sus crueldades. «Cierto día -testifica el señor Gajowniczek, por quien dio su vida el P. Kolbe- estaba sacando con otros prisioneros estiércol para llevarlo a unos bancales. Mi compañero, que estaba arriba, recibía el estiércol y lo echaba fuera. De pronto vino un centinela con un perro y preguntó a mi compañero por qué tomaba tan poco estiércol cada vez. Pasado un momento empezó a pegarle y a azuzar el perro contra él. El perro empezó a morderle clavándole los colmillos. El pobre prisionero conservó una serenidad sorprendente: no se le escapó ni un lamento. Los demás compañeros míos oyeron la conversación con el alemán. El prisionero dijo claramente que era sacerdote, y entonces fue cuando aquél empezó a encolerizarse aún más contra él. Solamente después de la muerte del P. Kolbe supe que aquel pobre prisionero era justamente él». Hubo otro día muy duro también -refiere en su atestado don Szweda- para el P. Kolbe. El jefe de la sección, el sanguinario Krott, lo eligió para víctima suya; lo atormentó 14 Un Hombre Fuera de Serie con notoria fruición obrando como un ave de rapiña con su presa inerme. «Él mismo cargó sobre las espaldas del P. Kolbe muy pesados maderos, elegidos a propósito, y luego le ordenó correr. Cuando el P. Kolbe cayó en tierra, le dio puntapiés en la cara y en el vientre y le pegó con su verga gritando: -¿No tienes ganas de trabajar, holgazán? Yo te enseñaré qué es trabajar... Durante el descanso del medio día, entre mofas y blasfemias, le mandó tenderse sobre un tronco y, escogiendo a uno de sus esbirros, le mandó que propinase cincuenta latigazos a su víctima. «El P. Maximiliano no podía moverse. Le echaron en el fango y le cubrieron con haces de leña. Después de esto y de terminar la jornada de trabajo, siguió una extenuante marcha hasta el barracón. Tan extenuado estaba el P. Kolbe que le tuvieron que llevar y, al día siguiente, no pudo acudir al trabajo. »Lo llevaron al ambulatorio del Hospital del Campo y le internaron en la sección interior, con este diagnóstico: pulmonía, y el organismo completamente depauperado». ¡Santa María... ruega por nosotros! El episodio que narramos a continuación pone de manifiesto una vez más la fortaleza del P. Maximiliano y su conformidad con la voluntad de Dios, que para todas las almas es toda circunstancia de la vida, incluso la más adversa y horrenda. Nos lo refiere fielmente el doctor don José Stemler, uno de los testigos -según hemos visto- que mayor contacto tuvo en el Campo de Oświęcim con el P. Kolbe. 15 Un Hombre Fuera de Serie «No recuerdo bien si era a finales de junio o a primeros de julio del año 1941. Después del habitual paso de revista al atardecer, sucedió un hecho tan tremendo que hasta hoy, al recordarlo, siento escalofríos. «Volvía cansado y muerto de hambre a mi barracón (8) cuando de pronto se me presentó delante un guardia que dijo algo gritando y, amenazándome con un palo, me envió a donde esperaban dos filas de prisioneros. Nos llevaron hasta el barracón 28, es decir al hospital, y nos obligaron a cargar cadáveres para el crematorio. «Muchas primaveras habían pasado sobre mi persona y, aunque había combatido ya en la Primera Guerra Mundial, todavía no me había tocado cargar cadáveres. Aquella tarde, en cambio, se me había obligado a mí y a otro prisionero a colocar dos cadáveres en una especie de dornajo, que parecía lo que usan los carniceros para la matanza de los cerdos. «Me hallé ante el primer muerto. Era un joven, completamente desnudo, con el vientre desgarrado, las piernas ensangrentadas, las manos retorcidas hacia atrás, el cuello hinchado y la cara llevaba bien patentes las señales de la dolorosa agonía. Yo no podía dar un paso hacia adelante. »El guardia dio un grito, al cual hizo eco una voz serena: —Agarremos, hermano. »Por una fracción de segundo me pareció reconocer aquella voz. »Con repugnancia, agarré el cadáver por las piernas ensangrentadas, mientras mi compañero lo agarraba por las espaldas y lo pusimos al lado del primero y nos 16 Un Hombre Fuera de Serie encaminamos al crematorio, que estaba junto al Mando del Campo. »Estaba yo terriblemente impresionado. Los brazos se me caían, los chanclos se me salían de los pies. Llegué a pensar que fuera mejor si hubiese sido yo el llevado a aquel macabro dornajo. »De pronto sentí tras mis espaldas la voz serena y fervorosa de mi compañero. — ¡Santa María... ruega por nosotros!... »Como si una descarga de corriente eléctrica hubiese pasado por mis miembros, me sentí inmediatamente fortalecido. »Ahora sostenía vigorosamente aquella especie de féretro... »Llegamos al crematorio, un edificio bajo, con el techo aplanado y una chimenea alta para que el viento se llevase el humo pestilencial. »Allí había que apilar los cadáveres después de haber dictado a la guardia el número escrito con lápiz de tinta sobre el pecho del difunto. Una equivocación hubiese provocado incidentes fatales. Alguna familia hubiese recibido la noticia de la defunción de un pariente, mientras éste estaría todavía vivo. »Luego había que estar presente en la incineración del macabro catafalco que tenía una gran parrilla movible, en donde quemaban los cuerpos de los desventurados prisioneros muertos en el campo. »Estaba yo delirando, inconsciente... Retornábamos mi compañero y yo, mientras yo temblaba de arriba a abajo. Mis piernas rígidas: mi compañero empujaba el dornajo y, con él, a mí también. 17 Un Hombre Fuera de Serie »Apenas dejamos atrás la puerta del crematorio oí clara y fervorosa la misma voz: — ¡Requiem aeternam dona eis, Domine! »Una vez más aquella voz no me era desconocida. Volvió a musitar: —Et Verbum caro Factum est! » ¿Quién era? Era el franciscano de Niepokalanów, P. Maximiliano Kolbe». En el hospital del Campo He aquí lo que testifica, con palabras conmovedoras, don Conrado Szweda: «Estaba yo entonces de enfermero en el Hospital del Campo, en el pabellón de los contagiosos. Al saber que el P. Kolbe estaba en el hospital fui inmediatamente a visitarle. No deliraba. Tenía toda la cara amoratada, los ojos apagados y todo el organismo como ardiendo, por la fiebre alta, hasta el punto que la lengua, tiesa, entumecida, no la podía mover y la voz no le salía del cuello de la camisa. »Por las dificultades de poder ser llevado de un pabellón a otro, recomendé al P. Kolbe a un enfermero para que tuviese especial cuidado con él. Después de unos días, el P. Kolbe estaba algo repuesto, pero la pulmonía no daba señales de desaparecer y la fiebre continuaba. »Admiraba, con su conducta ante el sufrimiento, a los médicos y enfermeros. Soportábalo todo varonilmente y con absoluta resignación a la voluntad divina, repitiendo con frecuencia: 18 Un Hombre Fuera de Serie —Por Jesucristo estoy pronto para sufrir aún más. ¡La Inmaculada está conmigo y me ayuda! »Por causas inexplicables no le desapareció la fiebre, ni siquiera después de la crisis resolutiva de la pulmonía. Entonces le llevaron al pabellón de los contagiosos, poniéndole en la sala de los sospechosos de tifus petequial. Aquí era más fácil tener contacto con él. Le habían asignado la cama que estaba cerca de la puerta principal de la sala. »Todos los difuntos que sacaban recibían de él la bendición y la absolución bajo condición. Entre los enfermos y pacientes ejercitaba su misión, como pastor de almas. Refería con frecuencia episodios, sacados del rico tesoro de su experiencia; administraba el Sacramento de la Penitencia, recitaba las oraciones en común, levantaba los ánimos y daba conferencias sobre la Virgen Inmaculada, a la que amaba con la sencillez de un niño. Al socaire de la obscuridad acudían a él los prisioneros pidiéndole confesión o palabras de aliento y de consuelo. »Cuando, tras la jornada de trabajo, iba yo a verle me apretaba contra su pecho, como una madre con su hijo, me consolaba y, poniéndome por modelo a la Virgen, me decía: -Ella es la verdadera consoladora de los afligidos que a todos atiende y a todos ayuda. Me despedía de él lleno de consuelo y de paz. »En cierta ocasión le llevé una taza de té, que había yo ahorrado; cuánto me edificó, empero, cuando vi que no la quiso aceptar, diciendo: — ¿Por qué he de ser yo distinguido entre los demás que no pueden tomarlo? »Habíase hecho popular entre los enfermos que le llamaban “Nuestro Padrecito”». 19 Un Hombre Fuera de Serie Solamente el amor es fuerza creadora Lo testificado por el señor Szweda está confirmado por lo que, a su vez, testifica el doctor Stemler: «A finales de julio de 1941 estuve de nuevo con el P. Kolbe en el pabellón 20, como enfermos los dos. La cama que yo ocupaba estaba frente a la suya al lado del famoso socialista Humberto Barlicki. El abogado don Juan Poraryski, consejero judicial de la Sociedad de Autores, me comunicó que estaba allí el P. Kolbe. Siguiendo el ejemplo de muchos, también yo, pegado casi al suelo, fui hasta la cama del P. Kolbe. »El saludo fue conmovedor. Cambiamos unas palabras sobre las impresiones del macabro crematorio. Luego permanecimos en silencio. Me entretuve contemplando su cara macilenta; sin la barba, difícilmente se le podía reconocer. Sus ojos, más que nunca brillantes, delataban la fiebre. No quería yo fatigarle a pesar de que deseaba decirle muchas cosas... »Fue él quien me animó y acabé por confesarme. »Mis sentimientos eran de dolor y de desesperación. ¡Quería vivir!... Sus palabras, en cambio, eran profundas y sencillas. Me exhortaba a tener fe firme en la victoria del bien. —El odio no es una fuerza creadora; solamente lo es el amor -musitaba, apretando fuertemente mis manos entre las suyas ardientes-. Estos dolores no deben abatirnos sino que deben ayudarnos a ser cada vez más fuertes. Son necesarios junto con los demás sacrificios, para que los que queden tras nosotros sean dichosos... 20 Un Hombre Fuera de Serie «Me estrechaba cada vez más fuertemente las manos y sus referencias a la Misericordia de Dios me reanimaban. Solamente sus palabras, exhortándome al perdón de los opresores y a devolver bien por mal, producían en mí una reacción de rebeldía. »Durante varios días seguí yendo a su cama. Nos entendíamos sin palabras. Por la noche, luego le enviaba otros prisioneros que deseaban los consuelos y auxilios de la religión. »Pero despuntó el día en que le vi por vez postrera. Hízose una limpieza del hospital. »El jefe del pabellón - hospital se veía dominado con frecuencia por un furor delirante. Con una sonrisa cínica iba de una a otra cama, fingíase médico y tomaba la fiebre, pero jamás miraba el termómetro; miraba, en cambio, la cara del prisionero. Buscaba -él que era herrero- las caras de los intelectuales. Aquel pigmeo odiaba a los que, por su cara, juzgaba que eran personas cultas. »Aquel día despachó del hospital al P. Maximiliano y a mí. »Esperando que nos diesen la ropa y se nos designase al nuevo barracón, estuvimos afuera, entre los barracones 21 y 22. Yo estaba a un lado de la pared y el P. Kolbe al otro lado, me miraba insistentemente como si quisiera decirme algo. Aproveché una distracción del centinela y me acerqué a él. Me apretó fuertemente la mano y me dijo con voz clara: —Le encomiendo a la protección de la Inmaculada. »Apenas hubo pronunciado estas palabras un grito del centinela me hizo volver a mi puesto. 21 Un Hombre Fuera de Serie »Seguí mirando al P. Kolbe, por última vez; y así lo recuerdo todavía hoy: Su cabeza, ligeramente inclinada, pelo raso con asomo de calvicie, órbitas profundas con ojos vivos y negros como dos carbones, nariz regular, mejillas que la barba, no afeitada varias semanas, hacían más hundidas, labios juveniles ligeramente abiertos con una sonrisa de perdón. De la corta casaca turquí salían unos brazos flacos y unas piernas terriblemente enjutas. »Nombraron mi número... hube de ir. » ¡Adiós! -exclamé dirigiéndome al P. Maximiliano. »Y él siguió acompañándome con su mirada y con su sonrisa». En el barracón de los inválidos Del hospital, donde había estado un poco más de tres semanas (¿desde el 20 de junio hasta el 10 de Julio?), el P. Maximiliano fue destinado nuevamente al Campo. Se tuvo, empero, cierta consideración a su salud; estaba aún febricitante y se le destinó al barracón 12, el de los inválidos, que podía considerarse privilegiado, ya que los inválidos estaban dispensados del trabajo; pero, después del 11, que era el de la muerte, el 12 era el más odiado por los prisioneros. Si en el 11 la agonía era más bien breve, por la absoluta falta de víveres, en el de los inválidos la muerte era igualmente casi cierta, pero tras una agonía más larga. En efecto, los inválidos apenas recibían la mitad de la ración de la comida, que aún entera era insuficiente para los demás prisioneros, y no recibían cuidado alguno en las enfermedades por las que habían sido declarados inválidos. La mortalidad tenía un 22 Un Hombre Fuera de Serie porcentaje altísimo, porque los desventurados, llagados en su mayoría, morían por infección. En este barracón continuó la vida del Hospital el P. Maximiliano; pues, sin atender a su extrema debilidad, siguió a escondidas su apostolado sacerdotal en favor de los muchos moribundos. Pasadas unas semanas (¿del 10 al 20 de julio?), cuando se había repuesto algo por la exención del trabajo, le destinaron a la brigada 14, de labores agrícolas, en donde haría la generosa oblación de su vida. La fuga de un prisionero A los pocos días de su traslado sucedió en la brigada 14 un hecho que, por su gravedad, llenó de espanto a todo el Campo de Oświęcim y ha quedado grabado con sangre en su historia. Uno de los prisioneros, burlando la severa vigilancia, se había fugado. Regía entonces una ley según la cual, por la fuga de un prisionero, quince (reducidos luego a diez) de su misma brigada debían ser condenados a morir de hambre en un tétrico y oscuro subterráneo, llamado de la muerte. Cuando, al pasar lista por la tarde, se advirtió que faltaba un prisionero, un pánico y viva consternación se apoderó de todos los prisioneros, sabedores ya por experiencia de lo que les aguardaba. « ¿Qué pasará?» decíanse aterrorizados. « ¡Ya estamos de nuevo ante la muerte, a merced del arbitrio! ¡Y después tal vez toda una noche firmes, en postura militar!» Y formados militarmente permanecieron todas las brigadas del Campo por espacio de tres horas largas, interminables; hasta que, con 23 Un Hombre Fuera de Serie sorpresa de todos, hacia las nueve de la noche, se oyó la orden de romper filas y de repartir la mísera cena. Solamente se vio privada de ella, por castigo, la brigada 14, que, por añadidura, hubo de contemplar cómo su porción la echaron ostentosamente en un canal. Así, en ayunas, fueron enviados los prisioneros de la brigada 14 a dormir, como los demás, en sus yacijas. No es menester decir cómo pasarían la noche aquellos desventurados con la angustiosa expectativa de ser diezmados. Al día siguiente, después de pasar lista por la mañana, todas las brigadas fueron enviadas, como siempre, al trabajo, mientras la 14 permaneció formada en la plaza. Vigilados por una fuerte escolta y golpeados a cada momento con la culata de los fusiles, los desventurados, en ayunas y firmes siempre en atención, aguantaron todo el día los abrasadores rayos del sol de julio. Fue un día terrible. Muchos, abrasados por la sed o vencidos por el cansancio, se desvanecían desplomándose al suelo e inmediatamente eran retirados a un lado y amontonados confusamente unos encima de otros. No se les permitía llevar consigo agua ni ninguna cosa de alivio, de modo que, por el calor sofocante y por la sed abrasadora se les hinchaba la cara y la vista se les nublaba. Hacia las tres de la tarde se les concedió un descanso de media hora para la comida retrasada del mediodía apremiábales a aquellos tiranos que llegasen al menos vivos al atardecer- y luego, de nuevo, en pie, formados hasta el ocaso. Mientras tanto, empero, el montón de los desvanecidos aumentaba sin cesar. Es difícil imaginar los sufrimientos físicos y morales que soportó y resistió el P. 24 Un Hombre Fuera de Serie Maximiliano, no obstante su debilidad y enfermedad, hasta el fin. Vueltos al atardecer de su trabajo y formadas frente a ella las demás brigadas, se pasó lista y, al terminar, el coronel Fritsch, Jefe del Campo, acompañado del oficial Palitsch, y de un grupo de guardias armados, se aproximó a la brigada 14 y dio la orden de ¡Firmes! El momento fue de una solemnidad y tragedia impresionantes. Se hizo un silencio profundo, y todos temblaron llenos de pánico, como a la espera de algo grave, cuando resonó, seca y tajante, la voz del Jefe sentenciando: «Ya que el prisionero fugado ayer todavía no ha aparecido, diez de vosotros han de morir». Penetrados de mortal espanto, ya que todos se sentían virtualmente condenados, los prisioneros de la brigada 14 se preguntaron en voz baja: « ¿Quién será?... ¿Sobre quién caerá la suerte fatal?... ¿Me tocará a mí?...» Solamente uno de los prisioneros, debió seguir imperturbablemente sereno y tranquilo, puestos tal vez los ojos en el cielo como contemplando una visión que le era familiar: ¡la más bella y hermosa de las creadas.¡ El Jefe pasa, fijándose en la cara de cada prisionero de la primera fila y señala caprichosamente con el índice de su mano derecha al primero que ha de morir, cuyo número queda enseguida registrado, al mismo tiempo que a él se le saca de entre sus compañeros y se le pone a parte. Después, hace lo mismo en la segunda, en la tercera y en las demás filas sucesivamente hasta completar el número fatal. Los librados respiraron; en tanto que una palidez mortal se extiende por la cara de los desafortunados que miran, como enloquecidos, a los 25 Un Hombre Fuera de Serie compañeros que deben abandonar, mientras su pensamiento y su corazón vuelan lejos: a su casa, a su madre, a su esposa, a sus hijos. Y se oyen palabras de despedida, de valor y de dolor. « ¡Adiós, amigos! ¡nos juntaremos allá en donde existe la verdadera justicia! », dijo uno de los diez desafortunados. « ¡Viva Polonia! ¡Por ella doy mi vida!», dijo otro. « ¡Adiós, adiós, pobre esposa mía y pobrecitos hijos míos, huérfanos ya de vuestro padre!», dijo sollozando otro, el sargento Francisco Gojowniczek. Estas últimas palabras impresionaron vivamente la delicada sensibilidad del P. Maximiliano que sintió por el desventurado padre de familia una inmensa pena; y, sin un instante siquiera de vacilación, resolvió ayudarle a toda costa, mientras una llama súbita le enciende el rostro, habitualmente pálido, y le brilla en los ojos. Ofrece su propia vida Los diez desafortunados estaban allá, completamente silenciosos, aguardando que los esbirros les condujeran al lento suplicio, cuando de repente un insólito movimiento y un bisbiseo continuado vino a interrumpir aquel silencio mortal que gravaba como una pesadilla sobre el corazón de todos. Un hombre, mejor dicho, un número, sale con paso decidido de las filas y va directo al Jefe del Campo. ¿Quién es? ¿Qué quiere? ¿Cómo se atreve a infringir la férrea disciplina y a afrontar al Jefe terrible? Y un nombre, 26 Un Hombre Fuera de Serie ya no un número, corre de boca en boca y se oye en todo el Campo: ¡el P. Kolbe, el P. Kolbe! Sí, he aquí que es precisamente el P. Kolbe que, con la mayor naturalidad, erguido y con una profunda serenidad, bien retratada en su rostro, se pone delante del Jefe. Llegados a este punto, reconstruyamos fielmente, con las declaraciones de los testigos oculares, el acto más heroico que mente humana puede concebir y que el P. Maximiliano, en la heroicidad de su amor al prójimo, supo hacer. Son declaraciones breves y lacónicas, como necesariamente tenían que ser, ya que en aquel momento, tan solemne como imprevisto, todos los presentes debieron quedar tan sorprendidos y emocionados que, estupefactos, casi no darían crédito a sus propios ojos. He aquí la declaración de Francisco Gajowniczek, el salvado; es la más breve de todo el Proceso canónico porque conocía muy poco al P. Kolbe; sublima la heroicidad del hecho, en cuanto que el sacrificio de la vida no se hizo por un hermano o un amigo sino por un desconocido, amado en Cristo y en la Inmaculada. «Solamente conocí personalmente al P. Kolbe en el verano del año 1941, el día que se ofreció por mí. Lo conocí en las siguientes circunstancias. Unas semanas antes de la condena del P. Kolbe, oí que en la misma brigada había cierto sacerdote que levantaba el ánimo de los que estaban a punto de dejarse llevar por la desesperación, y calmaba sus nervios. Entonces no sabía aún que se trataba del P. Kolbe, lo supe únicamente cuando se ofreció a morir por mí, por lo siguiente: »Después de la fuga de un prisionero de nuestra brigada, nos hicieron formar en diez filas para pasar la 27 Un Hombre Fuera de Serie revista del atardecer. Yo estaba en la misma fila del P. Kolbe, separados los dos por tres o cuatro prisioneros. El Lagerfürer (Jefe del Campo) rodeado de los guardias se acercó y empezó a escoger en las filas diez prisioneros que serían condenados a muerte. El Führer me señaló también a mí con su dedo. Salí de la fila y se me escapó un grito, diciendo que querría ver por última vez a mis hijos. Un instante después, salió de la fila un, prisionero ofreciéndose a morir por mí. Es decir, se acercó al Lagerführer y empezó a decirle algo. Un guardia lo condujo al grupo de los condenados a muerte y a mí me hizo volver a la fila. »Esto sucedió después de pasada la revista. El segundo o tercer día oí que los diez condenados se hallaban en un búnker y que habían sido condenados a morir de hambre. Por mis compañeros del Campo supe que el que se había ofrecido por mí era el P. Kolbe. Decíase también que fue él, entre los diez, el que vivió más tiempo. Los prisioneros del Campo sentían una gran admiración por él». El sargento Gajowniczek no refiere, en su relación, las palabras con que el P. Kolbe indujo al Jefe a aceptar la sustitución, o porque, estando bajo una fuerte emoción, no debió oír nada; o, porque el P. Maximiliano habló en alemán y no entendió nada. Las preciosas palabras las oyó, en cambio, y nos las ha transmitido en su relación, el doctor don Niceto Francisco Włodarski que estaba a poca distancia del P. Maximiliano. «Después de escogidos los diez prisioneros, el P. Maximiliano salió de la fila y, quitándose el gorro, se puso en posición de firme delante del Jefe. Éste, sorprendido, dirigiéndose al P. Maximiliano, dijo: 28 Un Hombre Fuera de Serie “¿Qué quiere este puerco de polaco?” «El P. Maximiliano señalando a Francisco Gajowniczek, uno de los destinados a morir, respondió: —Soy sacerdote católico polaco; soy anciano, quiero ocupar su puesto porque él tiene esposa e hijos... »El Jefe, maravillado, parecía que no hallaba fuerzas para hablar. Después de un instante, con una señal de la mano y pronunciando solamente la palabra «afuera», ordenó que Gajowniczek volviese a la fila que había dejado un momento antes. De esta manera el P. Maximiliano ocupó el puesto del sargento. »La distancia entre mí, Fritsch, y el P. Maximiliano no pasaba de tres metros. Poco después, los diez condenados fueron recluidos en la brigada 11, entonces la 13 (pues, se cambió la numeración). »Parece increíble que Fritsch sacara del grupo de los diez desafortunados a Gajowniczek y aceptara el ofrecimiento del P. Kolbe y que no condenara más bien a los dos al búnker de la muerte. Con un monstruo como aquél esto hubiese sido posible. »Los escogidos eran de diversas edades, pero sobre todo eran personas débiles aunque Fritsch no solía tener criterio alguno en la elección». La alusión hecha por el doctor Włodarski al asombro por la conducta de Fritsch no es una impresión personal. El doctor Włodarski recoge la impresión general de los presentes, que nos recuerda más claramente la relación del Dr. Stemler: «... Con fuerza mucho mayor sentí su influencia después del suceso que sacudió el Campo, es decir, cuando ofreció su propia vida por otro prisionero. La noticia de lo sucedido se difundió por todo el Campo la 29 Un Hombre Fuera de Serie misma noche. Estoy profundamente convencido de que el Jefe del Campo accedió a que el prisionero escogido por él fuese substituido por el P. Kolbe, únicamente porque éste era sacerdote. Le preguntó abiertamente: “¿Quién eres?” »Y obtenida la respuesta, dijo al oficial Palistch: “Es un Pfaffe” (Un curacho). Y solamente entonces fue cuando Fritsch dijo: “Conforme”. »Tal convicción la tuve inmediatamente en el campo, cuando me refirieron cómo se desarrolló lo sucedido. El ofrecimiento del P. Kolbe causó una gran impresión en el ánimo de todos los prisioneros, ya que en el campo no se daban en absoluto manifestaciones de amor al prójimo: un prisionero rehusaba dar a otro un trozo de pan y el P. Kolbe había dado su vida por otro, completamente desconocido para él». No menos clara y gráfica, con algún detalle nuevo, es la declaración del señor Sobolewski, número 2877 en Oświęcim: «...Completada la elección de los diez desafortunados, he aquí que salió de improviso de las filas el P. Maximiliano Kolbe, franciscano de Niepokalanów, y se fue directamente al Jefe, y le expuso su deseo, a saber: que quería morir en el búnker en lugar de uno de los prisioneros que señaló con la mano. El Jefe accedió y el P. Kolbe ocupó el lugar del indicado, llamado Francisco Gajowniczek, que volvió a su fila, mientras el P. Kolbe pasó al grupo de los diez que iban a una muerte segura. »El hecho de haberse ofrecido el P. Kolbe por otro prisionero despertó la admiración y el respeto entre los prisioneros y la consternación entre las autoridades del 30 Un Hombre Fuera de Serie Campo. Este ha sido, en la historia de Oświęcim, el único caso en que un prisionero ofreció voluntariamente por otro su propia vida. »Pasada la revista, los condenados fueron conducidos bajo escolta al búnker para morir en él de hambre». Los acontecimientos de aquel histórico día, tan rápidamente sucedidos y protagonizados por el P. Kolbe, debieron de volver a la memoria y perturbar el sueño de muchos entre los acampados, durante la noche inmediata, y en los días siguientes, y mientras el lúgubre Campo estuvo abierto al estrago y suplicio de tantos inocentes, el nombre del P. Maximiliano Kolbe debió seguir repitiéndose en los labios de todos, como expresión del más puro y más heroico amor al prójimo. Los mismos jefes alemanes no pudieron, tal vez, olvidarlo, admirados y estupefactos ante la fuerza del amor del «Sacerdote católico» polaco. Pero no está todo aquí Si nos parásemos aquí manifestaríamos no haber comprendido toda la grandeza y toda la belleza del acto heroico y su profundo significado. Nos detendremos superficialmente. Indudablemente es cosa admirable y prueba de suprema caridad salvar, con el sacrificio de la propia vida, la vida de un padre de familia, devolver a su esposa y a sus hijos el júbilo de un retorno y de un abrazo, y con esto la esperanza de un futuro mejor. Pero frente al hombre al que le devolvía la vida temporal, el P. Kolbe tenía otros nueve ante los cuales se presentaba de improviso, con toda su imponente gravedad, el problema de la eternidad. Y el P. Kolbe quería que se salvasen eternamente, librándoles ante todo del peligro de la desesperación. Y bajó entonces con 31 Un Hombre Fuera de Serie ellos al búnker fatídico, espoleado por la urgente caridad de Cristo, y se hizo compañero voluntario de sus tormentos y de su agonía. Más aún: los abrasó con las ardorosas llamas de su corazón; y, con una embriaguez nueva, la embriaguez del canto y de la ininterrumpida alabanza a la Virgen Madre de Dios, que les hace Superiores a las mismas necesidades y exigencias físicas y casi insensibles al hambre, los salvó de la desesperación. Y después, uno a uno, tras la absolución y tras una muerte tranquila, los ofreció a Dios, como precioso manípulo, cayendo el último él. Leemos en la relación del sacerdote Szweda, no sin conmovernos, que el eco de los cantos e himnos a la Virgen se difundían desde la puerta de hierro del Búnker por todo el Campo. Por consiguiente, la salvación de aquel padre de familia no era para el P. Kolbe sino un medio para un fin más alto; la salvación de las almas de los nueve desafortunados que iban a morir irremisiblemente muy pronto. Y solamente a la luz de estas consideraciones es como juzgamos que podemos estar en condiciones de apreciar dignamente toda la sublime belleza del acto del P. Maximiliano y, al mismo tiempo, toda la grandeza de su alma de apóstol. Y, tras esta larga digresión, que es también un anticipo, volvamos a la historia de los hechos. En el subterráneo de la muerte Estaba situado en la parte derecha del Campo, en el sitio destinado para la Brigada 13, llamado por esto 32 Un Hombre Fuera de Serie búnker de la muerte: de él no se salía sino cadáver, para pasar directamente al horno crematorio. Estaba circundado por un grueso muro, de 6 metros de altura, al cual estaba prohibido severamente aproximarse siquiera. El allí recluido podía decirse con toda verdad que era sepultado vivo. Sin ninguna comunicación con el exterior, como del exterior no era posible comunicación alguna con aquellos sepultados vivos. Únicamente los guardias penetrarán en él para la cotidiana visita de control, jamás para confortar, sino solamente para humillar y deprimir con vulgares blasfemias, si no es que también, según veremos, para violentar y matar, siempre con el ceño del tirano o del verdugo. Si alguien hubiese intentado pedirles a estos o a algunos del mando noticias de los condenados, hubiese corrido el peligro de verse condenado, sin instructoría preliminar, a seguir su suerte. El señor Szweda, del que tenemos preciosos testimonios, valiéndose de una cierta libertad, por su empleo, fue al día siguiente a la Brigada 13 y se atrevió a preguntar al jefe por el P. Kolbe; pero, recibió por toda respuesta: «¿Quieres ir tú también allí? ¿No sabes que está absolutamente prohibido interesarse por la suerte de esos hombres?» Únicamente algún polaco destinado o condenado a los más humildes y necesarios servicios del subterráneo podría dar alguna noticia sobre la vida que allá abajo pasaban los desventurados y sobre sus condiciones personales; pero el subterráneo estaba de tal manera vigorosamente vigilado que era imposible acercarse a él. La Providencia dispuso que el polaco aludido fuese el señor Bruno Borgowiec, intérprete, según hemos visto, en el búnker de la muerte. No puede leerse su relación sin 33 Un Hombre Fuera de Serie quedar no se sabe si más profundamente horrorizado o más altamente edificado. La transcribimos en su desnuda e impresionante integridad: «Después de haber leído el artículo “Recuerdo de los últimos momentos de la vida del P. Maximiliano Kolbe” (del señor Szweda) en el Rycerz Niepokalanej quisiera describir sus últimos días en el subterráneo del Campo de Oświęcim. »Era yo entonces secretario e intérprete en el referido subterráneo, y pensando en la sublime conducta ante la muerte de este hombre heroico, que admiraba incluso a los guardias de la Gestapo, recuerdo aún con toda exactitud los últimos días de su vida. La brigada 13 ocupaba un barracón en la parte derecha del Campo que estaba rodeada de un muro de 6 metros de alto. En los subterráneos estaban las celdas, en el entresuelo la Compañía de guardia. Algunas celdas tenían ventanucos y catres de campaña, otras carecían de todo y eran completamente oscuras. A una de estas celdas condujeron en el mes de julio de 1941, después del toque de retirada, a los diez prisioneros de la brigada 14. Después de haberles ordenado que se desnudaran completamente, ante la brigada, les recluyeron en el subterráneo, donde ya estaban otras veinte víctimas del último proceso. Los diez desventurados fueron puestos en una celda separada. Al cerrar la pesada puerta, los centinelas crueles dijéronles sarcásticamente: “Ihr werdet eingehen wie die Tülpen” (ahí os secareis como tulipanes). Desde aquel día no recibieron ya alimento alguno. 34 Un Hombre Fuera de Serie »Cada día, al hacer los centinelas la visita de control ordenaban sacar afuera los cadáveres de los fallecidos durante la noche. En estas visitas estuve yo presente siempre, pues tenía que escribir el número del fallecido o también traducir, al alemán del polaco, la conversación y demandas de los prisioneros. »De la celda en que estaban los desventurados oíanse diariamente las oraciones que recitaban en voz alta: el rosario y cánticos piadosos, a los que se unían también los recluidos en las otras celdas. En los momentos de ausencia de los centinelas bajaba yo al subterráneo para conversar y consolar a mis paisanos. Los fervorosos rezos y los cánticos a la Santísima Virgen se oían en todo el subterráneo. Me parecía estar en una iglesia. Empezaba el P. Maximiliano Kolbe y seguían todos los demás. A veces estaban tan sumidos en sus oraciones que no advertían la llegada de los centinelas para la acostumbrada visita, hasta que a los gritos de dichos centinelas se apagaban las voces. »Cuando se abrían las celdas para la inspección, pedían, llorando copiosamente los pobres desventurados, un trozo de pan y agua, lo cual se les negaba. Si alguno de los más fuertes se acercaba a la puerta recibía inmediatamente culatazos al vientre, de manera que caía muerto o era fusilado en seguida. «El tormento que pasaron lo trasluce el hecho de que los baldes... estaban siempre vacíos y secos, de lo que hay que deducir que los desventurados se bebían sus propios orines. »El P. Maximiliano, de santa memoria, se comportaba heroicamente, nada pedía y de nada se lamentaba; daba 35 Un Hombre Fuera de Serie ánimo a los demás, diciéndoles que el fugado sería apresado y ellos liberados. »Al irse debilitando, rezaban en voz baja. En las visitas posteriores, cuando casi todos estaban extenuados y echados en el suelo, veíase al P. Maximiliano Kolbe de pie o de rodillas en medio de la trágica escena, mirando serenamente a los centinelas que estaban enterados de su heroico ofrecimiento y también de que los demás que estaban con él morían inocentes; por esto, admirando al padre Kolbe, decíanse entre sí: “Der Pfarrer dort ist doch ein ganz anstándiger Mensch. So einen baben wir hier noch nicht gehabt” (Este sacerdote es todo un caballero, un hombre de bien. Hasta el presente no se ha visto aquí otro igual.) La muerte «Transcurrieron así dos semanas. En el interín iban muriendo uno tras otro. Al cabo de la tercera semana, quedaban el P. Maximiliano y otros tres. Esto pareció a las Autoridades que se dilataba demasiado; la celda era necesaria para otras víctimas. »Por esto, un día (14 de agosto de 1941) llevaron al que estaba al frente de la enfermería, el criminal alemán Boch, que puso a cada uno de los semivivos una inyección endovenosa de ácido muriático, en el brazo izquierdo. El P. Kolbe presentó por sí mismo el brazo al verdugo mientras bendecía con la mano derecha y en sus labios temblaba una oración. No pudiendo resistir lo que mis ojos veían, y con la excusa de tener que hacer en mi oficina me fui. 36 Un Hombre Fuera de Serie »Al marcharse los centinelas con el verdugo, volví a la celda y vi al P. Maximiliano Kolbe sentado en tierra, apoyado en la pared, con los ojos abiertos y la cabeza reclinada sobre su lado izquierdo (era su postura habitual). Su rostro tranquilo y bello estaba radiante. »Ayudado por el barbero de la brigada, señor Chlebik de Karwina, llevé el cuerpo del héroe al baño y colocado en una caja, lo llevaron a la cámara mortuoria de la prisión. »Así murió sereno y tranquilo, rogando hasta el último instante, el Sacerdote, el héroe del Campo de Oświęcim, que ofreció espontáneamente su vida por un padre de familia. »En el Campo, durante muchos meses, se recordó el heroico acto del Sacerdote. En cada ejecución recordábase el nombre del P. Maximiliano Kolbe. «La impresión recibida por este y otros actos semejantes la tendré grabada siempre en mi memoria». En la luz de la Inmaculada El P. Maximiliano moría el 14 de agosto de 1941, vigilia de la festividad de la Asunción de su celestial «Madrecita» a los cielos. Ella, que había sido todo el poema de su vida, la luz de su inteligencia y de su genio, el latir de su corazón, la llama de su celo y el éxtasis de su oración, su inspiradora y guía, su fuerza y su sonrisa, la Reina de sus «Ciudades», la Dama de sus «Caballeros»; en una palabra, la vida de su vida, quiso llevárselo consigo nimbado de luces de gloria, entre los Ángeles que entonarían himnos de triunfo por su victoria suprema. 37 Un Hombre Fuera de Serie Hasta su pobre cuerpo, martirizado y consumido, pero, sobre todo mortificado por la desnudez a que sus degenerados verdugos le obligaron a él y a sus compañeros de pena, como extrema ofensa a la dignidad del hombre, y a él particularmente como sacrílego ultraje a su carácter sacerdotal y a la santidad de sus votos religiosos; hasta su pobre cuerpo decíamos, apareció aquel día como transfigurado y revestido de luz. No se piense que al escribir esto hacemos concesiones a la fantasía, dándole visos de realidad. ¡No!, lo deducimos del testimonio sereno y objetivo del ya citado señor Bruno Borgowiec quien, por dos veces y casi con idénticas expresiones, nos asegura la radiante luminosidad del rostro del P. Maximiliano después de su muerte. Ante todo, en el relato oral que hizo al sacerdote señor Szweda, así se expresó: «Cuando abrí la puerta de hierro, ya no vivía, pero parecía que estaba vivo. La cara la tenía radiante de manera insólita. Los ojos bien abiertos y concentrados en un punto. Todo él como en éxtasis. Este espectáculo jamás lo olvidaré». Ulteriormente, en la relación, que hemos transcrito más arriba, refiere: «Al marcharse los centinelas con el verdugo, volví a la celda y vi al P. Maximiliano Kolbe, sentado en tierra, apoyado a la pared, con la cabeza reclinada sobre su lado izquierdo. Su rostro, tranquilo y bello, estaba radiante». Nota dominante, pues, el resplandor de su rostro «radiante». Aquellos rayos, como otrora las guedejas de oro de Inés, debieron difundirse recubriendo, como un velo cándido, la desnudez de aquellos castos miembros, 38 Un Hombre Fuera de Serie consagrados a Dios, en reparación del ultraje sacrílego sufrido. «Su rostro tranquilo y bello...» Ninguna huella, por consiguiente, debía presentar de las violentas contracciones que son señal y consecuencia de lo áspero de la lucha final y que, a veces, alteran de manera impresionante la fisonomía del fallecido. «Los ojos muy abiertos, concentrados en un punto; toda su persona como en éxtasis». Creemos piadosamente que la celestial «Madrecita» quiso premiar al hijo devotísimo y al apóstol ardoroso en la hora de su muerte, mostrándosele dulcemente acogedora en el instante de invitarle a su maternal y embelesador abrazo; y que, llevándose consigo su alma, quiso dejar en su cuerpo inanimado un reverbero de Su resplandeciente candor, y, en la «concentración de sus ojos en un punto», una señal sensible de Su aparición y un símbolo de la eterna e inmutable visión de Dios en la gloria. Además un detalle, al que hemos aludido anteriormente. «Diariamente (dice el señor Borgowiec en su relato oral a don Szweda) llegaban hasta nosotros, desde la puerta de hierro, las voces de los cánticos a la Virgen.» La presencia, pues, del heroico Padre había convertido la horrenda mazmorra en un templo; había cambiado la depresión desesperada del ánimo de sus compañeros por un anhelo irresistible del cielo, desde donde sonríe María Inmaculada, la «Madre de Misericordia» y la «Puerta del cielo»; había convertido los gemidos de su agonía en una melódica armonía de cantos, en una polifonía 39 Un Hombre Fuera de Serie conmovedora de acentos de esperanza, de resignación y de amor. Si el señor Borgowiec hubiese aplicado su oído a la cabeza reclinada del P. Maximiliano hubiese escuchado vibrar todavía en sus labios la última nota de un cántico que se confundiría y armonizaría ya con el de los Ángeles. ¿Y sus cuerpos? El hecho de que tuvo el honor de un féretro, privilegio muy singular, puesto que los cadáveres se los llevaban directamente al crematorio; y el hecho de que también tuvo exequias, aunque modestas, según se puede deducir de los testimonios anteriormente referidos, podía hacernos confiar que hasta se le concedería el honor de una sepultura. Pero, desgraciadamente, el rigor de las leyes del Campo se la negó. El P. Maximiliano, según el testimonio del P. Isidoro Kosbiat, muchas veces en vida exteriorizó su deseo de morir consagrado a la Virgen. Parece que la Virgen quiso atender el deseo de su siervo «caballero». Se le cortó el hilo de la vida, con la inyección endovenosa de ácido muriático, en la víspera de la fiesta de la Asunción, para que el holocausto se consumase en la solemne festividad de la Asunción. «El día de la Asunción (15 de agosto, viernes) tuvieron lugar sus «funerales», a saber: sus despojos mortales, después que fueron sacados de la cámara mortuoria y puestos en una caja de madera, los llevaron al crematorio y los incineraron». ¡Estaba consumado el holocausto! 40