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Intervención de Javier Lecumberri, Secretario General de la UGT de Navarra.
El 50 aniversario de la industrialización de Navarra es una ocasión inmejorable para mirar hacia
atrás, analizar la experiencia y proyectar hacia el futuro las enseñanzas que nos proporcionan
estas cinco décadas de desarrollo económico.
En esa mirada retrospectiva sobre la breve historia de la Navarra industrial hay, en mi opinión,
dos momentos claves.
El primero, evidentemente, la aprobación y puesta en marcha por parte de la Diputación Foral
del Plan de Promoción Industrial (PPI) de 1964, que conmemoramos con este acto y que
significó el tránsito de una sociedad eminentemente rural y agrícola a otra de carácter urbano
e industrial.
Pero hay un segundo momento clave, que no conviene perder de vista, y que fue la
reconversión industrial de mediados de los años 80, que posibilitó poner al día nuestro aparato
productivo, que en algunas de sus líneas (blanca, marrón, etc.) había quedado obsoleto.
Ambos momentos tienen aspectos similares, pero también alguna diferencia.
Entre las similitudes, la primera es el contexto de crisis.
El impulso industrializador de 1964 se produjo, tanto en España como en Navarra, casi
inmediatamente después del largo periodo de crisis económica y penuria social que siguió a la
Guerra Civil y que duró hasta 1960.
Y la reconversión industrial de los 80 tuvo, como objetivo prioritario, reparar los daños que la
crisis del petróleo, desencadenada en 1973, causó a nuestro tejido industrial. Aunque también
respondió a la necesidad de renovar tecnológicamente unas estructuras productivas que, en
buena parte, habían quedado anticuadas, con la finalidad de mejorar la competitividad.
Pero hay otro interesantísimo aspecto compartido por ambos hitos industriales, como es el de
las herramientas utilizadas para llevarlos a cabo. Y quiero hacer referencia a tres características
comunes, que son esenciales:
1. El papel fundamental de la iniciativa pública. Tanto en el caso del PPI como de la
reconversión industrial de los 80 (Mepansa, Super Ser, Agni, etc.), el liderazgo y el
impulso corren a cargo de las Administraciones Públicas, con planes que combinan
ayudas directas y beneficios fiscales para favorecer la inversión privada y la generación
de empleo.
2. Las inversiones públicas en infraestructuras, especialmente la creación de polígonos
industriales, como parte del PPI, y la construcción de una amplia y moderna red de
comunicaciones, a partir de mediados de los 80.
3. Y en tercer lugar, un fuerte impulso educativo, con especial incidencia en el desarrollo
de la FP en los años 60 y de la enseñanza universitaria en los 80.
Hay una diferencia sustancial entre la industrialización de los 60 y la reconversión de los 80 y
es el papel de las relaciones laborales y del diálogo social.
En el momento de la industrialización de Navarra, el movimiento obrero es todavía incipiente,
clandestino y está muy vinculado a las organizaciones de la Iglesia.
Y ello, por dos motivos:
Por un lado, la desaparición legal de la UGT y la aniquilación física de casi todos sus dirigentes y
de prácticamente el 10% de su afiliación, tras el 18 de julio de 1936, borra del mapa al que
había sido el principal referente sindical navarro durante el primer tercio de siglo, básicamente
centrado en los trabajadores del campo y de la enseñanza, que eran entonces los sectores
preponderantes en nuestra Comunidad.
Y por otro, la ausencia de tradición industrial y, como consecuencia, la inexistencia en Navarra
de una clase obrera vinculada al mundo fabril.
Por tanto, no existen relaciones laborales, ni diálogo social, por la sencilla razón de que no hay
democracia, ni la clase trabajadora puede organizarse autónomamente en organizaciones
sindicales libres (tampoco la patronal, obligada a compartir organización con los trabajadores
en el llamado sindicato vertical), ni en el movimiento obrero clandestino tiene peso un
sindicalismo de orientación socialista, con una tradición y cultura pactistas.
Eso ya no ocurre en la reconversión de los años 80, en la que la UGT, en solitario y en minoría,
protagoniza la primera experiencia de concertación social en Navarra, poniendo las bases
sobre las que, con posterioridad, paulatinamente y ya con una mayoría sindical sólida, tras la
incorporación de CCOO al sindicalismo de corte europeo, se inicia la construcción de un marco
de relaciones laborales, basado en la negociación y el acuerdo, y un modelo de diálogo social,
que tendrá en el Acuerdo Intersectorial de 1995 su piedra angular.
Pues bien, en este breve recorrido por nuestra historia reciente encontramos los elementos
esenciales para afrontar la difícil coyuntura en la que nos encontramos en este momento. Y
esto es lo que quiero exponer con igual brevedad a continuación.
De entrada, se dan similares condiciones de crisis económica profunda, además de
obsolescencia de algunos sectores industriales y necesidad de reforzamiento de otros, que
reclaman, de nuevo, una decidida actuación pública.
Y en mi opinión, esta actuación debe sostenerse en varios pilares fundamentales:
1. Una reorientación urgente de la política económica y presupuestaria, que pasa por
abandonar la senda suicida de los recortes e impulsar la actividad económica desde la
iniciativa pública. Ello requiere una política fiscal más justa y, por tanto, más
progresiva, que dote a la Administración de recursos económicos suficientes, tanto
para reforzar unos servicios públicos universales y de calidad, como para apuntalar el
tejido productivo y favorecer su desarrollo. Con el consumo paralizado y la inversión
ahogada por la ausencia de crédito bancario, el empuje inicial solo puede llegar desde
el sector público.
2. Favorecer la empleabilidad de los trabajadores, garantizando, a través de una
formación y reciclaje profesional adecuados, la reincorporación a la actividad de las
decenas de miles de trabajadores que han sido expulsados del mercado de trabajo,
para ocupar empleos de calidad y en buenas condiciones laborales, en sectores
productivos con un alto valor añadido.
3. Fortalecimiento del tejido industrial. En este terreno, los esfuerzos deben ir dirigidos
principalmente a consolidar y diversificar nuestro poderoso sector de automoción;
ayudar a la pujante industria biomédica, y desarrollar todo nuestro potencial
agroalimentario, que, además, contribuye a asentar la población rural e incentiva
sectores estratégicos emergentes, que permiten un desarrollo equilibrado del
conjunto de los territorios de Navarra, relacionados con las energías limpias, el turismo
de calidad o la economía forestal.
4. Un nuevo plan de infraestructuras, ajustado a las necesidades reales de nuestra
estructura productiva, así como de apoyo a aquellas ramas del sector terciario que
centran su actividad en proveer a la industria de servicios (transporte, logística, etc.).
En definitiva, estamos hablando de nuevo de recuperar la iniciativa pública como motor de
desarrollo, de formación de nuestros trabajadores, de infraestructuras al servicio del
desarrollo económico y de un tercer impulso industrial imprescindible.
Son todos ellos elementos esenciales de proyectos ensayados con éxito en el pasado, que
deben forjar los cimientos sobre los que construir nuestro futuro.
Y constituyen, además, el armazón del reciente Acuerdo para la reactivación económica y
el empleo en Navarra, que hemos suscrito el Gobierno de Navarra y las organizaciones
empresariales y sindicales más representativas de nuestra Comunidad.
Creo sinceramente que el gran reto que tenemos como Comunidad es desarrollar este
acuerdo en toda su potencialidad. Y para ello, creo que también es necesario hacer todos
los esfuerzos precisos para lograr, en torno a él, el máximo consenso político posible.
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