ORACIÓN Que mi mirada no ensucie a quien toque, que no intimide, sino que sosiegue, que no entristezca, sino que transmita alegría, que no seduzca para apresar a nadie sino que invite y arrastre al mejoramiento. Haz que mi mirada conmueva a las almas por ser un encuentro, un encuentro con Dios. Que sea una llamada, un toque de clarín que movilice a todos los parados en las puertas, y no porque yo paso, Señor, sino porque pasas tú. Para que mi mirada sea todo esto, Señor, una vez más en esta noche yo te doy mi alma, y mi cuerpo, y mis ojos. Ahora que cuando mire a mis hermanos los hombres seas tú quien los mira y, desde dentro de mí, tú les saludes. Canto final nº 5 Maranna-thá 1 de diciembre de 1997 Cantos Ambientación Cantos Lectura del evangélio: “Felices los que lloran porque recibirán consuelo”. (Mt. 5, 4) Reflexión Mientras estamos en la tierra, es consuelo nuestro ver que Dios nos quiere y nos atiende. También es consuelo nuestro, cuando Él no atiende nuestras peticiones, saber que nuestra cruz tiene un sentido y un valor. Es consuelo nuestro ver los pasos que se dan en el mundo para más justicia y para que se reconozca la dignidad de todos aquellos que antes fueron despreciados. También nos consuela saber claramente que Dios dará a la humanidad, en la otra vida, más de todo lo que pudimos esperar y merecer. Estamos acostumbrados a pedirle al buen Dios cosas que sólo repercutirían en nuestro favor, en nuestras necesidades personales, tal vez en cuestiones egoístas, en las que los demás no suelen entrar. Por suerte para nosotros esas peticiones no las suele conceder. Dios nos concede una LIBERTAD, en mayúsculas para que nosotros podamos ser esos brazos que aman, que consuelan y acogen. Él no quiere intervenir en la vida de la humanidad mientras esté en nuestras manos el arreglar los problemas que desgarran el alma del hombre, mientras podamos acompañar las lágrimas con nuestro consuelo y abrazo. Esta bienaventuranza, nos invita a llorar con el que llora, a reír con el que ríe, a soñar con el que sueña, en definitiva a vivir con el que vive, pero también nos invita a dejar que los demás lloren con nosotros y se alegren con nosotros. Cuando hagamos esto será cuando verdaderamente nuestras vidas serán prolongación de la misericordia de Dios. Por eso os invitamos a escribir en la lágrima ¿Cómo me siento? ¿En que actitud suelo estar? ¿Consuelo o necesito ser consolado? ¿Cómo recibo el consuelo de los demás? ¿Soy autosuficiente? ¿Tengo sensibilidad ante el sufrimiento de mis hermanos, los más cercanos? También os invitamos a que compartáis vuestra reflexión. Canto nº 360: Oració de Sant Francesc Introducción lectura San Francisco Vamos a escuchar ahora el comienzo del “Testamento de San Francisco” donde él mismo nos relata cuál fue el punto de partida de su conversión. Escuchemos atentamente el texto más personal y autobiográfico de San Francisco. Lectura de San Francisco. El Señor me dio a mí, el hermano Francisco, el comenzar a cambiar mi vida; en efecto, como estaba en pecado, me parecía muy amargo ver leprosos. Y el Señor mismo me condujo en medio de ellos, y practiqué la misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura de alma y cuerpo. Silencio Oración (a dos coros) Ahora, Señor, voy a cerrar mis párpados: hoy ya han cumplido su oficio. Mi mirada ya regresa a mi alma tras de haberse paseado durante todo el día por el jardín de los hombres. Gracias, Señor, por mis ojos, ventanales abiertos sobre el mundo; gracias por la mirada que lleva mi alma a hombros como los buenos rayos de tu sol conducen el calor y la luz. Yo te pido, en la noche que mañana cuando abra mis ojos al claro amanecer, sigan dispuestos a servir a mi alma y a mi Dios. Haz que mis ojos sean claros, Señor. Y que mi mirada siempre recta, siembre afán de pureza. Haz que no sea nunca una mirada decepcionada, desilusionada, desesperada, sino que sepa admirar, extasiarse, contemplar. Da a mis ojos el saber cerrarse para hallarte mejor, pero que jamás se aparten del mundo por tenerle miedo. Concede a mi mirada el ser lo bastante profunda como para conocer tu presencia en el mundo y haz que jamás mis ojos se cierren ante el llanto del hombre. Que mi mirada, Señor, sea clara y firme, pero que sepa enternecerse y que mis ojos sean capaces de llorar.