LA FUNCIÓN DE LA UTOPÍA EN LA SOCIEDAD MEXICANA DEL SIGLO XIX Y SUS IMPLICACIONES EN LA CONSTRUCCIÓN DE LA IDENTIDAD NACIONAL Si algo caracteriza al filósofo frente al hombre religioso es su preocupación por este mundo y este mundo, hasta ahora, nos viene envuelto en una atmósfera política. Emmanuel Kant. El término utopía se ha aplicado erróneamente y de manera extensiva a partir de la obra de Tomás Moro a toda tentativa política, social, económica o religiosa de imposible realización, aun cuando dichas utopías hayan sido anteriores a Tomás Moro como La República de Platón o posteriores a él como La ciudad del sol de Tomás Campanella o La Nueva Atlántida de Francis Bacon. Estas obras fueron colocadas en un género literario denominado utopismo por lo que cada una de ellas plantea, es decir, el término utopía que se les ha asignado se ha apegado a su definición etimológica es decir, como lugar inexistente. Esta es ya una gran distinción que nos permite diferenciar entre la utopía mexicana y la utopía clásica, pues la primera no se considera como algo irrealizable. Es decir, la utopía mexicana es “utopía” sólo en el sentido de existir cierto desfase entre el marco teórico y la realidad, pero ello no elimina la posibilidad de que en otro momento pueda llevarse a cabo lo que en determinada situación parecía irrealizable. En la actualidad existen numerosos ensayos y artículos que tratan dicho concepto de utopía en el ámbito latinoamericano, en los cuales he hallado un gran número de rasgos análogos a la utopía mexicana, más que a lo utopía clásica. Para ejemplificar lo anterior, baste por ahora citar el artículo de Escalante Rodríguez quien en forma concluyente asevera lo siguiente: Cuando el ser humano tiene un sueño debe trabajar por realizarlo. Una utopía es el arma perfecta para cazar la realidad, teniendo la presa, es decir, el objetivo, cocinarlo es lo siguiente. 1 El desfase entre marco teórico y realidad característica primordial de la utopía mexicana tiene un carácter ahistórico y atemporal porque no busca legitimarse mediante la veracidad de los hechos, más bien ha buscado legitimarse bajo un sistema de creencias que se despliegan en nuestro contexto histórico por medio de alegorizaciones, ceremonias, tradiciones, rituales, etc. De ahí que; nuestra “historia oficial mexicana” heredada de una generación a otra por medio de la tradición oral en las familias, por medio de discursos en los púlpitos o en las asambleas y también por medio de materiales impresos en el sistema escolar no dependa su valor de hechos objetivos sino más bien de la representación simbólica e interpretación que tengamos de estos hechos siendo esto último lo hegemónico. Por ello el recurso idóneo para estudiar y explicar la utopía mexicana es el análisis hermenéutico, es decir, se tendrá que recurrir a las fuentes de primer orden para analizar todas las posibles interpretaciones que pudieron haberse desprendido y no se desprendieron, así como explicar las razones del desprendimiento de la interpretación oficial en la época que nos ocupa, todo ello ayudará a explicar el significado de la simbolización de personas, lugares y cosas que formaron nuestra identidad nacional. Recordemos para ejemplificar lo anterior, que lo que menos interesaba en el siglo XIX no era conocer cuál era el verdadero propósito que tenía el cura Miguel Hidalgo para llevar a cabo un levantamiento armado en el año 1810, lo relevante para la mayoría de mexicanos es el hecho de considerar a Miguel Hidalgo como el “Padre de la Patria” el “Iniciador de la independencia” por toda la simbolización que se ha realizado en torno a dicho personaje. Analizar cómo ésta y otras simbolizaciones de personajes, de objetos y de lugares lograron 1 Escalante, Rodríguez, J: UTOPÍA E IDENTIDAD: BOLÍVAR, EL DESTINO POR CONSTRUIR, en Mario Magallón Anaya (coord): Historia de las ideas: repensar la América Latina, México: UNAM, 2006, pp. 113114. constituirse en aquello que llamamos “realidad mexicana”, constituye el propósito del presente trabajo , pues ahí es donde la utopía mexicana entra en juego. El proyecto de nación de principios del siglo XIX, ―que es lo que ocupará mi atención― es de gran importancia porque no sólo constituyó la base de toda renovación social, sino que fue lo que sirvió de parámetro para otorgar el carácter de nación a este suelo. Por ende la investigación tiene como principal intención mostrar: Que lo utópico mexicano en su carácter de desfase entre el marco teórico y la realidad constituye la historia oficial de nuestra nación. Que lo utópico mexicano ha sido el hilo conductor desde el cual es posible explicar no sólo el origen y desarrollo de nuestra nación, sino todo movimiento revolucionario en el siglo XIX. Que lo utópico mexicano desplegado en nuestra realidad constituye una explicación acertada de la ideología y la personalidad del mexicano. Que si bien es cierto que lo utópico mexicano tiene un gran legado de corrientes europeas ―la escolástica, la ilustración, el iusnaturalismo,― de grandes movimientos sociales ―La Revolución Francesa y La Independencia de Los Estados Unidos―, y de grandes problemas universales ―tales como la nobleza hereditaria, la desigualdad entre los hombres por mencionar algunos que lograron influir en nuestros pensadores mexicanos, también es cierto que en el siglo XIX y a partir de circunstancias propias como; la lucha por la independencia, la consolidación de la identidad nacional, la forma de tenencia de la tierra, la desigualdad de las castas, la elaboración de una constitución propia por mencionar algunos, es como la utopía mexicana adquiere un carácter propio. Para ejemplificar lo anterior voy a retomar algunas ideas con carácter utópico de algunos pensadores mexicanos de la época que nos ocupa. José María Luis Mora ( 1794 – 1850) en su Discurso sobre la suprema autoridad civil no es ilimitada, afirma que toda autoridad de las sociedades no es absolutamente ilimitada como juzgo Rousseau, pues si así fuera se podrían cometer toda clase de atentados de manera arbitraria y sólo por capricho, cayendo en el despotismo por parte de la autoridad en quien sea que radique. Aquí ya podemos ir percibiendo algunos elementos desfasados de lo real como puede ser el hecho de creer que toda autoridad no es absolutamente ilimitada aún cuando la historia de los pueblos demuestre todo lo contrario. Ahora bien, ¿cómo se origina lo utópico en Mora? Se origina porque Mora parte de supuestos con carácter religioso, y entonces nuestro autor se imagina que dichos supuestos son inamovibles e irrefutables; dice Mora: Los hombres, a más del precepto divino para multiplicarse, tienen en su naturaleza fuertes estímulos para la propagación de su especie y un amor tan íntimo de si mismos, que no se pierden de vista ni aun en la acción más pequeña; no gozan sino cuando están satisfechos sus apetitos y necesidades; ni se entristecen y acongojan, sino por la falta de alguna cosa que les es o ellos creen necesaria para satisfacer sus necesidades y quedar en aquella tranquilidad y reposo que constituye la felicidad humana.2 De lo anterior puedo decir que el sentimiento religioso era muy influyente en Mora pues contrariamente a lo pensado por Hobbes o por Maquiavelo, Mora está convencido que el sentimiento humano fraternal es algo innato, pues tenemos un origen divino, por lo que cuidar de nosotros mismos está en nuestra naturaleza. Sin embargo, en lo práctico, él mismo está convencido de la necesidad de las desigualdades, y de la necesidad de que algunos hombres hayan nacido sólo para servir, como sería el caso de los indígenas a los cuales el autor en cuestión niega todo derecho político. 2 En obras sueltas de José María Luis Mora: ciudadano mexicano, 2 ed., México:, Ed. Porrua, 1963, pp. 473 Otro aspecto utópico en la frase de Mora en el que podemos hallar una explicación del porqué somos como somos los mexicanos es el concepto de “Tranquilidad y reposo” pues el autor los considera elementos constituyentes únicos de la felicidad humana y no sólo de la felicidad terrenal, sino también la felicidad celestial. Estos elementos nos ayudan a entender porque el mexicano durante la colonia permaneció pasivo ante los maltratos y vejaciones de sus conquistadores, pues ante los intentos de emancipación, se le recordaba que la paz interior y exterior constituye una situación de felicidad que el explotador no tiene, que entre más se ufanara por obtener bienes y riquezas materiales, ―las cuales tenían el infortunio de ser temporales― se quedaba más vacío, por lo que había que esforzarse en las cosas realmente perennes las cuales no eran materiales sino espirituales como la oración, la abstinencia de lujos, el ser dadivoso con la santa madre iglesia, etc., pues todo ello implicaba atesorar para la felicidad celestial. Aquí es donde entran en función todo el conjunto de alegorizaciones para dar legitimidad a dicha creencia, pues no es suficiente decir unas cuantas frases sueltas para lograr convencer a la mayoría, es necesario recurrir a imágenes, alegorizaciones y símbolos que motiven al hombre a despojarse de lo terrenal y dirija toda su atención y su esfuerzo en la búsqueda de lo supraterrenal. Mora, impregnado del ambiente religioso que se vivía en la época, estaba totalmente seguro que la difusión de la lectura de la Biblia, no sólo en lengua castellana sino en los diferentes dialectos, aunado al cumplimiento de la constitución, era el camino más seguro para solucionar toda la problemática mexicana, la cual consistía a juicio de nuestro autor en satisfacer todos los apetitos y necesidades primordiales sin necesidad de preocuparse demasiado por cosas efímeras, como bien pudiera ser el hecho de participar en cuestiones políticas o intentar escalar el status social, en caso de las castas inferiores. Otro pensador contemporáneo a Mora es Juan Nepomuceno Adorno(1807-1880), en quien también podemos hallar elementos utópicos; baste por ahora citar algunas partes del prólogo de su Catecismo de la providencialidad del hombre: … es una forma social y religiosa pura, sencilla y basada en principios inmutables y de eterna verdad, que pueda servir de enseña moral a los gobiernos tolerantes, sin envolverlos en las controversias y querellas dogmáticas de las diversas religiones tradicionales. Una forma semejante, y que satisface las indicaciones morales y filosóficas de todas las religiones concordes con la razón intuitiva de la humanidad, debería servir también como un lazo de unión entre los hombres, aunque practiquen diferentes cultos; y así los gobiernos se encontrarán facilitados en sus funciones administrativas, distributivas y remunerativas.3 De aquí podemos inferir que Adorno creyó hallar la solución a todos los problemas humanos a partir del concepto de providencialidad ―entendido éste como una tendencia humana innata hacia el conocimiento de la verdad, el orden y el progreso físico y moral― plantea en primer lugar una tolerancia a todo tipo de conductas, de credos y de ideas pues ello conduce a la más completa realización del hombre, lo cual es sinónimo de felicidad auténtica. Esta providencialidad humana debe auxiliarse en todo momento de la filosofía, pues ella también busca procurar la felicidad del género, además debe tener como base la libertad de pensamiento o de acción siempre y cuando no hagamos mal a nuestros semejantes sino hacerles cuanto bien nos sea posible. Adorno en el siglo XIX plantea la igualdad no solo de clases sociales sino también de géneros lo cual a juicio suyo se lograría mediante la educación, la fraternidad y la solidaridad. 3 Rovira, Carmen: (comp), PENSAMIENTO FILOSÓFICO MEXICANO DEL SIGLO XIX Y PRIMEROS AÑOS DEL XX, Vol. I, México: UNAM, 1998. pág. 475 EL último pensador político del siglo XIX que consideraré en esta presentación de proyecto es Lorenzo de Zavala,(1788 – 1836) quien en su Ensayo histórico de las últimas revoluciones en México, nos hace una descripción de lo que fue México durante la colonia, llama la atención la manera imparcial en la que describe la forma de tenencia y repartición de la tierra y de sus moradores, hace mofa de ciertos escritos de la época que habían circulado por Europa y que pintaban un ambiente mexicano lleno de magia y de superstición exagerada, lo cual a juicio de Zavala no hacia otra cosa sino causar cierta conmiseración y conocimiento distorsionado en los lectores que radicaban fuera de México. Pero además criticaba a estos autores por la manera tan parcial de describir la realidad mexicana, dicha parcialidad –a juicio de Zavala,- tenía su explicación, porque se escribía para satisfacer el ego de alguna autoridad civil o eclesiástica como bien pudo ser el caso de Mariano Torrente quien escribió una Historia de las revoluciones de México por orden de Don Fernando VII de España y quien textualmente dice: “Los promovedores de los desórdenes de América, los despechados que no tienen más partido que la muerte o una feroz democracia, los únicos e inexorables enemigos del trono español y del imperio de la razón, pueden marcarse con el dedo”. Esto dio lugar a que el representante de Fernando VII de apellido Barradas se presentase para constatar lo dicho por Mariano Torrente, y lo único que logró fue que al mencionar el nombre de Fernando VII enardeciera los ánimos de todos aquellos que lo escuchaban de tal forma que en este emisario se vengaron de todas las atrocidades sufridas por la corona, ocasionándole la muerte. Zavala explica que es muy cierto que en el transcurso de veinte o treinta años sea imposible desarraigar lo sembrado en trescientos años de terror, de ignorancia. De fanatismo, de superstición y de total pobreza por la dominación española. Zavala fue testigo de lo que en realidad ocurría con la gente más desprotegida, como el mismo lo manifiesta en el siguiente pasaje: En varias provincias, los curas tienen tal dominio y ejercían tal autoridad sobre los indios, que mandaban azotarlos públicamente cuando no pagaban las obvenciones a su tiempo o cometían algún acto de desobediencia. Yo he visto azotar frecuentemente a muchos indios casados y a sus mujeres en las puertas de los templos, por haber faltado a la misa algún domingo o fiesta ¡y este escándalo estaba autorizado por la costumbre en mi provincia! Los azotados tenían después la obligación de besar la mano de su verdugo.4 A Zavala le interesaba mostrar la realidad tal cual era independientemente del agrado o desagrado de los mismos mexicanos, para este pensador, nuestro país se hallaba entre dos polos opuestos y muestra cuales son las ventajas de uno y desventajas de otro. Todo lo relacionado con la corona española constituía el polo negativo y la mala herencia para el pueblo mexicano, en cambio, el polo positivo lo constituye a juicio de Zavala el pueblo norteamericano quien tiene todas las características deseables de toda sociedad, pues existe -aunque no en todos los estados- la libertad de expresión, la tolerancia religiosa, el mayor número de propietarios, la abolición de la esclavitud, la instrucción pública y además Zavala demuestra con situaciones reales las razones por las que unos estados del vecino país del norte progresan a mayor velocidad frente a otros estados que no cumplen con todos estos requerimientos, y que su progreso es más lento. Zavala encuentra en la nación del norte vecina el modelo utópico a seguir, en los viajes que el realiza a esa nación queda maravillado del sistema como lo refleja en sus escritos: Verdad es que una de las principales causas de la estabilidad de las instituciones de los Estados Unidos de la América del norte es la situación feliz de la mayoría de los habitantes. Pero al lado de estos goces materiales el pueblo coloca el santo derecho de intervenir en todas las transacciones que tienen por objeto organizar los poderes públicos; las garantías individuales que les asegura sus leyes, la 4 Op. Cit. pág. 344 libertad de escribir y publicar sus opiniones; la que tienen de adorar a Dios conforme les dicte su conciencia; y la convicción profunda e indestructible en que están todos sus ciudadanos de que la ley es igual para todos, y que no hay instituciones formadas para favorecer una clase, ni una jerarquía de privilegiados.5 Según lo anterior, Zavala está convencido que la posesión de la tierra es la principal causa de la situación feliz de los pobladores, seguido del poder de intervención en los asuntos políticos, pero la experiencia mexicana demostraba otra realidad en la cual la gente que tenía un predio con el cual se lograba satisfacer las necesidades básicas, no deseaba ya inmiscuirse en otros asuntos y mucho menos de índole política; en primer lugar porque culturalmente predomina cierto egoísmo y se considera que si la situación personal está solucionada, el resto de ciudadanos no nos importa, y en segundo lugar, porque eso es reflejo de la ignorancia en la que nos hallábamos inmersos. Es utópica todavía la idea de una participación política mayoritaria que se refleje no sólo el día de las elecciones o el día que hay mítines donde la gente acude por obtener un regalo o una despensa o cualquier bien material es decir, participación ocasional y sólo por conveniencia, pero evadimos una participación política donde se escuchen y se presenten propuestas que den lugar a debates auténticos donde prevalezca la razón y la búsqueda del bien común. Adorar a Dios conforme dicte la conciencia, y dejar que otros lo adoren conforme les dicte su conciencia sin afectar a terceros, es lo que se denomina tolerancia religiosa en el pleno sentido de la palabra. Para el mexicano en general, le es difícil aceptar que pueda haber otra “verdadera religión” fuera del catolicismo, lo cual no es nuevo pues no debemos olvidar que en el primer artículo de nuestras constituciones del siglo XIX se decía textualmente que la única y verdadera religión era la católica. Ello nos acarreó un sin fin de secuelas. Podemos mencionar por ejemplo la guerra cristera o el conflicto en el estado de Chiapas entre católicos y protestantes donde los primeros desalojaron a los segundos por fanatismo 5 Op. Cit. pág. 360 religioso, pero además de ello, tenemos heredada una intromisión de la religión en asuntos de estado y de educación. Y la última parte tan utópica como las anteriores es la del convencimiento profundo e indestructible de que la ley es igual para todos sus ciudadanos, pues la realidad es que aunque ninguna cláusula lo diga de manera explicita, es sabido por todos que el factor económico es primordial a la hora de inclinar la balanza legal a favor de uno. Así por ejemplo, por ley todos tenemos derecho a votar y ser votados, lo que la ley no estipula es la necesidad de tener un excedente en recursos económicos para sufragar todos los gastos de orden burocrático para poder ser votado sin lo cual aunque exista la ley y exista la voluntad, pero sin el factor económico cualquier cosa que hagamos sale sobrando. Con lo expuesto anteriormente he querido mostrar que la utopía mexicana está totalmente envuelta de cuestiones políticas muy concretas las cuales pueden ser repensadas desde otro contexto histórico y social para poder determinar en qué medida van dejando de ser utópicas, y cuáles fueron los medios de los que se valió determinada teoría para lograr reducir el desfase entre lo teórico y la realidad. BIBLIOGRAFÍA: González, Federico: LAS UTOPÍAS RENACENTISTAS: Esoterismo y símbolo, Argentina: ed. Kier, 2004. Hampson, Norman: Historia social de la Revolución Francesa, Javier Pradera (Tr), Madrid, España: Alianza editorial, 1970. Jacques, Lafaye: QUETZALCOATL Y GUADALUPE La formación de la conciencia nacional en México, (prefacio; Octavio Paz), España: FCE., 1977. Locke, John: Ensayo sobre el Gobierno Civil, José Carner, (Tr), México: Ed. Porrua, 1997, (Colección “Sepan cuantos… No. 671) Magallón Anaya, Mario: Historia de las ideas: repensar la América Latina, México: UNAM., 2006. Magallón Anaya, Mario: HISTORIA DE LAS IDEAS EN MÉXICO Y LA FILOSOFÍA DE ANTONIO CASO, México: Universidad Autónoma del Estado de México. 1998. Matute Vidal, Julián: EL PERFIL DEL MEXICANO, segunda edición, México: EDAMEX, 1995. Rousseau, Juan Jacobo: El contrato social o principios de derecho político, Daniel Moreno (estudio preliminar), México: Ed. Porrua, 1969, (Colección “Sepan cuantos… No. 113) Rovira, Carmen: (compiladora), PENSAMIENTO FILOSÓFICO MEXICANO DEL SIGLO XIX Y LOS PRIMEROS AÑOS DEL VEINTE, 3 VOL., MÉXICO: UNAM, 1998. Voltaire: NOVELAS Y CUENTOS, Carlos Pujol (Tr), Barcelona, España: ed. Planeta, 1982.
Puede agregar este documento a su colección de estudio (s)
Iniciar sesión Disponible sólo para usuarios autorizadosPuede agregar este documento a su lista guardada
Iniciar sesión Disponible sólo para usuarios autorizados(Para quejas, use otra forma )