Un Hombre Fuera de Serie Antonio Ricciardi, o.f.m. Conv. UN

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Antonio Ricciardi, o.f.m. Conv.
UN HOMBRE FUERA DE SERIE
(7-I-1894 - 14-VIII-1941)
Biografía de San Maximiliano María Kolbe, O.F.M. Conv.,
muerto heroica y santamente en un Campo de Concentración
nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Versión española por Camilo Jordá Moncho, o.f.m.
Convento de PP. Franciscanos Concentaina (Alicante)
Un Hombre Fuera de Serie
XI. — OŚWIĘCIM
¡Oświęcim! Este campo de concentración, con
capacidad para más de doscientos mil prisioneros,
llamábase comúnmente por los polacos, «Campo de la
muerte», por los millones de víctimas que en él murieron
bajo el dominio cruel del enemigo. El otro «campo de la
muerte», Majdanek, escenario también de atrocidades,
donde hallaron la muerte unos dos millones de prisioneros
inermes, y recientemente convertido en Museo Nacional
de los sufrimientos del heroico pueblo polaco, no admite
comparación con Oświęcim!...
También Oświęcim ha recibido su consagración
internacional como monumento - recuerdo de los
sufrimientos, no sólo del pueblo polaco, sino de todos los
pueblos, porque en su recinto perecieron hijos
desventurados de casi todas las naciones. En su centro
se ha levantado un ara con la siguiente inscripción:
Monumento del dolor. Para nosotros, admiradores y
devotos del P. Kolbe, será para siempre ya un célebre
santuario, como escenario que fue de su heroísmo y de
su martirio.
Los alemanes le llamaban con el antiguo nombre de
Auschwitz, porque estaba en la parte meridional de
Polonia, en la confluencia del Sola con el Vístula, poco
distante de la hoy desaparecida ciudad de Auschwitz.
Limpio de las ruinas y escombros de lo que fueron
cuarteles y otros establecimientos, ahora destruidos por
los bombardeos, el campo de Oświęcim quedaba en la
zona palúdica e insalubre y también desierta, porque los
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Un Hombre Fuera de Serie
alemanes hicieron evacuar toda la provincia para que
nadie oyera por allí los lamentos de las víctimas.
En el tiempo del P. Maximiliano, Oświęcim era el único
campo al que la cárcel Pawiak enviaba periódicamente su
excedente. Más tarde, a finales del año 1941, se le
anexionó otro, reservado para mujeres, polacas en su
mayoría, enviadas allí de Pawiak también. Es inútil
extendernos en la descripción de la vida de los
deportados en Oświęcim ahora que se han escrito ya
varias monografías por supervivientes que describen las
atrocidades sin nombre y el suplicio horrible en los
«lager» alemanes.
Singularidad horrenda de Oświęcim era el «búnker» o
«subterráneo de la muerte», en donde se condenaba a
morir de hambre y sed a los que allí se les encerraba.
Los testigos
El P. Kolbe estuvo en el Campo de Oświęcim desde el
28 de mayo de 1941, hasta el 14 de agosto del mismo
año. En este lapso de tiempo debemos distinguir dos
períodos: el primero, desde que le ingresaron allí hasta el
26 o 28 de julio; y el segundo, desde esta fecha hasta su
muerte.
La Providencia ha querido que algunos dichosos
supervivientes de Oświęcim testificaran sobre ambos
períodos.
Testigos oculares de episodios acaecidos durante el
primer período son:
1. El Profesor M. Koscielniak, pintor, internado en
Oświęcim con el número 15261 el 2 de mayo de 1941,
poco antes que el P. Kolbe, con quien habló varias veces.
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Un Hombre Fuera de Serie
2. El doctor J. Stemler, funcionario docente. Conoció
al P. Kolbe, por vez primera, el año 1937; estuvo en
Oświęcim desde el 4 de abril de 1941 hasta el 19 de
marzo de 1942. En el mes de julio de 1941 estuvo en la
enfermería del campo junto con el P. Kolbe.
3. El sastre A. Dziuba, internado en Oświęcim desde
el mes de septiembre de 1940. Trató con frecuencia con
el P. Kolbe entre los meses de junio y julio de 1941 y,
hasta una vez, se confesó con él.
4. El sacerdote C. Sweda, internado en Oświęcim
desde el mes de diciembre de 1940 hasta el 3 de junio de
1942, que fue trasladado al campo de Dachau, del que
salió liberado el 29 de abril de 1945. Trató muchas veces
con el P. Kolbe hasta el mes de julio de 1941, y por esto
es testigo ocular de lo sucedido durante el primer período.
Desde el día en que el P. Maximiliano ofreció su vida deja
de ser testigo ocular pero, por su oficio de enfermero en el
hospital del campo, tuvo manera de obtener y
transmitirnos autorizadas noticias también sobre
emocionantes detalles de su muerte.
Es el 8° testigo en el Proceso canónico de Varsovia.
Además de su deposición en el Proceso y de una relación
escrita sobre la santa vida del P. Maximiliano en el Campo
de Oświęcim, que se ha unido a las Actas del Proceso,
publicó el año 1945 en el «Rycerz Niepokalanej», por
entregas, sus memorias de Oświęcim referentes al P.
Kolbe.
El segundo período, desde la última semana de julio
hasta el 14 de agosto de 1941, abarca dos momentos: el
acto del ofrecimiento de su vida y los 18 ó 20 días en el
búnker de la muerte.
Son testigos del generoso ofrecimiento:
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Un Hombre Fuera de Serie
5. El sacerdote S. Ruszczk, internado en Oświęcim
con el número 9842, desde el 2 de febrero de 1941 hasta
los primeros días de junio de 1942, que con otros
sacerdotes fue trasladado al campo de Dachau.
Posteriormente regentó la parroquia de la Natividad de la
Virgen en Pludy (Varsovia). Dice: «No estuve nunca en la
misma brigada del P. Maximiliano, sin embargo tuve la
suerte de confesarme con él. Me encontré con él en la
plaza y, tras un cambio de palabras cordiales, le supliqué
me oyese en confesión. Terminada ésta, me dijo: -”Ahora
tenga usted la bondad de confesarme mí”. Mi confesión
con el P. Kolbe fue para mí un gran acontecimiento: tuve
la suerte de confiar mis pecados y mis dificultades a un
santo y recibir de sus labios la absolución y el consuelo».
No ha depuesto en el Proceso de Varsovia porque se supo
de él después de estar clausurado el Proceso. El 5 de
marzo de 1957 hizo una relación juramentada sobre las
noticias del P. Kolbe en Oświęcim.
6. El doctor J. Sobolewski, jurisperito, prisionero en
Oświęcim con el número 2877, trató dos o tres veces con
el P. Kolbe en los meses de junio y julio de 1941; pero,
sobre todo, su atestado tiene un valor singular porque
presenció el episodio final del ofrecimiento de la vida del
P. Kolbe.
7. El P. Fr. Ladislao Swies, de la Pía Sociedad para el
apostolado católico (Pallotini), fue trasladado de la cárcel
Pawiak a Oświęcim junto con el P. Kolbe, pero quedaron
separados al ingresar. Ocasionalmente presenció la
diezma del mes de julio.
8. Ladislao Glowa, prisionero en Oświęcim con el
número 20017, desde junio de 1941 hasta agosto de
1944. Nos ha dejado una relación escrita de lo que oyó de
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Un Hombre Fuera de Serie
labios de testigos oculares fallecidos luego en el campo,
inmediatamente después del heroico ofrecimiento del P.
Kolbe.
9. El sargento Francisco Gajowniciek, que intervino en
la guerra del año 1939. El 28 de septiembre del mismo
año, en la capitulación del fuerte de Modłin, cayó
prisionero de los alemanes y logró fugarse del campo de
prisioneros; pero, en la frontera eslovaca fue arrestado y
encarcelado en Zakopane en el mes de diciembre. El 8 de
noviembre de 1940 fue trasladado a Oświęcim con el
número 5659 y, después de haber sido destinado a morir,
fue salvado por el generoso y heroico ofrecimiento del P.
Kolbe, que le sustituyó en el mes de julio de 1941.
Depuso como 4° testigo en el Proceso canónico de
Varsovia después que ya había presentado una detallada
relación de los hechos de julio de 1941, que también ha
quedado unida a las actas del Proceso.
10. El médico Niceto Francisco Włodarski, prisionero
en Oświęcim, con el número 1982, desde el mes de
agosto de 1940. En el mes de julio hallábase en la misma
brigada del P. Kolbe. Es un testigo de particular
importancia después del señor Gajowniczek; porque,
según afirma, la tarde de la trágica diezma, entre él y el P.
Kolbe solamente estaban otros dos prisioneros.
Encontrado después de la clausura del Proceso de
Varsovia, hizo una detallada relación juramentada sobre
las circunstancias que conoce, especialmente, de las
palabras cruzadas entre el P. Kolbe y el Jefe del Campo.
11. Finalmente, único y providencial testigo ocular de la
permanencia y de la muerte heroica del P. Kolbe en el
«búnker» es el señor Bruno Borgowiec, «uno de los más
antiguos prisioneros de Oświęcim, con el número 1192.
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Un Hombre Fuera de Serie
Junto con otros polacos trabajó para acondicionar el
campo. Por ser de Silesia conocía perfectamente el
alemán y por esto le nombraron intérprete en el búnker
subterráneo del barracón penal. Este oficio en el búnker
era muy peligroso, pues las autoridades hitlerianas
acostumbraban liquidar a los testigos del trato que daban
a los prisioneros. Pero nuestro Borgowiec debió
desempeñar su oficio con mucho tacto, ya que lo ejerció
ininterrumpidamente hasta su liberación del campo. Murió
en el mes de marzo de 1947 por las enfermedades
contraídas en el campo, sin haber visto, por ello, la
iniciación del Proceso de Varsovia para la beatificación
del P. Kolbe. Sin embargo, previendo próxima su muerte,
fue espontáneamente al despacho parroquial de la iglesia
de Santa Edwige, en Chorzów, y ante el Párroco, Rvdo.
Sr. D. Juan Gajda, y tres testigos, depuso con juramento
lo que sabía respecto a la estancia del P. Maximiliano en
el búnker y a su santa muerte.
Anteriormente había enviado por carta la relación de
los mismos hechos y circunstancias a los religiosos de
Niepokalanów.
Ambos autógrafos se han unido seguidamente a las
Actas del Proceso canónico de Varsovia.
El señor Borgowiec es digno del mayor reconocimiento
de los admiradores y devotos del P. Kolbe. Sin él nada
sabríamos del comportamiento del P. Maximiliano ante las
atrocidades que precedieron a su muerte. La historia del
P. Maximiliano hubiera tenido una gran laguna. Si es
verdad, como ciertamente lo es, que el día de su muerte
es para los santos el más hermoso día de su vida terrena,
el alba de su eterna felicidad; al señor Borgowiec le
debemos el conocimiento de la santa muerte del P. Kolbe,
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Un Hombre Fuera de Serie
broche de oro y sello final que autentica una vida,
santamente vivida, con heroísmos mil.
Llegada a Oświęcim
El P. Maximiliano llegó a Oświęcim por la tarde del 28
de mayo de 1941, miércoles, procedente de la cárcel
Pawiak junto con 320 prisioneros más. Estaban con él
otros eclesiásticos, entre ellos el ya nombrado P. Pallotino
Fr. Ladislao Swies.
Habían sido conducidos de mañana a la estación de
Varsovia y allí los montaron en vagones de carga. «Tan
pronto nos apelotonaron en los vagones dos guardias de
escolta y cerraron por fuera las puertas -escribe Fr.
Swies- nos envolvió un silencio sepulcral. Pero, apenas se
puso en marcha el tren, no faltó quien entonó cantos
religiosos y patrióticos, que muchos coreamos en seguida.
«Me interesé por saber quién era el que entonó los
cantos y supe que había sido el P. Maximiliano Kolbe. Y
porque me gusta el canto fui el primero en unirme a sus
cantos, también el P. Maximiliano se interesó por mí. El
agolpamiento y la falta de aire en el vagón produjeron una
atmósfera sofocante, espantosa. La certeza de que nos
llevaban a un campo de concentración influía en nosotros
de modo deprimente. No obstante esto, bajo el influjo de
los cantos y de las peroratas del P. Maximiliano, nos
reanimamos hasta casi olvidarnos de nuestra
desventurada suerte.»
Si quisiéramos comentar este episodio tendríamos que
remitirnos al capítulo de la «perfecta alegría» de «Las
Florecillas»; la perfecta alegría de los Santos, fruto de la
completa conformidad y sumisión a la voluntad de Dios.
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Un Hombre Fuera de Serie
El viaje desde Varsovia hasta la estación de Auschwitz
y Oświęcim centro, lo hicieron por ferrocarril, único
vestigio de vida y movimiento por aquella extensión
desértica, en donde estaba emplazado el Campo de la
muerte, distante de la estación unos 2 kilómetros, que los
prisioneros, como de costumbre, debieron recorrer a pie,
vigilados, no sólo por los guardias, sino también por
mastines, de manera que el trayecto entre Oświęcim centro y el Campo se hacía corriendo, para no ser
mordidos por los mastines o golpeados con culatazos por
los de la Gestapo, si se retrasaban.
Téngase en cuenta que, según hemos dicho, el P.
Maximiliano había salido muy pocos días antes de la
enfermería de Pawiak, curado, pero no perfectamente, de
la pulmonía.
Llegados a la gran plaza del Campo hubieron de
sujetarse a las normas vigentes, a saber: pasar revista en
la misma plaza, y luego el encarcelamiento provisional de
los recién llegados.
Huelga describir esta revista, hecha con sádica
crueldad. El prisionero, al oír su nombre en alta voz, debía
salir rápidamente de la fila de sus compañeros y,
corriendo, ir a colocarse en la fila de los que ya habían
sido llamados antes. En este breve paseo los pobres
desventurados eran azotados bárbaramente con látigos
de cuerdas rematados en bolitas de plomo, lo que les
obligaba a dar saltos y cabriolas, que provocaban en los
esbirros grandes risotadas y vulgares improperios.
Blanco especial de este bestial tratamiento eran los
hebreos y los sacerdotes; los primeros delatados por las
características somáticas de su raza, y los segundos por
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Un Hombre Fuera de Serie
la gravedad de su porte y por la instintiva reacción a
ciertas repugnantes obscenidades.
Nuestros prisioneros, en número de trescientos veinte,
según hemos dicho, fueron recluidos en una sala de ocho
metros de ancha por treinta de larga, cuyas puertas y
ventanas estaban herméticamente cerradas, en donde
empezaron a gustar las verdaderas atrocidades del
campo, porque, al bárbaro trato durante la revista,
sucediéronse los sufrimientos de la noche. Los que a la
mañana siguiente no estaban desvanecidos y
semiasfixiados por la falta de aire y el hedor que saturaba
el ambiente, salieron abobados y faltos de fuerzas.
En aquella triste mañana del 20 de mayo los
trescientos veinte recién llegados, antes de que les
hicieran salir de aquella tétrica sala, les obligaron a
desnudarse y someterse a un baño en común de agua
muy fría que les echaban con mangueras de riego a fuerte
presión; luego de molestados, zarandeados y
escarnecidos, por su desnudez, con palabras soeces,
recibieron el traje de presidiarios, muchos de los cuales
estaban manchados de sangre, con su número
correspondiente.
Al P. Maximiliano le tocó el número 16670.
Luego se les reunió de nuevo en la plaza para pasar
revista y destinarles a la brigada de trabajo.
Seguidamente, se ordenó que salieran de las filas
todos los hebreos y sacerdotes que, como por privilegio,
eran destinados a suplicios particulares y más refinados.
Todos los hebreos, sin excepción, eran candidatos a la
muerte. Enviábaseles a la Compañía de castigo, que en la
jerga del campo llamábase Compañía de ejecución o
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Un Hombre Fuera de Serie
brigada de la muerte, donde, después de dos o tres
semanas, morían irremisiblemente.
A los sacerdotes en cambio destinábanles a trabajos
forzados, cuya brigada era la 17.
El P. Maximiliano a trabajos forzados
Al tercer día llegó a esta brigada 17 el jefe del Campo,
Coronel Fritsch que, una vez reunidos los prisioneros,
ordenó: « ¡Salgan los curas! ¡Vénganse conmigo!» Llenos
de espanto condújoles a unos barracones en donde
estaba la cocina de la brigada y el mando militar, en la
sección llamada Babice, distante unos cuatro kilómetros
de la brigada 17, en donde, tras larga espera y
hambrientos, fueron confiados a un cierto Krott, -jefe de
aquella sección, sanguinario y tristemente famoso por sus
refinados métodos de crueldad- con esta consigna:
«Encárgate de estos seres inútiles y parásitos de la
sociedad, y enséñales cómo se debe trabajar». Sonriendo
burlonamente, le dijo el sanguinario jefe de sección: «Está
bien, yo me las entenderé con ellos»
Los primeros días el P. Maximiliano hacía de peón,
llevando carretillas de cascajo y piedras para la
construcción de una pared en el cementerio. Era uno de
los trabajos más pesados, porque los que lo hacían
debían ir siempre corriendo, tanto si iban de lleno como
de vacío; de lo contrario llovían sobre ellos continuos
garrotazos propinados por los centinelas estacionados
cada diez metros. Pocos días hizo este trabajo el P.
Maximiliano, porque desde la primera semana de junio fue
enviado, con los demás sacerdotes, a Babice bajo las
órdenes del feroz Krott.
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Un Hombre Fuera de Serie
El trabajo en Babice consistía en cortar y transportar
haces de leña y fusta de árboles para cercar los terrenos
húmedos y palúdicos. También en este quehacer recibían
los prisioneros golpes y culatazos si no iban siempre
corriendo. Aquí pasó el P. Maximiliano un verdadero «Via
Crucis», por espacio de dos semanas.
Cargábanle a las espaldas un peso dos y hasta tres
veces mayor que el de los demás, y así tenía que correr
por un camino pedregoso y lleno de baches. Cuando se
paraba a descansar un poco le pegaban con los fusiles y
con palos, de manera que sus compañeros sacerdotes,
viéndole sangrando y bamboleándose, se ofrecieron a
ayudarle; pero él, sereno y sonriente siempre, les dijo:
—«No os expongáis a recibir también vosotros golpes.
La Inmaculada me ayuda... lo seguiré haciendo solo»
.
El Corpus Christi de 1941
Sobre la vida del P. Maximiliano durante la primera
quincena del mes de junio tenemos más detalles, que nos
ha facilitado el señor M. Koscielniak, de cuya relación
sacamos el siguiente episodio:
«Era la festividad del Corpus (12 de junio de 1941),
cuyo día lució un par de horas de tranquilidad para los
concentrados en el Campo, porque los centinelas
recibieron permiso para irse a la ciudad. Después del, así
llamado, rancho, mi amigo Segismundo Kolodziejski me
invitó a acompañarle a las brigadas 18 y 19 en donde
sabía que habían sacerdotes y paisanos compañeros de
nuestra expedición para hablar un poco con ellos de
cosas no referentes al Campo. Aquí me presentaron a un
prisionero sereno y modesto, lleno de gravedad y de paz,
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Un Hombre Fuera de Serie
cuyo nombre no entendí bien cuando me lo presentaron.
Pero Segismundo me dijo: -Este es el P. Maximiliano
Kolbe, el fundador de la Ciudad de la Inmaculada, cerca
de Sochaczew y en el Japón.
«Le miré atentamente y hasta con algo de curiosidad,
pero, sin extrañeza. Estábamos bronceados por el sol,
negros por la suciedad, cubiertos de andrajos, privados,
diría, de toda apariencia humana de dignidad y de
libertad.
«Paseábamos con circunspección para no llamar la
atención de los demás prisioneros; luego nos sentamos
en las vigas y ladrillos del barracón en construcción
(barracón 17).
El P. Kolbe empezó a hablar en voz baja de la festividad
del Corpus, de Dios, Grande y Todopoderoso, y de los
sufrimientos con los que nos prueba para prepararnos a
una vida mejor, exhortándonos a la perseverancia y
dándonos ánimo, pues la prueba pasaría. Existiendo,
añadía, la divina justicia, que es infalible, no hay que
descorazonarse moralmente.
«Le escuchábamos devotamente, olvidando por un
momento el hambre y las humillaciones. Y proseguía:
—No, no, no matarán nuestras almas, porque nosotros,
prisioneros, somos algo muy distinto a nuestros
perseguidores, los cuales no podrán matar en nosotros la
dignidad de católicos y de polacos. No, no nos
desesperaremos, perseveraremos y así jamás podrán
extinguir, por el terror, el intrépido espíritu polaco. Y, si
morimos, moriremos impertérritos y serenos, acatando los
designios divinos.
«Así nos habló el P. Maximiliano Kolbe, franciscano,
gran sacerdote, más tarde héroe y mártir voluntario, que
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Un Hombre Fuera de Serie
ofreció su vida por un compañero prisionero. Volvimos a
nuestros barracones espiritualmente confortados».
Víctima de monstruosa crueldad
Los jefes del campo gozaban del terror que sus
personas y, más aún, sus modos infundían a los
desventurados prisioneros, y ésto les divertía. Tal vez fue
por esto que la mansedumbre y la dulce resignación del
P. Maximiliano, lejos de aplacar, irritaba más a Krott que,
por reacción, lo había escogido como víctima singular de
sus crueldades.
«Cierto día -testifica el señor Gajowniczek, por quien
dio su vida el P. Kolbe- estaba sacando con otros
prisioneros estiércol para llevarlo a unos bancales. Mi
compañero, que estaba arriba, recibía el estiércol y lo
echaba fuera. De pronto vino un centinela con un perro y
preguntó a mi compañero por qué tomaba tan poco
estiércol cada vez. Pasado un momento empezó a
pegarle y a azuzar el perro contra él. El perro empezó a
morderle clavándole los colmillos. El pobre prisionero
conservó una serenidad sorprendente: no se le escapó ni
un lamento. Los demás compañeros míos oyeron la
conversación con el alemán. El prisionero dijo claramente
que era sacerdote, y entonces fue cuando aquél empezó
a encolerizarse aún más contra él. Solamente después de
la muerte del P. Kolbe supe que aquel pobre prisionero
era justamente él».
Hubo otro día muy duro también -refiere en su atestado
don Szweda- para el P. Kolbe. El jefe de la sección, el
sanguinario Krott, lo eligió para víctima suya; lo atormentó
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Un Hombre Fuera de Serie
con notoria fruición obrando como un ave de rapiña con
su presa inerme.
«Él mismo cargó sobre las espaldas del P. Kolbe muy
pesados maderos, elegidos a propósito, y luego le ordenó
correr. Cuando el P. Kolbe cayó en tierra, le dio puntapiés
en la cara y en el vientre y le pegó con su verga gritando:
-¿No tienes ganas de trabajar, holgazán? Yo te enseñaré
qué es trabajar...
Durante el descanso del medio día, entre mofas y
blasfemias, le mandó tenderse sobre un tronco y,
escogiendo a uno de sus esbirros, le mandó que
propinase cincuenta latigazos a su víctima.
«El P. Maximiliano no podía moverse. Le echaron en el
fango y le cubrieron con haces de leña. Después de esto
y de terminar la jornada de trabajo, siguió una extenuante
marcha hasta el barracón. Tan extenuado estaba el P.
Kolbe que le tuvieron que llevar y, al día siguiente, no
pudo acudir al trabajo.
»Lo llevaron al ambulatorio del Hospital del Campo y le
internaron en la sección interior, con este diagnóstico:
pulmonía, y el organismo completamente depauperado».
¡Santa María... ruega por nosotros!
El episodio que narramos a continuación pone de
manifiesto una vez más la fortaleza del P. Maximiliano y
su conformidad con la voluntad de Dios, que para todas
las almas es toda circunstancia de la vida, incluso la más
adversa y horrenda.
Nos lo refiere fielmente el doctor don José Stemler, uno
de los testigos -según hemos visto- que mayor contacto
tuvo en el Campo de Oświęcim con el P. Kolbe.
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Un Hombre Fuera de Serie
«No recuerdo bien si era a finales de junio o a primeros
de julio del año 1941. Después del habitual paso de
revista al atardecer, sucedió un hecho tan tremendo que
hasta hoy, al recordarlo, siento escalofríos.
«Volvía cansado y muerto de hambre a mi barracón (8)
cuando de pronto se me presentó delante un guardia que
dijo algo gritando y, amenazándome con un palo, me
envió a donde esperaban dos filas de prisioneros. Nos
llevaron hasta el barracón 28, es decir al hospital, y nos
obligaron a cargar cadáveres para el crematorio.
«Muchas primaveras habían pasado sobre mi persona
y, aunque había combatido ya en la Primera Guerra
Mundial, todavía no me había tocado cargar cadáveres.
Aquella tarde, en cambio, se me había obligado a mí y a
otro prisionero a colocar dos cadáveres en una especie de
dornajo, que parecía lo que usan los carniceros para la
matanza de los cerdos.
«Me hallé ante el primer muerto. Era un joven,
completamente desnudo, con el vientre desgarrado, las
piernas ensangrentadas, las manos retorcidas hacia atrás,
el cuello hinchado y la cara llevaba bien patentes las
señales de la dolorosa agonía. Yo no podía dar un paso
hacia adelante.
»El guardia dio un grito, al cual hizo eco una voz
serena:
—Agarremos, hermano.
»Por una fracción de segundo me pareció reconocer
aquella voz.
»Con repugnancia, agarré el cadáver por las piernas
ensangrentadas, mientras mi compañero lo agarraba por
las espaldas y lo pusimos al lado del primero y nos
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Un Hombre Fuera de Serie
encaminamos al crematorio, que estaba junto al Mando
del Campo.
»Estaba yo terriblemente impresionado. Los brazos se
me caían, los chanclos se me salían de los pies. Llegué a
pensar que fuera mejor si hubiese sido yo el llevado a
aquel macabro dornajo.
»De pronto sentí tras mis espaldas la voz serena y
fervorosa de mi compañero.
— ¡Santa María... ruega por nosotros!...
»Como si una descarga de corriente eléctrica hubiese
pasado por mis miembros, me sentí inmediatamente
fortalecido.
»Ahora sostenía vigorosamente aquella especie de
féretro...
»Llegamos al crematorio, un edificio bajo, con el techo
aplanado y una chimenea alta para que el viento se
llevase el humo pestilencial.
»Allí había que apilar los cadáveres después de haber
dictado a la guardia el número escrito con lápiz de tinta
sobre el pecho del difunto. Una equivocación hubiese
provocado incidentes fatales. Alguna familia hubiese
recibido la noticia de la defunción de un pariente, mientras
éste estaría todavía vivo.
»Luego había que estar presente en la incineración del
macabro catafalco que tenía una gran parrilla movible, en
donde quemaban los cuerpos de los desventurados
prisioneros muertos en el campo.
»Estaba yo delirando, inconsciente... Retornábamos mi
compañero y yo, mientras yo temblaba de arriba a abajo.
Mis piernas rígidas: mi compañero empujaba el dornajo y,
con él, a mí también.
17
Un Hombre Fuera de Serie
»Apenas dejamos atrás la puerta del crematorio oí
clara y fervorosa la misma voz:
— ¡Requiem aeternam dona eis, Domine!
»Una vez más aquella voz no me era desconocida.
Volvió a musitar:
—Et Verbum caro Factum est!
» ¿Quién era?
Era el franciscano de Niepokalanów, P. Maximiliano
Kolbe».
En el hospital del Campo
He aquí lo que testifica, con palabras conmovedoras,
don Conrado Szweda:
«Estaba yo entonces de enfermero en el Hospital del
Campo, en el pabellón de los contagiosos. Al saber que el
P. Kolbe estaba en el hospital fui inmediatamente a
visitarle. No deliraba. Tenía toda la cara amoratada, los
ojos apagados y todo el organismo como ardiendo, por la
fiebre alta, hasta el punto que la lengua, tiesa,
entumecida, no la podía mover y la voz no le salía del
cuello de la camisa.
»Por las dificultades de poder ser llevado de un
pabellón a otro, recomendé al P. Kolbe a un enfermero
para que tuviese especial cuidado con él. Después de
unos días, el P. Kolbe estaba algo repuesto, pero la
pulmonía no daba señales de desaparecer y la fiebre
continuaba.
»Admiraba, con su conducta ante el sufrimiento, a los
médicos y enfermeros. Soportábalo todo varonilmente y
con absoluta resignación a la voluntad divina, repitiendo
con frecuencia:
18
Un Hombre Fuera de Serie
—Por Jesucristo estoy pronto para sufrir aún más. ¡La
Inmaculada está conmigo y me ayuda!
»Por causas inexplicables no le desapareció la fiebre,
ni siquiera después de la crisis resolutiva de la pulmonía.
Entonces le llevaron al pabellón de los contagiosos,
poniéndole en la sala de los sospechosos de tifus
petequial. Aquí era más fácil tener contacto con él. Le
habían asignado la cama que estaba cerca de la puerta
principal de la sala.
»Todos los difuntos que sacaban recibían de él la
bendición y la absolución bajo condición. Entre los
enfermos y pacientes ejercitaba su misión, como pastor
de almas. Refería con frecuencia episodios, sacados del
rico tesoro de su experiencia; administraba el Sacramento
de la Penitencia, recitaba las oraciones en común,
levantaba los ánimos y daba conferencias sobre la Virgen
Inmaculada, a la que amaba con la sencillez de un niño.
Al socaire de la obscuridad acudían a él los prisioneros
pidiéndole confesión o palabras de aliento y de consuelo.
»Cuando, tras la jornada de trabajo, iba yo a verle me
apretaba contra su pecho, como una madre con su hijo,
me consolaba y, poniéndome por modelo a la Virgen, me
decía: -Ella es la verdadera consoladora de los afligidos
que a todos atiende y a todos ayuda. Me despedía de él
lleno de consuelo y de paz.
»En cierta ocasión le llevé una taza de té, que había yo
ahorrado; cuánto me edificó, empero, cuando vi que no la
quiso aceptar, diciendo:
— ¿Por qué he de ser yo distinguido entre los demás
que no pueden tomarlo?
»Habíase hecho popular entre los enfermos que le
llamaban “Nuestro Padrecito”».
19
Un Hombre Fuera de Serie
Solamente el amor es fuerza creadora
Lo testificado por el señor Szweda está confirmado por
lo que, a su vez, testifica el doctor Stemler:
«A finales de julio de 1941 estuve de nuevo con el P.
Kolbe en el pabellón 20, como enfermos los dos. La cama
que yo ocupaba estaba frente a la suya al lado del famoso
socialista Humberto Barlicki. El abogado don Juan
Poraryski, consejero judicial de la Sociedad de Autores,
me comunicó que estaba allí el P. Kolbe.
Siguiendo el ejemplo de muchos, también yo, pegado
casi al suelo, fui hasta la cama del P. Kolbe.
»El saludo fue conmovedor. Cambiamos unas palabras
sobre las impresiones del macabro crematorio. Luego
permanecimos en silencio. Me entretuve contemplando su
cara macilenta; sin la barba, difícilmente se le podía
reconocer. Sus ojos, más que nunca brillantes, delataban
la fiebre. No quería yo fatigarle a pesar de que deseaba
decirle muchas cosas...
»Fue él quien me animó y acabé por confesarme.
»Mis sentimientos eran de dolor y de desesperación.
¡Quería vivir!...
Sus palabras, en cambio, eran profundas y sencillas.
Me exhortaba a tener fe firme en la victoria del bien.
—El odio no es una fuerza creadora; solamente lo es el
amor -musitaba, apretando fuertemente mis manos entre
las suyas ardientes-. Estos dolores no deben abatirnos
sino que deben ayudarnos a ser cada vez más fuertes.
Son necesarios junto con los demás sacrificios, para que
los que queden tras nosotros sean dichosos...
20
Un Hombre Fuera de Serie
«Me estrechaba cada vez más fuertemente las manos
y sus referencias a la Misericordia de Dios me
reanimaban. Solamente sus palabras, exhortándome al
perdón de los opresores y a devolver bien por mal,
producían en mí una reacción de rebeldía.
»Durante varios días seguí yendo a su cama. Nos
entendíamos sin palabras. Por la noche, luego le enviaba
otros prisioneros que deseaban los consuelos y auxilios
de la religión.
»Pero despuntó el día en que le vi por vez postrera.
Hízose una limpieza del hospital.
»El jefe del pabellón - hospital se veía dominado con
frecuencia por un furor delirante. Con una sonrisa cínica
iba de una a otra cama, fingíase médico y tomaba la
fiebre, pero jamás miraba el termómetro; miraba, en
cambio, la cara del prisionero. Buscaba -él que era
herrero- las caras de los intelectuales. Aquel pigmeo
odiaba a los que, por su cara, juzgaba que eran personas
cultas.
»Aquel día despachó del hospital al P. Maximiliano y a
mí.
»Esperando que nos diesen la ropa y se nos designase
al nuevo barracón, estuvimos afuera, entre los barracones
21 y 22. Yo estaba a un lado de la pared y el P. Kolbe al
otro lado, me miraba insistentemente como si quisiera
decirme algo. Aproveché una distracción del centinela y
me acerqué a él. Me apretó fuertemente la mano y me dijo
con voz clara:
—Le encomiendo a la protección de la Inmaculada.
»Apenas hubo pronunciado estas palabras un grito del
centinela me hizo volver a mi puesto.
21
Un Hombre Fuera de Serie
»Seguí mirando al P. Kolbe, por última vez; y así lo
recuerdo todavía hoy:
Su cabeza, ligeramente inclinada, pelo raso con asomo
de calvicie, órbitas profundas con ojos vivos y negros
como dos carbones, nariz regular, mejillas que la barba,
no afeitada varias semanas, hacían más hundidas, labios
juveniles ligeramente abiertos con una sonrisa de perdón.
De la corta casaca turquí salían unos brazos flacos y unas
piernas terriblemente enjutas.
»Nombraron mi número... hube de ir.
» ¡Adiós! -exclamé dirigiéndome al P. Maximiliano.
»Y él siguió acompañándome con su mirada y con su
sonrisa».
En el barracón de los inválidos
Del hospital, donde había estado un poco más de tres
semanas (¿desde el 20 de junio hasta el 10 de Julio?), el
P. Maximiliano fue destinado nuevamente al Campo.
Se tuvo, empero, cierta consideración a su salud;
estaba aún febricitante y se le destinó al barracón 12, el
de los inválidos, que podía considerarse privilegiado, ya
que los inválidos estaban dispensados del trabajo; pero,
después del 11, que era el de la muerte, el 12 era el más
odiado por los prisioneros. Si en el 11 la agonía era más
bien breve, por la absoluta falta de víveres, en el de los
inválidos la muerte era igualmente casi cierta, pero tras
una agonía más larga. En efecto, los inválidos apenas
recibían la mitad de la ración de la comida, que aún
entera era insuficiente para los demás prisioneros, y no
recibían cuidado alguno en las enfermedades por las que
habían sido declarados inválidos. La mortalidad tenía un
22
Un Hombre Fuera de Serie
porcentaje altísimo, porque los desventurados, llagados
en su mayoría, morían por infección.
En este barracón continuó la vida del Hospital el P.
Maximiliano; pues, sin atender a su extrema debilidad,
siguió a escondidas su apostolado sacerdotal en favor de
los muchos moribundos.
Pasadas unas semanas (¿del 10 al 20 de julio?),
cuando se había repuesto algo por la exención del
trabajo, le destinaron a la brigada 14, de labores
agrícolas, en donde haría la generosa oblación de su vida.
La fuga de un prisionero
A los pocos días de su traslado sucedió en la brigada
14 un hecho que, por su gravedad, llenó de espanto a
todo el Campo de Oświęcim y ha quedado grabado con
sangre en su historia.
Uno de los prisioneros, burlando la severa vigilancia, se
había fugado. Regía entonces una ley según la cual, por
la fuga de un prisionero, quince (reducidos luego a diez)
de su misma brigada debían ser condenados a morir de
hambre en un tétrico y oscuro subterráneo, llamado de la
muerte.
Cuando, al pasar lista por la tarde, se advirtió que
faltaba un prisionero, un pánico y viva consternación se
apoderó de todos los prisioneros, sabedores ya por
experiencia de lo que les aguardaba. « ¿Qué pasará?»
decíanse aterrorizados. « ¡Ya estamos de nuevo ante la
muerte, a merced del arbitrio! ¡Y después tal vez toda una
noche firmes, en postura militar!» Y formados militarmente
permanecieron todas las brigadas del Campo por espacio
de tres horas largas, interminables; hasta que, con
23
Un Hombre Fuera de Serie
sorpresa de todos, hacia las nueve de la noche, se oyó la
orden de romper filas y de repartir la mísera cena.
Solamente se vio privada de ella, por castigo, la brigada
14, que, por añadidura, hubo de contemplar cómo su
porción la echaron ostentosamente en un canal.
Así, en ayunas, fueron enviados los prisioneros de la
brigada 14 a dormir, como los demás, en sus yacijas. No
es menester decir cómo pasarían la noche aquellos
desventurados con la angustiosa expectativa de ser
diezmados.
Al día siguiente, después de pasar lista por la mañana,
todas las brigadas fueron enviadas, como siempre, al
trabajo, mientras la 14 permaneció formada en la plaza.
Vigilados por una fuerte escolta y golpeados a cada
momento con la culata de los fusiles, los desventurados,
en ayunas y firmes siempre en atención, aguantaron todo
el día los abrasadores rayos del sol de julio. Fue un día
terrible. Muchos, abrasados por la sed o vencidos por el
cansancio, se desvanecían desplomándose al suelo e
inmediatamente eran retirados a un lado y amontonados
confusamente unos encima de otros. No se les permitía
llevar consigo agua ni ninguna cosa de alivio, de modo
que, por el calor sofocante y por la sed abrasadora se les
hinchaba la cara y la vista se les nublaba.
Hacia las tres de la tarde se les concedió un descanso
de media hora para la comida retrasada del mediodía apremiábales a aquellos tiranos que llegasen al menos
vivos al atardecer- y luego, de nuevo, en pie, formados
hasta el ocaso. Mientras tanto, empero, el montón de los
desvanecidos aumentaba sin cesar. Es difícil imaginar los
sufrimientos físicos y morales que soportó y resistió el P.
24
Un Hombre Fuera de Serie
Maximiliano, no obstante su debilidad y enfermedad,
hasta el fin.
Vueltos al atardecer de su trabajo y formadas frente a
ella las demás brigadas, se pasó lista y, al terminar, el
coronel Fritsch, Jefe del Campo, acompañado del oficial
Palitsch, y de un grupo de guardias armados, se aproximó
a la brigada 14 y dio la orden de ¡Firmes!
El momento fue de una solemnidad y tragedia
impresionantes. Se hizo un silencio profundo, y todos
temblaron llenos de pánico, como a la espera de algo
grave, cuando resonó, seca y tajante, la voz del Jefe
sentenciando:
«Ya que el prisionero fugado ayer todavía no ha
aparecido, diez de vosotros han de morir».
Penetrados de mortal espanto, ya que todos se sentían
virtualmente condenados, los prisioneros de la brigada 14
se preguntaron en voz baja: « ¿Quién será?... ¿Sobre
quién caerá la suerte fatal?... ¿Me tocará a mí?...»
Solamente uno de los prisioneros, debió seguir
imperturbablemente sereno y tranquilo, puestos tal vez los
ojos en el cielo como contemplando una visión que le era
familiar: ¡la más bella y hermosa de las creadas.¡
El Jefe pasa, fijándose en la cara de cada prisionero de
la primera fila y señala caprichosamente con el índice de
su mano derecha al primero que ha de morir, cuyo
número queda enseguida registrado, al mismo tiempo que
a él se le saca de entre sus compañeros y se le pone a
parte. Después, hace lo mismo en la segunda, en la
tercera y en las demás filas sucesivamente hasta
completar el número fatal. Los librados respiraron; en
tanto que una palidez mortal se extiende por la cara de los
desafortunados que miran, como enloquecidos, a los
25
Un Hombre Fuera de Serie
compañeros que deben abandonar, mientras su
pensamiento y su corazón vuelan lejos: a su casa, a su
madre, a su esposa, a sus hijos.
Y se oyen palabras de despedida, de valor y de dolor.
« ¡Adiós, amigos! ¡nos juntaremos allá en donde existe
la verdadera justicia! », dijo uno de los diez
desafortunados.
« ¡Viva Polonia! ¡Por ella doy mi vida!», dijo otro.
« ¡Adiós, adiós, pobre esposa mía y pobrecitos hijos
míos, huérfanos ya de vuestro padre!», dijo sollozando
otro, el sargento Francisco Gojowniczek.
Estas últimas palabras impresionaron vivamente la
delicada sensibilidad del P. Maximiliano que sintió por el
desventurado padre de familia una inmensa pena; y, sin
un instante siquiera de vacilación, resolvió ayudarle a toda
costa, mientras una llama súbita le enciende el rostro,
habitualmente pálido, y le brilla en los ojos.
Ofrece su propia vida
Los diez desafortunados estaban allá, completamente
silenciosos, aguardando que los esbirros les condujeran al
lento suplicio, cuando de repente un insólito movimiento y
un bisbiseo continuado vino a interrumpir aquel silencio
mortal que gravaba como una pesadilla sobre el corazón
de todos.
Un hombre, mejor dicho, un número, sale con paso
decidido de las filas y va directo al Jefe del Campo.
¿Quién es? ¿Qué quiere? ¿Cómo se atreve a infringir la
férrea disciplina y a afrontar al Jefe terrible? Y un nombre,
26
Un Hombre Fuera de Serie
ya no un número, corre de boca en boca y se oye en todo
el Campo: ¡el P. Kolbe, el P. Kolbe!
Sí, he aquí que es precisamente el P. Kolbe que, con la
mayor naturalidad, erguido y con una profunda serenidad,
bien retratada en su rostro, se pone delante del Jefe.
Llegados a este punto, reconstruyamos fielmente, con
las declaraciones de los testigos oculares, el acto más
heroico que mente humana puede concebir y que el P.
Maximiliano, en la heroicidad de su amor al prójimo, supo
hacer. Son declaraciones breves y lacónicas, como
necesariamente tenían que ser, ya que en aquel
momento, tan solemne como imprevisto, todos los
presentes debieron quedar tan sorprendidos y
emocionados que, estupefactos, casi no darían crédito a
sus propios ojos.
He aquí la declaración de Francisco Gajowniczek, el
salvado; es la más breve de todo el Proceso canónico
porque conocía muy poco al P. Kolbe; sublima la
heroicidad del hecho, en cuanto que el sacrificio de la vida
no se hizo por un hermano o un amigo sino por un
desconocido, amado en Cristo y en la Inmaculada.
«Solamente conocí personalmente al P. Kolbe en el
verano del año 1941, el día que se ofreció por mí.
Lo conocí en las siguientes circunstancias. Unas
semanas antes de la condena del P. Kolbe, oí que en la
misma brigada había cierto sacerdote que levantaba el
ánimo de los que estaban a punto de dejarse llevar por la
desesperación, y calmaba sus nervios. Entonces no sabía
aún que se trataba del P. Kolbe, lo supe únicamente
cuando se ofreció a morir por mí, por lo siguiente:
»Después de la fuga de un prisionero de nuestra
brigada, nos hicieron formar en diez filas para pasar la
27
Un Hombre Fuera de Serie
revista del atardecer. Yo estaba en la misma fila del P.
Kolbe, separados los dos por tres o cuatro prisioneros. El
Lagerfürer (Jefe del Campo) rodeado de los guardias se
acercó y empezó a escoger en las filas diez prisioneros
que serían condenados a muerte. El Führer me señaló
también a mí con su dedo. Salí de la fila y se me escapó
un grito, diciendo que querría ver por última vez a mis
hijos. Un instante después, salió de la fila un, prisionero
ofreciéndose a morir por mí. Es decir, se acercó al
Lagerführer y empezó a decirle algo. Un guardia lo
condujo al grupo de los condenados a muerte y a mí me
hizo volver a la fila.
»Esto sucedió después de pasada la revista. El
segundo o tercer día oí que los diez condenados se
hallaban en un búnker y que habían sido condenados a
morir de hambre. Por mis compañeros del Campo supe
que el que se había ofrecido por mí era el P. Kolbe.
Decíase también que fue él, entre los diez, el que vivió
más tiempo. Los prisioneros del Campo sentían una gran
admiración por él».
El sargento Gajowniczek no refiere, en su relación, las
palabras con que el P. Kolbe indujo al Jefe a aceptar la
sustitución, o porque, estando bajo una fuerte emoción,
no debió oír nada; o, porque el P. Maximiliano habló en
alemán y no entendió nada.
Las preciosas palabras las oyó, en cambio, y nos las ha
transmitido en su relación, el doctor don Niceto Francisco
Włodarski que estaba a poca distancia del P. Maximiliano.
«Después de escogidos los diez prisioneros, el P.
Maximiliano salió de la fila y, quitándose el gorro, se puso
en posición de firme delante del Jefe. Éste, sorprendido,
dirigiéndose al P. Maximiliano, dijo:
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Un Hombre Fuera de Serie
“¿Qué quiere este puerco de polaco?”
«El P. Maximiliano señalando a Francisco Gajowniczek,
uno de los destinados a morir, respondió:
—Soy sacerdote católico polaco; soy anciano, quiero
ocupar su puesto porque él tiene esposa e hijos...
»El Jefe, maravillado, parecía que no hallaba fuerzas
para hablar. Después de un instante, con una señal de la
mano y pronunciando solamente la palabra «afuera»,
ordenó que Gajowniczek volviese a la fila que había
dejado un momento antes. De esta manera el P.
Maximiliano ocupó el puesto del sargento.
»La distancia entre mí, Fritsch, y el P. Maximiliano no
pasaba de tres metros. Poco después, los diez
condenados fueron recluidos en la brigada 11, entonces la
13 (pues, se cambió la numeración).
»Parece increíble que Fritsch sacara del grupo de los
diez desafortunados a Gajowniczek y aceptara el
ofrecimiento del P. Kolbe y que no condenara más bien a
los dos al búnker de la muerte. Con un monstruo como
aquél esto hubiese sido posible.
»Los escogidos eran de diversas edades, pero sobre
todo eran personas débiles aunque Fritsch no solía tener
criterio alguno en la elección».
La alusión hecha por el doctor Włodarski al asombro
por la conducta de Fritsch no es una impresión personal.
El doctor Włodarski recoge la impresión general de los
presentes, que nos recuerda más claramente la relación
del Dr. Stemler:
«... Con fuerza mucho mayor sentí su influencia
después del suceso que sacudió el Campo, es decir,
cuando ofreció su propia vida por otro prisionero. La
noticia de lo sucedido se difundió por todo el Campo la
29
Un Hombre Fuera de Serie
misma noche. Estoy profundamente convencido de que el
Jefe del Campo accedió a que el prisionero escogido por
él fuese substituido por el P. Kolbe, únicamente porque
éste era sacerdote. Le preguntó abiertamente: “¿Quién
eres?”
»Y obtenida la respuesta, dijo al oficial Palistch:
“Es un Pfaffe” (Un curacho).
Y solamente entonces fue cuando Fritsch dijo:
“Conforme”.
»Tal convicción la tuve inmediatamente en el campo,
cuando me refirieron cómo se desarrolló lo sucedido. El
ofrecimiento del P. Kolbe causó una gran impresión en el
ánimo de todos los prisioneros, ya que en el campo no se
daban en absoluto manifestaciones de amor al prójimo: un
prisionero rehusaba dar a otro un trozo de pan y el P.
Kolbe había dado su vida por otro, completamente
desconocido para él».
No menos clara y gráfica, con algún detalle nuevo, es
la declaración del señor Sobolewski, número 2877 en
Oświęcim:
«...Completada la elección de los diez desafortunados,
he aquí que salió de improviso de las filas el P.
Maximiliano Kolbe, franciscano de Niepokalanów, y se fue
directamente al Jefe, y le expuso su deseo, a saber: que
quería morir en el búnker en lugar de uno de los
prisioneros que señaló con la mano. El Jefe accedió y el P.
Kolbe ocupó el lugar del indicado, llamado Francisco
Gajowniczek, que volvió a su fila, mientras el P. Kolbe
pasó al grupo de los diez que iban a una muerte segura.
»El hecho de haberse ofrecido el P. Kolbe por otro
prisionero despertó la admiración y el respeto entre los
prisioneros y la consternación entre las autoridades del
30
Un Hombre Fuera de Serie
Campo. Este ha sido, en la historia de Oświęcim, el único
caso en que un prisionero ofreció voluntariamente por otro
su propia vida.
»Pasada la revista, los condenados fueron conducidos
bajo escolta al búnker para morir en él de hambre».
Los acontecimientos de aquel histórico día, tan
rápidamente sucedidos y protagonizados por el P. Kolbe,
debieron de volver a la memoria y perturbar el sueño de
muchos entre los acampados, durante la noche
inmediata, y en los días siguientes, y mientras el lúgubre
Campo estuvo abierto al estrago y suplicio de tantos
inocentes, el nombre del P. Maximiliano Kolbe debió
seguir repitiéndose en los labios de todos, como
expresión del más puro y más heroico amor al prójimo.
Los mismos jefes alemanes no pudieron, tal vez,
olvidarlo, admirados y estupefactos ante la fuerza del
amor del «Sacerdote católico» polaco.
Pero no está todo aquí Si nos parásemos aquí
manifestaríamos no haber comprendido toda la grandeza
y toda la belleza del acto heroico y su profundo
significado. Nos detendremos superficialmente.
Indudablemente es cosa admirable y prueba de
suprema caridad salvar, con el sacrificio de la propia vida,
la vida de un padre de familia, devolver a su esposa y a
sus hijos el júbilo de un retorno y de un abrazo, y con esto
la esperanza de un futuro mejor.
Pero frente al hombre al que le devolvía la vida
temporal, el P. Kolbe tenía otros nueve ante los cuales se
presentaba de improviso, con toda su imponente
gravedad, el problema de la eternidad. Y el P. Kolbe
quería que se salvasen eternamente, librándoles ante
todo del peligro de la desesperación. Y bajó entonces con
31
Un Hombre Fuera de Serie
ellos al búnker fatídico, espoleado por la urgente caridad
de Cristo, y se hizo compañero voluntario de sus
tormentos y de su agonía. Más aún: los abrasó con las
ardorosas llamas de su corazón; y, con una embriaguez
nueva, la embriaguez del canto y de la ininterrumpida
alabanza a la Virgen Madre de Dios, que les hace
Superiores a las mismas necesidades y exigencias físicas
y casi insensibles al hambre, los salvó de la
desesperación. Y después, uno a uno, tras la absolución y
tras una muerte tranquila, los ofreció a Dios, como
precioso manípulo, cayendo el último él.
Leemos en la relación del sacerdote Szweda, no sin
conmovernos, que el eco de los cantos e himnos a la
Virgen se difundían desde la puerta de hierro del Búnker
por todo el Campo.
Por consiguiente, la salvación de aquel padre de familia
no era para el P. Kolbe sino un medio para un fin más
alto; la salvación de las almas de los nueve
desafortunados que iban a morir irremisiblemente muy
pronto.
Y solamente a la luz de estas consideraciones es como
juzgamos que podemos estar en condiciones de apreciar
dignamente toda la sublime belleza del acto del P.
Maximiliano y, al mismo tiempo, toda la grandeza de su
alma de apóstol. Y, tras esta larga digresión, que es
también un anticipo, volvamos a la historia de los hechos.
En el subterráneo de la muerte
Estaba situado en la parte derecha del Campo, en el
sitio destinado para la Brigada 13, llamado por esto
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Un Hombre Fuera de Serie
búnker de la muerte: de él no se salía sino cadáver, para
pasar directamente al horno crematorio.
Estaba circundado por un grueso muro, de 6 metros de
altura, al cual estaba prohibido severamente aproximarse
siquiera. El allí recluido podía decirse con toda verdad que
era sepultado vivo. Sin ninguna comunicación con el
exterior, como del exterior no era posible comunicación
alguna con aquellos sepultados vivos. Únicamente los
guardias penetrarán en él para la cotidiana visita de
control, jamás para confortar, sino solamente para
humillar y deprimir con vulgares blasfemias, si no es que
también, según veremos, para violentar y matar, siempre
con el ceño del tirano o del verdugo.
Si alguien hubiese intentado pedirles a estos o a
algunos del mando noticias de los condenados, hubiese
corrido el peligro de verse condenado, sin instructoría
preliminar, a seguir su suerte. El señor Szweda, del que
tenemos preciosos testimonios, valiéndose de una cierta
libertad, por su empleo, fue al día siguiente a la Brigada
13 y se atrevió a preguntar al jefe por el P. Kolbe; pero,
recibió por toda respuesta: «¿Quieres ir tú también allí?
¿No sabes que está absolutamente prohibido interesarse
por la suerte de esos hombres?»
Únicamente algún polaco destinado o condenado a los
más humildes y necesarios servicios del subterráneo
podría dar alguna noticia sobre la vida que allá abajo
pasaban los desventurados y sobre sus condiciones
personales; pero el subterráneo estaba de tal manera
vigorosamente vigilado que era imposible acercarse a él.
La Providencia dispuso que el polaco aludido fuese el
señor Bruno Borgowiec, intérprete, según hemos visto, en
el búnker de la muerte. No puede leerse su relación sin
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Un Hombre Fuera de Serie
quedar no se sabe si más profundamente horrorizado o
más altamente edificado.
La transcribimos en su desnuda e impresionante
integridad:
«Después de haber leído el artículo “Recuerdo de los
últimos momentos de la vida del P. Maximiliano Kolbe”
(del señor Szweda) en el Rycerz Niepokalanej quisiera
describir sus últimos días en el subterráneo del Campo de
Oświęcim.
»Era yo entonces secretario e intérprete en el referido
subterráneo, y pensando en la sublime conducta ante la
muerte de este hombre heroico, que admiraba incluso a
los guardias de la Gestapo, recuerdo aún con toda
exactitud los últimos días de su vida.
La brigada 13 ocupaba un barracón en la parte derecha
del Campo que estaba rodeada de un muro de 6 metros
de alto. En los subterráneos estaban las celdas, en el
entresuelo la Compañía de guardia. Algunas celdas
tenían ventanucos y catres de campaña, otras carecían
de todo y eran completamente oscuras.
A una de estas celdas condujeron en el mes de julio de
1941, después del toque de retirada, a los diez prisioneros
de la brigada 14. Después de haberles ordenado que se
desnudaran completamente, ante la brigada, les recluyeron
en el subterráneo, donde ya estaban otras veinte víctimas
del último proceso. Los diez desventurados fueron puestos
en una celda separada. Al cerrar la pesada puerta, los
centinelas crueles dijéronles sarcásticamente:
“Ihr werdet eingehen wie die Tülpen” (ahí os secareis
como tulipanes). Desde aquel día no recibieron ya alimento
alguno.
34
Un Hombre Fuera de Serie
»Cada día, al hacer los centinelas la visita de control
ordenaban sacar afuera los cadáveres de los fallecidos
durante la noche. En estas visitas estuve yo presente
siempre, pues tenía que escribir el número del fallecido o
también traducir, al alemán del polaco, la conversación y
demandas de los prisioneros.
»De la celda en que estaban los desventurados oíanse
diariamente las oraciones que recitaban en voz alta: el
rosario y cánticos piadosos, a los que se unían también
los recluidos en las otras celdas. En los momentos de
ausencia de los centinelas bajaba yo al subterráneo para
conversar y consolar a mis paisanos. Los fervorosos
rezos y los cánticos a la Santísima Virgen se oían en todo
el subterráneo. Me parecía estar en una iglesia.
Empezaba el P. Maximiliano Kolbe y seguían todos los
demás. A veces estaban tan sumidos en sus oraciones
que no advertían la llegada de los centinelas para la
acostumbrada visita, hasta que a los gritos de dichos
centinelas se apagaban las voces.
»Cuando se abrían las celdas para la inspección,
pedían, llorando copiosamente los pobres desventurados,
un trozo de pan y agua, lo cual se les negaba. Si alguno
de los más fuertes se acercaba a la puerta recibía
inmediatamente culatazos al vientre, de manera que caía
muerto o era fusilado en seguida.
«El tormento que pasaron lo trasluce el hecho de que
los baldes... estaban siempre vacíos y secos, de lo que
hay que deducir que los desventurados se bebían sus
propios orines.
»El P. Maximiliano, de santa memoria, se comportaba
heroicamente, nada pedía y de nada se lamentaba; daba
35
Un Hombre Fuera de Serie
ánimo a los demás, diciéndoles que el fugado sería
apresado y ellos liberados.
»Al irse debilitando, rezaban en voz baja. En las visitas
posteriores, cuando casi todos estaban extenuados y
echados en el suelo, veíase al P. Maximiliano Kolbe de
pie o de rodillas en medio de la trágica escena, mirando
serenamente a los centinelas que estaban enterados de
su heroico ofrecimiento y también de que los demás que
estaban con él morían inocentes; por esto, admirando al
padre Kolbe, decíanse entre sí: “Der Pfarrer dort ist doch
ein ganz anstándiger Mensch. So einen baben wir hier
noch nicht gehabt” (Este sacerdote es todo un caballero,
un hombre de bien. Hasta el presente no se ha visto aquí
otro igual.)
La muerte
«Transcurrieron así dos semanas. En el interín iban
muriendo uno tras otro. Al cabo de la tercera semana,
quedaban el P. Maximiliano y otros tres. Esto pareció a
las Autoridades que se dilataba demasiado; la celda era
necesaria para otras víctimas.
»Por esto, un día (14 de agosto de 1941) llevaron al
que estaba al frente de la enfermería, el criminal alemán
Boch, que puso a cada uno de los semivivos una
inyección endovenosa de ácido muriático, en el brazo
izquierdo. El P. Kolbe presentó por sí mismo el brazo al
verdugo mientras bendecía con la mano derecha y en sus
labios temblaba una oración. No pudiendo resistir lo que
mis ojos veían, y con la excusa de tener que hacer en mi
oficina me fui.
36
Un Hombre Fuera de Serie
»Al marcharse los centinelas con el verdugo, volví a la
celda y vi al P. Maximiliano Kolbe sentado en tierra,
apoyado en la pared, con los ojos abiertos y la cabeza
reclinada sobre su lado izquierdo (era su postura
habitual). Su rostro tranquilo y bello estaba radiante.
»Ayudado por el barbero de la brigada, señor Chlebik
de Karwina, llevé el cuerpo del héroe al baño y colocado
en una caja, lo llevaron a la cámara mortuoria de la
prisión.
»Así murió sereno y tranquilo, rogando hasta el último
instante, el Sacerdote, el héroe del Campo de Oświęcim,
que ofreció espontáneamente su vida por un padre de
familia.
»En el Campo, durante muchos meses, se recordó el
heroico acto del Sacerdote. En cada ejecución
recordábase el nombre del P. Maximiliano Kolbe.
«La impresión recibida por este y otros actos
semejantes la tendré grabada siempre en mi memoria».
En la luz de la Inmaculada
El P. Maximiliano moría el 14 de agosto de 1941, vigilia
de la festividad de la Asunción de su celestial «Madrecita»
a los cielos. Ella, que había sido todo el poema de su
vida, la luz de su inteligencia y de su genio, el latir de su
corazón, la llama de su celo y el éxtasis de su oración, su
inspiradora y guía, su fuerza y su sonrisa, la Reina de sus
«Ciudades», la Dama de sus «Caballeros»; en una
palabra, la vida de su vida, quiso llevárselo consigo
nimbado de luces de gloria, entre los Ángeles que
entonarían himnos de triunfo por su victoria suprema.
37
Un Hombre Fuera de Serie
Hasta su pobre cuerpo, martirizado y consumido, pero,
sobre todo mortificado por la desnudez a que sus
degenerados verdugos le obligaron a él y a sus
compañeros de pena, como extrema ofensa a la dignidad
del hombre, y a él particularmente como sacrílego ultraje
a su carácter sacerdotal y a la santidad de sus votos
religiosos; hasta su pobre cuerpo decíamos, apareció
aquel día como transfigurado y revestido de luz.
No se piense que al escribir esto hacemos concesiones
a la fantasía, dándole visos de realidad. ¡No!, lo
deducimos del testimonio sereno y objetivo del ya citado
señor Bruno Borgowiec quien, por dos veces y casi con
idénticas expresiones, nos asegura la radiante
luminosidad del rostro del P. Maximiliano después de su
muerte.
Ante todo, en el relato oral que hizo al sacerdote señor
Szweda, así se expresó: «Cuando abrí la puerta de hierro,
ya no vivía, pero parecía que estaba vivo. La cara la tenía
radiante de manera insólita. Los ojos bien abiertos y
concentrados en un punto. Todo él como en éxtasis. Este
espectáculo jamás lo olvidaré».
Ulteriormente, en la relación, que hemos transcrito más
arriba, refiere: «Al marcharse los centinelas con el
verdugo, volví a la celda y vi al P. Maximiliano Kolbe,
sentado en tierra, apoyado a la pared, con la cabeza
reclinada sobre su lado izquierdo. Su rostro, tranquilo y
bello, estaba radiante».
Nota dominante, pues, el resplandor de su rostro
«radiante». Aquellos rayos, como otrora las guedejas de
oro de Inés, debieron difundirse recubriendo, como un
velo cándido, la desnudez de aquellos castos miembros,
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Un Hombre Fuera de Serie
consagrados a Dios, en reparación del ultraje sacrílego
sufrido.
«Su rostro tranquilo y bello...» Ninguna huella, por
consiguiente, debía presentar de las violentas
contracciones que son señal y consecuencia de lo áspero
de la lucha final y que, a veces, alteran de manera
impresionante la fisonomía del fallecido.
«Los ojos muy abiertos, concentrados en un punto;
toda su persona como en éxtasis».
Creemos piadosamente que la celestial «Madrecita»
quiso premiar al hijo devotísimo y al apóstol ardoroso en
la hora de su muerte, mostrándosele dulcemente
acogedora en el instante de invitarle a su maternal y
embelesador abrazo; y que, llevándose consigo su alma,
quiso dejar en su cuerpo inanimado un reverbero de Su
resplandeciente candor, y, en la «concentración de sus
ojos en un punto», una señal sensible de Su aparición y
un símbolo de la eterna e inmutable visión de Dios en la
gloria.
Además un detalle, al que hemos aludido
anteriormente. «Diariamente (dice el señor Borgowiec en
su relato oral a don Szweda) llegaban hasta nosotros,
desde la puerta de hierro, las voces de los cánticos a la
Virgen.»
La presencia, pues, del heroico Padre había convertido
la horrenda mazmorra en un templo; había cambiado la
depresión desesperada del ánimo de sus compañeros por
un anhelo irresistible del cielo, desde donde sonríe María
Inmaculada, la «Madre de Misericordia» y la «Puerta del
cielo»; había convertido los gemidos de su agonía en una
melódica armonía de cantos, en una polifonía
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Un Hombre Fuera de Serie
conmovedora de acentos de esperanza, de resignación y
de amor.
Si el señor Borgowiec hubiese aplicado su oído a la
cabeza reclinada del P. Maximiliano hubiese escuchado
vibrar todavía en sus labios la última nota de un cántico
que se confundiría y armonizaría ya con el de los Ángeles.
¿Y sus cuerpos? El hecho de que tuvo el honor de un
féretro, privilegio muy singular, puesto que los cadáveres
se los llevaban directamente al crematorio; y el hecho de
que también tuvo exequias, aunque modestas, según se
puede deducir de los testimonios anteriormente referidos,
podía hacernos confiar que hasta se le concedería el
honor de una sepultura.
Pero, desgraciadamente, el rigor de las leyes del
Campo se la negó.
El P. Maximiliano, según el testimonio del P. Isidoro
Kosbiat, muchas veces en vida exteriorizó su deseo de
morir consagrado a la Virgen.
Parece que la Virgen quiso atender el deseo de su
siervo «caballero».
Se le cortó el hilo de la vida, con la inyección
endovenosa de ácido muriático, en la víspera de la fiesta
de la Asunción, para que el holocausto se consumase en
la solemne festividad de la Asunción.
«El día de la Asunción (15 de agosto, viernes) tuvieron
lugar sus «funerales», a saber: sus despojos mortales,
después que fueron sacados de la cámara mortuoria y
puestos en una caja de madera, los llevaron al crematorio
y los incineraron».
¡Estaba consumado el holocausto!
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