Ser Misioneros - 2 de diciembre

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PAPA FRANCISCO
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 2 de diciembre de 2015
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En días pasados he cumplido mi primer Viaje apostólico al África. ¡África es hermosa!
Doy gracias al Señor por este gran don suyo, que me ha permitido visitar tres Países:
primero Kenia, luego Uganda y finalmente la República Centroafricana. Nuevamente
manifiesto mi reconocimiento a las Autoridades civiles y a los Obispos de estas Naciones
por haberme acogido, y agradezco a todos aquellos que de diversas maneras han
colaborado. ¡Gracias de corazón!
Kenia es un País que representa bien el desafío global de nuestra época: tutelar lo creado
reformando el modelo de desarrollo para que sea equitativo, inclusivo y sostenible. Todo
esto encuentra confirmación en Nairobi, la más grande ciudad del África oriental, donde
conviven riqueza y miseria: ¡esto es un escándalo! No solamente en el África: también
aquí, en todas partes. La convivencia entre riqueza y miseria es un escándalo, es una
vergüenza para la humanidad. En Nairobi, donde precisamente tiene sede la Oficina de las
Naciones Unidas para el Ambiente, que visité. En Kenia he encontrado a las Autoridades y
a los Diplomáticos, y también a los habitantes de un barrio pobre; he encontrado a los
líderes de las diversas confesiones cristianas y de las otras religiones, a los sacerdotes y a
los consagrados, y he encontrado a los jóvenes, ¡tantos jóvenes! En toda ocasión he
alentado a atesorar de la gran riqueza de aquel País: riqueza natural y espiritual,
constituida por los recursos de la tierra, por las nuevas generaciones y por los valores que
forman la sabiduría del pueblo. En este contexto tan dramáticamente actual he tenido la
alegría de llevar la palabra de esperanza de Jesús Resucitado: “Sean fuertes en la fe, no
tengan miedo”. Este era el lema de la visita. Una palabra que cada día es vivida con noble
dignidad por tantas personas humildes y sencillas; una palabra testimoniada de manera
trágica y heroica por los jóvenes de la Universidad de Garissa, asesinados el pasado 2 de
abril por ser cristianos. Su sangre es semilla de paz y de fraternidad para Kenia, para
el África y para el mundo entero.
Luego, en Uganda mi visita se realizó bajo el signo de los Mártires de aquel País, después
de 50 años de su histórica canonización, por parte del beato Pablo VI. Por esto el lema
era: «Serán mis testigos» (Hch 1,8).
Un lema que
presupone las palabras
inmediatamente precedentes: «Recibirán la fuerza del Espíritu Santo», porque es el
Espíritu el que anima el corazón y las manos de los discípulos misioneros. Y toda la visita
en Uganda se ha desarrollado en el fervor del testimonio animado por el Espíritu Santo.
Testimonio en sentido explícito es el servicio de los catequistas, que he agradecido y
alentado por su compromiso, que a menudo involucra también a sus familias. Testimonio
es aquel de la caridad, que he tocado con las manos en la Casa de Nalukolongo, y que ve
comprometidas a tantas comunidades y asociaciones en el servicio a los más pobres, a los
minusválidos, a los enfermos. Testimonio es aquel de los jóvenes que, a pesar de las
dificultades, custodian el don de la esperanza y buscan vivir según el Evangelio y no según
el mundo, yendo contracorriente. Testigos son los sacerdotes, los consagrados y las
consagradas que renuevan día a día su “sí” total a Cristo y se dedican con alegría al
servicio del pueblo santo de Dios. Y existe otro grupo de testigos, pero sobre esto hablaré
después. Todo este multiforme testimonio, animado por el mismo Espíritu Santo, es
levadura para la entera sociedad, como demuestra la obra eficaz cumplida en Uganda en
la lucha al SIDA y en la acogida a los refugiados.
La tercera etapa del viaje ha sido en la República Centroafricana, en el corazón geográfico
del continente: precisamente, es el corazón del África. Esta visita era en realidad la
primera en mi intención, porque aquel país está buscando de salir de un periodo muy
difícil, de conflictos violentos y tanto sufrimiento en la población. Por esto, quise abrir
precisamente allí, en Bangui, con una semana de anticipación, la primera Puerta Santa del
Jubileo de la Misericordia, como signo de fe y de esperanza por aquel pueblo, y
simbólicamente por todas las poblaciones africanas, las más necesitadas de rescate y de
consuelo. La invitación de Jesús a los discípulos: “Pasemos a la otra orilla” (Lc 8, 22), era
el lema para Centroáfrica. “Pasar a la otra orilla” en sentido civil, significa dejar a las
espaldas la guerra, las divisiones, la miseria y elegir la paz, la reconciliación, el desarrollo.
Pero esto presupone un “pasaje” que tiene lugar en las conciencias, en las actitudes y en
las intenciones de las personas. Y a este nivel es decisivo el aporte de las comunidades
religiosas. Por esto, encontré a las Comunidades Evangélicas y aquella musulmana,
compartiendo la oración y el compromiso por la paz. Con los sacerdotes y los
consagrados, pero también con los jóvenes, compartimos la alegría de sentir que el Señor
resucitado está con nosotros en la barca, y es Él que la guía a la otra orilla. Y finalmente,
en la última Misa en el Estadio de Bangui, en la fiesta del apóstol Andrés, renovamos el
compromiso de seguir a Jesús, nuestra esperanza, nuestra paz, Rostro de la Divina
Misericordia. Esta última misa fue maravillosa: estaba lleno de jóvenes, ¡un estadio de
jóvenes! Pero más de la mitad de la población de la República Centroafricana son menores
de edad, tienen menos de 18 años: ¡una promesa para seguir adelante!
Quisiera decir una palabra sobre los misioneros. Hombres y mujeres que han dejado la
patria, todo. Cuando eran jóvenes se fueron allá, llevando una vida de tanto, tanto
trabajo, a veces durmiendo en el piso. En un cierto momento encontré, en Bangui, una
religiosa. Era italiana. Se veía que era anciana: “¿Cuántos años tiene?”, le pregunté. “81”.
“Pero, no tantos, dos más que yo”. Esta religiosa estaba allí desde cuando tenía 23, 24
años: ¡toda la vida! Y como ella, tantas. Estaba con una niña. Y la niña, en italiano, le
decía: “abuela”. Y la religiosa me dijo: “Yo exactamente no soy de acá, soy del país
cercano, del Congo. Pero vine en canoa, con esta niña”. Así son los misioneros: valerosos.
“¿Y qué hace usted, hermana?” “Yo soy enfermera y después estudié un poco aquí y me
recibí de partera e hice nacer 3.280 niños”. Así me dijo. Toda una vida para la vida, para
la vida de los demás. Y como esta monja, hay tantas, tantas: tantas monjas, tantos
sacerdotes, tantos religiosos, que queman la vida por anunciar a Jesucristo. Es bello ver
esto. Es bello.
Yo quisiera decir una palabra a los jóvenes. Pero hay pocos, porque parece que la
natalidad es un lujo en Europa: natalidad cero, natalidad uno por ciento. Pero me dirijo a
los jóvenes: piensen qué hacen de su vida. Piensen en esta religiosa y en tantas como
ella, que dieron la vida y tantas murieron allí. La misionaridad no es hacer proselitismo. Me
decía esta monja que las mujeres musulmanas van a visitarlas porque saben que las
religiosas son buenas enfermeras, que las curan bien y ¡no dan catequesis para
convertirlas! Dan testimonio. Después, a quien quiere dan catequesis. Pero el testimonio:
Ésta es la gran misionaridad heroica de la Iglesia. ¡Anunciar a Jesucristo con la propia
vida! Yo me dirijo a los jóvenes: piensa qué quieres hacer tú de tu vida. Es el momento de
pensar y pedir al Señor que te haga sentir su voluntad. Pero no excluyas, por favor, esta
posibilidad de volverte misionero, para llevar el amor, la humanidad, la fe a otros países.
No para hacer proselitismo, no. Aquello lo hacen los que buscan otra cosa. La fe se
predica primero con el testimonio y después con la palabra. Lentamente.
Alabemos juntos al Señor por esta peregrinación en tierra africana y dejémonos guiar por
sus palabras claves: “Estén firmes en la fe, no tengan miedo”. “Serán mis testigos”.
“Pasemos a la otra orilla”.
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