Imagen del alma femenina:

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La conciencia moral en Edith Stein y la vocación de la mujer en la cultura
contemporánea.
Lic. Vogliazzo Mariana
Sabemos que al final de su vida Edith Stein va a exhibir una preocupación constante por
aquellos temas que hacen a la estructura de la persona humana y su relación con la
mística. Si bien sus inicios intelectuales se remontan a la fenomenología de Husserl y a
la psicología, contribuyendo en este sentido a una crítica del psicologismo imperante a
través de su concepto de empatía. Sin embargo su búsqueda incesante de la verdad
filosófica la llevará a la cumbre de la verdad mística. Justamente en la “Ciencia de la
cruz”, última obra escrita por la autora entre los años 1940-1942, se encuentra
condensada toda su búsqueda intelectual y espiritual, donde la relación entre Dios y el
alma pasa a convertirse en el objeto central de atención de la Santa. Edith nos dejará de
esta forma una descripción filosófica brillante sobre esta “vida del alma y sus potencias
en relación con Dios”, mediante la aplicación del método fenomenológico que ella
conjuga de manera admirable con la metafísica tomista y con los dogmas de Fe.
Adentrándonos en el tema en cuestión, Edith Stein entiende la conciencia moral dentro
de la perspectiva de la metafísica clásica, en este sentido no escapa de entenderla como
un principio perteneciente a la misma naturaleza humana (excluyendo de esta forma
todo constructivismo y colectivismo de la conciencia), la cual va a actuar en el hombre
conforme a un fin universal, pues naturaleza y fin se corresponden en las creaturas
creadas. Aún así esta conciencia, sin dejar de ser un principio objetivo, va a tener para
Edith una función personalísima, única y original: la configuración del ser propio.
Podríamos decir entonces que la conciencia moral va a ser la encargada de salvaguardar
la concreción del fin universal de la naturaleza humana -que nosotros por revelación
sabemos que es la bienaventuranza de la vida eterna- pero en una línea exclusivamente
personal, permitiéndonos entonces: “obtener un criterio por el cual la voluntad puede
orientarse para acometer la tarea de la autoconfiguración”1. El hombre tiene por tanto
la obligación moral de formarse a sí mismo siguiendo las voces que le llegan desde su
conciencia. Edith Stein lo expresa con las siguientes palabras:
“El hombre debe “tenerse a si mismo bajo las riendas, a fin de configurar
libremente los actos puntuales de su vida y de esa manera también su modo de ser
permanente, es patente que para ello debe actuar conforme a un principio”2
1
2
Stein Edith (1998); La estructura de la persona humana; Biblioteca de autores cristianos; Madrid; p.166
Stein Edith (1998); La estructura de la persona humana; Biblioteca de autorescristianos; Madrid; p.164
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La conciencia moral en Edith Stein y la vocación de la mujer en la cultura
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Este formarse a sí mismo es para la Santa producto de la decisión libre de la
persona y ella misma lo identifica con el carácter, efectivamente: “Todo el desarrollo
del cuerpo, todo el adiestramiento de los sentidos, todo lo que se denomina formación
del espíritu y del carácter, tiene aquí su lugar propio”3. Esto nos permite entrever hasta
que punto la educación del carácter como ‘modo de ser permanente’, o como ‘proceso
de autoconfiguración personal’, que se constituye a través de los hábitos en una
“segunda naturaleza”, necesita de una conciencia moral educada, fortalecida y recta.
Pues lo que uno debe ser, la autoconfiguración, es algo que esta inscripto en la propia
naturaleza humana aunque de manera potencial. La función del yo, bajo la guía de su
conciencia, será actualizar de manera única y original lo que ya esta dado virtualmente.
La máxima socrática ‘sé lo que eres’, es decir sé en acto lo que ya eres en potencia,
constituye la justa medida de este ‘deber ser’ del hombre. En otras palabras la
actualización de la propia potencialidad no es otra cosa para Edith que el despliegue del
‘ser propio’. En esa actualización y en ese despliegue se va configurando la persona y el
carácter como un modo de ser permanente. Lamentablemente muchas de las patologías
con los cuales nos encontramos en este tiempo tienen aquí su raíz: en una falta de
formación de la voluntad para que el yo pueda asumir las riendas de su sí mismo, lo
que falla entonces es la función de la conciencia moral, y unida a ella la vida del
espíritu en toda su integridad.
Ahora bien, esta conciencia moral va a ocupar un lugar determinado dentro de la
estructura ontológica de la persona. Edith Stein se va a ocupar de esclarecer su posición
en el interjuego de las potencias del alma y en su relación con la vida yo. Al respecto
ella misma nos dice:
“El punto central del alma es el lugar en el cual se dejan oír las voces de la
conciencia y el lugar de las libres decisiones personales”4
“La función del alma con la que oímos esa llamada, y que aprueba o reprueba
nuestros actos cuando ya han tenido lugar, o incluso mientras los estamos efectuando,
recibe el nombre de conciencia moral”5
3
Stein Edith (1998); La estructura de la persona humana; Biblioteca de autorescristianos; Madrid; p.150
Stein Edith; Welt und person, 67.
5
Stein Edith(1998); La estructura de la persona humana; Biblioteca de autores cristianos; Madrid; p.165
4
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Consecuentemente Sor Benedicta va a entender la conciencia moral como una
función del alma espiritual, ella pertenece exclusivamente a la vida del espíritu, su lugar
se encuentra en el centro del alma. Por eso Edith nos alerta que en esta tarea de
autoconfiguración personal uno debe oír las voces que se hallan en su interior, es decir
los llamados insistentes que nuestra conciencia nos hace desde el fondo de vuestra alma.
La conciencia moral se ubica así en el estrato mas profundo de la persona, entendiendo
por “profundidad” aquello que es más espiritual en el hombre, y adquiriendo allí un
papel fundamental para entender la dinámica propia del alma en su vida interior y en su
comercio con las cosas del mundo. En ‘Ser finito y Ser eterno’ Edith lo expresará
contundentemente:
“La conciencia revela cómo los actos están arraigados en la profundidad del
alma, y retiene al yo- a pesar de su libre movilidad- en esta profundidad: la voz que
sale de lo profundo lo llama sin cesar a su lugar para responder allí de su acción y
para comprender lo que produjo su acción, porque los actos dejan sus huellas en el
alma: en seguida el alma se encuentra en un estado diferente del anterior”6
La conciencia moral tendrá por lo tanto una función primordial: ella será la
encargada de atraer al yo hacia lo hondo, hacia el centro. Cabe aclarar aquí que para
Edith el yo no se identifica ni con el alma ni con el espíritu. Podríamos decir que Sor
Benedicta piensa el alma espiritual desde una estructura topográfica, como estratos
diferenciados, en ella podemos encontrar diferentes lugares o moradas, retomando así la
imagen del alma como un castillo. El yo puede habitar entonces en la profundidad del
alma o en la superficie, identificándose éste con “la persona libre y espiritual, cuya vida
son los actos intencionales”7; mientras que “el hombre con todas sus capacidades
corporales y anímicas es el sí mismo que tengo que formar”8. El yo, por lo tanto, tiene
un sentido espiritual, y accedemos a él a través de la vivencia, su vida son los actos
intencionales. Las cosas pueden de esta manera penetrar y/o salir del alma, ya que ésta
posee una especialidad interior, es decir una extensión capaz de ser llenada. Justamente
en el inter-juego entre el yo y el alma va a tener lugar la acción de la conciencia:
‘atrayendo al yo y reteniéndolo en lo profundo’. Aquí el yo deberá dar cuenta de lo que
6
Stein Edith (1994); Ser finito y ser eterno; Fondo de cultura económica; México; p. 455
Stein Edith (1998); La estructura de la persona humana; Biblioteca de autores cristianos; Madrid; p.150
8
Stein Edith (1998); La estructura de la persona humana; Biblioteca de autores cristianos; Madrid; p.150
7
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hizo con lo que se le concedió, deberá también compadecer ante su propio tribunal
interior respondiendo sobre su obrar, pues sus actos no son indiferentes para la vida del
alma. La conciencia moral tendrá así la función de salvaguardar ese orden intrínseco del
alma, el cual es posible solamente en tanto que el yo viva, respire, y piense desde la
interioridad del ser personal, solamente desde allí es posible para Edith un recto
entendimiento con el mundo. En otras palabras, solo habitando en lo profundo – dirá
Edith- el yo puede experimentar su propia fuerza como recogida en si; vive, además, en
el fundamento de su ser, estando de veras en su casa y en su domicilio9. La función del
yo será entonces movilizar sus recursos para hacer frente a los contenidos que le vienen
de afuera, y de esta forma evitar ser arrastrado por ellos, siendo este naufragar del yo en
lo extrínseco y superficial un peligro mortal para la vida del alma. Así, mientras más en
la interioridad habite el yo, mayor posesión de sí y mayor libertad frente a aquello que
no le es propio. He aquí la dignidad más alta del ser personal y espiritual libre, en donde
la persona no resulta jamás constreñida por lo que entra de afuera. No vive tampoco en
la agitación y preocupación por las cosas del mundo; sino que, haciendo uso de su
fuerza y de su razón, puede desenredar con inteligencia que actitud tiene que tomar y
orientar libremente sus fuerzas en la dirección elegida.
Muy distinta, en cambio, es para la Santa la situación en la cual el yo habita en
la superficie, aquí la persona no penetra jamás en la hondura de los hechos ni puede
captar el sentido último de los acontecimientos: sus razones eternas. Vive, además, en la
inconsistencia de lo transitorio, de lo contingente que lo arrastra en el suceder sin fin de
las situaciones. Edith nos advierte al respecto:
“ Pero pocos hombres viven de manera tan recogida. En la mayor parte el yo
se sitúa más bien en la superficie; sin duda, si le sucede ser profundamente
impresionado por sucesos importantes y atraído a la profundidad, entonces trata de
responder al acontecimiento con una conducta conveniente, pero después de un tiempo
más o menos largo vuelve a la superficie. ”10
‘Se dan pocos hombres que viven de manera tan recogida’, vale decir: la vida
contemplativa es hoy un tesoro de difícil hallazgo. La mayoría de los hombres, en
9
Stein Edith ( 1994); Ser finito y ser eterno; Fondo de cultura económica; México, p. 431
Stein Edith ( 1994); Ser finito y ser eterno; Fondo de cultura económica; México, p. 453
10
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cambio, viven en la superficie. Algún acontecimiento puede, no obstante, llevarlos
esporádicamente de nuevo a la hondura, pero su permanencia allí es inestable, pues
rápidamente son seducidos por las potencias de este mundo: la concupiscencia de la
carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. El hombre en este caso
vivirá desarraigado, sin puntos de referencia, falto de estabilidad y ataduras. Fácilmente
la vida pasará a identificarse para él con el movimiento, he aquí el origen de todos los
vitalismos y activismos con extraordinaria vigencia en nuestra cultura. El yo pues,
zarandeado por mil sucesos que lo arrastran, no será más que un “pobre yo”, un vasallo
de los tiempos y de las modas de turno, un yo sin hogar, porque su morada está en lo
profundo. Vivirá además una vida falsificada, es decir una vida que no es la suya
propia sino la vida de otros. Frente a este estado de cosas – insistirá Edith- la función
de la conciencia moral será ligar otra vez el yo a lo íntimo. La conciencia moral habita
pues en este “centro del alma”, llamado también: “ápice del alma”, “chispa del espíritu”,
y desde allí hará oír su voz al yo atándolo de nuevo hacia la hondura. Este fondo del
alma será también por excelencia el lugar de la escucha del yo. Escucha que significa
obediencia del yo a la palabra que le es dada oír. La primera actividad del Yo será
entonces escuchar: el hombre debe ser un auscultador; mientras que la segunda
actividad será obedecer: ‘Habla Señor que tu siervo escucha’, dice Samuel. No pocas
veces sucede que en el mundo ‘no hay nada que escuchar’, entonces se hace muy difícil
tener que obedecer. Porque la escucha y la obediencia son la respuesta natural del
hombre frente a la verdad, y toda verdad siempre viene del Espíritu Santo. El yo, por
consiguiente, esta llamado a obedecer los llamados que le realiza su propia conciencia
iluminada por el Espíritu Santo, aquí la conciencia moral natural se une con la
conciencia mística. En definitiva podríamos pensar esta conciencia – la moral y la
mística- como la figura del centinela del alma, es decir como la encargada de custodiar
que lo que penetre en el alma no sea contrario a su propia naturaleza y fin eterno.
Consecuentemente podríamos también entender la enfermedad psíquica y/o espiritual
como un ocultamiento o silenciamiento de las voces de nuestra conciencia moral, ya sea
como consecuencia del pecado o de las pasiones desordenadas, esto podría suceder
cuando falta el recogimiento adecuado, o cuando se vive permanente en la superficie,
entonces las voces de la conciencia son acalladas por las voces del mundo actuando en
sentido centrifugo para la vida del yo.
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Finalmente nos quedaría decir alguna palabra con respecto a la misión de la
mujer en el contexto de la cultura contemporánea. En este sentido Edith Stein ha sido
una de las pioneras en plantearse el tema de la especificidad de la naturaleza femenina,
siendo la temática de la mujer y de su vocación eterna una constante de su pensamiento.
En efecto, para Santa Teresa Benedicta de la Cruz, la presencia de una naturaleza
femenina nos remite necesariamente a la existencia de un alma femenina, en tanto que
el alma es principio especificador de todo el ser humano, es ‘forma corporis’. Esto
significa la posibilidad de entender la antropología desde una mirada dual, lo que le
permitirá a la Santa elucidar distintas vocaciones tanto para el hombre como para la
mujer, cuyo raigambre metafísico lo encontraremos en la idiosincrasia propia de cada
alma como principio especificador del cuerpo. Edith va a intentar entonces responder en
qué consiste este llamado propio y peculiar de la mujer, y partiendo de la fisiología
femenina primero, para elevarse al plano de la mística después, ella descubrirá en la
‘maternidad espiritual’ aquella llamada irrevocable de la naturaleza en la cual la mujer
deberá autoconfigurarse en la línea de su designio eterno, en efecto Edith nos dice:
"Como configuración anímica de la mujer he destacado la maternidad. No está
vinculada a la maternidad corporal. No debemos separamos de esta maternidad
estemos donde estemos. La enfermedad de la época se debe a que ya no hay
maternidad"11.
Vemos entonces como toda mujer para Edith está llamada a encarnar esta
configuración anímica de la maternidad en cualquiera de las labores o profesiones
donde se halle. La Santa de esta manera se opone a todo exclusivismo de la maternidad
biológica defendido por ciertas ideologías materialistas. Pues aunque aquélla sea
ciertamente importante para la continuación de la especie, no todas las mujeres están
llamadas a vivir esta maternidad: ‘en cambio todas las mujeres estamos llamadas a ser
madres espirituales: las casadas y las vírgenes’. La maternidad espiritual se erige así en
el destino propio y más elevado de la mujer, en donde ella encontrará su
autoconfiguración y la realización plena de su sí mismo, siendo la vocación común
tanto de la casada como de la virgen, pues ambas deben realizar esta especificidad que
dimana de la fuente de su principio metafísico y que corresponde a la imagen eterna que
11
E. Stein, Das Leben Edith Steins, Kindheit und Jugend, ESW, VE, p.10.
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Dios ha sellado en su alma. Posteriormente Edith desarrollará la figura de la VirgenMadre, en donde la entrega amorosa, el desasimiento y la virginidad del alma serán sus
notas esenciales, así lo expresa la misma autora:
“ Esta virginidad del alma puede también poseerla la mujer que es esposa y
madre: ciertamente, solo por esta virginidad puede cumplir ella su tarea: el amor
servicial, que no es sumisión esclava ni autoafirmación del propio yo, solo puede
manar de esta fuente"12
En síntesis la maternidad espiritual, como aquel estado de pureza y castidad del
alma a través del cual la mujer engendra a la humanidad desde la gratuidad del Amor
Divino, es la esencia tanto de la virgen como de la casada. La mujer se convierte de esta
manera en un acto de ofrenda agradable al Padre engendrando hijos espirituales para el
Reino. Juan Pablo II, en su carta ‘Mulieris dignitatem’ subraya este mismo aspecto, él
mismo nos lo dice:
‘Si la dignidad de la mujer testimonia el amor, que ella recibe para amar a su
vez, el paradigma bíblico de la "mujer" parece desvelar también cuál es el verdadero
orden del amor que constituye la vocación de la mujer misma. Se trata aquí de la
vocación en su significado fundamental, -podríamos decir universal- que se concreta y
se expresa después en las múltiples vocaciones de la mujer, tanto en la Iglesia como en
el mundo. La fuerza moral de la mujer, su fuerza espiritual, se une a la conciencia de
que Dios le confía de un modo especial el hombre, es decir, el ser humano.
Naturalmente, cada hombre es confiado por Dios a todos y cada uno. Sin embargo, esta
entrega se refiere especialmente a la mujer -sobre todo en razón de su femineidad- y
ello decide principalmente su vocación”13
El alma femenina no puede vivir entonces sin esta especial referencia a la
hondura que la hace un ser habitable para el acogimiento materno y para el servicio.
Este brindarse virginal y materno no sería entonces una elección sino un dinamismo
ontológico de la propia naturaleza femenina. Así la mujer, desde su propia interioridad,
acoge al otro en su seno materno para cuidarlo y conservarlo. Pues nada encontramos en
12
13
Edith Stein ( 1998); La mujer: su papel según la naturaleza y la gracia, Editorial Palabra, Madrid, p 259
Juan Pablo II; Mulieris Dignitatem, 30
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la mujer de fructífero y fecundo que no pase previamente por su corazón de madre. Su
ser brilla, su fuerza irradia, cuando la mujer se entrega en esta tarea, cuando hace de su
alma un lugar de acogida para otros. El “Hágase” de la Virgen es signo de esta especial
vocación al acogimiento.
Por último propongo entender en esta línea el deber trascendental que la mujer
está llamada a cumplir desde lo profundo de su designio metafísico y teológico en la
cultura contemporánea: devolverle a un una sociedad enferma y herida por el olvido de
su Creador la mirada amorosa de un corazón de Madre.
Muchas gracias
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