JOAQUÍN GONZALEZ MORENO se nos fue Nieves González Fdez-Villavicencio. Profesora de la Universidad Pablo de Olavide y bibliotecaria de la Universidad de Sevilla. A finales del año 2004, el 21 de diciembre, el historiador sevillano Joaquín González Moreno, recién ingresado en la venerable cofradía de los octogenarios, se nos fue. Todo el que lo conoció, quien leyó sus escritos, escuchó sus programas en la radio o sus conferencias en directo, quien en algún momento necesitó su intermediación, estarán conmigo en definirlo como un erudito de magníficas cualidades científicas y académicas pero sobre todo humanas, por su caballerosidad y educación, sencillez y bondad. Una de las premisas que rigieron su vida y que explica una vida tan intelectualmente productiva como la suya, fue su tesón investigador y sobre todo esa enorme inquietud por la cultura y la historia de la ciudad que tanto amó y que fueron la razón de su existencia. Efectivamente, Joaquín González Moreno ha sido definido como el último historiador clásico de Sevilla y una de las figuras culturales más destacadas de la reciente historia de esta ciudad. “Escudriñador de Sevilla, maestro de quienes han prodigado sus desvelos hacía una de las principales urbes de Europa, uno de sus más fieles y cultos observadores que con mimo y sabiduría supo divulgar el pasado que forma parte de nuestra identidad”, fueron las palabras con las que el diario ABC de Sevilla informaba de su muerte. Su biografía ha sido incluida en el tercer y último volumen de la publicación del Ateneo de Sevilla “Diccionario de Ateneístas”, que recoge la semblanza de sus más destacados miembros históricos. Muchas son las facetas de la vida de González Moreno de las que podríamos tratar si quisiéramos recordar su vida, sin embargo en esta ocasión, vamos a centrarnos únicamente en las más conocidas. Para aquellos que lo conocieron en su faceta de archivero, recordarán que lo fue durante 32 años, de la Casa Ducal de Medinaceli, la popular Casa de Pilatos, además de conservador y secretario del duque con derecho a residencia en el Palacio donde nacerían gran parte de sus 7 hijos. En esos años se dedicó a organizar sus archivos, publicar catálogos y documentos y relacionarlos con una paciente y callada labor entre legajos, de descubrimiento y coordinación, pero también de divulgación a través de sus 1 libros y conferencias, que nunca será suficientemente reconocida. De sus manos salieron las obras fundamentales que hoy por hoy permiten el conocimiento y estudio de los documentos que este magnífico archivo alberga, pero al mismo tiempo y quizás esta faceta no sea tan conocida, su puesto en el archivo y como secretario del duque, permitió y facilitó la investigación histórica y artística de la Casa y su archivo, a través del asesoramiento y coordinación de tesis y tesinas de la Universidad de Sevilla y estudios de investigadores llegados de todas partes del mundo. En este sentido, desempeñó un papel crucial, potenciando como nunca antes se había hecho, el conocimiento de la memoria histórica de la Casa de Medinaceli, una de las fundamentales de la nobleza histórica española. Pero no quedó ahí su actividad profesional. Debido a su insaciable avidez cultural, entre otros muchos proyectos, sacó tiempo para compaginar su trabajo como archivero con la docencia, tanto en Bachillerato, teniendo entre sus alumnos a colegiales como Felipe González, como universitaria - fue profesor del departamento de Paleografía y Diplomática de la Universidad de Sevilla. Pero lo que va a sobrevivir en la memoria de los sevillanos es el peso específico de sus producción científica, más de cuarenta libros que acreditan su excepcional competencia en las diversas materias tratadas, archivística, paleografía, historia, arte, genealogía y heráldica, pues en sus decenas de miles de páginas se atesoran conocimientos del pasado sevillano de incalculable valor histórico1. De su obra podemos decir que se encuentra repartida a lo largo y ancho de este país como se puede comprobar consultando a través de Internet los catálogos de las más prestigiosas bibliotecas, incluso más allá de nuestras fronteras nacionales: horas y horas de trabajo en pro de escudriñar la historia de una ciudad a la que dedicó una buena parte de su vida. Además de sus monografías, González Moreno publicó cientos de artículos científicos en revistas especializadas, entre ellas Archivo Hispalense de la Diputación Provincial de Sevilla, en cuyo número de mayo de 2005 saldrá el que será su último artículo sobre los grabados del vía crucis del Hospital del Pozo Santo. También la prensa local fue vía de expresión tanto de sus investigaciones y hallazgos históricos y artísticos como de sus denuncias ante la destrucción y falta de conservación de una Sevilla que poco a poco iba desapareciendo. Probablemente él haya pertenecido a la generación que más drásticamente haya visto desaparecer las huellas del pasado histórico de Sevilla y su provincia, la misma que conocieron sus padres y abuelos pero que irremediablemente no van a conocer sus nietos a pesar de la lucha constante de personas tan comprometidas como él. La ciudad de Dos Hermanas fue también objeto de su compromiso y colaboró en varias ocasiones con la Revista de Feria, tanto para, de forma poética, recrearse en sus calles y plazas y describir sus miradores, como para denunciar el abandono de sus restos artísticos y arqueológicos. Como parte del legado que donó al Archivo Histórico de Sevilla, además de su producción textual se encuentra toda la documentación gráfica que a lo largo de su vida fue captando de esta ciudad. El archivo fotográfico de Gonzalez Moreno está considerado como uno de los mejores testimonios del pasado más reciente de Sevilla y 1 Para conocer algo más sobre la producción científica de Joaquín González Moreno, se puede visitar la página web: http://www.arrakis.es/~smeredi/ [visita 31 de marzo de 2005] 2 testigo fiel de los cambios que la misma ha experimentado en los últimos 50 años. Con esa innata inquietud que le caracterizaba, González Moreno llevaba su máquina fotográfica allá donde la circunstancia lo requería, para que sirviera de testimonio gráfico de sus denuncias y también de sus elogios. Incluso en sus películas familiares en super 8 a las que era muy aficionado, la gran protagonista sigue siendo la ciudad, sus monumentos, su arte, constituyendo hoy día más que recuerdos familiares, imágenes en movimiento de una ciudad casi irreconocible. Por toda su labor intelectual y de defensa del patrimonio histórico y artístico de Sevilla y su provincia, González Moreno fue reconocido por diversas instituciones de consolidado prestigio. Entre ellas podemos citar la más reciente, en el 2001, cuando la Real Academia de la Historia de Madrid lo nombra académico correspondiente. Aunque era una persona de gran humildad y completamente negada a la auto alabanza, este título de académico le llenó de orgullo y le compensaría no haber sido académico de la de Sevilla. Haciendo referencia a una de las teorías económicas de mayor actualidad, la “gestión del conocimiento y el capital intelectual”, podemos afirmar que la obra de González Moreno, su “capital intelectual”, podrá revertir a los activos de la ciudad de Sevilla a través de sus escritos. Efectivamente, inmersos en la llamada “Sociedad de la Información”, hoy día el éxito de cualquier empresa u organización se mide por el capital intelectual de sus miembros, es decir, todos aquellos conocimientos, habilidades, actitudes y destrezas que los miembros de una organización han ido adquiriendo a lo largo de su etapa profesional, ya que sin esa masa crítica de científicos, ingenieros e intelectuales, sería imposible crear y mantener una sociedad creativa, productiva y competitiva. Pues bien, podemos perfectamente extrapolar esta teoría a Joaquín González Moreno, para afirmar que su capital intelectual, acumulado a través de más de 50 años de estudio y trabajo, podrá revertir a los activos de la ciudad de Sevilla, a través de sus escritos, para que todos los sevillanos podamos beneficiarnos de sus conocimientos. En su entorno familiar, era muy conocida la respuesta de González Moreno cuando alguno de sus hijos entre los que me encuentro, le preguntábamos sobre un tema sevillano, ya que él siempre respondía diciendo: “Como se nota que no leéis mis libros. Eso lo explico en tal capítulo”. A lo largo de estas líneas, creo que hemos puesto de manifiesto la magnitud de su capital intelectual, la inmensidad de su obra, sin embargo no era menor su capital humano, sus cualidades, habilidades y destrezas humanas que manifestó día tras día a toda su familia y que han dejado una tremenda huella no sólo en nuestros hogares sino también en los numerosos amigos que tuvieron la suerte de contar con su amistad. Para casi todo el mundo, la figura del padre es alguien distante a quien se le debe respeto y al que nunca se llega a conocer completamente. Para nosotros, su familia, ha sido ese ser transparente, cercano, que nos supo transmitir sus inquietudes, sus ilusiones, enseñándonos a tenerlas y sus momentos bajos para superarlos juntos, dándonos un inmenso amor. Tan alegre y dicharachero, con la gracia de un sevillano de bandera mezclado con sus utreranas raíces, se nos mostraba como un chaval con esos golpes espontáneos que a todos encandilan y enamoran. Siempre dispuesto a ayudar a los demás y nunca pensando mal de nadie, era un modelo a seguir que siempre intentamos inculcar a sus nietos. Todos sus hijos nos sentimos orgullosos de haber 3 heredado alguna de sus cualidades y estamos seguros de que ellas nos protegen y nos ayudan a vivir. Una de estas cualidades era su gran sentido del humor. Famoso era el día de los Santos Inocentes porque siempre esperábamos alguna broma de mi padre. En una ocasión, viviendo aún en la parte de la Casa de Pilatos que teníamos asignada, nos levantó muy temprano para que nos acercáramos al balcón principal que daba al jardín de la Casa, y cuando todos teníamos nuestras caritas pegadas a los cristales, se alarmó mucho diciendo que la torre de la Iglesia que teníamos enfrente se había caído aquella noche. Incrédulos porque la estábamos viendo, no salimos de nuestro asombro hasta que nos dimos cuenta de la festividad del día. Por su energía y capacidad de entusiasmo, éramos los primeros en compartir sus hallazgos. Así en una ocasión, cuando residíamos en una casa tradicional sevillana, en pleno casco histórico de Sevilla, una fría noche de diciembre mi padre constató visualmente que vivíamos sobre la desaparecida mezquita del Coral, ya que como resultado de sus investigaciones, había iniciado unas excavaciones en la planta baja de nuestra casa y encontrado un arco, dos columnas con sus basas y capiteles y el brocal de un pozo árabes. Contagiados de su entusiasmo, bajamos todos los hermanos, aún muy pequeños, para contemplar apenas sin creerlo, como de nuestro patio de juegos sobresalían entre escombros aquellas obras de arte que nuestro padre quería compartir en primer lugar, con nosotros. Para la autora de estas líneas, Joaquín González Moreno no era solo un padre, era un referente personal y profesional. Desde muy pequeña veía como su esbelta figura atravesaba cada mañana, muy temprano, el dormitorio de los niños en la Casa de Pilatos, y se adentraba tras una misteriosa puerta en el archivo de Medinaceli. Y en esos breves instantes diarios podía entrever, y oler, las estancias a las que daba acceso aquella puerta, con sus paredes de altísimos techos completamente recubiertos de legajos centenarios. Y fue en esos años infantiles cuando se decidió mi futuro profesional. Quería llegar a ser como mi padre aún sin conocer a ciencia cierta a que se dedicaba entre aquellas solemnes paredes. Hace poco más de un año, mi padre decidió con gran sorpresa por mi parte, que fuera la encargada de presentar su libro sobre el Hospital del Pozo Santo de Sevilla. Sin lugar a dudas, esta decisión supuso para mí su reconocimiento público, había llegado a ganarme su confianza como profesional, y en cierta medida había cumplido sus expectativas hacia mí y con orgullo se refirió a ello en la entrevista que la cadena COPE le hizo días antes de la presentación del libro. Joaquín González Moreno se despidió de esta ciudad paseando por sus calles y estudiando una vez más sus balcones y rejas, ya que su privilegiada cabeza se mantuvo lúcida hasta el final de sus días, proyectando el que sería su siguiente libro con esta temática y que no llegó a escribir. En el prólogo del último de sus libros “La Sevilla de los miradores”, recientemente publicado y en el que aparecen catalogados varios miradores de la ciudad de Dos Hermanas, Julio Martínez Velasco, conocido crítico teatral, afirma que el mejor “mirador de Sevilla” era el propio Joaquín González Moreno. 4