La oratoria, el arte de utilizar la palabra en público con corrección y belleza para instruir, agradar, conmover y convencer, tuvo en Roma un uso temprano y prolongado. Su nacimiento y desarrollo están ligados a las libertades políticas; de ahí que alcanzara su apogeo en la república y desapareciera y muriera en el imperio. Además de impregnar gran parte de la vida pública (discursos judiciales, en los tribunales; discursos políticos, en el foro; elogios fúnebres), el "arte del bien hablar" se convierte también en un instrumento educativo de primera magnitud, ya que pronto se desarrolla en Roma una disciplina nueva, la retórica, que convierte la práctica de la oratoria en un arte perfectamente reglado, cuyos principales principios son: ● El perfecto orador ha de ser una combinación de tres factores: disposición natural, cultura profunda y conocimiento de la técnica del discurso. ● La técnica para la elaboración del discurso, que se enseña en las escuelas de retórica, abarca cinco puntos fundamentales: o o o o o ● Inventio: búsqueda de argumentos apropiados y probatorios. Ordo o dispositio: la disposición u ordenación de las ideas del discurso. Elocutio: se refiere a la expresión lingüística del discurso; la elección y colocación de las palabras, el ritmo condicionado por éstas, correcta utilización de las figuras retóricas. Memoria: pautas para memorizar cada cosa en el lugar adecuado. Actio: todo lo relacionado con el aspecto físico en el momento de pronunciar el discurso, sobre todo los gestos y el tono de voz. El discurso consta, también, de diversas partes: ○ Introducción o exordio. Su finalidad es exponer el tema del discurso, captar la atención y atraer la buena disposición del público. En ella se suelen utilizar adjetivos y adverbios para descalificar al rival y alabar al defendido; se recurre a expresiones como “expondré brevemente”; se alaba la justicia con la que juzgará el juez; se pone de relieve la importancia del asunto o de las consecuencias de la decisión o se hace hincapié en la situación desesperada del acusado para provocar pena. ○ Narración. Se cuentan los hechos. Suele comenzar con expresiones temporales, nombres propios, frases cortas. ○ Argumentación. Se aportan los argumentos o rechazan las objeciones reales o posibles. A veces se mezclan con los hechos. Se dan pruebas, indicios, motivos. Si no se tienen argumentos, se llora o se mueve a la compasión. Se utilizan para ello oraciones condicionales, causales, consecutivas e interrogativas. ○ Conclusión o epílogo: Está destinada a ganarse a los jueces y al auditorio. Se resume lo que se ha dicho. Debe ser breve, enérgica e impactante. Se han de hacer súplicas al auditorio para que acceda a sus insinuaciones. Suelen emplearse frases interrogativas y exclamaciones. ● Según la finalidad del discurso se distinguían tres géneros de elocuencia: o o o genus laudativum: era utilizado en los discursos pronunciados en ceremonias relacionadas con la religión (laudationes funebres y elogia). genus deliberativum: era el propio de la oratoria política. Se distingue por el tema y por el auditorio al que está dirigido: ciudadanos, senadores, quírites… genus iudiciale: propio de los discursos de acusación y defensa ante los tribunales. Se reconoce por el tema (robo, asesinato,…) y por el auditorio: jueces (algunas veces ciudadanos, porque es la asamblea la que debe decidir). Puede ser a favor (pro) o en contra (in). ● También el estilo o tono de los discursos debía adecuarse a los distintos géneros de elocuencia, distinguiéndose también tres tipos de estilo o genera dicendi: o o o Genus grande (estilo elevado) Genus medio (estilo medio) Genus tenue (estilo elegante) En el ámbito de la retórica se distinguen tres escuelas que proponen distintos modelos de elocuencia, tomados todos del mundo griego: - Escuela aticista: tenía como modelo el estilo de los escritores de la época clásica de Atenas. Propugnaba un tipo de oratoria espontánea, carente de artificio y de excesivos adornos; consideraba que la mejor elocuencia era la que lograba una más completa exposición de los hechos. - Escuela asiánica: sigue el estilo de la oratoria griega que se desarrollaba en las ciudades de Asia. Se caracteriza por su tono brillante, exuberante y florido. - Escuela rodia: manteniendo la amplitud, abundancia y brillantez del discurso, proponía la búsqueda del equilibrio y el gusto. Su principal representante es Cicerón. Nació en Arpino en el seno de una familia de agricultores, de buena situación económica y conocida aunque no patricia. Este origen de Cicerón explica algunos rasgos de su personalidad. El primero de ellos es su conservadurismo en cuestiones de tradiciones y del respeto a las costumbres ancestrales (mos maiorum). En segundo lugar, en su carrera política Cicerón debió vencer la resistencia que la nobleza romana ponía al desempeño de las máximas magistraturas por alguien ajeno a ella (“homo novus”); y, así, recorrió todas las magistraturas del "cursus honorum” (cuestor, edil, pretor y cónsul, todas suo anno). Excepcionalmente dotado para la práctica de la elocuencia, se forma con los mejores oradores y juristas de la época en Roma y Grecia. Desde muy joven también se entrega al estudio de la filosofía. Vive Cicerón en el medio siglo final de la república, época de grandes convulsiones internas (guerra civil entre Mario y Sila, rebelión de Espartaco, guerra contra los piratas, conjuración de Catilina, guerra civil entre César y Pompeyo,…). Estos sucesos los vive de cerca, interviniendo decisivamente en algunos de ellos (se enfrenta con Crisógono, liberto de Sila; siendo cónsul hace fracasar la conjuración de Catilina). Pero el momento más difícil en la vida política de Cicerón comienza con la formación del triunvirato entre César, Pompeyo y Craso. Los triunviros lo condenaron al exilio por algunas decisiones tomadas durante su consulado, entre ellas el ejecutar a los cómplices de Catilina sin concederles el derecho de apelar al pueblo. Cuando las tensiones entre las dos personalidades fuertes del triunvirato, César y Pompeyo, desembocaron en la guerra civil, Cicerón, no sin vacilaciones, tomó partido por Pompeyo. El triunfo de César, que siempre se portó de forma generosa con él, y su posterior dictadura lo obligaron a dejar la vida pública. La muerte de César lo devuelve a la vida política en un intento inútil de restaurar la República; entendiendo que el mayor obstáculo para sus pretensiones era Marco Antonio, apoyó a Octavio Augusto y dirigió contra aquél durísimos ataques que quedaron recogidos en sus últimos discursos, conocidos como Filípicas, y que le costaron la muerte a manos de los sicarios de Antonio. Su producción literaria se despliega en tres campos: oratoria, filosofía y epistolografía. Aquí nos interesa el primero de ellos, en su doble vertiente de discursos y obras retóricas. Fue famoso principalmente por sus discursos judiciales y políticos, entre los que destacan: - PRO SEXTO ROSCIO AMERINO (discurso judicial) Con este discurso y primera causa judicial pronunciado el año 80 a.C. Cicerón cimentó su fama. En él defiende con gran éxito a Roscio de Ameria en relación con una acusación de parricidio por parte de Crisógono, liberto de Sila. Cicerón demuestra que la acusación carece de base, levanta la sospecha de que uno de los cómplices de Crisógono es el verdadero criminal y, por último, ataca al mismo Crisógono, teniendo buen cuidado de dejar a Sila al margen de las actividades de su liberto. El discurso explica, de modo accidental, el origen de la expresión cui bono, “¿quién se beneficia?”. Si Sexto no mató a su padre, dice Cicerón, ¿quién lo hizo? Cita esa expresión como una de las frecuentes preguntas que hacía un ilustre juez en procesos de este tipo y pasa a mostrar que son los propios acusadores de Roscio los que se han beneficiado. Conseguida la absolución, Cicerón ve prudente apartarse temporalmente de Roma y marcha a Grecia. “Tengo la sensación, jueces, de que os estáis preguntando con asombro qué motivo hay para que, permaneciendo en sus asientos tantos oradores, consagrados e ilustres varones, me haya levantado entre todos yo, que ni por mi edad, cualidades ni prestigio puedo ser comparado con los que siguen sentados. Es más, todos estos que se hallan presentes consideran un deber que se reivindique en este proceso la injusticia forjada mediante un delito sin precedentes, pero no se deciden a llevar personalmente la defensa en atención a la arbitrariedad de estos tiempos; y así, sucede que asisten para cumplir su obligación, callan, en cambio, para evitar riesgos. ¿Qué ocurre, pues? ¿Es que soy yo el más audaz de todos? En absoluto. ¿Tal vez algo más servicial que el resto? Tampoco ambiciono esa alabanza hasta el extremo de pretender que se les arrebate a los demás. ¿Qué motivo, pues, me ha impelido más que a los otros a aceptar la defensa de Sexto Roscio?” (Pro Sexto Roscio Amerino, 1.1) “Sexto ha matado a su padre. ¿Qué clase de hombre es Sexto? ¿Un jovenzuelo corrompido y manejado por hombres depravados?... ¡Pero si ni siquiera al acusador le habéis oído decir semejantes palabras!... Finalmente ¿qué ambiciones puede tener un hombre que, como el propio acusador dice en tono de reproche ha habitado siempre en el campo y en su cultivo han transcurrido sus días?...Así que volvamos de nuevo al mismo punto y averigüemos qué vicios tan grandes tuvo este hijo único para que su padre estuviera disgustado con él. ¡Pero si está clarísimo que no tuvo ninguno! Entonces ¿es que el padre era un loco para odiar sin motivo a quien había dado el ser? Por el contrario, el padre fue el hombre más consecuente que conozco. Por tanto, está bien claro que, si el padre no estaba loco ni el hijo era un perdido, no existieron motivos de odio por parte del padre, ni de cometer un crimen por la del hijo. ¿O es que no comprendéis que lo único de que se trata es de suprimir por cualquier procedimiento a los hijos de los proscritos, que lo que se pretende es que vuestro juramento de jueces y la sentencia contra Roscio constituyan el punto de arranque de esa injusticia?¿Existe alguna duda sobre quién es el autor del delito cuando veis, de una parte, al comprador de los bienes, al enemigo, al asesino –convertido ahora en acusador de este proceso- y, de la otra, a un hijo reducido a la miseria, apreciado por los suyos y que no sólo está exento de culpa, sino, incluso, de cualquier indicio sospechoso?¿Es que veis aquí algún otro obstáculo para la causa de Sexto Roscio si no es la venta ya realizada de los bienes de su padre?” (Pro Sexto Roscio Amerino 144-153) - IN L. CATILINAM (Las Catilinarias, discurso político) Cicerón denunciando a Catilina, 1880. Cesare Maccari. Palazzo Madama. Roma En el año 63 a.C. Catilina, candidato al consulado junto con Cicerón, no es elegido y trama una conjuración para hacerse con el poder, incluyendo el asesinado del nuevo cónsul. Cicerón, al tanto de todas las maquinaciones por la información que recibe de uno de los conjurados, pronuncia en el Senado cuatro discursos contra Catilina (las cuatro Catilinarias), sus discursos más célebres. La I está dirigida al Senado en presencia de Catilina, que huye de Roma; la II y III van dirigidas al pueblo; en la IV consigue inclinar al Senado para que vote la pena de muerte contra los conjurados, y lo hace de una manera muy sutil, ya que como presidente de la asamblea no podía participar en la discusión. La actuación de Cicerón le acarreó una gloria apoteósica y el apelativo de pater patriae. Pero esta misma actuación en la que mandó ejecutar a los cómplices de Catilina sin concederles el derecho de apelar al pueblo le habría de ser más tarde funesta, ya que en ella se fundará su mortal enemigo Clodio para enviarlo al destierro. “¿Hasta cuándo ya, Catilina, seguirás abusando de nuestra paciencia?¿Por cuánto tiempo aún estará burlándosenos esa locura tuya?¿Hasta qué límite llegará, en su jactancia, tu desenfrenada audacia?¿Es que no te han impresionado nada ni la guardia nocturna del Palatino ni las patrullas vigilantes de la ciudad ni el temor del pueblo ni la afluencia de todos los buenos ciudadanos ni este bien defendido lugar donde se reúne el Senado ni las miradas expresivas de los presentes?¿No te das cuenta de que tus maquinaciones están descubiertas?¿No adviertes que tu conjuración, controlada ya por el conocimiento de todos éstos, no tiene salida?¿Quién de nosotros te crees tú que ignora qué hiciste anoche y qué anteanoche, dónde estuviste, a quiénes reuniste y qué determinación tomaste? ¡Qué tiempos!¡Qué costumbres! El Senado conoce todo eso y el cónsul lo está viendo. Sin embargo este individuo vive. ¿Qué si vive? Mucho más: incluso se persona en el Senado; participa en un consejo de interés público; señala y destina a la muerte, con sus propios ojos, a cada uno de nosotros. Pero a nosotros –todos unos hombres- con resguardarnos de las locas acometidas de ese sujeto, nos parece que hacemos bastante en pro de la república. Convenía, desde hace ya tiempo, Catilina, que, por mandato del cónsul, te condujeran a la muerte y que se hiciera recaer sobre ti esa desgracia que tú, ya hace días, estás maquinando contra todos nosotros. Tenemos contra ti, Catilina, una resolución del Senado, enérgica y severa. No es la responsabilidad de Estado ni la autoridad de este organismo lo que está fallando: nosotros, nosotros los cónsules –lo confieso sinceramente- somos quienes fallamos”. (In L. Catilinam I, 1-4) “Todo esto ha sido ya en el Senado descubierto y clarísimamente explicado por mí; por ello, Quírites, os lo voy a exponer brevemente, para que vosotros que lo ignoráis y que deseáis conocerlo, sepáis de su gravedad y evidencia y de mis pesquisas y averiguaciones. En un primer momento, una vez que Catilina pocos días antes hubo salido bruscamente de Roma, dejando en ella a los cómplices de su conjuración, fanáticos cabecillas de esta guerra abominable, velé, Quírites, sin descanso para encontrar el medio de librarnos de emboscadas tan temibles y tenebrosas.” - PRO ANNIO MILONE (discurso judicial) Tito Annio Milón, tribuno de Roma en el 57 a.C. y conocido rival de Clodio, promovió el regreso de Cicerón, desterrado en el 58 por este último. Durante cinco años Milón y Clodio protagonizaron violentas disputas callejeras de bandas rivales, lo que contribuyó al colapso general de la ley y el orden en ese momento. Milón fue nombrado cónsul, pero la muerte de Clodio en una reyerta callejera provocó un estallido de protestas y la elección de Pompeyo como cónsul único para restaurar el orden. Milón fue llevado a juicio por Pompeyo. Cicerón se encargó de la defensa e intentó demostrar que Milón actuó en legítima defensa, pero la presión de los partidarios de Clodio lo intimidó de tal modo que apenas acertó a pronunciar su discurso y Milón fue condenado y exiliado. Este fracaso lo amargó intensamente y tuvo que contentarse con enviar al exiliado Milón el texto de su discurso, tal vez el más logrado de todos. “Pero ya he hablado lo suficiente sobre la causa judicial y, tal vez, hasta demasiado sobre cuestiones externas a la causa ¿qué me queda, sino rogaros y suplicaros, jueces, que concedáis a este hombre valeroso una misericordia que él mismo no os implora, pero que yo, aunque se oponga, os imploro y solicito? Si, en medio del llanto de todos vosotros, no habéis visto una sola lágrima de Milón, si contempláis su rostro siempre imperturbable y su voz y sus palabras firmes e invariables, no por ello seáis con él menos compasivos. Tal vez, incluso, merezca una ayuda mayor; pues, si en los combates de gladiadores y ante la situación y la suerte de unos hombres de condición humana ínfima solemos hasta detestar a los cobardes, a los que imploran y suplican que se les permita vivir, mientras que deseamos que se salven los valientes, los esforzados y los que se lanzan a la muerte con ardor, si somos más compasivos con aquellos que no reclaman nuestra misericordia que con los que no cesan de implorarla, ¡con cuánta más razón debemos actuar así en el caso de los ciudadanos valientes! - PRO M. CAELIO (discurso judicial) Con este discurso logró obtener la absolución de un amigo suyo, M. Celio Rufo, de varias acusaciones, entre las que se encontraba una conspiración para asesinar a su anterior amante, Clodia, la hermana de Clodio (casi con toda seguridad la Lesbia de Catulo), acusación esta última que se recoge en el fragmento objeto de nuestro estudio. El ataque contra la propia Clodia es uno de los más brillantes tour de force de Cicerón. Con él tiene ocasión de vengarse de Clodio, instigador de su destierro en el 58, en la persona de su hermana. Cicerón no pierde la ocasión de poner en la picota a los dos hermanos por su vida disoluta y desenfrenada. “Llego ahora a dos puntos de la acusación, el del oro y el del veneno, que ambos proceden de la misma persona. El oro fue pedido en préstamo, se dice, a Clodia; el veneno se preparó para Clodia. Todas las demás acusaciones no son acusaciones, sino maledicencias, alegaciones hechas más para alimentar la violencia de una disputa que para dar materia a un proceso capital. El ser un adúltero, un impúdico, un prevaricador, son injurias, pero no un motivo de acusación: son alegaciones sin fundamento, que no descansan en nada; ultrajes proferidos al azar por un acusador enardecido que no tiene a nadie que se presente aquí a garantizar los hechos. Pero de estas dos acusaciones veo la procedencia, veo al autor; veo un hecho preciso, un cuerpo de delito: Celio tuvo necesidad de oro, se lo pidió a Clodia; lo recibió sin testigos; lo guardó todo el tiempo que quiso: en esto veo una gran demostración de extraordinaria intimidad.” “Toda la cuestión, jueces, que aquí se ventila es con Clodia, mujer no sólo noble sino incluso muy conocida. De ella no he de decir nada que no sea necesario para rechazar la acusación. Pero tú, Gneo Domicio, con tu extraordinaria inteligencia te das cuenta de que la cuestión es con ella únicamente. Si no fuese ella quien dijese que prestó oro a Celio; si no le acusa de haber intentado envenenarla, sería en mí una gran inconveniencia citar el nombre de una madre de familia sin todos los miramientos debidos a una mujer respetable. Pero si, apartada esta mujer de la causa, no les queda a nuestros adversarios ni acusación ni armas para atacar a Celio, ¿qué debemos hacer nosotros , sus defensores, sino rechazar a los que le persiguen? Yo lo haría incluso con más energía, si no me detuviese mi enemistad con su marido, quise decir con su hermano, siempre me equivoco. Pero trataré de moderarme para no ir más allá de lo que exijan mi deber y el interés de la defensa, pues jamás he tratado de ser enemigo de las mujeres y mucho menos de quien se dice ser más bien amiga de todos los hombres que enemiga de alguno.” “Veamos ahora qué explicación se da respecto al veneno. ¿Dónde fue comprado? ¿De qué forma fue preparado? ¿Cómo, a quién y en qué lugar fue entregado? Según dicen, Celio lo tenía en su casa; lo probó en un esclavo que compró para esta prueba y cuya rápida muerte demostró la eficacia del brebaje. ¡Dioses inmortales! ¿Por qué parece que estáis algunas veces en convivencia con los mayores crímenes de los humanos, o por qué cuando un crimen es tan rápido parece que diferís el castigo para un día lejano? Vi, sí; vi y en mi vida jamás un dolor más cruel destrozó mi corazón, vi a Quinto Cecilio Metelo arrancado de repente de los brazos y el seno de la patria; a aquel gran ciudadano que no vivía más que para ella y que tres días antes había aparecido con tanta gloria en el Sendo, en los Rostros, en la tribuna, ante los ojos de Roma entera, en la flor de la edad, pletórico de salud y de vigor; le vi inmerecidamente arrebatado a todas las personas de bien, a todos los ciudadanos...” La teoría y la práctica de la oratoria se funden en Cicerón de modo admirable, y, además de estos perfectos discursos, nos ha dejado las mejores obras retóricas, es decir, la teoría sobre cómo se forma un orador y cómo se compone un discurso: “Brutus”, “De oratore” y “Orator”. Las características de su obra son: 1. Oratoria equilibrada y armoniosa, pero que no desprecia el recurso a la emotividad y la utiliza cuando quiere impresionar al público. 2. Gran habilidad y tacto, acomodándose a las circunstancias; gran ingenio para lanzar fuertes invectivas, alusiones irónicas y burlas amables; gran facilidad para describir acciones y retratar personajes. 3. La potencia oratoria, que se halla, más que en una argumentación vigorosa y convincente, en la atracción ejercida por su ingenio, por una serie de recursos que emocionan y captan al auditorio. 4. Periodos largos en los que una idea se va desarrollando una y otra vez de diversas formas, cambiando el ritmo y la duración de las oraciones hasta conseguir un efecto demoledor y, a veces, demasiado recargado.