A propósito de un caso de neurosis obsesiva; Sigmund Freud

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Neurosis obsesiva
En la neurosis obsesiva existe una pulsión erótica y una sublevación contra ella; un deseo todavÃ-a no
obsesivo, y un temor ya obsesivo que lo contrarÃ-a; un afecto penoso y un esfuerzo hacia las acciones de
defensa. Además hay presente otra cosa: una suerte de delirio o formación delirante de raro contenido.
En vez de llegarse, como acontece en la histeria, a un compromiso que contenta a ambos opuestos en una sola
figuración, aquÃ- los dos opuestos son satisfechos por separado, primero uno y después el otro, aunque
no, desde luego, sin que se intente establecer entre esos opuestos mutuamente hostiles algún tipo de enlace
lógico.
En la histeria es regla que las ocasiones recientes de la enfermedad sucumban a la amnesia lo mismo que las
vivencias infantiles con cuyo auxilio aquellas trasponen su energÃ-a de afecto en sÃ-ntomas. Toda vez que un
olvido total sea imposible, el ocasionamiento traumático reciente será empero insuficiente para la amnesia
y despojado al menos de sus componentes más sustantivos. En esa amnesia vemos la prueba de la represión
sobrevenida. En la neurosis obsesiva es posible que las premisas infantiles de la neurosis sucumban a una
amnesia; en cambio, las ocasiones recientes de la enfermedad se encuentran conservadas en la memoria. La
represión se ha servido aquÃ- de otro mecanismo: en lugar de olvidar al trauma, le ha sustraÃ-do la
investidura de afecto, de suerte que en la conciencia queda como secuela un contenido de representación
indiferente, considerado inesencial. El distingo se sitúa en el acaecer psÃ-quico que podemos construir tras
los fenómenos; el resultado del proceso es casi el mismo, pues el contenido mnémico indiferente sólo
rara vez es reproducido y no desempeña papel alguno en la actividad de pensamiento conciente de la
persona. Para distinguir entre ambas variedades de la represión, es preciso admitir entonces que para la
neurosis obsesiva existen dos clases de saber y de tener noticia, y con igual derecho se puede afirmar que el
neurótico obsesivo tiene noticia de sus traumas como que no tiene noticia de ellos. No los ha olvidado, pero
no tiene noticia de ellos puesto que no discierne su significado. Mediante el desplazamiento consigue una
considerable ganancia de la enfermedad.
Es más correcto hablar de un pensar obsesivo y poner en relieve que los productos obsesivos pueden tener el
valor de los más diferentes actos psÃ-quicos.
En la lucha defensiva secundaria que el enfermo libra contra las representaciones obsesivas que se han filtrado
en su conciencia se producen formaciones que merecen una denominación particular. No son argumentos
puramente racionales los que se contraponen a los pensamientos obsesivos, sino unos mestizos entre ambas
variedades del pensar: hacen suyas ciertas premisas de lo obsesivo a lo cual combaten y se sitúan en el
terreno del pensar patológico.
Los enfermos no tienen noticia del texto de sus propias representaciones obsesivas. En el circuito de un
psicoanálisis crece no sólo el coraje del enfermo, sino también el de su enfermedad; esta se atreve a dar
unas exteriorizaciones más nÃ-tidas. Para abandonar la figuración por imágenes: ocurre sin duda que el
enfermo, quien hasta entonces se habÃ-a extrañado con terror de la percepción de sus producciones
patológicas, les presta ahora su atención y se entera de ellas con más nitidez y detalle.
En la indagación analÃ-tica de un historial clÃ-nico se adquiere el convencimiento de que a menudo varias
representaciones obsesivas que se siguen unas a otras, pero cuyo texto no es idéntico, son en el fondo una y
la misma. La representación obsesiva fue rechazada logradamente la primera vez, retorna entonces otra vez
desfigurada, no es discernida, y quizás a causa de su desfiguración, justamente, puede afirmarse mejor en la
lucha defensiva. La oficialmente llamada representación obsesiva lleva entonces, en su desfiguración
respecto del texto original, las huellas de la lucha defensiva primaria.
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A veces en la neurosis obsesiva los procesos anÃ-micos inconcientes irrumpen en lo conciente en la forma
más pura y menos desfigurada, esa irrupción puede producirse desde los más diversos estadios del
proceso de pensar inconciente, además las representaciones obsesivas, en el momento de su irrupción,
pueden discernirse las más de las veces como unas formaciones existentes desde hace mucho tiempo.
El paciente puede ser supersticioso en alto grado, y ello a pesar de ser un hombre de elevada cultura, por
tanto, es supersticioso, y al mismo tiempo no lo es, y asÃ- se distingue nÃ-tidamente de los supersticiosos
incultos, que vacilan en su creencia. Parecen comprender que su superstición depende de su pensar obsesivo.
El paciente tiene la necesidad de hallar en el vivenciar ciertos puntos de apoyo para su superstición, y por
eso repara a menudo en consabidas casualidades inexplicables de la vida cotidiana, y cuando éstas no
bastan, acude en su ayuda con su obrar inconsciente.
Otra necesidad anÃ-mica común a los enfermos obsesivos que tiene cierto parentesco con la recién
mencionada, es la de la incertidumbre en la vida, o de la duda. La producción de la incertidumbre es uno de
los métodos que emplea la neurosis para sacar al enfermo de la realidad y aislarlo del mundo, lo cual
constituye la tendencia a toda perturbación psiconeurótica. Es harto nÃ-tido lo mucho que los enfermos
ponen de sÃ- para esquivar una certidumbre y poder aferrarse a una duda. La predilección de los enfermos
obsesivos por la incertidumbre y la duda se les convierte en motivo para adherir sus pensamientos,
preferentemente, a aquellos temas en que la incertidumbre de los hombres es universal. Estos temas son sobre
todo: la duración de la vida, la vida después de la muerte, y la memoria, a la que solemos prestar creencia
sin poseer la menor garantÃ-a de su confiabilidad.
El carácter esencial de un neurótico obsesivo es su incapacidad para decidirse, sobre todo en asuntos de
amor; procuran posponer toda decisión, y dudan sobre la persona por la cual habrÃ-an de decidirse.
Además, a lo largo de toda su vida es inequÃ-voco la relación con su objeto de amor sufrió una querella
entre amor y odio. FantasÃ-as de venganza y fenómenos obsesivos atestiguan esa bi−escisión en su
interior. Esa condición bi−escindida de los sentimientos adquiere motivos desde la niñez. El amor intenso
es la condición del odio reprimido. Es el mismo gran amor el que no admite que el odio permanezca
conciente. Semejante persistencia de los opuestos sólo es posible bajo particulares condiciones psicológicas
y por cooperación del estado inconsciente. El amor no ha podido extinguir al odio, sino sólo esforzarlo a lo
inconsciente; y en lo inconsciente, protegido del influjo de la conciencia suele hincharse por vÃ-a de
reacción hasta alcanzar una intensidad particularmente elevada, a fin de estar a la altura del trabajo que se le
impone de una manera constante: retener en la represión a su adversario. Una división muy prematura de
estos dos opuestos, ocurrida en los años prehistóricos de la infancia, con represión de una de las partes,
serÃ-a la condición para esta sorprendente constelación de la vida amorosa.
En los casos en cuestión de odio inconsciente, el componente sádico del amor se ha desarrollado
constitucionalmente con particular intensidad; por eso ha experimentado una sofocación prematura y
demasiado radical, y asÃ- los fenómenos observados de la neurosis derivan por una parte de la ternura
conciente elevada por reacción, y por otra parte del sadismo que en lo inconsciente sigue produciendo
efectos como odio. Si un amor intenso se contrapone, ligándolo, a un odio de fuerza casi pareja, la
consecuencia inmediata tiene que ser una parálisis parcial de la voluntad, una incapacidad para decidir en
todas las acciones en que el amor deba ser el motivo pulsionante.
Forma parte del carácter psicológico de la neurosis obsesiva el hacer uso más extenso del mecanismo del
desplazamiento. AsÃ-, la parálisis de la decisión se difunde poco a poco por todo el obrar de un ser
humano.
Con esto queda dado el imperio de compulsión y duda. La duda corresponde a la percepción interna de la
irresolución que se apodera del enfermo a raÃ-z de todos sus actos deliberados, como consecuencia de la
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inhibición del amor por el odio. Es, en verdad, una duda en cuanto al amor, que deberÃ-a ser lo más cierto
subjetivamente; esa duda se ha difundido a todo lo demás y se ha desplazado con preferencia a lo Ã-ntimo
más indiferente.
La incertidumbre de los obsesivos, se debÃ-a a que de continuo unas fantasÃ-as inconscientes se le
inmiscuÃ-an en su actividad. Es acertado que la incertidumbre de haber cumplido una medida protectora
proviene de las fantasÃ-as inconscientes perturbadoras, pero estas fantasÃ-as contienen el impulso contrario,
aquel, justamente, contra el cual la actividad debÃ-a servir de defensa.
Cada vez que el impulso amoroso ha podido ejecutar algo en su desplazamiento a una acción Ã-nfima,
pronto el hostil lo alcanza ahÃ- y vuelve a cancelar su obra.
En cuanto a la compulsión, es un ensayo de compensar la duda y de rectificar el estado de inhibición
insoportable de que esta da testimonio. Si el mandamiento obsesivo no ha de cumplirse, la tensión es
insoportable y se la percibe como suprema angustia. Estas acciones obsesivas sólo son posibles por haberse
producido dentro de ellas, en formaciones de compromiso, una suerte de reconciliación entre los dos
impulsos que se combaten mutuamente.
El proceso mismo del pensar es sexualizado, pues el placer sexual, que de ordinario se refiere al contenido del
pensar, se vuelve aquÃ- hacia el acto mismo del pensar, y la satisfacción de alcanzar un resultado cognitivo
es sentida como satisfacción sexual. Ahora bien, la dilación en el actuar pronto halla su sucedáneo en el
demorarse en el pensar, y todo el proceso, conservándose sus peculiaridades, es traducido a un nuevo
terreno.
Compulsivos se vuelven aquellos procesos del pensar que se emprenden con un gasto de energÃ-a que de
ordinario sólo se destina al actuar; vale decir, unos pensamientos que regresivamente tienen que subrogar a
acciones.
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