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Realidad Nacional
El fenómeno de la globalización
Orientaciones para un
discernimiento pastoral
Héctor Aguer
Arzobispo de La Plata
La palabra globalización se ha convertido, en los últimos años, en una especie
de ídolo o talismán. El concepto que da contenido a ese término indica, con
suma ambigüedad, riesgos y oportunidades que nos aguardan en el siglo XXI. La
palabra responde parcialmente a la verdad de un fenómeno; designa hechos
reales, pero también designa una ideología que es esgrimida como un arma para
justificar, prolongar o acelerar situaciones injustas.
El fenómeno de la globalización, sus características y sus límites, no ha sido aún
satisfactoriamente definido. Podemos intentar, sin embargo, una descripción
aproximada. Se trata de un proceso de interconexión financiera, económica,
social, política y cultural, acelerado por la facilidad de las comunicaciones y
especialmente por la incorporación institucional de tecnologías de información y
comunicación. Este proceso se verifica en el contexto de una victoria política del
capitalismo y cuando en el orden cultural parecen eclipsarse las ideologías y
arrastrar en su caída a los grandes ideales. El proceso en cuanto tal encierra un
potencial considerable para fomentar el bienestar económico y promover
relaciones más humanas; induce cambios que, por ahora, acrecientan la
exclusión de regiones, comunidades y culturas enteras.
En el orden económico se vienen registrando desde mitad de los años 70
cambios pronunciados en las formas de producción. La desmaterialización de los
productos, por influjo de los criterios consumistas, hace que el valor agregado
dependa más del diseño, la imagen y la marca que de los mismos componentes
materiales. De allí que en las empresas cobran papel predominante los
conocimientos organizativos, la idea original y la apreciación del movimiento
comercial. También hay que señalar en este campo la desnacionalización
provocada por la división internacional de los procesos productivos. Como
consecuencia, se torna crónico el desempleo, aumenta la precariedad laboral y
social y crece la desigualdad de los ingresos. Las víctimas principales son los así
llamados "trabajadores genéricos", que no tienen posibilidad de adaptarse a los
cambios y son considerados individualmente prescindibles. El capital, cuya
propiedad se ha hecho compleja y cada vez más anónima, se aleja de los
procesos productivos. La desconexión de los mecanismos financieros respecto
de la economía real somete el conjunto de la actividad económica al imperio del
dinero y promueve la internacionalización de la usura.
El Estado ha perdido autoridad como agente de la política económica y ya no
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controla plenamente las variables macroeconómicas básicas. El fenómeno de la
globalización ha puesto en evidencia una subordinación antinatural de las
políticas nacionales a la economía dineraria dirigida desde los centros financieros
internacionales, cuando el fenómeno mismo debería situarse bajo una autoridad
política capaz de velar equitativamente por el bien de todos. Hoy se habla
comúnmente de la crisis del Estado-Nación. Ulrich Beck, un estudioso del tema,
define la época actual como una segunda modernidad, caracterizada por el
desarrollo de estructuras supraestatales de regionalización, la revalorización de
unidades políticas subestatales y la creación de comunidades virtuales fruto de
la globalización de relaciones entre personas y grupos que no son contenidas ya
por los límites de los Estados ni se valen de su mediación.
Se insinúa una nueva división social entre aquellos que han logrado integrarse
en el mundo globalizado y los que resultan excluidos: áreas geográficas, barrios
de ciudades del primer mundo y grupos sociales enteros. Si puede consentirse
un rasgo de ironía en un asunto tan serio, hay que decir que la globalización
implica la existencia de globalizadores y globalizados. En el mismo tono, Robert
Solow, premio Nobel de Economía, exclama: "¡Ah, sí, la globalización! Es una
maravillosa excusa para muchas cosas".
En el orden cultural, la interconexión permite recibir nuevas impresiones y
experiencias, mediadas por la televisión o por internet, que proceden de lejos y
que son, en realidad, productos vendidos por las empresas que los elaboran.
Este fenómeno brinda la oportunidad de ampliar el horizonte de cultura y
valores de personas y comunidades, pero de hecho extiende una cultura de la
virtualidad en la que se combinan relativismo y pasividad. El tiempo libre,
especialmente de los jóvenes, se llena con experiencias virtuales que pueden
llegar a engendrar una confusión entre ficción y realidad. La cultura del
consumismo global suministrada por la industria del entretenimiento induce
cambios de valores y comportamientos adictivos y propaga una masificación que
tiende a inhibir el pensamiento. Para que la dimensión cultural de la
globalización se ponga al servicio de formas de vida más humanas, se hace
necesaria la elección, la orientación y la adaptación activa de las nuevas
experiencias virtuales. Algunos autores piensan que el mundo, ya
homogeneizado en lo económico y en lo político, marcha hacia una
homogeneización cultural por obra de lo que Benjamin Barber llama la "cultura
McWorld".
Ante un proceso de estas características se perfilan dos actitudes contrastantes,
dos posiciones extremas: una opción reactiva, de rechazo, representada por el
fundamentalismo islámico y por los grupos occidentales embanderados en la
anti-globalización, y la aceptación incondicional, interesada, del
fundamentalismo neo-liberal, es decir, los globalizadores, sus socios y, en
general, los beneficiarios de los cambios recientes. Entre ambas posturas, la
visión cristiana debe ejercitarse como cuidadoso discernimiento: comprensión de
las oportunidades y de los efectos positivos, que la Iglesia reconoce como tales
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y de los riesgos y consecuencias negativas, que ella mira con inquietud. A partir
de ese discernimiento se podrá incidir en el fenómeno en todas sus dimensiones
a través de adecuadas iniciativas pastorales.
El concepto de globalización parece expresar la unidad del mundo, y en cuanto
tal comporta un valor objetivo que es necesario constatar y aquilatar. Se le
puede atribuir un contenido moral que no es ajeno a la cosmovisión cristiana, ya
que la unidad del género humano tiene que ver con la verdad de la creación y
de la redención e importa sobremanera a la misión de la Iglesia.
Se podría esbozar una consideración teológica de la globalización. No propongo
fabricar una teología de la globalización, al modo como surgieron, en décadas
pasadas, teologías del progreso, del desarrollo, de la liberación, de la revolución,
y otros genitivos añadidos al sustantivo theologia, que es elocuente por sí
mismo. Esta consideración teológica podría asumir como parámetros o puntos
de referencia: 1) la verdad acerca de la creación, aspecto frecuentemente
olvidado o descuidado en el discurso teológico; 2) la verdad acerca de la
redención. Pienso especialmente en la dimensión inmensa del misterio de Cristo
tal como la expresa el Apóstol Pablo en el primer capítulo de la Carta a los
Colosenses, en la preeminencia absoluta del Resucitado, Señor de la historia, en
quien Dios quiso que residiera toda plenitud; 3) la misión de la Iglesia,
sacramento universal de salvación y de unidad del género humano, como así
también su acabamiento en la escatología.
En los hechos, la mentada unidad está seriamente comprometida por divisiones
y conflictos de toda especie, o falseada por una deformación de la
interdependencia de los pueblos. El sistema determinante de relaciones en el
mundo actual, en sus aspectos económico, político y cultural, no es asumido
como dimensión o categoría moral; no se realiza y verifica como solidaridad, es
decir, como determinación firme y perseverante de empeñarse en favor del bien
común. Más bien parece despojado de valores espirituales. En su acepción más
negativa, la globalización puede ser censurada como la imposición fáctica de un
modelo cultural, estrechamente vinculado a un modelo económico, que arrasa
los mejores valores de los pueblos, a los que vacía de su identidad tradicional. El
proceso de globalización es susceptible de ser orientado y gobernado para
ponerlo al servicio de las sociedades, de las economías y de las culturas del
mundo entero. La fórmula correcta de la globalización sería: un mundo de
patrias, en el que sean efectivamente consideradas y respetadas la subjetividad
de cada nación y su soberanía integral.
El estudio del fenómeno de la globalización sugiere, en orden a la Nueva
Evangelización, adoptar disposiciones pastorales en varios campos.
Señalo sucintamente tres áreas:
1. Trabajar más intensamente en la difusión y aplicación de la Doctrina Social de
la Iglesia, en procura de una sociedad basada en el trabajo libre, la empresa y la
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participación, como se dice en la Encíclica Centessimus Annus. La globalización,
entendida como extensión victoriosa de cierta forma de capitalismo, más que
para la economía productora de bienes ha servido hasta ahora para multiplicar
la actividad y las especulaciones financieras dentro y fuera de las Bolsas, que se
han unificado mediante la informática para traficar 24 horas al día con los
valores de todos los países. No es extraño que los países de América Latina no
se beneficien del movimiento financiero internacional, porque no son ellos los
titulares de esas sumas que trajinan en las Bolsas siempre activas de la
globalización. Se hace desear una profunda reforma del sistema financiero
mundial y una revisión de la estructura de las organizaciones internacionales
existentes, para que las finanzas se pongan efectivamente al servicio del trabajo
y de la economía real. Estoy persuadido de que sin una reforma del sistema
financiero mundial no se hallará solución para el problema de la deuda externa,
que pesa ominosamente sobre muchos países. Las organizaciones a las que me
refiero son el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización
Mundial del Comercio. Como es sabido, el Fondo Monetario, señalado como
inspirador y vigía de los programas de ajuste que periódicamente asfixian a
nuestros pueblos, nació después de la Segunda Guerra Mundial como resultado
de los acuerdos de Bretton Woods. No faltan corrientes políticas y económicas,
aun en los Estados Unidos de Norteamérica, que postulan la necesidad de un
nuevo pacto de Bretton Woods, para que la mencionada institución se
democratice efectivamente y cambie sus criterios ideológicos y operativos.
La aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia necesita de mediaciones
científicas y técnicas que son de competencia de los laicos. Las Universidades
Católicas y otras instituciones especializadas tendrían que abocarse a la
preparación de quienes en el ámbito de la economía, la política y los
movimientos sociales hagan presente a la Iglesia y a su mensaje allí donde se
gestan las nuevas vigencias culturales. Resulta patético constatar cómo de no
pocas Escuelas de Economía de nuestras Universidades Católicas continúan
egresando generaciones de Chicago boys o de Harvard boys, según la moda que
impone la dogmática económica vigente.
2. Es urgente un aporte en orden a replasmar los fundamentos éticos de la
cultura, afectados por el secularismo y por los conatos, siempre renovados, de
abolir una ética basada en el orden natural y en el decálogo. Instituciones
internacionales y organizaciones no gubernamentales vinculadas a las Naciones
Unidas, que cuentan con ingentes recursos financieros, son las que impulsan la
difusión de antivalores que pugnan por imponerse como nuevos derechos.
George Steiner, un pensador que hace unos años sorprendió gratamente con su
libro Reales presencias, en un reportaje reciente se ha presentado como un
humanista desengañado, propugnando la búsqueda de un consenso para
formular una ética atea que mire al bien del hombre, porque según él las
religiones han fracasado en su propósito. Nuestros pueblos no son ajenos a la
difusión de esta mentalidad, que va aflorando incluso en decisiones legislativas
que ponen en cuestión y riesgo la genuina libertad y los derechos de la familia.
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La dignidad de la persona y el valor de la vida han de ser reivindicados con
claridad y fortaleza. La ley natural, expresada en el decálogo, y el Sermón de la
Montaña son el fundamento insoslayable de una cultura verdaderamente
humana y cristiana, según corresponde a la índole de los pueblos
latinoamericanos.
3. Por último, aquello que es lo principal. Insistir en la dimensión propiamente
religiosa de la Evangelización. Ecclesia in America dice que a causa de la
imposición arbitraria de nuevas escalas de valores se hace difícil mantener una
adhesión viva a los valores del Evangelio. La Nueva Evangelización debe
comenzar por el reconocimiento y el tratamiento de algunos problemas crónicos
del catolicismo latinoamericano. Por ejemplo: la enorme brecha entre el número
de bautizados y el de aquellos que viven la fe y se nutren de los sacramentos; la
decadencia y corrupción de las costumbres, que se extiende como un hecho
social y lleva en su caso extremo a la confusión del bien y del mal; las
tendencias sincretistas y las desviaciones supersticiosas que desfiguran y
menoscaban la piedad popular, siempre necesitada de una más profunda
evangelización; la crisis de la familia y la pérdida del auténtico sentido humano
de la sexualidad; la insuficiente preparación del laicado en orden a su
participación en la vida política y económica de nuestras naciones, participación
que reclama como fuente la renovación e instauración de una inteligencia
católica. Sólo el fortalecimiento de la identidad católica de los pueblos de
América Latina, que es obra de la verdad y de la gracia y la vivencia de la
comunión que se funda en ellas, les permitirá superar felizmente los desafíos de
la globalización.
Intervención del Arzobispo de la Plata en la Asamblea Plenaria de la
Pontificia Comisión para América Latina. Roma, 22 de marzo de 2001.
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Contradicciones entre la Apertura y la deuda Externa
DE RICARDO A RICARDO*
Por Enrique Aschieri
El viernes 15 de marzo de 2001 el Dr. Ricardo Hipólito López Murphy comunicó
al país un plan de ajuste, que incluía fuertes recortes en la educación pública y
en los subsidios a los más necesitados. Dos días después, ante el unánime
rechazo de la sociedad civil hacia el ajuste, fue reemplazado por el Dr. Domingo
Felipe Cavallo. El Dr. Cavallo dio marcha atrás también con la baja de aranceles
a las importaciones propuestas por López Murphy, uno de los pilares básicos del
repudiado plan liberal.
Más allá de la efectividad de los cambios del Dr. Cavallo, el debate público casi
ni se ocupó de la baja arancelaria de López Murphy. Lo cierto es que el tema es
una de las claves que definen la inserción argentina en la economía mundial. En
este aspecto, aparecen algunas contradicciones serias con la realidad en las que
incurre la baja arancelaria planteada por López Murphy, las que salen a la luz
entre los escombros de los pilares teóricos sobre los cuales se asienta la
propuesta liberal. Para verlas, es menester remontarse hasta un ensayo
fundador de la teoría económica escrito por David Ricardo a principios del siglo
XIX, comenzando por las reflexiones del economista inglés acerca del capital y la
tecnología, paso lógico necesario para luego adentrarse en la teoría de las
ventajas comparativas, fuente donde abrevan López Murphy y los demás
liberales argentinos.
En 1821, al salir la tercera edición de "Principios de Economía Política y
Tributación", su autor David Ricardo, que poco tiempo después falleciera, agregó
un capítulo titulado: "De la maquinaria", donde toma posición respecto a la
influencia de la mecanización en los intereses de las diferentes clases de la
sociedad, advirtiendo que pese a ser un evento de gran importancia: "parece no
haber sido examinada nunca de manera que conduzca a algún resultado cierto o
satisfactorio".
Ricardo afirma que, "la sustitución del trabajo humano por la maquinaria es, a
menudo, muy perjudicial a los intereses de la clase trabajadora", rectificando así
una opinión distinta que tenía en el pasado, y ratificando que tanto los
terratenientes como los capitalistas, se beneficiaban grandemente. "Todo lo que
yo deseo probar -conceptúa Ricardo- es que el descubrimiento y uso de
maquinaria pueden ir acompañados de una disminución de la producción bruta,
y siempre que esto suceda, será perjudicial a la clase trabajadora, ya que
algunos de sus miembros serán despedidos de sus empleos y la población será
excesiva en comparación con los fondos existentes para darle ocupación".
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A continuación Ricardo alerta: "Espero que mis aseveraciones no conduzcan a
inferir que no debe estimularse la maquinaria. Para dilucidar el principio, he
estado suponiendo que se descubre repentinamente mejor maquinaria, y que se
usa en forma extensiva; pero la verdad es que estos descubrimientos son
graduales y operan más bien determinando el empleo del capital que se ahorra y
acumula, que desviando capital de su empleo actual... La maquinaria y la mano
de obra están en competencia constante, y la primera puede frecuentemente no
ser empleada hasta que suba la mano de obra."
Y como corolario de su visión expresa: "Nunca puede desanimarse en un Estado
el empleo de maquinaria, porque si no se permite al capital obtener el mayor
ingreso neto que el uso de maquinaria rendirá en el país, será llevado al
exterior... Al invertir parte de un capital en mejor maquinaria habrá una
disminución progresiva en la demanda de mano de obra; exportándolo a otro
país, la demanda desaparecerá del nuestro... Al emplear mejor maquinaria se
reduce el costo de producción de las mercancías y, en consecuencia, se las
puede vender en los mercados extranjeros a precios más baratos. Sin embargo,
si se rechazara el uso de maquinaria, mientras todas las demás naciones lo
estimularan, sería necesario exportar dinero a cambio de productos extranjeros
hasta que los precios naturales de los productos bajaran hasta situarse a los
precios de otros países. Al efectuar intercambio con esos otros pueblos, podría
darse una mercancía que cuesta aquí dos días de trabajo, por otra que cuesta
uno en el exterior, y este desventajoso cambio sería consecuencia de esa
actitud, pues la mercancía que se exporta, y que aquí cuesta dos días de
trabajo, habría costado uno solo si no se hubiera desechado el uso de
maquinaria, cuyos servicios han aprovechado más sabiamente los vecinos".
Lo que Ricardo tenía claro a principios del siglo XIX, parece no tenerlo claro a
principios del siglo XXI una parte considerable de la élite dirigente argentina,
incluida su dirigencia sindical. Cuando Ricardo razona sobre el comercio exterior,
supone que no hay movimiento de capitales internacionalmente hablando.
Dieciséis capítulos después -en el mismo libro-, reflexionando sobre la
maquinaria, les advierte a sus compatriotas que si detienen la tecnificación,
adiós a los capitales; o sea, infiere un mundo con capitales perfectamente
móviles entre naciones. ¿Contradictorio? Sí, a primera vista. Pero lo que buscaba
Ricardo, era el programa estratégico de gobierno más adecuado para el Estado
inglés. Es cierto que resulta contradictorio si se busca la verdad científica a
secas. Es perfectamente congruente cuando se entiende su implícito empeño.
Sabía cabalmente que al igual que hoy, ser rico o ser pobre, estar desempleado
con cobertura o desamparado, depende a menudo del lugar geográfico donde a
uno le tocó nacer.
Para expresarlo con sus palabras: "La experiencia ha demostrado que la
inseguridad real o imaginaria del capital, cuando éste no está bajo control
inmediato de su dueño, aunada a la natural renuencia que siente cada persona a
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abandonar su país de origen y sus relaciones, confiándose a un gobierno
extraño, con nuevas leyes, detienen la emigración del capital. Estos
sentimientos, que lamentaría ver debilitados, son la causa de que muchos
capitalistas se den por satisfechos con una tasa de utilidades baja en su propio
país, en vez de buscar un empleo más ventajoso de su riqueza en países
extraños". Cuando surge la política, su objetivo hasta la médula, Ricardo se
convierte en un militante voluntarista.
Ventaja Comparativa
Ricardo es identificado por su teoría del comercio exterior, conocida por la
expresión "ventaja comparativa", que se encuentra en el capítulo VII de la obra
citada más arriba. "Es este principio -dice el autor respecto de la ventaja
comparativa- el que determina que el vino se produzca en Francia y Portugal,
que los cereales se cultiven en América y en Polonia, y que Inglaterra produzca
artículos de ferretería y otros".
En su célebre ejemplo, en el que Portugal produce la unidad de vino en 80 horas
y la unidad de paño en 90 horas, en tanto que Inglaterra produce la primera en
120 horas y la segunda en 100 horas, lo que le interesa sobre todo a Ricardo es
que, después de las especializaciones respectivas, el conjunto PortugalInglaterra produce las dos mercancías en 360 horas, en lugar de 390. Las
hipótesis accesorias son: costos constantes, igualdad de potencial productivo y
de consumo en los dos países, salarios iguales al mínimo de subsistencia en
ambos países, técnicas idénticas, identidad del circulante y del ingreso,
identidad de la balanza de pagos y de la balanza comercial, pleno empleo de los
factores.
En este modelo, el valor de las mercancías en el mercado mundial no se forma
de la misma manera que en el mercado nacional si (y sólo si) los factores no son
igualmente móviles y competitivos en el primero que en el segundo, es decir si
se retiene la hipótesis fundamental y explícita de Ricardo, o sea la de la
inmovilidad de los factores.
Cuando se plantea por contraste la movilidad del factor capital y la inmovilidad
del factor trabajo, caso que interpreta la realidad contemporánea, Ricardo
diverge fundamentalmente. Entonces se impone una modificación al teorema de
las ventajas comparativas, tanto en la movilidad suficiente del factor capital para
que la igualación internacional de las ganancias se opere esencialmente, como
así también en la inmovilidad casi total del factor trabajo, para que las
desviaciones locales de salarios, debidas al elemento socio-histórico, no puedan
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ser eliminadas. Al mismo tiempo, se rechaza así la hipótesis ricardiana del costo
fisiológico de la fuerza de trabajo. Ese cambio, esa adaptación a la realidad,
parecen estar lejos de los fervores de los liberales, que razonan en forma
decimonónica mientras amonestan a los ignorantes de la globalización del siglo
XXI conforme ellos la entienden.
La División Internacional del Trabajo
Ricardo se interesa, antes que otra cosa, en la división internacional del trabajo
y en la ventaja que el mundo en su conjunto puede obtener del libre cambio,
suponiendo la inmovilidad a escala planetaria tanto del factor trabajo como del
factor capital. Respecto de la formación del valor de cambio en el comercio
exterior, dado que depende de un elemento subjetivo como la demanda, queda
fuera de los intereses de la teoría pura. Ricardo no avanza más allá de la
determinación de los límites del intercambio dados por las relaciones de costo,
porque, asimismo, hasta ahí llega la determinación por las condiciones objetivas
de la producción.
Los límites determinados por los costos le alcanzan precisamente para
demostrar que, cualquiera que sea el precio efectivo, la división internacional del
trabajo asegura una ventaja a cada participante del intercambio y al conjunto de
ellos. La variación de la relación de precios del intercambio no puede producirse
más que entre los límites de los costos comparativos. Todo lo que puede suceder
es que entre dos países alguno pierda de ganar, o que uno se enriquezca más
que el otro; nunca y bajo ningún punto de vista, en la perspectiva ricardiana,
algún país sufre una pérdida o se empobrece por abrirse al comercio.
Sin embargo, hasta en este maravilloso mundo del intercambio, donde todos
ganan y nadie se empobrece, hay excepciones.
En el caso límite, un deterioro al infinito de los términos de intercambio de cierta
categoría de países no estaría en contradicción con la teoría de los costos
comparativos, si en condiciones de inmovilidad de los factores el costo de
producción local de la mercancía importada se considera como infinito.
Si las barreras de las relaciones de costos quedan eliminadas, no se encuentran
límites, a la influencia de las demandas recíprocas. Sin embargo, la simple
ausencia de límites aunque hace posible el fenómeno de la baja continua de
ciertos precios, no la torna necesaria.
Supongamos que una región llamada Resto del Mundo haya alcanzado la
máxima productividad en los bienes potencialmente exportables antes de la
apertura, endeudándose fuertemente con EE.UU., y que ahora se abren ambas
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regiones especializándose consecuentemente. El pago de la deuda constituye
una doble carga a la región Resto del Mundo: por una parte, por su propia
magnitud, y por la otra, por la concomitante depreciación de la moneda regional
y el deterioro subsiguiente de la relación de precios de intercambio, que todo
déficit de balanza de pagos puede provocar. De hecho estos movimientos
autónomos de capitales pueden desviar los términos de intercambio más allá de
los límites de los costos comparativos. No hay manera de obligar al Resto del
Mundo a vender sus exportaciones por menos del valor de equilibrio respecto a
las importaciones norteamericanas. Salvo una cosa: que las exportaciones se
hagan no justamente para comprar importaciones americanas, sino para pagar
la deuda.
En tal caso, los bienes en cuestión deben exportarse para obtener títulos sobre
la región Resto del Mundo, en poder de los EE.UU. Pero como esos títulos están
nominados en dólares, y no expresan precisamente los bienes exportables, su
contravalor en importaciones americanas puede elevarse libremente. Visto de
otra manera, si se le exigiesen al Resto del Mundo demasiadas exportaciones
para sumistrarle importaciones, dentro de los costos comparados, se volvería
naturalmente a la autarquía. En cambio, si se le exigen muchísimas
exportaciones para darle los dólares que hacen falta para erogar la pesada carga
de la deuda, no queda sino exportar para pagar.
Teniendo en cuenta estas hipotéticas condiciones, no se entiende bien cómo los
más decididos partidarios de la ventaja comparativa ricardiana promueven una
apertura que de acuerdo a sus proyecciones, es la única manera de lograr una
asignación eficiente de los recursos, y de ahí maximizar la tasa de crecimiento;
al mismo tiempo que abogan por el pago de la deuda pública sin otro requisito
que cumplimentar los deseos del acreedor, arruinando -lo dice el mismo
teorema invocado implícitamente-, la mentada asignación de los recursos de una
economía.
*Las citas textuales fueron extraídas de: David Ricardo, Principios de Economía
Política y Tributación, Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1973.
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REVISTA VIRTUAL
LA ECONOMIA REQUIERE ALGO INEDITO
Por: Eduardo Carrasco
El mensaje de los obispos argentinos del pasado 12 de Mayo definió la
situación en que se encuentra el país como "tan delicada que no le deja
vislumbrar el rumbo y la orientación de su historia". Y tras describir las
deficiencias de la acción política, la crisis de la escala de valores de la
dirigencia y las frívolas propuestas de la cultura comunicacional, recaló
también en los problemas económicos y particularmente, en la
extensión de la pobreza que afecta al pueblo, que trasciende la marcha
de los indicadores económicos.
Ciertamente la crisis supera lo económico. Pero también ciertamente se vuelve
contra aquél. La crisis de la escala de valores no es sólo para el ámbito ético,
sino que también deforma el pensamiento y aun la política económica.
Finalmente la moral y la economía, siendo aspectos diferentes, concurren en la
misma acción humana y por consiguiente están íntimamente ligados.
La situación económica que estamos viviendo y padeciendo no es ajena a esa
crisis de valores, que finalmente lleva a una verdadera perdida de sentido de su
cometido específico, agravando aún más los conflictos. Por caso el diagnóstico
oficial respecto de que el nudo del problema económico radica en el
desequilibrio de las cuentas públicas.
En varias oportunidades se ha sostenido que con equilibrio fiscal, se reducirá el
riesgo país, conseguiremos créditos más baratos (esto es menos usurarios) y se
inducirá un proceso de crecimiento económico sano y duradero. (Sin negar
taxativamente cierta razón en ello, el planteo excluye otras consideraciones o
las deja relegadas a un segundo plano). Por consiguiente las autoridades
consideraron necesario actuar sobre los elementos que estimaron más
acuciantes, esto es la situación financiera derivada de los pasivos externos. De
allí que los últimos días mostraron a las funcionarios económicos viajando por el
mundo realizando el denominado road-show para promocionar la colocación de
títulos de deuda argentinos, que permitirán reprogramar los vencimientos de
otros títulos ya impagables.
Y la historia vuelve a repetirse. Pagamos deudas, con nuevas deudas,
acumulando presiones para un futuro, que otra vez tampoco podremos pagar...
Hasta que alguna vez llegue el día final (que algunos rumores provenientes del
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REVISTA VIRTUAL
exterior lo consideran inminente). De allí que el denominado riesgo país, no
disminuya sensiblemente, para beneficio de los prestamistas y comisionistas y
gestores, pero que eso sí, deberemos sufrir nosotros.
El problema económico
Acertadamente, el documento episcopal señala que "más que los indicadores
económicos... la gravedad del problema es la persistencia y extensión de la
pobreza..."
Sin desconocer el ámbito propio de las cuestiones económico-financieras, se
remarca la importancia de la cuestión económico-social, siguiendo una
concepción tradicional de la Doctrina Social Cristiana. Pablo VI dirá en su
Populorum Progressio de 1967 "nosotros no aceptamos la separación de la
economía de lo humano", en tanto Juan Pablo II dirá en Chile en 1987: "¡Los
pobres no pueden esperar! Los que nada tienen no pueden aguardar un alivio
que les llegue por una especie de rebalse de la prosperidad generalizada de la
sociedad". Y ahora, repitiendo textualmente el argumento central de la
Constitución Pastoral Gadium et Spes del Concilio Vaticano II, los obispos
recuerdan que "el hombre es el principio, el sujeto y el fin de todas las
instituciones".
Desde esta concepción humana y cristiana, se derivan los cursos de acción que
sugieren "desligar a la República de las imposiciones de los grupos de poder
internos y externos, y que impidan el avasallamiento de la dignidad propia de
todo ser humano".
La economía argentina no sólo tiene un cuadro crítico en lo financiero externo y
en su ecuación fiscal. También lo tiene en la recesión prolongada que derivó en
esta depresión (olímpicamente ignorada por muchos analistas) que se intenta
vanamente reactivar a partir a algunas dudosas medidas sectoriales sobre
ciertas actividades favorecidas, como textiles, calzados, siderurgia y automotriz.
Sin embargo, la cuestión no está sólo por el lado de la oferta, sino también de
la demanda.
El fondo de la crisis se halla en el desempleo generalizado y la consecuente
pobreza extendida, que dejan como corolario una injusta e insoportable
http://www.ucalp.edu.ar/economia.html (2 of 4) [27/05/2008 17:31:06]
REVISTA VIRTUAL
distribución de ingresos a favor de determinados "grupos de poder internos y
externos". Pero si el desempleo no es priorizado en la escala de valores, porque
el ser humano ha quedado relegado al ajuste de las cuentas públicas,
difícilmente hallemos solución.
Apreciemos hasta aquí la extraordinaria y natural correspondencia entre el
enfoque presentado por los obispos y un análisis económico desde una óptica
humana.
Algo inédito desde la economía
El documento reclama para la patria algo inédito, dejando abierta a las
personas, instituciones y demás ámbitos la respuesta concreta. En esa línea la
economía tiene algo que decir, y que aportar en clave solidaria.
La buscada reactivación requiere de una mayor demanda, generada por
mejores recursos de sus habitantes, muchos de los cuales son carecientes.
Obviamente se torna necesaria una política redistributiva en los ingresos, que al
tiempo que atenúe las diferencias irritantes, aumente el poder de compra de los
sectores más postergados. La política impositiva tiene mucho que decir y hacer
al respecto.
Sin embargo las respuestas no pueden quedar ahí. Es necesaria una
redistribución que contemple las necesidades del trabajador (ocupado o no) y
su familia, porque finalmente lo que importa privilegiar es al hombre y al
fundamento de la sociedad que es precisamente la familia.
Llegamos así al núcleo de la presente cuestión económico social. El aporte
desde la economía a la presente crisis, que atenúe las disparidades en los
ingresos, reste poder a las imposiciones de los grupos de poder que avasallan la
dignidad de las personas y las constituya en partícipes solidarios del progreso,
aliente la recuperación económica por la vía de una mejora en los ingresos y
estimule la creación de nuevos emprendimientos productivos, y aliente y
privilegie a las familias en cuanto a células vitales de la sociedad (y de la
economía) puede hallarse en una profunda reactivación, ampliación y
adecuación del régimen de asignaciones familiares, hoy virtualmente en
extinción.
No es del caso ampliar aquí, una propuesta que tiene su complejidad técnica y
administrativa, y el rechazo más o menos larvado de diversos sectores de
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poder, y cierta ignorante indiferencia de hasta quienes debieran promocionar el
desarrollo familiar. Sin embargo confiamos en que el reclamo de "algo inédito"
frente a la crisis, sea fecundo. (31.5.01)
Lic. Eduardo R. Carrasco
Economista - Director del Instituto de Estudios para la Humanización de
la Economía
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Reflexiones
LA DESOCUPACIÓN
Por: Joaquín Padvalskis Simkus
Delia Aurora Tesoriero
CONTENIDOS
1 - CLASES DE DESOCUPACIÓN
4. BÚSQUEDA DE SOLUCIONES
1.1.- Desocupación Friccional
4.1.- ¿Una Veta Keynesiana?
1.2.- Desocupación Clásica
1.3.- Desocupación Keynesiana
4.2.- Arriesgando Una Solución
5 PROGRAMA SOCIAL DE EMPLEO
1.4.- Desocupación Estructural
5.1.- La Opción Viviendas
1.5.- Desocupación Tecnológica
5.2.- La Organización
2. PLANTEO DEL PROBLEMA
5.3.- La Financiación
2.1.- ¿Puede ser Clásica?
6 CONCLUSIÓN
2.2.- Tampoco es Keynesiana
2.3.- ¿Desocupación Estructural?
2.4.- Desocupación Tecnológica
3 ¿EXISTEN SOLUCIONES?
3.1.- Aumento de la Demanda Global
3.2.- Crecimiento Económico
3.3.- Derrame de Prosperidad
3.4.- Baja de Salarios Reales
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1.- CLASES DE DESOCUPACIÓN
Parece muy útil reconocer que hay varias clases de desocupación,
aunque la división entre ellas no sea muchas veces demasiado neta.
Así vamos a recordar brevemente las características de las diversas
clases de desocupación: friccional o natural, clásica, keynesiana,
estructural y tecnológica.
1.1.- DESOCUPACIÓN FRICCIONAL
Consiste en la fuerza de trabajo que está momentáneamente
desocupada por estar cambiando de trabajo (ya sea voluntaria o
involuntariamente) más aquellos que están ingresando en la fuerza de
trabajo en número mayor que los que se retiran de ella. En ambos
casos se trata de trabajadores que están buscando trabajo, proceso
natural de una economía en normal crecimiento, en la que hay
actividades que crecen y otras que tienden a la disminución o
simplemente a su desaparición.
La velocidad del cambio tecnológico en una sociedad influye
naturalmente en la tasa que pueda considerarse natural o normal de
desocupación. En los años cincuenta los discípulos de Keynes que
popularizaron este concepto consideraban que en los Estados Unidos
una tasa de desocupación del 2% de la fuerza de trabajo era una tasa
normal de desocupación En los años ochenta se entendía ya que tal
tasa podía ser del 5% de la fuerza de trabajo. Menuda diferencia que
podría atribuirse, quizás en parte, a la aceleración del cambio
tecnológico. De cualquier manera, tan importante como la cifra
admisible de desocupación friccional es el tiempo que los desocupados
permanecen buscando trabajo sin encontrarlo. Un tiempo de
desocupación que supere los tres meses ya sea en el promedio general
o en grupos particulares de desocupados (jóvenes, mayores de
cincuenta años...) podría estar señalando alguna componente
tecnológica o quizás estructural en el índice de desempleo.
1.2.- DESOCUPACIÓN CLÁSICA
Es la que se produce cuando los salarios reales vigentes son superiores
a los de equilibrio, ya sea por imposición del Gobierno ya de los
sindicatos. Este mote de clásica, debido a Lord J. M. Keynes, se deriva
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del de los economistas que atribuyeron a excesivos salarios la causa de
la crisis mundial de 1930. Hoy se reconoce, casi unánimemente, que se
debió a la deficiencia de demanda global, convirtiéndose en el ejemplo
"clásico" de desocupación keynesiana.
1.3.- DESOCUPACIÓN KEYNESIANA
La desocupación keynesiana o de demanda es la atribuible a la baja de
la demanda global, ya sea de consumo, inversión o comercio exterior..
También llamada cíclica, por la fuerte influencia que suelen tener en
ella las inestables inversiones, tuvo en 1936 con John Maynard Keynes
su explicación teórica, así como la enunciación de medidas fiscales y
monetarias para salir de ella.
Hoy predomina la opinión de los organismos internacionales y los
ortodoxos economistas de moda, que, ante la rigidez del costo salarial,
desconfían de las llamadas políticas activas (léase keynesianas) para
salir de una recesión por los peligros de caer en una inflación que, a
largo plazo, acarree más daños a la economía que la misma
desocupación. Ésta, en definitiva, es considerada como un ajuste
inevitable de otros desequilibrios básicos del sistema económico, tal
como suele ser el del sector externo o el de la estabilidad de los
precios, salarios no incluidos.
Parecería evidente que un diagnóstico de desocupación keynesiana
sería erróneo en la medida en que, de hecho, resultara efectivo el
remedio generalmente recetado por los clásicos (flexibilización salarial
y baja de salarios reales). A contrario sensu, si la baja de salarios
reales no llevara a la plena ocupación quedaría en evidencia de que no
se trataba de un caso de desocupación clásica, aunque sin demostrar
necesariamente que se trata de un caso de desocupación keynesiana o
de demanda. Aunque en cualquier caso siempre se podría porfiar que
en algún plazo largo o larguísimo se podría comprobar lo contrario.
1.4.- DESOCUPACIÓN ESTRUCTURAL
Es la que se da en un país con economía dual en que existen rigideces
geográficas o intersectoriales. Un clásico del caso de rigidez geográfica
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podría ser la falta de participación del interior argentino, vencido en las
guerras civiles, en el gran crecimiento del país entre 1860 y 1930. Un
claro ejemplo de rigidez intersectorial podría ser la relación de ingresos
y competitividad entre la producción agraria de la región pampeana y
la de la subsidiada industria sustitutiva de importaciones durante el
medio siglo anterior a 1991. Período en el que, sin embargo, no se
registran, en general, cifras importantes de desocupación abierta
porque la mayor parte de ella se convirtió en desocupación
encubierta gracias al desaforado aumento del empleo del Estado y de
sus empresas, así como a las altas tarifas de importaciones y las
prohibiciones de importar, que permitieron a las empresas privadas
continuar con tecnologías obsoletas intensivas en mano de obra sin
exigencias de aumentos de inversiones en capital y mejoras de
organización empresaria. Todo ello implicaba costos finales muy
superiores a los internacionales y, en definitiva, el estancamiento
primero y luego la decadencia.
1.5.- DESOCUPACIÓN TECNOLÓGICA
Cuando hay cambios tecnológicos importantes en una economía,
vastos sectores de la actividad económica se transforman en poco
tiempo en más capital-intensivos, quedando liberada mano de obra que
no encuentra colocación. Y ello no porque haya disminuido la demanda
global, sino porque la demanda global existente, y hasta en aumento,
es satisfecha con una tecnología más moderna que sustituye hombres
con máquinas más potentes, mejor organización y personal más
calificado.
Cuando el proceso de modernización es relativamente lento, la
desocupación sobreviniente es contabilizada, sin mayores
complicaciones, dentro de la categoría de desocupación friccional. Pero
si es excepcionalmente rápido, como sucedió en Argentina durante
buena parte de la década de 1990, tal criterio puede provocar una
información confusa que conduzca a decisiones equivocadas. Es por
ello que creemos necesario considerar la existencia de una categoría
especial de desocupación tecnológica, conscientes, por cierto, de las
dificultades prácticas de su valoración numérica.
Cabe notar, de todos modos, que hay autores que incluyen
explícitamente la desocupación tecnológica en el concepto más general
de desocupación estructural, considerando que se trata, de hecho, de
una rigidez de la demanda laboral a raíz de un rápido aumento de la
dotación de capital y fuertes mejoras de organización de las empresas
Rigidez que puede coincidir en algunos segmentos laborales con una
rigidez de la oferta de trabajadores preparados para manejarse con las
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nuevas tecnologías. Parece claro que en el análisis del problema
argentino de las últimas décadas del siglo XX resulta más útil utilizar el
concepto de desocupación tecnológica como una categoría
independiente.
2. - PLANTEO DEL PROBLEMA
La altísima tasa de desocupación, junto con la crisis de seguridad y la
corrupción, son los grandes temas que desvelan hasta hoy a los
argentinos. Preocupan las cifras oficiales disponibles, y más aún, la
sensación de que en realidad son mayores, sensación justificada por la
existencia de changarines con pocas horas de trabajo, la gran
precariedad de muchos trabajadores y las dificultades en apariencia
insuperables de captar información en las aglomeraciones marginales.
En este contexto es difícil decidir cuál podría ser el mejor camino que
pueda seguir el gobierno y la sociedad argentinos. Claro está que no
cabe resignarse a la actual situación, ni siquiera con la excusa de que
prósperos países industriales están sufriendo insólitas tasas de
desocupación.
Parecería obvio que el camino a seguir depende mucho de las clases de
desocupación más sub-ocupación que integran la cifra del,
digamos, 30% de la fuerza de trabajo. Si nos arriesgamos a considerar
que, en las actuales circunstancias, puede haber un 5% de
desocupación friccional, quedaría por clasificar en alguna o algunas de
las categorías descriptas el 25% de la fuerza de trabajo, entre
desocupados y sub-ocupados, repartidos prácticamente en partes
iguales.
2.1.- ¿DESOCUPACIÓN CLÁSICA?
Claro que nuestros desocupados no pueden encuadrarse en la
desocupación clásica, ya que la baja de los salarios reales
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aumentaría, en alguna medida, la competitividad de la economía
argentina permitiendo quizás, a largo plazo, un posible aumento de las
exportaciones. Pero indudablemente disminuiría en lo inmediato la
demanda interna con el consiguiente incremento del desempleo.
Por otra parte, de hecho, la alta tasa de desocupación ha redundado,
más allá de normas legales y convenios salariales, en una notable baja
de los salarios nominales y reales en estos últimos años, recortes
salariales en la administración pública aparte. Un diagnóstico de la
actual desocupación argentina que lleve a propiciar la
disminución del salario promedio es tan equivocado como el
que se hizo en los años treinta y que llevó al mundo a una crisis
global que impuso las hoy llamadas políticas activas, muchas veces
para no llamarlas keynesianas. Sin hablar de la imposibilidad política
de una medida de tal naturaleza, más allá de la baja de los salarios
nominales impuesta los últimos años, sin apelar a la devaluación y a la
inflación después de salir de la convertibilidad.
Cabe señalar que la rebaja de salarios de la administración pública en
el 2000 tuvo por objeto disminuir el déficit fiscal, objetivo indiscutible.
Pero hubiera sido mucho más justo, más valiente y más efectivo, hasta
para mejorar las expectativas globales, un aumento de las escalas
superiores de los impuestos a las ganancias y de los impuestos
indirectos a bienes prescindibles. Lamentable: un enfermizo miedo a
los señores mercados no lo permitió.
Ahora bien, si esta desocupación nuestra no es clásica, es decir no se
debe a salarios demasiado altos, ¿se deberá a una deficiencia de la
demanda global? ¿Será, por tanto una desocupación de
demanda, vale decir, keynesiana?
2.2.- TAMPOCO ES KEYNESIANA
Más de un economista ha insinuado, especialmente a partir de la crisis
de 1994, derivada de la mexicana, una solución keynesiana a la por
entonces creciente desocupación. Vale la pena examinar si ya entonces
y, por supuesto ahora, tales opiniones pueden tener algún asidero, aun
cuando no hayan sido expuestas analíticamente.
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La actual desocupación argentina no es keynesiana. Los desocupados
lo están porque desaparecieron las máquinas en que trabajaban,
sustituidas por otras, más modernas y productivas, que, con mejor
organización, requieren menos personal. Y las empresas que no se
modernizaron durante los años noventa, grandes, medianas o
pequeñas, están en dificultades, están por cerrar o ya han
desaparecido.
Solamente si nuestros desocupados hubieran sido despedidos (o no
hubieran sido tomados) mientras esas máquinas en que antes
trabajaban (o hubieran podido trabajar) existieran, pero
estuvieran ociosas porque su posible producción no pudiera ser
vendida, al no existir potenciales compradores con suficiente
poder adquisitivo al nivel de precios existente, solamente entonces ese
desempleo sería keynesiano, y se necesitarían remedios
keynesianos. Pero no es ése el caso: nuevas máquinas y mejor
organización, en definitiva, mejor tecnología, permiten producir
más con menos trabajadores.
2.3.- ¿PUEDE SER ESTRUCTURAL?
Tampoco nuestros desocupados corresponden a los términos en que
fue definida la desocupación estructural. Si en realidad la hay, es hoy
en día relativamente pequeña y puede considerársela contabilizada en
la desocupación friccional. A menos que se considere estructural la
situación existente de que una gran proporción de los desocupados no
tienen una formación del nivel que las nuevas tecnologías exigen, nivel
que no necesitaron en sus anteriores ocupaciones o que no logró
proporcionar el sistema educativo a quienes recién tratan de ingresar
en el mercado de trabajo. Nos parece más apropiado y funcional para
la toma de decisiones calificar a estos desocupados en la categoría que
seguidamente se analiza, ya que hoy en Argentina, si tal fuera el caso,
las mismas empresas los contratarían y capacitarían con programas ad
hoc.
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2.4.- DESOCUPACIÓN TECNOLÓGICA
Por lo visto parecería lógico encuadrar la mayor parte de la
desocupación actual en la categoría de desocupación tecnológica, ya
que resultaría de la disminución de la demanda de empleo por parte de
las empresas que modernizaron su producción y producen más con
menos trabajadores. Y de las empresas que no se modernizaron y
tuvieron que cerrar sus puertas o disminuir su producción ante la
competencia interna o externa. A menos que lograran una protección
especial como, entre pocas otras, la industria automotriz.
Claro está que estos desocupados tecnológicos terminan disminuyendo
la demanda global anteriormente existente, llegando al punto de
provocar crisis que fácilmente se confunden con crisis keynesianas: las
viejas máquinas y las viejas organizaciones no pueden aumentar la
ocupación porque no pueden vender a los precios vigentes una
producción aumentada a menos que se les otorguen subsidios o se
salga de la convertibilidad devaluando, con la consiguiente inflación y
baja de salarios reales. Tales máquinas y tales organizaciones van
dejando de existir, como se señaló más arriba.
Y las nuevas máquinas y nuevas o renovadas organizaciones se
encuentran con una demanda disminuida por la desocupación: y no
logran o no intentan aumentarla por medio de un sostenido esfuerzo
exportador, conformándose a veces a esporádicas liquidaciones de
existencias que terminan por malquistar valiosos mercados externos.
De otro lado, esta falta de espíritu de riesgo, esta falta de visión
realista, y un viejo acostumbramiento a las comodidades de la
protección y la prebenda explican, en buena parte, la avalancha de
ventas de tradicionales empresas argentinas, estatales y privadas, a
empresas extranjeras con mayor capacidad y oficio para invertir,
negociar y sobornar.
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3. ¿EXISTEN SOLUCIONES?
3.1.- AUMENTO DEMANDA GLOBAL
Al demostrar más arriba que nuestros desocupados no pueden
explicarse con argumentos keynesianos, queda en claro que un
aumento de la demanda global no puede ser la solución del actual
problema de desocupación.
En realidad, el aumento de la demanda global cuando la economía está
cerca de la plena utilización la capacidad de producción existente puede
llevar, dentro de ciertas condiciones (principalmente expectativas
favorables),a un aumento de la inversión bruta fija, que puede
conducir a un aumento de la ocupación en la medida en que tal
inversión no consista fundamentalmente en maquinaria importada.
Esta hipótesis no sería realista en la actual circunstancia del país, a
principios de 2001. No existe plena utilización de los recursos
productivos, una inversión renovadora del capital fijo sería
mayormente importada y las expectativas del mundillo empresario no
puede decirse todavía que sean optimistas.
3.2.- CRECIMIENTO ECONÓMICO
Cabe anotar, ante todo, que las empresas más modernas, más
intensivas en capital físico y humano, suelen tener menor relación
entre las variaciones de la producción y las variaciones del personal
ocupado que las empresas tradicionales. Sin embargo, una alternativa,
con que muchos se ilusionan, podría ser un fuerte crecimiento que
provocara un correspondiente aumento de la ocupación, acerca de lo
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cual se manejan diversas relaciones históricas.
Dentro de la precariedad de las cifras disponibles sobre desocupación,
el gran crecimiento de los años noventa no fue acompañado por una
disminución de la desocupación, sino más bien todo lo contrario,
principalmente a partir de l994. Es razonable pensar que, si se logra un
nuevo período de fuerte crecimiento, probablemente habrá de lograrse
por una mayor racionalización de más empresas, incluidas las
pequeñas, con fuertes aumentos de las exportaciones industriales,
aparte de lo que pueda esperarse de la mejora de los términos de
intercambio de las materias primas agrarias.
Contra lo esperado y pronosticado, es posible que tal fuerte
crecimiento, rebus sic stantibus, desencadene mayores problemas
ocupacionales. Un ejemplo podrían ser las cifras de agosto del 2000
que muestran en Córdoba un crecimiento de la producción industrial
del 9,8%, al mismo tiempo que una baja del nivel de ocupación del
2,03%.
Los cálculos de la Ministra de Trabajo, en diciembre del 2000 señalan
que un aumento del Producto del 1% lograría un aumento del 0,2% de
la ocupación: ello significaría que un crecimiento del 5% anual lograría
un aumento de la ocupación del 1%, la mitad del aumento vegetativo
de la fuerza de trabajo. Sus deseos de elevar dicho coeficiente al 0.8%
son muy loables, siempre que no signifiquen crear desocupación
encubierta, a la antigua. Falta que explique cómo lo va a lograr.
Puede pronosticarse fácilmente que la desocupación seguirá siendo
muy alta por mucho tiempo si el nuevo gobierno se sigue preocupando
de ello tanto como se preocupó el anterior gobierno durante los años
noventa, sin abordarlo con estudios serios, nuevos criterios y grandes
decisiones.
3.3.- DERRAME DE PROSPERIDAD
Una de las premisas fundamentales de la ideología liberal (quizás hoy
habría que decir de la ultra-liberal o neo-liberal) es que el crecimiento
de una sociedad inevitablemente favorecerá, en primera instancia, a
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los más ricos, hasta que oportunamente la prosperidad se difunda y
alcance a los estratos sociales más modestos y a los pobres e
indigentes. De cualquier manera queda claro que, aunque se produjera
algún día el pronosticado derrame de la copa de prosperidad de
quienes están gozando de los frutos del crecimiento de los años
noventa en favor de los perdedores, durante su espera millones de
niños no sólo habrán perdido toda oportunidad de ascenso, sino que
tendrán que sobrellevar toda su vida - los que sobrevivan - las
disminuciones físicas y psíquicas producidas por la mala alimentación
de la madre durante su gestación y la miseria de sus hogares durante
su infancia.
Resulta increíble que tal perspectiva no estremezca la dirigencia
argentina y la decida a una fuerte apuesta a un camino distinto, no
digamos siquiera humanitario, sino simplemente humano.
3.4.- BAJA DE SALARIOS REALES
De otra parte no son pocos los técnicos ortodoxos que sostienen, más
o menos explícitamente, que la crisis ocupacional argentina se debe a
salarios demasiado altos y cargas sociales que los encarecen aún más:
en definitiva, la generalizada interpretación de la crisis de 1930 antes
del aporte teórico de Lord Keynes al respecto.
En términos generales, ante las dificultades políticas para disminuir los
salarios nominales la ortodoxia suele privilegiar la devaluación
monetaria, que conduce inexorablemente a la baja de los salarios
reales. Entre quienes lo sostienen implícitamente están los que
propician directa o indirectamente la salida de la convertibilidad.
También existe entre los economistas argentinos una polémica acerca
de la utilidad o la inconveniencia de medidas puntuales. Quienes
sostienen la inutilidad o la peligrosidad de políticas focales (o activas)
normalmente propician un cambio drástico de la política económica
para que el empleo deje de ser la variable de ajuste. No queda claro
nunca cuál pueda ser la variable de ajuste propiciada, pero se puede
sospechar con algún fundamento que, en muchas mentes, ella sea la
devaluación y el nivel general de los precios con la consiguiente baja,
aún mayor, de los salarios reales
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Cabe añadir, por último, que en los últimos años han bajado, de hecho,
la mayor parte de los salarios, tanto en términos nominales como
reales. Y ello no ha logrado ninguna mejora sensible en el nivel de
ocupación. Parece lógico deducir que la reducción de salarios no es el
camino adecuado para lograr la plena ocupación hoy en nuestra
Argentina.
4. BÚSQUEDA DE SOLUCIONES
4.1.- ¿UNA VETA KEYNESIANA?
Se ha visto que, para solucionar el problema de la actual desocupación
argentina, no pueden esperarse soluciones ética y económicamente
adecuadas ni del modelo keynesiano ni del modelo clásico. En efecto,
tales desocupados han sido expulsados del mercado de trabajo o no
admitidos en él a raíz del cambio tecnológico que los sustituyó por
maquinaria y una organización más eficiente del trabajo. Un
incremento de la demanda global (es decir, una solución keynesiana)
no los reincorporará en forma masiva al mundo del trabajo, porque tal
aumento de la demanda global sería seguramente atendido por
empresas, existentes o nuevas, pero que utilicen tecnologías intensivas
en capital y en organización, tecnologías impuestas por el mercado y la
globalización.
A menos que se reincida en la creación de desocupación
encubierta con protecciones y subsidios, y con el consiguiente
estancamiento y posterior decadencia, cuando los inevitables
intereses creados por el nuevo statu quo impidan cualquier rectificación
del camino emprendido.
Solamente un aumento de demanda por bienes que
inevitablemente originen una demanda laboral muy específica,
dirigida también a personas mayores y jóvenes sin mayor preparación
laboral, podría solucionar esta desocupación tecnológica, sí, pero
con una posible, digamos, veta keynesiana.
Así dicho, parecería una solución brillante, siempre que se encontrara
la manera de crear tal demanda específica. Durante muchos años, a
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partir de 1930, tal demanda específica fue creada en Argentina por una
ineficiente sustitución de importaciones y un Estado abundoso en
personal innecesario y tareas inútiles. No por casualidad sufrimos más
de medio siglo de estancamiento y decadencia.
De hecho, lo que se hizo durante el período de referencia fue sustituir,
en un primer momento, una inevitable desocupación abierta con
una desocupación encubierta. Hasta allí, el procedimiento era el
más correcto posible en tales circunstancias: era sin duda preferible
optar por trabajadores de baja productividad a nivel internacional antes
que subsidiar desocupados, o, peor aún, dejarlos librados a una suerte
miserable. Y, por otra parte, era necesario proveer a la población y a
las empresas de bienes de consumo y de capital que hubo que producir
localmente a raíz de la imposibilidad de seguir importándolos ante la
falta de divisas, durante los años treinta, y frente a la interrupción de
los suministros durante la Segunda Guerra Mundial y su postguerra,
después.
El gran error fue fomentar luego, a costa en buena parte del entonces
muy eficiente productor pampeano, una industria de altos costos
relativos, cuya ineficiencia conducía a una alta ocupación pero a una
comparativamente baja y cara producción, sin esfuerzos ni exigencias
de un aumento de productividad que permitiera a nuestra economía
conservar su privilegiada posición entre los diez países más ricos del
mundo. Las erróneas políticas seguidas después de la Segunda Guerra
Mundial se debieron tanto a ignorancia supina como a intereses
creados. Pero también, indudablemente, a la fuerza de una opinión
pública acondicionada, más que condicionada, por tantos y tales
intereses (económicos y políticos) y tanta ignorancia.
4.2.- ARRIESGANDO UNA SOLUCIÓN
Siendo así las cosas, evidentemente la primera condición para que sea
posible una solución de la naturaleza descripta es que existan
actividades productivas intensivas en mano de obra poco
calificada y sin mayores alternativas de mecanización. La idea fuerza
de Raúl Prebisch, divulgada hacia 1950, es válida si se maneja
adecuadamente: es cierto que la productividad de un desocupado
es, cuando menos, igual a cero, y que al lograr una ocupación,
aunque sea ésta menos productiva que el promedio global, tanto el
directamente interesado como la comunidad logran un aumento del
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bienestar. Por cierto que lo ideal es que la productividad del nuevo
integrante de la fuerza de trabajo sea mayor que el promedio global o
se le acerque lo más posible: es ésta la única forma de ir avanzando en
la escala mundial de la riqueza de las naciones. Aunque ello es
exactamente tan difícil como es avanzar en esa escala. Pero también
es cierto que mantener un irrazonable nivel de desocupación es
condenarse al estancamiento o al retroceso, si no a crisis políticas
terminales.
En realidad habría que entender decididamente que la productividad
de un desocupado sin esperanzas no es cero sino negativa,
porque su situación y la de sus familiares no es de indiferencia entre
bienestar y malestar, sino un estado de frustración, humillación y
vergüenza que no puede menos que contagiarse a amistades y
vecinos, con las consiguientes consecuencias económicas a raíz del
desaliento que se propaga a las decisiones de consumo y de inversión.
De allí que para pasar del concepto de Producto Nacional Neto al de
Bienestar Económico Neto debería hacerse una deducción por la
productividad negativa de los desocupados mediante una estimación,
por cierto muy dificultosa, pero no mucho más que las estimaciones del
valor de la preferencia por el ocio o el de la contaminación del medio
ambiente.
El concepto de Bienestar Económico Neto (BEN) fue formalizado
por William Nordhaus y James Tobin en 1972 bajo el nombre de
Medida del Bienestar Económico, nombre que Paul A. Samuelson
cambió por el actualmente usado de Bienestar Económico Neto. Se
trata substancialmente de corregir el Producto Nacional por una
estimación del valor de la preferencia por el ocio, del trabajo familiar,
de la economía informal y de las modificaciones del medio ambiente
provocadas por el proceso productivo. Existen estimaciones numéricas
de este concepto, hechas por diferentes autores.
Es claro que la opción elegida entre 1930 y 1990, primero
forzadamente y luego voluntariamente, invocando muchas veces la
autoridad de Raúl Prebisch, y consistente en cerrar la economía y
sustituir importaciones a cualquier costo, nos llevaría nuevamente al
estancamiento y a la decadencia.
En cambio no sería imposible encontrar actividades intensivas
en mano de obra poco especializada, naturalmente protegidas
por sus características intrínsecas y sin requerimientos de
insumos importados. Tales podrían ser la construcción de
viviendas individuales, las refacciones de edificios de interés público,
el mantenimiento de caminos vecinales, y las artesanías y
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manualidades típicas destinadas fundamentalmente a la exportación. El
problema surge cuando se piensa en quién puede crear una demanda
de las características descriptas. Parece evidente que el Estado
nacional es el único que puede pilotear, si no resolver por sí mismo, un
tema de esta naturaleza. Y que la construcción de viviendas
individuales, tanto por sus posibilidades de influir en el nivel de
empleo, su repercusión social y su alta productividad si se la
evalúa correctamente, como por las posibilidades de
financiación de un programa masivo con el aporte inestimable
de organizaciones no gubernamentales, es la alternativa más
conveniente.
5. - PROGRAMA SOCIAL DE EMPLEO
5.1.- LA OPCIÓN VIVIENDAS
A primera vista resulta claro que la construcción de viviendas
familiares individuales resulta la opción más atractiva y más
efectiva, entre las anteriormente mencionadas.
En primer lugar, se trata aquí de crear actividades que puedan
expandirse tan fuertemente como haga falta para terminar con la
desocupación tecnológica, pero que, al mismo tiempo, signifiquen un
aumento del producto nacional con una productividad por persona
ocupada cercana, si no superior, al promedio general. En este caso, las
personas ocupadas en la construcción de viviendas individuales con
toda seguridad cumplirán con esta condición. Y ello más allá del
indiscutible aumento del Bienestar Económico Neto por habitante, toda
vez que, además del aumento del producto neto material gracias al
incremento de la inversión en vivienda, hay que contabilizar la
desaparición de la productividad negativa de quien deja de ser un
desocupado, de acuerdo a lo comentado más arriba. Más aún: habría
que considerar que en realidad la construcción de viviendas populares
aporta a la comunidad un mayor bienestar que el que pueda medirse
tomando en cuenta su mero costo: basta el intento de valorizar las
consecuencias sociales, de seguridad y protección del medio ambiente
que el programa implica. Tema cuyo tratamiento excede las
posibilidades de estas líneas.
Cabe anotar que el Programa Social de Empleo irá logrando
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automáticamente una distribución de ingresos más equitativa, muy
deseada por la mayoría del país y muy pregonada por la mayoría de
sus políticos. Más todavía si se financia, en parte, con aumentos
extraordinarios a los tramos más altos de los impuestos a las
ganancias y a la riqueza, que los Mercados aguantarán tranquilamente
ante el inicio de un vigoroso crecimiento que es simplemente absurdo
esperar que ellos lideren.
En segundo lugar, la elección de la construcción de viviendas como eje
central del programa se explica porque puede ser financiado
fundamentalmente por la actividad privada y paraestatal, sin mayores
gastos ni endeudamiento directo del Gobierno Nacional, lo cual no
quita que se puedan lograr para los beneficiarios tasas de interés
internacionales, y aún menores, mediante garantías gubernamentales
y adecuado tratamiento del tema por parte de un Banco Central con
nuevas autoridades.
En tercer lugar, el hecho de que el programa contemple la construcción
de casas ampliables prácticamente garantiza un futuro aumento de
bienestar con la vieja manera en que los inmigrantes de hace un siglo
construyeron sus viviendas y su propia jubilación.
Por último, el programa no se limita a la mera construcción material de
viviendas: implica un fuerte valor añadido gracias al proceso
educativo que supone y las mejoras del ambiente físico y
humano de las urbanizaciones resultantes
No cabe duda de que tanto el tema de la vivienda como el del empleo
tienen la mayor importancia y trascendencia en el terreno social y
económico. Pero parece claro que el problema de la desocupación es
más urgente que el de la vivienda. El Programa Social de Empleo
se preocupa de terminar con la desocupación mediante el instrumento
económico social de la construcción de viviendas. Cuando la
desocupación llegue a un 3 ó 4% de la fuerza de trabajo, no sólo por el
programa en sí sino también por sus repercusiones indirectas en el
resto de la economía, y fundamentalmente en las expectativas de
consumo e inversión, será el momento de evaluar los lineamientos de
un PROGRAMA ECONÓMICO SOCIAL de largo plazo de acuerdo a las
nuevas realidades.
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5.2.- LA ORGANIZACIÓN
1.- La alternativa que parece más prometedora es la de iniciar el
Programa desde un acuerdo de Organizaciones no Gubernamentales
(ONG) que soliciten al Gobierno su participación y aporte. Podrían ser
alguna Universidad privada, Cáritas, el Polo Social Cristiano, el Foro del
Sector Social, la Fundación Arcor, la Red Solidaria, quienes tomaran la
iniciativa y propusieran avanzar con el Programa a otras ONG, a
empresas y bancos. Una Comisión Provisoria constituida rápidamente
solicitaría la colaboración del Gobierno, cuya participación, de todas
maneras será decisiva y deberá acordarse en tiempo perentorio. Debe
tenerse en cuenta que si hay una decisión firme de entidades de
prestigio no van a ser pocos los que decidan subirse al tren, ya que en
definitiva el desembolso no es grande, sino que hacen faltan
fundamentalmente créditos, garantías y organización.
2.- El Gobierno, a propuesta de la Comisión invitante nombrará un
delegado personal con rango ministerial y amplios poderes de
injerencia en los ministerios. El perfil del la persona elegida habrá de
responder a las tareas que se enumeran. Su posición en la Comisión
Directiva definitiva del Programa (CDP) será objeto de la negociación
inicial de los promotores con el Gobierno. De cualquier manera, se
nombrará un presidente o director ejecutivo (DEP, en adelante). Todo
ello, sin ninguna bambolla, tal como deberán ser también los pasos
siguientes. Por primera vez se tratará de una gran misión cuyo único
heraldo serán los hechos.
3.- Sin especiales anuncios, el DEP, con la colaboración de los
correspondientes organismos estatales y junto con las Organizaciones
No Gubernamentales ya comprometidas, inventariará tierras de los
Estados Nacional y provinciales que puedan ser aptos para la
construcción de viviendas, al tiempo que se tratará de ir detectando en
qué pueblos "ferrocarrileros" o "ex-ferrocarrileros" sería posible utilizar
o adquirir tierras para crear nuevos poblados con comunicaciones
adecuadas por medio de ferrocarril habilitado o habilitable, aunque sea,
en un principio, en forma más o menos precaria.
4.- Con la colaboración de personal de la Secretaría de Vivienda se
elegirán medio centenar de modelos de vivienda ampliable. Los
desocupados sin vivienda digna podrían comenzar a construir el núcleo
de su propia vivienda, con los cimientos de su posible ampliación, la
que irán haciendo efectiva más tarde.
5.- En el momento en que parezca oportuno, cuando ya se puedan
iniciar los trabajos, comisiones formadas por las entidades
comprometidas comenzarán a registrar en sus sedes a los desocupados
con cargas de familia de los que tengan conocimiento. Se registrará en
cada caso la información familiar, si se tiene o no vivienda digna,
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trabajos anteriores disposición y habilidad para trabajar en la
construcción de casas, comenzando eventualmente con la suya propia.
Los registros se concentrarán y clasificarán en algún organismo
nacional con buena capacidad de procesamiento que quedará a
disposición completa de la CDP. Cuando se estime conveniente se
difundirá por los medios, principalmente radios, un llamado más formal
para registrar a desocupados con cargas de familia, principalmente en
las regiones más pobres primero, y otros desocupados después. El
registro, para ese entonces, debería poder hacerse en cualquier barrio
de cualquier pueblo o ciudad en alguna organización no
gubernamental: parroquia, biblioteca popular, club vecinal, templo.
6.- El éxito del programa dependerá fundamentalmente de un
planeamiento centralizado, normativas claras y dinámicas para su
realización, y una ejecución sumamente descentralizada, pero muy
asistida y fiscalizada por instancias cruzadas: CDP, SIGEN y ONG.
7.- El Programa deberá iniciarse inmediatamente, con prisa y sin
pausa, pero sin atropello y sin alharaca. No cabe ningún anuncio ni
rimbombante ni escueto: tiene que irse conociendo y prestigiando día a
día, semana a semana, con los hechos y la maledicencia que
seguramente los acompañará, pero que en definitiva se convertirá en
amplio consenso.
8.- Es de la mayor importancia la política a seguir con la ubicación de
las viviendas y el tamaño de los lotes individuales. Si bien en los pasos
iniciales quizás haya que hacer concesiones en aras de efectividad
inmediata, deberá hacerse el mejor esfuerzo para ubicar las nuevas
construcciones en áreas en las que sea posible lograr lotes grandes,
que permitan el cultivo de una quintilla familiar, con sólida proyección
urbanística, y con un buen acceso a posibles fuentes de trabajo. Con
toda urgencia serán declaradas de utilidad pública zonas que en
conjunto no debieran sumar menos de 80.000 hectáreas, suficientes
para la construcción de un millón de viviendas con la respectiva
urbanización y reserva para futuro crecimiento. Unos 200 pueblos o
nuevos núcleos urbanos.
9.- Se conformarán dos o tres equipos de agrimensores con sus
ayudantes para ir loteando las tierras reservadas. Tendrán el apoyo de
ingenieros agrónomos, urbanistas y paisajistas que normarán y
supervisarán los "aspectos macro" de los loteos y confeccionarán los
planes de infraestructura. Los profesionales y auxiliares serán en parte
empleados públicos designados en comisión, y en parte importante
provendrán del voluntariado, al que se abonarán viáticos razonables.
Cuando se inicie la construcción de las casas, del mismo modo se
reclutará el necesario personal de dirección, supervisión e instrucción.
En la selección del personal se tendrá muy en cuenta que el
PROGRAMA SOCIAL DE VIVIENDAS deberá tener un fuerte
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contenido de educación fundamental y social, al mismo tiempo
que de incentivo a la capacitación.
10.- Desde el primer momento se reservará un 25% de lotes de cada
urbanización para su venta posterior a interesados en integrarse a los
nuevos barrios o colonias, asegurando ingresos futuros al programa,
que llegará en algún momento a autofinanciarse. Además de las obvias
reservas para escuelas, Iglesia, parques, recreación y edificios
públicos. Es imposible exagerar la importancia de la llegada de nuevas
familias, distintas de la favorecidas por este proceso de colonización,
de nuevos inmigrantes que alejen el peligro de la aparición de un
espíritu de ghetto. Pero ello no significa que deba desalentarse la
identidad del nuevo barrio, asentamiento, villa o colonia. Todo lo
contrario: Sin que ello signifique necesariamente la creación de un
barrio privado pobre (¿y por qué no?). Lo que sí deberá asegurarse es
que no se infiltren entre los beneficiarios punteros y parientes o
clientes de políticos y politiqueros.
5.3.- LA FINANCIACIÓN
1.- Se entiende aquí por vivienda tipo una vivienda individual de unos
60 m_ de superficie, con baño completo, una amplia cocina y dos
ambientes o uno eventualmente subdivisible, y con los cimientos
preparados para alcanzar a 150 m_. Normalmente construida con
métodos tradicionales, su costo, incluido el del terreno de 400 m_
debiera rondar los 60.000 pesos.
2.- La financiación del PROGRAMA serán fundamentalmente los
créditos hipotecarios por el 100% del valor del inmueble, concedidos a
desocupados contratados o a otras familias pobres o modestas, sin
vivienda propia, en condiciones de afrontar los pagos de las cuotas
resultantes. El Gobierno Federal garantizará el pago de las cuotas
hipotecarias de los adquirentes, de acuerdo a estrictos criterios
sociales, por medio de un Fondo Fiduciario. Podría optarse por la
entrega de la vivienda en un esquema de leasing adecuadamente
reglamentado.
3.- Para los préstamos que se acuerden a los más pobres se
instrumentarán intereses más bajos con el manejo de los efectivos
mínimos.
4.- En lo que respecta a la infraestructura de los pueblos nuevos
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podrán irse probando diversos esquemas. En un extremo, la licitación
de la construcción de la infraestructura de cada asentamiento junto con
su operación durante veinticinco años (con tarifas fijas sin posibilidad
alguna de "renegociación"). En el otro extremo, lograr una
financiación adecuada, probablemente de bancos oficiales, y otorgar la
construcción y administración a cooperativas con apoyo y
asesoramiento del Programa.
5.- Para las erogaciones que implique el Programa se gestionará en el
Congreso un impuesto extraordinario por cinco años a los tramos más
altos del impuesto a las ganancias y a la riqueza, y una contribución
extraordinaria de las empresas favorecidas con las privatizaciones y
renegociaciones de contratos y concesiones. También se negociarán
préstamos a largo plazo y bajo interés del Banco Mundial y del Banco
Interamericano.
6.- Se negociará que los aportes de las empresas y personas al
Programa, debidamente fiscalizados, sean deducibles de Ganancias o
del IVA.
6. CONCLUSIÓN
La desocupación no desaparecerá con la reactivación.
La reactivación llegará con el aumento de la ocupación.
No puede haber perdón de Dios ni del pueblo argentino para quienes
por ignorancia, incapacidad o desidia no satisfagan razonablemente las
expectativas que despertaron y no cumplan las promesas que hicieron.
Nada de lo actualmente proyectado garantiza un crecimiento de la
ocupación mayor que el crecimiento vegetativo de la fuerza de trabajo.
Las esperanzas puestas en el plan infraestructura son simplemente
insólitas.
Hace falta un programa que comience a dar frutos inmediatos y
pueda ampliarse a la medida de necesidades y de capacidades.
Nada de anuncios, nada de alharaca. Pero un muy buen
conductor, mucha convicción, ningún pariente, y gran apoyo de
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quienes en definitiva van a gozar de sus frutos: el pueblo y sus
dirigentes. Quien invoque peligros macroeconómicos
evidentemente no entendió el tema.
En realidad el único peligro macroeconómico es el peligro de un
aumento de las importaciones, nó por la compra de insumos para el
programa, sino por el crecimiento de la economía que despertará el
PROGRAMA SOCIAL DE VIVIENDAS. Ello no debe llevar nada más ni
nada menos que a un perentorio PROGRAMA DE EXPORTACIONES
DE PRODUCTOS Y SERVICIOS.
Por último: no es cuestión de hacer un anuncio, no es cuestión de
decidir que se planifique el Programa. La cuestión es lograr el
nombramiento de un delegado de lujo que INICIE EL
PROGRAMA, y respaldarlo para que vaya ejecutándolo con
fuerte fiscalización, pero con rapidez y sin trabas, al tiempo que
con su equipo va concretando la planificación de los meses y
años siguientes.
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Desde la religión a la ecología,
y desde la ecología a la religión
por Fernando de Estrada
Réplicas anticipadas
La perspectiva judía
La El
Reforma
y el Corán
cristianismo...
En
tiemposyde
Juan Pablo II
Modernos
postmodernos
Suele considerarse como expresión más cabal de una supuesta oposición entre
religión y ecología al artículo que Lynn White publicó en la revista Science en
marzo de 1967 titulado "Las Raíces Históricas de Nuestra Crisis Ecológica". El
trabajo recogía la parte que al autor correspondiera en una polémica desarrollada
meses antes en la Asociación Americana para el Progreso de la Ciencia, donde
sostuvo que "la ecología humana se encuentra fuertemente condicionada por las
creencias sobre nuestra naturaleza y destino, es decir, por la religión".
Para Lynn White, el cristianismo -y en general todas las religiones de origen
bíblico- carga con la culpa de ser antropocentrista, en el sentido de considerar que
el mundo de la Creación está sometido al hombre, actitud de fondo de la cual se
derivaría una subestimación por la naturaleza en la que a su vez radicaría la causa
última de la crisis ecológica contemporánea.
Es extraño que White sugiriera como remedio para esta situación lo siguiente:
"Dado que el origen de nuestros problemas tiene base tan intensamente religiosa,
la solución debe ser asimismo esencialmente religiosa, aunque poco importa que
le demos o no este nombre".
Réplicas anticipadas
Con independencia de su concepto ampliado de la religión, la acusación levantada por White
encontró de inmediato impugnadores. En tal sentido, sirvió de catalítico para que desde las
confesiones religiosas se profundizara el tema de la relación existente entre sus creencias y
la preocupación por la preservación de los bienes naturales y del equilibrio ecológico.
Dentro del campo católico resultó fácil recordar que en fecha tan temprana para las
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preocupaciones ambientales como 1943 el Papa Pío XII había señalado que el sistema
económico vigente, con "sus relaciones gigantescas y sus conexiones mundiales... por
desprovisto de todo freno moral y por su falta de visión de lo sobrenatural que podría
iluminarlo, lleva a una explotación indigna y humillante de la persona humana y de la
naturaleza...". Y el mismo pontífice destacaba en su Radiomensaje de Navidad de 1955 que
el hombre está llamado a ejercer un sabio dominio sobre la naturaleza, pero que ésta no
puede ser impunemente objeto de una explotación depredatoria.
Su sucesor Juan XXIII destacaba por su parte en la Encíclica Mater et Magistra que el
mandato bíblico dirigido a la humanidad de poblar y dominar la tierra "lejos de llevar a la
destrucción de los bienes los asigna a la mejora de la vida humana".
La perspectiva judía
Desde el judaísmo, quizás sin conocer las invectivas de White, S.R. Hirsch escribía en 1967
que la aparente desconfianza de la tradición israelita hacia las bellezas naturales no pasa de
un temor a que la visión de las mismas aparte de la contemplación de las cosas divinas. El
mismo autor, en sus Comentario del Pentateuco, destaca un principio esencial para el
judaísmo: "La naturaleza no es la intermediaria entre Dios y vosotros; sois vosotros los
intermediarios entre la naturaleza y Dios". Sin duda, existe aquí un antropocentrismo, pero
que de ninguna manera podría interpretarse como hostilidad hacia la naturaleza.
Tanto judíos como cristianos y musulmanes aceptan que la Biblia es la Palabra revelada de
Dios, testimonio más autorizado que la naturaleza, que es sin embargo el otro libro donde
se encuentra la sabiduría. La Revelación demuestra que la naturaleza no basta al hombre, y
ello se manifiesta en los textos del Antiguo Testamento bajo formas de cataclismos
cósmicos que se producen como consecuencia de las acciones humanas.
Terremotos, inundaciones y otros fenómenos de intensidad extraordinaria desgarran en la
Biblia el orden natural cual otras tantas demostraciones de que Dios se halla por encima de
él y no le está sujeto. La tierra ha quedado maldita por el pecado del hombre, pero la
voluntad divina puede hacer que de ella broten leche y miel, que se transforme en la eretz
Israel, la tierra de Israel, si su pueblo se conserva fiel a la ley que Él le ha impuesto.
La posición del hombre ante la naturaleza no es, pues, indiferente para el judaísmo. Por el
contrario, según recuerda el hebraísta R. Haïm de Vozolin, porque Dios -Elohim- mantiene
en existencia al mundo en razón de los actos del hombre; éste es nefech ha Haim, "alma de
la vida", pues de su conducta depende la subsistencia del universo. Es ésta una
consecuencia de la alianza entre Dios y los justos de su elección, alianza que abraza
también al mundo cósmico.
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El cristianismo y el desencantamiento del mundo
La doctrina cristiana relativa al ambiente natural tiene incorporada la tradición judía, pero
las circunstancias históricas le han hecho destacar y desarrollar algunas características
especiales. Una de ellas es el "desencantamiento" del mundo natural. En la antigüedad
pagana casi todos los objetos eran considerados como portadores de un dios o referidos a
cualquiera de los millares de deidades reverenciadas por los habitantes del Imperio
Romano; no era posible desplazarse sin pasar por las jurisdicciones de los pequeños genios
domésticos y de divinidades más importantes que incluían a la persona del emperador antes
de alcanzar a las figuras centrales del Panteón. De alguna manera, todo era sagrado por la
presencia ubicua de los grandes y los minúsculos dioses.
El cristianismo negó el carácter divino de las creaturas, lo cual le significó en los primeros
tiempos diez persecuciones sangrientas por su permanente negativa a rendir culto de
adoración al Emperador y a los símbolos de Roma. Este es uno de los argumentos que en su
oportunidad esgrimiera White, pues el hecho lo interpretó como una desjerarquización de la
naturaleza ante el hombre. En realidad, se trataba de un fenómeno distinto, pues a
semejanza del judaísmo, el mundo ocupaba un lugar privilegiado dentro de la teología de
los primeros cristianos. El hombre, efectivamente, es centro de la Creación, pero tiene
responsabilidades con ella, y la desdivinización que ha hecho de las criaturas no hace de
éstas meros instrumentos.
Por el contrario, el cristianismo tiene para con ellas, una actitud más benévola aún que la
del judaísmo, pues si bien subsisten en él los temores de que las bellezas naturales puedan
alejar de la contemplación de lo divino, es más frecuente que se las considere como
vestigios del esplendor de Dios y que por ello se las valore como de altísima dignidad. La
reacción contra el politeísmo pagano no significó el repudio del mundo material hasta
entonces divinizado (como, por ejemplo, aconteció con la religión maniquea, que
consideraba perversa toda realidad no espiritual); la presencia del mal en la naturaleza se
debe, como en la vida humana, al pecado del hombre.
Ya avanzada la Edad Media, el movimiento monástico estableció centros de vida civil en
regiones hasta entonces libradas al estado salvaje. Tales avances de la humanidad en el
reino de la naturaleza se interpretaron frecuentemente como símbolo del dominio del alma
sobre las pasiones corporales, ocasión por lo tanto para la elevación del espíritu en armonía
con la Creación.
El respeto por ésta en la Edad Media ha quedado testimoniado por dos grandes exponentes.
El primero, Santo Tomás de Aquino, en uno de cuyos sermones podemos leer estos
conceptos: "Dios, como maestro excelente, se ha ocupado de presentarnos dos escritos
perfectos para que hiciéramos nuestra educación de una manera que no deje nada que
desear; pues, según dice el Apóstol, todo cuanto está escrito ha sido escrito para nuestra
enseñanza. Estos dos libros divinos son la Creación y las Sagradas Escrituras".
El otro representante por antonomasia de la espiritualidad medieval, San Francisco de Asís,
nos ha dejado en su Cántico de las Creaturas una de las más conmovedoras alabanzas que
se conocen de las bellezas de la naturaleza.
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Modernos y postmodernos
Durante el siglo XVI se registran ciertas transformaciones históricas de intensidad tal como
para considerar que entonces comienza una nueva época, la modernidad. Uno de sus rasgos
distintivos consiste en la pérdida de gran parte de los fundamentos religiosos de la
sociedad; queda, en consecuencia, admitida una base diferente: el mismo hombre. Este
hombre autónomo se ve obligado así a asumir buena parte de las funciones que antaño se
reconocían a Dios, remitido a una discreta jubilación. Una de esas funciones es la de
Creador, algo que todavía no había ambicionado el hombre.
Francis Bacon, uno de los representantes más auténticos de la modernidad, lo dice en modo
bastante claro cuando afirma que la actitud ante la naturaleza, que hasta entonces había
sido de contemplación, debería en lo sucesivo ser de dominio a través de la ciencia y de la
técnica. Hay aquí una ruptura clara de la tradición occidental, cuyas consecuencias no son
imputables ni al cristianismo ni al judaísmo, sino precisamente a la modernidad, iluminismo
o racionalismo, designaciones indistintas que se aplican a dicha etapa histórica.
Hace tiempo que se habla de "postmodernidad" para referirse a un cambio de valores que
se está operando contemporáneamente. En tal contexto halla su vigencia la tesis de White,
quien, como se recordará, en la segunda parte de su crítica a la influencia del cristianismo
sobre la cuestión ambiental recomienda una respuesta que tenga también contenido
religioso.
Su mensaje parece haber sido recogido en amplios sectores del movimiento ecologista cuyo
activismo no se limita a las denuncias de situaciones particulares o la propuesta de políticas
ambientales sino que se extiende a la difusión de modos de vida y cosmovisiones en ruptura
con el orden de la modernidad. Se trata, en realidad, de religiones que han trasladado su
objeto de adoración desde un Dios de los cielos a la naturaleza en la tierra.
Una manifestación intelectual de esta modalidad de ateísmo religioso antimoderno se
encuentra en en el noruego Arne Naess, quien en 1973 acuñó el título de "ecología
profunda" para designar a una tendencia esotérica que se diferenciaría de la "ecología
superficial"; ésta se limitaría a los problemas ambientales que afectan al género humano
mientras que la segunda no reconoce jerarquías entre los seres del universo y rechaza por
lo tanto la idea de que el hombre tiene una dignidad superior.
Por ese camino, aunque a prudente distancia, lo ha seguido el biólogo James Lovellock,
autor de la teoría de "Gea"; según él, el conjunto total de los sistemas ecológicos pueden
ser entendidos como integrantes de una unidad que fuese una persona viviente,
precisamente "Gea". Si bien Lovellock no se compromete afirmando que esta teoría sea más
que una idea didáctica, en los movimientos ecologistas ha encontrado prosélitos que la
aceptan al pie de la letra y que la han incorporado a su bagaje ideológico neorreligioso.
La Reforma y el Corán
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Este fenómeno de aproximación a lo religioso desde la ecología es en nuestro tiempo
paralelo al más tradicional de acercamiento de las religiones a los temas ecológicos. La
Conferencia General (o mundial) de la Iglesia Adventista del Séptimo Día produjo en 1990
una declaración doctrinaria donde destaca que el hombre ha recibido la misión de custodiar
la conservación de la Creación, deber que ha dejado de cumplir desde que prosperan las
actividades contaminantes y depredatorias. Se remite así la Iglesia Adventista a la
enseñanza de Ellen White, uno de sus fundadores, quien recomendaba como corolario de las
creencias de la comunidad la necesidad de prácticas de vida natural e higiénica. Este
aspecto, que Ellen White y sus seguidores estructuraron de forma práctica en su llamado
"movimiento de reforma salutaria" ("Health Reform"), sedujo al Dr. Kellog, dietista inventor
de los "corn flakes" que encontró en este apoyo religioso estímulo para expandir el consumo
de los alimentos naturistas y su industrialización en gran escala.
¿Y qué ha pasado con el Islam, convicción religiosa arraigada en el alma de una porción
amplísima de la humanidad asentada sobre tres continentes y presente con fuerza en los
restantes? Inspirada como está la religión de Mahoma en el cristianismo y en el judaísmo,
no es extraño que abrace la concepción bíblica sobre la bondad de la Creación y la armonía
que el hombre debe mantener en sus relaciones con ella. Bien se lo advierte en las primeras
páginas del Corán, cuando se lee:
"Ciertamente que en la creación del cielo y de la tierra, en la sucesión alternativa de los días
y de las noches, en los buques que navegan a través del mar para traer a los hombres las
cosas útiles, en esa agua que Dios hace caer del cielo y con la cual devuelve la vida a la
tierra antes muerta, y por la cual ha diseminado los animales de toda especie; en las
variaciones de los vientos, y en las nubes reducidas al servicio entre los cielos y la tierra, en
todo esto hay por cierto advertencias para todos los que tienen inteligencia".
En tiempos de Juan Pablo II
Por último, corresponde destacar que en años recientes la Iglesia Católica ha generado
abundante documentación acerca de los problemas ambientales. En el Catecismo de la
Iglesia Católica (2415), se prescribe:
"El séptimo mandamiento exige el respeto de la integridad de la creación. Los animales,
como las plantas y los seres inanimados, están naturalmente destinados al bien común de la
humanidad pasada, presente y futura. El uso de los recursos minerales, vegetales y
animales del universo no puede ser separado del respeto a las exigencias morales. El
dominio concedido por el Creador al hombre sobre los seres inanimados y los seres vivos no
es absoluto; está regulado por el cuidado de la calidad de vida del prójimo incluyendo la de
las generaciones venideras; exige un respeto religioso de la integridad de la Creación".
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El otro documento fundamental consiste en el Mensaje del Papa Juan Pablo II titulado Paz
con Dios, Paz con Toda la Creación, carta magna de la doctrina católica sobre la cuestión
ambiental. Es ésta una minuciosa exposición sobre la dignidad del mundo natural, de las
agresiones al mismo producidas tanto por los avances técnicos como por la devastación de
recursos causada por la pobreza, de las causas morales de dicho proceso y de las soluciones
que le son aplicables. La siguiente transcripción ilustrará sobre el espíritu de este Mensaje:
"Ante el extendido deterioro ambiental la humanidad se da cuenta de que no se puede
seguir usando los bienes de la Tierra como en el pasado. La opinión pública y los
responsables políticos están preocupados por ello, y los estudiosos de las más variadas
disciplinas examinan sus causas. Se está formando así una conciencia ecológica que no
debe ser obstaculizada, sino antes bien favorecida, de manera que se desarrolle y madure
encontrando una adecuada expresión en programas e iniciativas concretas.
"No pocos valores éticos, de importancia fundamental para el desarrollo de una sociedad
pacífica, tienen una relación directa con la cuestión ambiental. La interdependencia de
muchos desafíos que el mundo debe afrontar confirma la necesidad de soluciones
coordinadas, basadas en una coherente visión moral del mundo. Para el cristiano tal visión
se basa en las convicciones religiosas sacadas de la Revelación...
"...Es evidente que una solución adecuada no puede consistir simplemente en una gestión
mejor o en un uso menos irracional de los recursos de la Tierra. Aun reconociendo la
utilidad práctica de tales medios, parece necesario remontarse hasta los orígenes y afrontar
en su conjunto la profunda crisis moral de la que el deterioro ambiental es uno de los
aspectos más preocupantes.
"Algunos elementos de la presente crisis ecológica revelan de modo evidente su carácter
moral. Entre ellos hay que incluir, en primer lugar, la aplicación indiscriminada de los
adelantos científicos y tecnológicos. Muchos descubrimientos recientes han producido
innegables beneficios a la humanidad; es más, ellos manifiestan cuán noble es la vocación
del hombre a participar responsablemente en la acción creadora de Dios en el mundo. Sin
embargo, se ha comprobado que la aplicación de algunos descubrimientos en los campos
industrial y agrícola produce a largo plazo efectos negativos. Todo esto ha demostrado
crudamente cómo cualquier intervención en un área del ecosistema debe considerar sus
consecuencias en otras áreas, y en general en el bienestar de las generaciones futuras...".
Un lenguaje que Lynn White no esperó seguramente escuchar...
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