LA PESQUISA, UNA TRAMPA AL GÉNERO Por Daniel Nimes [email protected] Los acontecimientos no son nunca directos, cuando llegan ya han sido interpretados, por relatos de otros, por versiones inciertas, por voces que llegan del pasado y también, muy a menudo, por libros. Ricardo Piglia H e titulado la presente ponencia La pesquisa, una trampa al género, por razones que tal vez sean demasiado obvias como para necesitar explicarlas pero que, sin embargo, y en perjuicio de quienes ya hayan deducido la obviedad, no dejaré de explicitar. “La pesquisa es la gran novela policial de Juan José Saer que lo confirma como uno de los narradores más importantes de la literatura argentina contemporánea”1, leo en la contratapa del libro. Si bien es cierto que esta novela (de 1994), confirma a Saer como uno de los principales novelistas argentinos vivos, me gustaría ahondar en esta “gran novela policial” como dice la contratapa, a fin de señalar algunas particularidades que hacen a su construcción, a los mecanismos de que se vale para “trampear” al género policial y a algunas claves hermenéuticas proporcionadas por la propia novela para su desciframiento. Una de las características fundamentales del género policial clásico es la confianza en el relato. Entiéndase, en el relato final del detective, al menos. En el gran conjunto de los relatos previos, de los testimonios, de las frases oídas casualmente, el detective se moverá hábilmente y con seguridad entre todas esas trampas de las versiones múltiples, de los falsos testimonios, hasta configurar su propia versión final e incuestionable, donde se signará al culpable y se lo castigará en consecuencia, sin que persistan dudas acerca de la resolución final. Primera trampa. El caso policial que se narra en La pesquisa, justamente, es una narración de un hecho policial ya ocurrido y resuelto. No existe la simultaneidad, la inmediatez entre los hechos y la narración. Por más que quien narra -Pichón Garay- nos advierta: “quiero que sepan desde ya que este relato es verídico-” y recurra a estadísticas para intentar reforzar su intención de veracidad, el efecto logrado con estas advertencias es justamente el contrario: nos alerta, 1 Todas las citas corresponden a Juan José Saer, (1994), La pesquisa. Bs. As: Seix Barral. 1 nos pone en continua búsqueda de grietas, de contradicciones. Además, siendo que el narrador no ocupa ningún papel de índole protagónica (quiero decir, no interviene en absoluto en la cadena de hechos) queda la duda constante sobre la veracidad de sus fuentes, de su propia interpretación, del filtro verbal; es decir, todo relato es una reconstrucción, una vuelta a construir lo sucedido y, en este caso, a partir de un foco subjetivo de interpretaciones realizadas sobre fuentes no directas o, al menos, nunca mencionadas. He aquí un rasgo característico de la narrativa saereana: el continuo cuestionamiento de los modos de representación de lo real. El lenguaje como filtro necesario, ineludible, pero transformador y, especialmente, el uso de la ficción como un modo de acceso, un modo de interpretar lo real, de comprender el mundo. “La verdad dice Saer- no es necesariamente lo contrario de la ficción”2. La ficción, entonces, como hermenéutica del mundo, no opuesta necesariamente a la verdad, sino para demostrar también que ésta es tan compleja, impura y opaca como puede serlo cualquier ficción. Además, como añade Pichón Garay, “por el sólo hecho de existir, todo relato es verídico”. Pero no nos desviemos demasiado hacia esta discusión y volvamos a los aspectos subversivos del género policial presentes en La pesquisa. Quiero ingresar ahora en la segunda trampa. Los indicios. En las novelas policiales clásicas, el narrador disemina a lo largo de la historia, indicios, sospechas, pruebas, que pueden ayudar al lector a descifrar el crimen, a encontrar el culpable. En la novela de Saer, también nos encontramos con indicios desperdigados a lo largo del relato de Pichón, sin embargo, y he aquí la alteridad respecto del “modelo narrativo policial”, los indicios son en apariencia verdaderos, coherentes con la resolución del caso que nos enseña Pichón, pero falsos, al mismo tiempo, si asumimos que la resolución correcta es la nueva re-construcción de la historia, esta vez a cargo de Tomatis, donde el culpable, en lugar de ser Morvan, será Lautret. ¿Qué sucede entonces? ¿A medida que avanzamos en la lectura, reconstruimos un engaño? No. No hay engaño, porque no hay verdad. Hay versiones, por supuesto. Ni la resolución de Pichón ni la de su amigo Tomatis son menos válidas que la que pudiera efectuar Soldi, el otro asistente a la charla de los amigos- o el propio lector, si tuviera su propia otra versión. Nuevamente resuena en nuestros oídos la frase ya citada de Pichón Garay: “por el sólo hecho de existir, todo relato es verídico”. Queda entonces anulado, quebrado, el 2 Juan José Saer, (1997), El concepto de ficción. Bs. As: Ariel. 2 elemento conclusivo perfecto y cerrado, el famoso mecanismo de reloj cuyas piezas deben encajar perfectamente, como solían escribir en sus decálogos los escritores más destacados del género. Vayamos a la tercera trampa. Hay, además de la historia narrada por Pichón – que sería un meta-relato, en realidad-, dos misterios más que corren por fuera de ese relato, es decir, en el plano de “la vida real” dentro de la novela. ¿Cuáles son estos dos misterios? Está, por un lado, la desaparición del hermano de Pichón y su amante: el Gato y Elisa; y, por otro, la existencia de un texto cuya autoría se desconoce y que fue hallado entre los papeles de un amigo recientemente fallecido del grupo. En el policial, generalmente, en el final de la novela, además de resolverse el crimen principal, quedan esclarecidos los “crímenes subsidiarios”, especialmente en la vertiente “dura” del género donde, como sabemos, un crimen lleva a otro and yet and yet. En La pesquisa, por el contrario, estos dos misterios quedarán sin resolver. Por supuesto, que en el caso del hermano de Pichón y de su amante no quedan demasiadas dudas: son dos desaparecidos de la última dictadura militar en nuestro país. La dictadura no se explicita completamente, pero sí se mencionan “tiempos de horror y de violencia”, y el dato del exilio de Pichón en París. El texto hallado parece, en primera instancia al menos, una excusa para que los amigos -Tomatis y Pichón Garay, junto con la nueva incorporación al grupo de Marcelo Soldi- se remonten al pasado. Este verbo no es ocioso, ya que el desplazamiento hacia el pasado implica un desplazamiento físico al mismo tiempo, un viaje en lancha a través de un río hasta la casa del fallecido Washington Noriega. El retorno al pasado está dado, más que por el regreso a la casa del amigo muerto, por la presencia, en una de las orillas, de la casa donde desaparecieran el Gato Garay y su amante. La visión de la casa es cinemática, es una imagen en movimiento, metáfora de la revisión del pasado por parte de Pichón, que analiza sus sentimientos, sus comportamientos pasados, oculta sus heridas, se arrepiente de algunas acciones propias, y sin embargo, tanto a él como a Tomatis “el presente les da la impresión de ser el mejor de los mundos posibles” (59). El texto encontrado entre los papeles de Noriega, cuya autoría y fecha de composición exacta se desconoce, es una novela titulada En la tiendas griegas, nuevo meta-relato que remite al pasado griego y se entrelaza con la historia narrada por Pichón mediante, en primer lugar, su comienzo in media res: “…prueba de que es sólo el fantasma lo que engendra la violencia” (77), que parece referirse a lo que sucede con Morvan y su doble vida como policía y (posible) asesino en trance; en segundo lugar, se 3 relaciona con el relato de Pichón mediante el recurso a la mitología: Morvan y la imagen recurrente en su mente de una historia mitológica que leía en su niñez: en Creta, un toro blanco, con las astas en forma de medialuna viola a una ninfa aterrada en Tiro o Sidón, no recuerda bien. Como vemos, el principio de incertidumbre se mantiene incluso en estos micro-relatos. El recurso a lo mitológico nos remite a lo que, al comienzo de esta ponencia, denominé una posible clave hermenéutica para la novela, llamémoslo una lectura por analogía entre los micro-relatos y los detalles que mencionan entes mitológicos -como las figuras en los billetes que ve Morvan durante sus ensoñaciones- y la historia contada por Pichón Garay. Las figuras mitológicas, por lo tanto, son también indicios en la historia policial. Por ejemplo, las imágenes que Morvan contempla en sus billetes durante su fase de ensoñación, corresponden a Escila, Caribdis, Gorgona y Quimera, figuras mitológicas todas ellas relacionadas con la muerte: “Escila y Caribdis en los billetes más chicos, Gorgona en los medianos y Quimera en los más grandes” (31), un orden creciente que se corresponde, como vemos, al mayor nivel “destructivo” de las figuras: la última, Quimera, por ejemplo, es la que está relacionada no sólo con la muerte, sino con los aspectos “terroríficos” de la misma. Prosigamos esta lectura de analogías entre lo mitológico y lo policial. El relato múltiples veces retomado en la historia de Morvan de la violación de la ninfa por parte del toro, mantiene un claro paralelismo con (y esto si tomamos a Morvan como el asesino) la transformación sufrida por él durante su pasaje al estado de ensoñación. El toro no es otro que Zeus, un dios que cambia de forma para satisfacer sus deseos y viola a una ninfa. En el relato de Pichón el asesino es llamado una y otra vez “el hombre o lo que fuese” y se dice de él que “se metamorfoseaba en monstruo” para atormentar, violar, asesinar y descuartizar a sus víctimas y luego sale a la calle una vez que se ha “restituido a la envoltura humana” (128). En la tradición clásica, Menelao era el esposo de Helena, quien fuera seducida y raptada por Paris ocasionando la guerra de Troya. En este caso Menelao -que se menciona en otro de los microrelatos de la novela, perteneciente a En la tiendas griegas- podría ser nuevamente, el propio Morvan, cuya ex mujer se relaciona sentimentalmente con su mejor amigo y colega, Lautret. La guerra de Troya, causada por la pérdida de la mujer, tendría su paralelo en la serie de asesinatos a cargo de Morvan. Otro detalle sobre este punto: Menelao, luego de la caída de Troya, perdona a 4 Helena. Morvan, una vez apresado vuelve a relacionarse con su ex mujer, es ella quien lo visita y le lleva las cosas que pide. El rol de Paris, por supuesto, lo ocuparía Lautret. Pero eso es si confiamos en la culpabilidad de Morvan. Si, por el contrario, preferimos la versión de Tomatis, en la que Lautret es el culpable de los asesinatos, podremos efectuar otra lectura alegórica, esta vez, entre Agamenón, también mencionado en el micro-relato antedicho y Lautret. Agamenón es conocido en la tradición griega por sacrificar a su propia hija en pos del triunfo de su empresa: si creemos en la culpabilidad de Lautret (y en la explicación de Tomatis), este acto de sacrificio con el fin de que el proyecto personal no se vea afectado equivale a la traición de Lautret y al “armado de la escena” que hace con Morvan y en la que lo incrimina irremediablemente en los asesinatos, liberándose él de toda sospecha y entregando a su amigo íntimo en su lugar. Por razones de tiempo y espacio, sólo mencionaré, brevemente, lo que me parece constituye la cuarta trampa al género policial: lo doble, la duplicidad. Ningún personaje protagonista es único en sí mismo, acabado. No hallamos personajes perfectamente definidos, que nos permitirían inclinarnos con certeza hacia alguna de las resoluciones posibles. Por el contrario, todos los personajes o bien tiene una doble vida, o bien poseen un doble que difumina en algún caso, complementa en otro, su propia personalidad, haciéndolos permanecer en una indefinición constante que nunca se resuelve. Veamos brevemente algunos casos. El ejemplo más claro es, por supuesto, Morvan. Policía dedicado y justo durante el día, criminal sádico y brutal durante la noche (según Pichón Garay). Como un moderno Dr. Jeckill y Mr. Hyde, pero aún más involuntario, totalmente carente de pócimas. Otro caso es el de los mellizos Garay, pese a que uno de ellos está desaparecido, no por eso su presencia o mejor, la presencia de su ausencia, dejan de pesar en la historia y en los demás protagonistas: “El único ejemplar todavía viviente del inconcebible ente repetido que supo atravesar la luz del día en la ciudad durante tantos años, le sirve a Soldi como referencia empírica para representarse, cuando escucha a Tomatis hablar de ellos, a cualquiera de los dos, e incluso a los dos a la vez, como una misma imagen desdoblada y no como dos seres autónomos y diferentes” (60). Soldi también es doble, pero no por tener su propia copia, sino por su comportamiento: trabaja como “espía doble” (65), enviado por Tomatis para estudiar el texto hallado entre los papeles de Noriega, y se desenvuelve con soltura entre ambos mundos: el de la hija de Noriega -que quiere desembarazarse de los amigos de su padre5 y el de Tomatis y Pichón Garay. El hijo de Pichón y la hija de Tomatis, también conforman una dupla que por momentos se unifica y pierde sus caracteres propios: “más parecidos, uno al lado del otro, a las dos mitades de un ente andrógino que a dos ejemplares de sexos opuestos” (85). Los mismos Pichón y Tomatis se configuran, en su amistad, como una pareja perfectamente complementaria: “tan bien recortados como caracteres diferentes y complementarios” (145). Por último, Morvan y Lautret también conforman un juego de duplicidades interesante: “Era como si Lautret […] tratara de identificarse por todos los medios posibles, y sin ninguna deliberación aparente, con la personalidad de Morvan” (165), de hecho Lautret termina reemplazando a Morvan en su cama y en su oficina y, además, es entre ellos dos donde reside la incertidumbre acerca del verdadero asesino de las ancianas. Este último punto acerca de lo doble, seguramente merece un mejor y más prolongado tratamiento que aquí no puedo darle, ya que este párrafo se constituye como el último de la presente ponencia. Utilizaré estas agónicas líneas finales para destacar, simplemente, que en el presente trabajo he intentado, tal vez algo caóticamente, ilustrar el modo en que La pesquisa se instaura como una nueva forma del policial, en el que todo está en duda constante -y nada nunca se determina a ciencia cierta-, pero que, sin embargo, aún mantiene un elemento característico del género: nada, absolutamente nada, está puesto al azar. La pesquisa del título de la novela también será múltiple y no unívoca y, a su vez, además de referirse a lo policial propio de la historia, también se referirá al modo de lectura necesario que debe imponerse todo lector al enfrentarse con ella: el lector-detective, atento a cada ínfimo detalle podrá, si no resolver el misterio, sí al menos formar su propio relato -su lectura- y, como ya dijimos dos veces, todo relato, por el sólo hecho de existir, es verídico. 6 BIBLIOGRAFÍA Saer, Juan José: La pesquisa. Bs. As: Seix Barral, 1994. El concepto de ficción. Bs. As: Ariel, 1997. 7