Un posible análisis del cuento El Perseguidor[1] de Julio Cortázar

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Un posible análisis del cuento El Perseguidor1 de Julio Cortázar
¿El traductor a la sombra del escritor?2
INTRODUCCIÓN:
La mayoría de las obras literarias son para mí, de algún modo, autobiográficas, pues
consciente o inconscientemente el autor plasma en sus producciones aspectos íntimos de su
propia persona en forma más o menos evidente. Esto es particularmente cierto respecto de
la obra de Julio Cortázar, pues un análisis detenido de su obra y de su vida permite hallar
puntos de conexión entre ambas. El relato El Perseguidor, a modo de ejemplo, nos permite
conocer cómo Cortázar se veía a sí mismo como traductor.
Propongo en el presente trabajo desarrollar un estudio exhaustivo del cuento para
comprender cuánto hace un buen traductor por el autor, no sólo permitiendo la difusión de su
obra al ponerla al alcance de quienes desconocen el idioma en el cual fuera originalmente
escrita, otorgándole así cierta universalidad, sino también con el aporte de su propio talento
creativo. La estrecha relación entre el saxofonista y el crítico de jazz, protagonistas del
cuento, resulta analógica de aquella que entabla el traductor con el autor de la obra que
traduce, ya sea que tenga un contacto real con él o no. La fidelidad, la dedicación y el
compromiso son cualidades que se destacan a lo largo del relato como características
inherentes a esa relación tan entrañable.
ANÁLISIS DE LOS EPÍGRAFES:
Ya en los epígrafes Cortázar anuncia los hilos conductores del relato. El primero “In
memoriam Ch. P.” nos transporta al final de la historia que culmina con la muerte del
saxofonista Johnny Carter, cuya biografía acaba de terminar su amigo Bruno, el crítico de
jazz. Las iniciales Ch. P. y el uso en el relato del término Birdland para referirse a la ciudad
donde el músico alcanzó la fama, traen a nuestra mente a Charlie Parker, conocido
familiarmente como Bird. El hecho de que el saxofonista tenga su correlato en la vida real y
la elección de la primera persona como punto de vista para contar la historia, nos permite
imaginar que Bruno es el propio Cortázar. También se hace alusión a otros músicos
destacados, entre ellos Louis Armstrong, mencionado como Satchmo, apodo por el cual se lo
conocía habitualmente. Queda el lector de este modo situado en un plano intermedio entre la
ficción y la realidad.
El segundo epígrafe es una suerte de exhorto apocalíptico. Cortázar nos recuerda la regla de
oro de la traducción citando del libro del Apocalipsis la sentencia bíblica “Sé fiel hasta la
muerte”. Y nuevamente nos presenta el tema de la muerte, relacionada en este caso con la
idea de la fidelidad.
El Perseguidor está incluido en la recopilación de relatos de Julio Cortázar, publicada por Alianza Editorial en
cuatro volúmenes dentro de la colección “El Libro de Bolsillo”.
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El presente trabajo fue presentado en el Primer Foro Internacional de Traducción Especializada “Julio Cortázar
y la Traducción” organizado por el CTPCBA y Unión Latina los días 6 y 7 de agosto de 2004.
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El tercer y último epígrafe “O make me a mask”, además de anticipar que Dylan Thomas es
el autor favorito de Johnny, anuncia una idea que se desarrolla posteriormente y que es el
modo en que la vida de Johnny queda enmascarada en la biografía de Bruno, a tal punto
que, al leerla, Johnny por momentos no se reconoce a sí mismo y Bruno llega a desear la
muerte del músico para evitar que este pueda desmentir lo que él ha escrito y plantee
inconvenientes para la venta de la biografía que acaba de ser publicada. La idea de la
muerte impregna así los tres epígrafes y será un tema recurrente en todo el cuento. Lo dicho
respecto del tercer epígrafe también presenta, a mi modo de ver, un correlato analógico en el
cual la biografía es la obra traducida, Johnny es el autor y Bruno, el traductor.
La figura de la máscara junto con la del espejo, constituye una imagen reiterada varias veces
en la historia. Más adelante en la exposición estableceré el paralelismo que existe entre
ambas y la importancia que presentan como metáforas de la traducción.
ANÁLISIS DEL CUENTO:
Retomando ahora el tema de la fidelidad, cabe plantear los siguientes interrogantes:
¿A qué debe ser fiel el traductor? ¿Es la fidelidad siempre posible? ¿Existen distintos modos
de alcanzarla? ¿Se puede sacrificar la fidelidad? ¿En virtud de qué y cuáles serían las
consecuencias? Me remito al relato de Cortázar para intentar dar respuesta a los
interrogantes planteados.
Si bien la fidelidad es un principio fundamental para el traductor que pareciera no dar lugar a
ningún tipo de debate, Cortázar nos invita a la reflexión poniendo en boca de Johnny la
siguiente declaración:
“El amigo Bruno es fiel como el mal aliento”.
Vemos así cuánto resiente Johnny la actividad desarrollada por su biógrafo y el modo en que
este desempeña su tarea. Esta declaración abre las puertas del relato en forma introductoria
y son las primeras palabras que pronuncia Johnny a manera de saludo, cuando Bruno se
presenta en su habitación de hotel. Las primeras palabras nos llevan a su vez al último deseo
de Johnny antes de morir: “Oh, hazme una máscara” recordando en ese momento a Dylan
Thomas, cuya obra leía incansablemente y pidiendo ¿a Bruno, tal vez? Que le haga una
máscara. ¿Para qué? ¿Para hacerlo más presentable? ¿Ante el público? ¿Ante Dios?
Estas ideas permiten la siguiente reflexión respecto de la profesión del traductor. ¿Somos
fieles como el mal aliento o podemos impregnar a la obra traducida de una fragancia que
antes no tenía? Acaso el autor de la obra a veces no nos pide a gritos que corrijamos
errores, que aclaremos ambigüedades no intencionales, entre otras cosas, haciéndole así
una máscara.
Así como Bruno se toma la libertad de tapar los lados más oscuros de Johnny, sus
divagaciones ocasionadas por la droga y el alcohol, sus alucinaciones producto de la
esquizofrenia, considero yo que es responsabilidad del traductor comprometerse con el
autor de igual manera.
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Respaldo lo que digo con un par de ejemplos extraídos de la práctica profesional. En una
ocasión, tuve que traducir un contrato en el cual como es habitual al inicio se mencionaba a
las partes con sus respectivos nombres y domicilios. El autor del contrato – abogado él –
había utilizado un contrato anterior como modelo para escribir este otro y, al llegar al final,
había olvidado cambiar los nombres del contrato base por los nombres del nuevo.
En otra oportunidad, la traducción en cuestión era una campaña publicitaria destinada a
atraer interesados para adquirir una franquicia de venta de un nuevo producto que aún no se
había lanzado al mercado. Sus autores – publicistas ellos – habían redactado el siguiente
párrafo como broche de oro para el cierre de la campaña.
“Las mejores ideas y estrategias fracasan si son mal implementadas. Para lograrlo, es
necesario...”
Se podrán imaginar que los puntos suspensivos ocupan el lugar de una serie de
recomendaciones necesarias para alcanzar el éxito y no el fracaso como sugiere la segunda
oración del párrafo. Este error tan evidente a los ojos de un traductor no lo era tanto para los
publicistas, los fabricantes del producto y cuantos habían leído el material de la campaña que
ya estaba diseñado, impreso y circulando en español, junto con una bellísima página en
Internet, que orgullosa lucía el error ante los ojos de todo el mundo. ¿Cómo hemos de ser
fieles entonces?
Lo mismo se preguntaba Bruno al tratar de escribir una biografía verídica de Johnny y así
queda expresado en distintas partes del relato, como por ejemplo, aquí:
“Sé muy bien que el libro no dice la verdad sobre Johnny (tampoco miente), sino que no he
querido mostrar al desnudo su incurable esquizofrenia, el sórdido trasfondo de la droga, la
promiscuidad de esa vida lamentable. Me he impuesto mostrar las líneas esenciales,
poniendo el acento en lo que verdaderamente cuenta, el arte incomparable de Johnny”.
Volviendo al caso particular de la campaña publicitaria, sugerí al cliente que el error quedara
subsanado al menos en la traducción y propuse la siguiente versión radicalmente infiel al
original pero más sensata:
“The best ideas and strategies fail if they are badly implemented. In
order to prevent such a failure, it is necessary to …”
En español:
Las mejores ideas y estrategias fracasan si son mal implementadas. Para
evitarlo es necesario...
La infidelidad en casos como éste hace que el conocido adagio “Traduttore, traditore” cobre
un nuevo sentido. Podríamos entonces retrucar: “¿Traduttore, traditore? Y…sí, mejor que sí”.
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Con esto no propongo traicionar sistemáticamente al autor. Sin lugar a dudas, el refrán
italiano se originó y popularizó a raíz de errores flagrantes y no de aciertos de traducción.
Simplemente sugiero reflexionar acerca de uno de los principios fundamentales de nuestra
profesión. Considero que la fidelidad al original es sumamente importante, pero también
relativa.
Cuando ese lector extraordinario que es el traductor ve lo que mil ojos no han visto antes a
pesar de que lo que había que ver estaba a simple vista, se genera un efecto similar al que
produce Bruno ante los ojos de Johnny con un recurso de lo más sencillo:
“Entonces he sacado el frasco de ron y ha sido como si encendiéramos la luz, porque Johnny
ha abierto de par en par la boca, maravillado...”
Y se hace la luz...
El asunto es cómo llegar a ser ese lector extraordinario que pueda ver lo que otros no ven.
Considero que Cortázar nos da algunas pautas si leemos con atención su cuento.
Sugiere, por ejemplo, llevar un registro. En un momento determinado de la historia, pone en
boca de Johnny las siguientes palabras:
“- Eres la mar de bueno, Bruno – se burla Johnny-. El compañero Bruno anota en su libreta
todo lo que uno le dice, salvo las cosas importantes. Nunca creí que pudieras equivocarte
tanto hasta que Art me pasó el libro. Al principio me pareció que hablabas de algún otro, (...)
y después Johnny de aquí y Johnny de allá, es decir que se trataba de mí y yo me
preguntaba ¿pero éste soy yo? (...) Oye – agrega fríamente -, no es que no me dé cuenta de
que has escrito un libro para el público...”
Me interesa destacar el hecho de que Johnny reparó en que Bruno toma nota de cuanto él
dice para poder escribir su biografía a posteriori. ¿No nos sentimos identificados aquí con
Bruno, nosotros traductores, tomando nota, grabando, intentando retener las palabras del
otro, asimilando lo mejor posible la jerga del especialista para poder luego desarrollar nuestro
trabajo?
Si bien Johnny cuestiona el desempeño de Bruno por no poder verse reflejado a sí mismo en
la biografía que se ha escrito de él, termina por admitir que el libro está muy bien. Lo que
resiente Johnny, en realidad, es que Bruno no sea capaz de descubrir aquello que ni siquiera
él mismo puede encontrar. No hallar el sentido último de la existencia martiriza a Johnny. Por
eso tiene lugar la siguiente conversación entre ellos:
-
-
Oye, hace un rato dijiste que en el libro faltaban cosas.
¿Que faltan cosas, Bruno? Ah, sí, te dije que faltaban cosas. (...) No te aflijas, Bruno,
no importa que se te haya olvidado poner todo eso. Pero, Bruno –y levanta un dedo
que no tiembla-, de lo que te has olvidado es de mí.
Vamos, Johnny.
De mí, Bruno, de mí. Y no es culpa tuya no haber podido escribir lo que yo tampoco
soy capaz de tocar. Cuando dices por ahí que mi verdadera biografía está en mis
discos, yo sé que lo crees de verdad y además suena muy bien, pero no es así. Y si
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yo mismo no he sabido tocar como debía, tocar lo que soy de veras... ya ves que no
se te pueden pedir milagros, Bruno.
Otra sugerencia de Cortázar es saber mantener la distancia. Nos dice al respecto:
“Las mujeres se pasan la vida dando vueltas alrededor de Johnny y de los que son como él.
No es extraño, no es necesario ser mujer para sentirse atraído por Johnny. Lo difícil es girar
en torno a él sin perder la distancia, como un buen satélite, un buen crítico”.
Llevado esto al campo de la traducción, que es lo que aquí nos interesa, podría interpretarse
el símil del satélite como una recomendación a mantener una distancia apropiada con
respecto al texto original para no quedar pegado a las palabras. El siguiente fragmento
insiste sobre la misma idea:
“En la calle me he subido el cuello de la gabardina porque empezaba a lloviznar, y he
respirado hasta que me dolieron los pulmones; me ha parecido que París olía a limpio, a pan
caliente. Sólo ahora me he dado cuenta de cómo olía la pieza de Johnny, el cuerpo de
Johnny sudando bajo la frazada. He entrado en un café para beber un coñac y lavarme la
boca, quizá también la memoria que insiste e insiste en las palabras de Johnny, sus cuentos,
su manera de ver lo que yo no veo y en el fondo no quiero ver”.
Y el riesgo de no mantener esa distancia prudencial sería quedar en el plano superficial de
las palabras sin poder comprender y transmitir lo que estas encierran. Al respecto nos dice
Cortázar a través de Johnny:
“Pero es como en Palm Beach, sobre una ola te cae la segunda, y después otra... Apenas
has sentido ya viene lo otro, vienen las palabras... No, no son las palabras, son lo que está
en las palabras, esa especie de cola de pegar, esa baba. Y la baba viene y te tapa, y te
convence de que el del espejo eres tú. Claro, pero cómo no darse cuenta. Pero si soy yo, con
mi pelo, esta cicatriz. Y la gente no se da cuenta de que lo único que aceptan es la baba, y
por eso les parece tan fácil mirarse al espejo”.
Y a través del pensamiento de Bruno, Cortázar también hace la siguiente reflexión:
“Antepongo minuciosamente las palabras a la realidad que pretenden describirme, me
escudo en consideraciones y sospechas que no son más que una estúpida dialéctica. Me
parece comprender por qué la plegaria reclama instintivamente el caer de rodillas. El cambio
de posición es el símbolo de un cambio en la voz, en lo que la voz va a articular, en lo
articulado mismo. Cuando llego al punto de atisbar ese cambio, las cosas que hasta un
segundo antes me habían parecido arbitrarias se llenan de sentido profundo, se simplifican
extraordinariamente y al mismo tiempo se ahondan”.
Aplicando términos de Saussure, podríamos interpretar lo anterior de la siguiente manera:
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Se aleja uno así del significante para llegar al significado. No quedamos perdidos en la
arbitrariedad del signo lingüístico y somos capaces de abrazar el sentido que este encierra
en un plano más profundo.3
Dejé para el final el tema de la atención para poder explayarme más en su explicación.
Cortázar, a través de Bruno, hace referencia a este tema en varias partes del texto. Dice, por
ejemplo:
“Como hace rato que conozco las alucinaciones de Johnny, de todos los que hacen su
misma vida, lo escucho atentamente pero sin preocuparme demasiado por lo que dice”.
Y, en otra parte aparece una declaración muy similar a la anterior:
“Nunca me preocupo demasiado por las cosas que dice Johnny, pero ahora, con su manera
de mirarme, he sentido frío”.
Esta atención despreocupada pero alerta nos recuerda la atención flotante del analista,
según la describe Freud en Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico4 de la
siguiente manera:
“Cuando se tiene que analizar diariamente a siete u ocho enfermos, el rendimiento mnémico
conseguido por el médico ha de despertar la admiración de los profanos –cuando no su
incredulidad – y, desde luego, su curiosidad por conocer la técnica que permite dominar un
material tan amplio, suponiendo que habrá de servirse de algún medio auxiliar especial.
“En realidad, esta técnica es muy sencilla. Rechaza todo medio auxiliar, incluso, como
veremos, la mera anotación, y consiste simplemente en no intentar retener especialmente
nada y acogerlo todo con una igual atención flotante (...) La norma de la conducta del médico
podría formularse como sigue: Debe evitar toda influencia consciente sobre su capacidad
retentiva y abandonarse por completo a su memoria inconsciente. O en términos puramente
técnicos: Debe escuchar al sujeto sin preocuparse de si retiene o no sus palabras.
“Aquellos elementos del material que han podido ser ya sintetizados en una unidad se hacen
también conscientemente disponibles para el médico, y lo restante, incoherente aún y
caóticamente desordenado, parece al principio haber sucumbido al olvido, pero emerge
prontamente en la memoria en cuanto el analizado produce algo nuevo susceptible de ser
incluido en la síntesis lograda y continuarla. El médico acoge luego sonriendo la inmerecida
felicitación del analizado por su excelente memoria cuando al cabo de un año reproduce
algún detalle que probablemente hubiera escapado a la intención consciente de fijarlo en la
memoria”.
¿No es acaso un tipo de atención de esta naturaleza que permita semejante capacidad de
memoria la que conviene al traductor? Todo aquel que se haya sometido a la práctica
psicoanalítica con un buen analista podrá corroborar que las palabras de Freud son ciertas
en cuanto al reconocimiento de la capacidad de memoria para retener todo tipo de detalles,
Véase Ferdinand de Saussure. Curso de Lingüística General – Primera Parte - Capítulos I al IV
“Ratschläge für den Arzt bei der Psychoanalytischen Behandlung » en alemán, el original, en Zbl:
Psychoanal., 2 (9), 483-9, 1912.
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esenciales y superfluos. Si la práctica analítica demuestra entonces que la técnica propuesta
es útil, ¿por qué no aprovecharla para aumentar la capacidad de memoria del traductor?
Ahora nuestra tarea está simplificada por las memorias de traducción que almacena nuestra
computadora. Sin desmerecer todos los recursos que la tecnología pone al alcance del
traductor en la actualidad y que le permiten desarrollar su actividad como nunca antes,
pienso que la memoria humana sigue siendo su principal herramienta de trabajo. ¿Por qué
no explotarla al máximo entonces siguiendo los consejos que da Freud al médico que se
dedica a la práctica del psicoanálisis?
La atención del traductor tendría que ser entonces un tipo de atención a la cual no debería
escapársele nada. Las huellas psíquicas de lo almacenado en el inconsciente deberían
reactivarse y volverse conscientes bajo el influjo del contenido del texto que hemos de
traducir. Las palabras usadas por el autor deberían traer a la memoria todo el bagaje
informativo pertinente acumulado en el transcurso de años dedicados al ejercicio de la
profesión. Todo lo absorbido de manera caótica podrá ser ordenado recién entonces, al
encontrarse con la demanda del autor a través de su texto.
Asimismo, hay fragmentos en una traducción que pueden traducirse en piloto automático, por
decirlo de alguna manera, mientras que otros, en cambio, requieren de todos los sentidos y
de todo el talento del que esté dotado el traductor. Determinados pasajes pueden ser
traducidos incluso por un buen programa de traducción, mientras que otros, en cambio,
serían impresentables sin la presencia del traductor.
Esta presencia, sin embargo, debe ser transparente, efímera, inexistente. En los siguientes
fragmentos extraídos del cuento, Cortázar nos dice al respecto:
”...Ha pasado (Johnny) una mano por el aire, tocándolo por todos lados, dejándolo como
marcado por su paso. Sonríe. Tengo la sensación de que está solo, completamente solo. Me
siento como hueco a su lado. Si a Johnny se le ocurriera pasar su mano a través de mí me
cortaría como manteca, como humo. A lo mejor es por eso que a veces me roza la cara con
los dedos, cautelosamente...”
“...Dan ganas de decir en seguida que Johnny es como un ángel entre los hombres, hasta
que una elemental honradez obliga a tragarse la frase, a darle bonitamente vuelta, y a
reconocer que quizá lo que pasa es que Johnny es un hombre entre los ángeles, una
realidad entre las irrealidades que somos todos nosotros. Y a lo mejor es por eso que Johnny
me toca la cara con los dedos y me hace sentir tan infeliz, tan transparente, tan poca cosa...”
Todo lo dicho acerca de cómo se siente Bruno con relación a Johnny y a su trabajo puede
aplicarse fácilmente a los sentimientos del traductor para con el autor y a la traducción
misma. Es sabido que cuanto mejor lograda la traducción, más transparente es el traductor,
puesto que ha logrado crear la ilusión de que el lector lee la obra sin mediación alguna entre
lector y autor. Como si Tolstoi y Dostoyevski no hubieran escrito en ruso “La Guerra y la Paz”
o “Crimen y Castigo” respectivamente.
No obstante, el traductor cobra vida ante los ojos del lector cuando se equivoca. Cada vez
que Luis López Ballesteros habla de instinto en vez de pulsión, sin poder expresar con
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claridad la distinción que Freud pretendía establecer entre ambos conceptos. Y con todo, su
traducción es brillante y no se ve opacada por ese error y Freud mismo le brinda su
reconocimiento al traductor al español de sus obras, sin duda agradecido por ver cómo su
teoría era abrazada por nuevos adeptos y alcanzaba una difusión cada vez mayor. Pero
mejor escuchémoslo del propio Freud, leyendo una de sus cartas:
“Sr. D. Luis López-Ballesteros y de Torres5
Siendo yo un joven estudiante, el deseo de leer el inmortal “Don Quijote” en el original
cervantino me llevó a aprender, sin maestros, la bella lengua castellana. Gracias a esta
afición juvenil puedo ahora – ya en edad avanzada – comprobar el acierto de su versión
española de mis obras, cuya lectura me produce siempre un vivo agrado por la correctísima
interpretación de mi pensamiento y la elegancia del estilo. Me admira, sobre todo, cómo no
siendo usted médico ni psiquiatra de profesión ha podido alcanzar tan absoluto y preciso
dominio de una materia harto intrincada y a veces oscura.
FREUD
Viena, 7 de mayo de 1923”
Queda claro entonces que hay traductores que brillantemente se hacen humo (como Bruno
en presencia de Johnny), logran la transparencia deseada y producen el efecto mágico, la
ilusión de que la lengua en la que escriben la traducción es la lengua materna del autor.
También hay traductores con peso propio. Cómo olvidar que es Borges quien nos cuenta las
aventuras, desventuras y hasta cambio de sexo del Orlando de Virginia Woolf o que Cortázar
nos relata las Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar. Están también las traducciones
que son todo un éxito y se destacan por sus aciertos como la versión que Enrique Pezzoni
nos ofrece del Moby Dick de Herman Mellville.
Otros traductores también se hacen humo pero por motivos que nos producen una profunda
tristeza. Son aquellos traductores cuyos nombres no se nombran en la obra que producen.
Son aquellos traductores cuyos nombres aparecen mal nombrados en sus obras por
negligencia o incluso desidia de quien debía reconocer su derecho a figurar correctamente
como autor de la traducción. También está el caso de los nombres de los traductores que
aparecen en una primera edición de la obra y en ediciones posteriores, como por arte de
magia (nuevamente la magia), se van esfumando, desvaneciendo. ¿Era esta la invisibilidad
y transparencia deseadas? ¿Cómo nos sentimos cuando no se nos reconoce?
En los siguientes fragmentos Cortázar nos permite saber cómo se siente Bruno respecto de
su profesión. Tal vez podamos vernos reflejados en alguno de sus sentimientos.
“Soy un crítico de jazz lo bastante sensible como para comprender mis limitaciones, y me doy
cuenta de que lo que estoy pensando está por debajo del plano donde el pobre Johnny trata
de avanzar con sus frases truncadas, sus suspiros, sus súbitas rabias y sus llantos (...)
Pienso melancólicamente que él está al principio de su saxo mientras yo vivo obligado a
conformarme con el final. Él es la boca y yo la oreja, por no decir que él es la boca y yo...
5
Carta de Freud publicada en 1923 por Biblioteca Nueva.
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Todo crítico de jazz, ay, es el triste final de algo que empezó como sabor, como delicia de
morder y mascar”.
“...de pronto me alegra poder pensar que los críticos son mucho más necesarios de lo que yo
mismo estoy dispuesto a reconocer (...) porque los creadores (...) son incapaces de extraer
las consecuencias dialécticas de su obra, postular los fundamentos y la trascendencia de lo
que están escribiendo o improvisando. Tendría que recordar esto en los momentos de
depresión en que me da lástima no ser nada más que un crítico”.
“...envidio a Johnny, a ese Johnny del otro lado, sin que nadie sepa qué es exactamente ese
otro lado. Envidio todo menos su dolor, cosa que nadie dejará de comprender, pero aun en
su dolor tiene que haber atisbos de algo que me es negado”.
“...todo el mundo tiene puestos los ojos en Johnny. Y mientras lo pienso no puedo impedirme
un mal gusto en la boca, una cólera que no va contra Johnny ni contra las cosas que le
ocurren; mas bien contra mí y la gente que lo rodea... En el fondo somos una banda de
egoístas, so pretexto de cuidar a Johnny lo que hacemos es salvar nuestra idea de él,
prepararnos a los nuevos placeres que va a darnos Johnny, sacarle brillo a la estatua que
hemos erigido entre todos y defenderla cueste lo que cueste. El fracaso de Johnny sería
malo para mi libro (de un momento a otro saldrá la traducción al inglés y al italiano), y
probablemente de cosas así está hecha una parte de mi cuidado por Johnny. (...) Y cuando
se piensan cosas así acaba uno por sentir de veras mal gusto en la boca, y toda la sinceridad
del mundo no paga el momentáneo descubrimiento de que uno es una pobre porquería al
lado de un tipo como Johnny Carter”.
“Pasarán quince días vacíos; montones de trabajo, artículos periodísticos, visitas aquí y allá –
un buen resumen de la vida de un crítico, ese hombre que sólo puede vivir de prestado, de
las novedades y las decisiones ajenas”.
EL ESPEJO Y LA MÁSCARA:
Dije anteriormente que Cortázar utiliza las imágenes de la máscara y del espejo de un modo
recurrente en el relato. Anticipé también que cuando Johnny finalmente lee la biografía que
ha escrito Bruno de él no se reconoce a sí mismo. Estos son los fragmentos pertinentes:
“Personalmente me repugnan las frases baratas, pero todo esto que ha dicho Johnny, aparte
de que me parece haberlo leído en algún sitio, me ha sonado como una máscara que se
pusiera a hablar, así de hueco, así de inútil”.
“Que la música salve por lo menos el resto de la noche, y cumpla a fondo una de sus peores
misiones, la de ponernos un buen biombo delante del espejo, borrarnos del mapa durante un
par de horas”.
- Es como en un espejo - dice Johnny -. Al principio yo creía que leer lo que escriben
sobre uno era más o menos como mirarse a uno mismo y no en el espejo. Admiro
mucho a los escritores, es increíble las cosas que dicen. (...)
- Bueno, no hice más que transcribir literalmente lo que me contaste en Baltimore –
digo, defendiéndome sin saber de qué.
9
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Sí, está todo, pero en realidad es como en un espejo – se emperra Johnny.
¿Qué más quieres? Los espejos son fieles.
Faltan cosas, Bruno – dice Johnny -. Tú estás mucho más enterado que yo, pero me
parece que faltan cosas.
Las que te habrás olvidado de decirme – contesto bastante picado.
Ese saber tercerizado que se produce con el proceso de traducción, esa mediación del
traductor entre el autor y el lector, da como resultado un producto que es en sí mismo distinto
a la creación original. La traducción pasa a ser entonces un reflejo en el espejo, una máscara
que cubre en forma velada al texto original, una suerte de biombo delante del espejo, un
espejo de esos que distorsionan y deforman lo que tienen delante.
Para bien o para mal, la traducción es un proceso interpuesto entre la producción del autor y
su llegada al lector. El reclamo más fuerte que le hace Johnny a Bruno se ve en la siguiente
conversación que mantienen en determinado momento del relato:
- Está Dios, querido. Ahí sí que no has pegado una.
- Lo único que he dicho es que la música negra...
- No quiero tu Dios – repite Johnny -. ¿Por qué me lo has hecho aceptar en tu libro?
(...) y ahora mismo vas a sacar esa parte de tu libro.
- Si insistes – digo por decir algo -. En la segunda edición.
- Bruno, el jazz no es solamente música, yo no soy solamente Johnny Carter.
- Justamente es lo que quería decir cuando escribí que a veces tú tocas como...
- Como si me lloviera en el culo... – dice Johnny, y es la primera vez en la noche que lo
siento enfurecerse-. No se puede decir nada, inmediatamente lo traduces a tu sucio
idioma. Si cuando yo toco tú ves a los ángeles, no es culpa mía. Si los otros abren la
boca y dicen que he alcanzado la perfección, no es culpa mía. Y esto es lo peor, lo
que verdaderamente te has olvidado de decir en tu libro, Bruno, y es que yo no valgo
nada, que lo que toco y lo que la gente me aplaude no vale nada, realmente no vale
nada.
A MODO DE CONCLUSIÓN:
Hemos visto así cómo la traducción puede mejorar, corregir, enmendar, enaltecer,
difundir, subsanar, reflejar bien...
Pero también puede deformar, distorsionar, ocultar, confundir, reflejar mal...
De nosotros depende...
María Gabriela Caruso
Agosto de 2004
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BIBLIOGRAFÍA:
Julio Cortázar. El Perseguidor. Alianza Cien / Alianza Editorial.
Ferdinand de Saussure. Curso de Lingüística General – Primera Parte – Capítulos I al IV.
Sigmund Freud. Consejos al médico en el tratamiento psicoanalítico en Obras Completas.
Biblioteca Nueva / Editorial Losada.
Sigmund Freud. Carta a Don Luis López-Ballesteros y de Torres en Obras Completas.
Biblioteca Nueva / Editorial Losada.
María Moliner. Diccionario de Uso del Español. Editorial Gredos.
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