Así triunfó Julio Iglesias

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Así triunfó Julio Iglesias
En cuanto aparece en el escenario, Julio Iglesias conquista al público. Cuando
sonríe las jóvenes gritan de emoción. Si se lleva la mano al corazón, como queriendo
decir: “Te adoro,” las madres y las abuelas suspiran llenas de añoranza. Pero cuando
señala con el dedo el comienzo de una canción, se hace rápidamente el silencio.
La soñadora música de uno de sus últimos éxitos, Abrázame, aumenta entonces
el hechizo. Hay sensualidad en los instrumentos de cuerda y profundo sentimiento en
su voz de tenor cuando canta con exquisita emoción:“Abrázame, como si fuera ahora
la primera vez,” y, de pronto, el enorme auditorio se convierte en el lugar íntimo de
una cita de amor.
Dice el popularísimo tenor de ópera, Plácido Domingo: “Julio ha logrado el
objetivo de todo cantante, sea de música clásica o moderna, llegar al corazón.”¡Y de
qué manera! Las baladas románticas de este apasionado intérprete de 41 años
despiertan auténtico frenesí en todo el mundo. Nadie canta con más estilo el amor
perdido.
En Europa, Julio Iglesias ha encabezado las listas de éxitos discográficos
durante los últimos seis años. Es el gran favorito de los canadienses francófonos, en
los Estado Unidos ya es bien famoso, y en Sudamérica es prácticamente una figura
mítica. De su fama mundial, dice el cantante: “No he hecho más que empezar.”
Julio Iglesias tiene derecho a vanagloriarse de ese modo, pues, de no haber
tenido confianza en sí mismo, valor y voluntad férrea, sería hoy un inválido
desconocido. Porque, paradójicamente, lo que le puso en el camino del éxito fue un
accidente de automóvil. En septiembre de 1963, poco antes de cumplir veinte años,
Julio, acompañado de tres amigos, conducía su coche por una carretera de las afueras
en dirección a su casa de Madrid. Era más de medianoche cuando, en un alarde de
temeridad juvenil, entró en una curva cerrada a cien kilómetros por hora. El automóvil
patinó en la grava del borde del camino y cayó en un campo. Increíblemente, todos
salieron ilesos del accidente. Al menos, eso pareció al principio.
Julio estudiaba entonces en la Facultad de Derecho de la Universidad
Complutense de Madrid. Su pasión era el fútbol, era portero en el equipo juvenil del
Real Madrid, y tenía la esperanza de llegar algún día a jugar balompié profesional.
Pero poco tiempo después del accidente, Julio comenzó a sentir los primeros
dolores: unas agudas punzadas en el pecho y los costados que lo dejaban sin
respiración. Preocupado, su padre, ginecólogo de profesión, lo llevó a que lo
examinaran diversos especialistas, pero los exámenes no revelaron nada. Luego, una
noche de noviembre, un violento estornudo le produjo un dolor tan intenso, que Julio
se desmayó. El dolor se hizo casi contínuo. El joven que antes pesaba 78 kilos, ahora
sólo tenía 48 kilos de peso y se vio obligado a guardar cama. En enero de 1964 varios
neurocirujanos de Madrid llegaron a un diagnóstico: se trataba de un problema de
columna vertebral.
Las pruebas espinales revelaron la existencia de un tumor que, según la
opinión de los médicos, era probablemente consecuencia de la violenta conmoción
sufrida en el accidente de automóvil. El tumor, no canceroso y que atenazaba la
séptima vértebra dorsal, fue extirpado en una operación de varias horas. Julio fue
dado de alta estando aún paralizado de la cintura para abajo. Los doctores más
optimista dijeron que recuperaría cierta movilidad en unos cuantos años, pero que
siempre estaría inválido.
Nadie había contado con la férrea determinación del joven. Julio empezó a
practicar ejercicios destinados a enviar mensajes cerebrales a los dedos de los pies,
con el propósito de moverlos uno a uno. “¡Muévete, maldito dedo!” musitaría día y
noche. Pero los dedos no se movían. “Me sentía como el radiotelegrafista de un barco
que se hunde,” recuerda Iglesias.
Unos dos meses después de la operación, los padres y el hermano de Julio lo
oyeron gritar: “¡Venid todos y mirad esto!,” dijo en tono triunfal. El dedo gordo del
pie se dobló hacia abajo ligeramente una y otra vez. Desde aquel momento Julio
estuvo convencido de que se recuperaría por completo. Sin embargo, el progreso era
lento y los ejercicios lo dejaban agotado. El fisioterapeuta que lo trataba, conocedor
de los momentos de depresión de Julio, le regaló una guitarra barata y desafinada que
el foven paciente empezó a tocar. Todos los días se ponía la guitarra en el pecho y al
rasguear las cuerdas de la guitarra olvidaba su ansiedad.
Cuatro meses después de la operación Julio se puso en pie por primera vez.
Jadeando de fatiga pudo dar su primer paso. Desde entonces cada día trataba de dar un
paso más. Para fortalecer el resto del cuerpo se arrastraba sin descanso a lo largo del
pasillo por espacio de cuatro o cinco horas. En Peñíscola, lugar de veraneo de su
familia, Julio consiguió andar lentamente con la ayuda de muletas. Y, cada mañana se
pasaba tres o cuatro horas nadando en el Mediterráneo. Hacia el otoño, había
cambiado las muletas por un bastón. Meses más tarde, abandonó también el bastón, y
llegó a dar caminatas diarias de hasta diez kilómetros.
En la primavera de 1968 se licenció en Derecho, con la intención de seguir la
carrera diplomática . La música era aún sólo un pasatiempo, pero había escrito una
canción: La vida sigue igual, inspirada por su larga y solitaria convalecencia:
Pocos amigos que son de verdad
Cuántos te alaban si triunfando estás
Y si fracasas, bien comprenderás
Los buenos quedan, los demás, se van
En Julio de aquel año accedió a cantarla en el Festival de la Canción de
Benidorm. Y triunfó. La canción fue inmediatamente un éxito nacional y dio título a
una película basada en su lucha contra la parálisis. Julio interpretó el papel de
protagonista y se convirtió de repente en estrella de cine.
El principal atractivo de Julio Iglesias reside en que sus melodías son casi
siempre evocaciones del amor perdido. “Todo el mundo quiere al que pierde,” le gusta
decir. El productor de televisión francés, Maritie Carpentier, que ha creado programas
especiales sobre la figura del cantante, afirma: “Julio da la imagen de un romántico
Latin lover que no consigue a la chica. Eso hace que las mujeres suspiren por
consolarle.”
Sin embargo, ese atractivo no puede llenar por sí solo un estadio de fútbol.
“En mi público hay hombres y mujeres, chicos y chicas jóvenes,” señala Julio. “Mis
canciones despiertan en todos recuerdos de amor pasados.”
Julio no dice en qué medida se refleja su propia vida en la letra de sus
canciones. Pero admite que hay una inmensa verdad en la cancón Me olvidé de vivir,
lanzada en 1978, poco después de que obtuviera la nulidad de su matrimonio con
Isabel Preisler, hermosa dama filipina con la que estuvo casado ocho años y que es la
madre de sus tres hijos.
En su autobiografía, Entre el cielo y el infierno, Julio describe su ruptura
conyugal como algo tan devastador como una parálisis. Sintiéndose un fracasado en la
vida, cayó en una profunda depresión de la que salió con la ayuda de un siquiatra.
“Entréguese a su trabajo como nunca lo haya hecho antes,” le aconsejó el siquiatra.
Julio siguió su consejo y logró superar la crisis.
Julio es un trabajador incansable que se pasa hasta seis meses grabando un
álbum, primero en español, y luego en francés, italiano, portugués y alemán. Aunque
tiene facilidad para los idiomas, las sesiones de estudio son agotadoras. A la una de la
madrugada concluye sus sesiones diarias, de siete horas de duración, en los estudios
de grabación independientes Criteria, de Miami. En pocos minutos llega a su lujosa
villa, situada en una isla de la bahía de Miami, donde vive con su madre. Su padre los
visita siempre que su trabajo en la maternidad madrileña donde ejerce se lo permite.
Durante las vacaciones escolares. La espaciosa casa de cinco dormitorios se llena de
las risas de los tres hijos de Julio: la mayor, Chaveli, de catorce años, y los dos niños,
Julio de doce años, y Enrique, de once años.
A Julio no le quedan ya secuelas de su antigua parálisis. Al recordar aquellos
tristes días, encuentra muchos motivos para sentirse agradecido. “Todo lo que he
conseguido en la música se lo debo a aquellos días de dolor.” sano, feliz y famoso,
Julio Iglesias es la prueba viviente del lema que introdujo en su primera canción, La
vida sigue igual: “Siempre hay por qué vivir, porqué luchar.
(Adaptado de Selecciones del Reader’s Digest)
1-82
UN MANGO Y UNA SONRISA
Jill Kinsey
Regáleme unas monedas, for favor, señora. Necesito dinero para comer.
Miro los ojos redondos y negros, la sonrisa cautivadora y la mirada inteligente.
Ha mendigado muchas veces antes. Lo intuyo.
Esta es una de las tragedias de Mozambique, donde millares de niños callejeros
han sobrevivido a la hambruna, la sequía y los años de guerra. Se sostienen de
propinas insignificantes, de limosnas, del producto de sus hurtos y de cualquier cosa
que les permita seguir vivos. He venido a este desolado país de la costa oriental de
África para ayudar a coordinar los comedores de beneficiencia de los Ministerios
“Jesús Vive”, una organización evangélica radicada en Sudáfrica. Mientras espero en
la oficina de inmigración de la pequeña y polvorienta ciudad de Tete, me encuentro
con este niño bajito y escuálido, que no debe tener más de ocho o nueve años de edad.
Retira la mano que me había extendido y se sienta junto a mí, con una expresión
grave en el rostro.
--¿Qué estás haciendo aquí? – me pregunta.
--Necesito la ayuda de este departamento para poder visitar Zimbabwe—le
explico. –Quiero pasar un par de días allí en Navidad.
Cualquier persona en este país sabe que las tiendas de Zimbabwe están
rebosantes.
-- ¿Me haría el favor de traerme algo a su regreso?
-- Supongamos que te digo que sí –contestó--¿Qué te gustaría que te trajera?
El pequeño frunce el ceño. ¿Una camisa, quizás? –Niega con la cabeza—Bueno, ¿qué
te parece un libro? ¿O unos pantalones cortos?
Al cabo de algunos minutos decide.
--¿Me compraría un par de zapatos, por favor?—pregunta.— Si voy a la escuela
tendré que llevar zapatos.
Me mira esperando ansioso mi respuesta.
-- Sí—le digo—Si voy te compraré un par de zapatos.
Comparo sus pies con los míos, y pienso que con un par tendría para mucho
tiempo. Sonríe de oreja a oreja.
-- ¿Cómo te llamas?—pregunto.
-- Me llamo Antonio.
Cojo la mano del chiquillo para estrechársela.
-- Yo me llamo Jill.
Sin más, Antonio se pone de pie de un brinco, se despide y sale corriendo de la
oficina.
Regreso de Zimbabwe con un par de zapatillas deportivas blancas. Voy
conduciendo lentamente por Tete que, está atestada de refugiados, cabras, gallinas y
niños, cuando oigo la voz de Antonio, aún antes de verlo.
--¡Jill! ¡Jill!—grita-- ¿Consiguió los zapatos?
Esta vez no hay preámbulos.
--Sí—le contesto—será mejor que pases mañana por mi cuarto de la pensión para
recogerlos.
Al día siguiente, muy de mañana, un fuerte golpe sacude mi puerta. Gemma, mi
perra alsaciana, ladra furiosamente. El animal es muy bueno, pero algunos niños
mozanbiqueños huyen en cuanto la ven. Sin embargo, a Antonio no va a detenerle una
perra cuando están en juego cosas tan importantes como un par de zapatos.
Se sienta en una silla, Gemma y yo le observamos mientras saca las zapatillas de
la bolsa, se las calza y se las sujeta en la parte delantera. Le quedan un poco grandes,
pero Antonio está tan complacido que apenas acierta a darme las gracias. Acaricia las
zapatillas con los dedos.
-- Quiero ir a la escuela—declara--. ¿Podría Vd. ayudarme?
Vacilo. Para ayudarle, necesito saber mucho más acerca de este pilluelo.
-- ¿Dónde están tus padres? Le pregunto.
Antonio me explica que su padre murió en la guerra. Su madre se encuentra en
algún sitio de Malawi, y él vive con una tía en Tete.
--Me acompañará mañana para ver si me permiten entrar en la escuela? —
pregunta.
Quizá él o su tía han hecho ya el intento, y le han negado la admisión. ¡Quién
sabe! Acepto ir con él.
A las 7 de la mañana siguiente nos ponemos en una cola, frente a un largo
escritorio ante el cual están sentados tres hombres. Cuando llega nuestro turno, el Sr.
Alejandro, secretario de la escuela, se muestra servicial, pero sacude negativamente la
cabeza.
--Este niño no puede ingresar en el plantel—me informa. No tiene documentos.
Sin embargo, el Sr. Alejandro sonríe con amabilidad y nos sugiere que hablemos
con la directora, doña Cecilia. La dama, bajita pero con una enorme presencia, siente
una simpatía inmediata por Antonio.
--No sé si podrás obtener un certificado de nacimiento—le advierte—, pero
debes empezar por ahí.
Toma un pedazo de papel y escribe un nombre. Este señor puede ayudarte—le
indica al chiquillo—, explicándole a dónde debe acudir.
2
Antonio es la imagen misma de la confianza. No tiene la menor duda de que va a
empezar a estudiar. ¿Qué importancia tiene que falten unos cuantos papelitos? Yo no
estoy tan segura. Este país funciona a base de papeles, y conseguir el documento que
uno necesita es, con frecuencia una tarea formidable.
Me parece que ha llegado la hora de visitar a la tía de Antonio para verificar la
historia que me ha contado el niño. Conduzco por un camino de tierra muy transitado
por el ganado y lleno de baches rebosantes de agua sucia.
-- Aquí vive mi tía--anuncia Antonio, al tiempo que señala una sencilla choza.
Corre al interior y vuelve a aparecer con su tía y gracias a Dios, con su madre que ha
llegado de visita desde Malawi. La mujer está lastimosamente delgada y tiene llagas
abiertas en el rostro. Lleva un bebé a la espalda, y otro hay a sus pies. Nos saludamos,
y enseguida le pregunto si planea quedarse.
-- No, me marcho mañana, --responde con lentitud.
--¿Se llevará a Antonio con Vd.? —le pregunto—.
La mujer parece desconcertada.
-- No, Antonio nunca ha salido de Tete.
--¿No preferiría que su hijo le acompañara?
Se mira a los pies y se encoge de hombros. Hace calor... demasiado calor para
pensar en respuestas.
--¿Está Vd. de acuerdo en que empiece a ir a la escuela aquí?—le pregunto—.
Vuelve a encogerse de hombros.
--¿Por qué no? Si se lo permiten.
En África, la apatía es tan escalofriante como la pobreza. Desde nuestra
comodidad resulta muy fácil censurarla. Nosotros no hemos pasado por una guerra
sangrienta, una hambruna y una sequía, ni hemos visto morir de hambre a la gente
ante nuestros ojos. Le explico que tal vez Antonio logre ingresar en la escuela, pero
que necesitamos saber cuándo y dónde nació, quién fue su padre, que le ocurrió. Me
dice que Antonio nació en 1981 en la provincia de Tete, más al norte, y que a su padre
lo mataron en 1987 o en 1988. Se llamaba Samuel Traz. Resulta difícil creer que
Antonio tenga 12 años. Parece muy pequeño, pero eso es consecuencia de la
desnutrición
Regresamos a la camioneta.
--¿Puedo irme con Vd.? -- pregunta Antonio.
-- No, --le respondo con dulzura--. Yo viajo mucho. Tú tienes que quedarte en
un solo lugar para poder asistir a la escuela.
3
El rostro se le ensombrece. Le hace mucha falta comer bien y recibir cariño. Pero
por el momento lo único que puedo hacer es tratar de inscribirlo en la escuela. La
educación es una esperanza para el futuro.
Tomamos asiento frente al escritorio del Sr. Paulus, el hombre a quien doña
Cecilia nos ha enviado a ver. Tiene un enorme formulario que hay que rellenar.
--¿Cómo te llamas? Pregunta, mirando al niño.
-- Antonio.
-- ¿Antonio qué?
-- Solo Antonio.
El Sr. Paulus sonríe y le explica pacientemente que debe dar más de un nombre...
-- Pero yo sólo tengo un nombre --asegura el niño.
-- ¿Qué te parece si añades el nombre de tu padre? Pregunta. --Le gusta la idea.
Me llamo Antonio Samuel Traz.
El Sr. Paulus comienza a escribir diligentemente. Al cabo de una hora estamos
fuera del edificio, con el certificado de nacimiento en la mano: un milagro en un país
que se distingue por su morosidad. Regresamos con Doña Cecilia, a quien también se
le ha contagiado el espíritu de nuestra empresa.
-- Ahora debe hacerse unas fotos, y luego solicitar una credencial de identidad—,
nos indica.
Nos entrega otro pedazo de papel con un nombre y unas señas, y partimos. La
cuestión de las fotos se resuelve con facilidad, pasaremos a recogerlas mañana.
Al día siguiente, después de recoger las fotos vamos al departamento de menores.
Otro Señor.
--¿Cómo te llamas?
Me llamo Antonio Samuel Michael Traz –responde nuestro sonriente pilluelo--.
-- Pero eso no es lo que dice aquí – objeta el joven empleado, mirando el
certificado de nacimiento, y repite la pregunta--: ¿cómo te llamas?
-- Antonio Samuel Michael Traz.
Apenas puedo creerlo.
-- No, Antonio –le interrumpo-- ¿Qué estás diciendo?
Antonio se encoge de hombros.
-- Está bien; me llamo Antonio Samuel Traz
Esta vez; el empleado asiente con la cabeza.
-- ¿Cuando naciste?
-- En 1981 –contesta Antonio.
4
-¿Qué mes y qué día? —pregunta el empleado. Le explico que Antonio es
huérfano, y que sólo sabemos el año..
-- Eso es inaceptable —protesta el hombre, sacudiendo la cabeza—. Tiene que
proporcionarme su fecha de nacimiento.
--¿Qué hacemos entonces?
Es evidente que el empleado me considera tonta.
--¡Invente una!
Me vuelvo a Antonio, --¿Qué fecha te gustaría? – le pregunto—. Me mira
desconcertado.
-- Por favor, elíjala Vd. por mí–dice—.
El 25 de diciembre –declaro complacida y, dirigiéndome a Antonio, agrego--: Es
la mejor del año. La compartirá con Jesús.
Todos acabamos contentos. Compramos los sellos para la credencial de identidad
y le entrego las fotos al empleado.Podremos recoger el documento a las cinco.Salimos
--Bueno, jovencito —le interpelo— ¿qué significa todo ese asunto de Michael?
Casi nos hacen ir a por otro certificado.
Antonio parece avergonzado. Sonríe,mostrándome una relampagueante hilera de
dientes blancos.
Ayer me contó Vd. que tenía un hijo llamado Michael —explica—. A mí también
me gustaría llamarme Michael.
Le sonrío y le revuelvo cariñosamente el cabello.
--Mucho me temo que has llegado tarde –le digo.
Asiente y conviene en que Samuel también es un buen nombre. Le entrego la
tarjeta con la que deberá recoger su tarjeta de identidad por la tarde. No tiene sentido
que vayamos los dos.
--Tiene Vd. que acompañarme. Es muy muy importante –afirma con seriedad.
Opto por complacerle.
Después del almuerzo oigo los tres golpes de Antonio en la puerta. Abro y veo
que en sus manos extendidas hay un magnífico mango dorado.
-- Es para Vd. Jill, --dice--. Tómelo.
Estoy a punto de contestar que no, que no tengo hambre, que es él quien siempre
está hambriento, pero me contengo al acontemplar sus ojos oscuros. El chiquillo
quiere hacerme un regalo.
5
--Antonio, me encantan los mangos!--Exclamo. Me lo voy a comer ahora mismo.
Su maravillosa sonrisa vuelve a alegrar mi corazón. Mientras muerdo la carnosa
fruta me pregunto si alguien me ha dado alguna vez un regalo tan precioso. Saboreo
cada bocado y chupo el hueso hasta dejarlo limpio.
Más tarde vamos a la oficina y aguardamos con mucha gente más, hasta que sale
el empleado con un montón de tarjetas de indentidad y lee los nombre en voz alta
--Antonio –Samuel Traz.
Antonio muy derecho, se acerca lentamente al hombre y coge su credencial.
Después vuelve y me dedica una amplia sonrisa. Orgulloso, me entrega el documento
para que yo lo guarde.
Antonio empezó a ir a la escuela en enero de 1994. No es una tarea fácil para él;
con sus 13 años, es el mayor de la clase. Anhela volver a correr libremente por las
calles polvorientas, donde en un mes puede ganar más que el salario mínimo de un
adulto. Pero sabe que no siempre será pequeño y encantador. Si desea un futuro de
honestidad, debe aprender a leer y escribir... y así lo hará.
Mi vida nunca es aburrida cuanto tengo a Antonio cerca de mí. Vamos juntos a la
pequeña iglesia, un edificio con techo de hierro que se yergue bajo el sol candente y
que está rodeado de pequeñas viviendas. Las puertas se conservan cerradas para que
los feligreses puedan rendir culto a Dios y orar con tranquilidad. Es una combinación
de servicio religioso y fauna que siempre dura más de tres horas. Antonio sucumbe al
calor y se queda dormido
Contemplo su carita negra y su cabello rizado. Este chiquillo me ha llegado al
corazón. Está lleno de esperanza, a pesar de haber experimentado algunos de los
peores horrores imaginables. Cada nuevo día es para él una aventura, y me ha
ayudado a redescubrir con ojos de niño el sorprendente mundo que nos rodea.
Ignoro lo que le depara el futuro, pero de una cosa sí estoy segura: los fieles de
esta iglesia le ayudarán cuando yo me marche y se mantendrán en contacto conmigo.
Tal vez Dios tenga grandes planes para Antonio Samuel Traz..
6
EL ZORRO DOMESTICADO
(Antoine de Sait Exupéry)
¡Apareció un zorro!
--¡Buenos días!
--¡Buenos días --respondió cortesmente el principito, que se volvió sin descubrir
a nadie.
--Estoy aquí bajo el manzano--dijo la voz.
--Quién eres tú --le preguntó el principito-- ¡Qué bonito eres!
--Soy un zorro.
--Ven a jugar conmigo --le propuso el principito-- ¡Estoy muy triste!
--No puedo jugar contigo --dijo el zorro--, no estoy domesticado.
--Tú no eres de aquí --dijo el zorro-- ¿Qué buscas?
--Busco a los hombres --le respondió el principito-- ¿Qué significa domesticar?
--Los hombres --dijo el zorro-- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero
también crían gallinas y eso les hace interesantes. ¿Tú buscas gallinas?
--No, busco amigos.¿Qué significa domesticar? –volvió a preguntar el principito.
--Es una cosa ya olvidada--dijo--; “significa crear vínculos...”
--¿Crear vínculos?
--Sí, verás--dijo el zorro--.Tú no eres para mi todavía más que un muchachito
igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes
necesidad de mí y no soy para tí más que un zorro entre otros cien mil zorros
semejantes, pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro.
Tú serás para mí el único en el mundo, como yo lo seré para tí...
--Comienzo a comprender--dijo el principito--. Hay una flor... creo que ella me
ha domesticado.
--Es posible--concedió el zorro--; en la tierra se ven tantas cosas...
--¡Oh, no ha sido en la Tierra! --exclamó el principito.
--¿En otro planeta?
--Sí
--¿Hay cazadores en ese planeta?
--No.
--¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
--No.
--Nada es perfecto--suspiró el zorro.
Y después volvió a su idea:
-1-
--¡Mi vida es muy monótona! Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas
las gallinas y todos los hombres son iguales; por consiguiente, me aburro
constantemente. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol y conoceré el rumor
de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me harán esconder bajo
tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además,
¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es
para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada eso me pone triste.
¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques!
El trigo, que es dorado también me hará reconocerte... ¡Me gustaría mucho oír el
rumor del viento entre los trigos!...
El zorro se calló y miró un buen rato al principito.
--Por favor --domestícame-- le dijo.
--Bien quisiera--le respondió el principito--pero no tengo mucho tiempo. He de
buscarme amigos y conocer muchas cosas.
--Sólo se conocen bien las cosas si las domesticamos--dijo el zorro--. Los
hombres no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y
como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si
quieres un amigo, domestícame!.
--¿Qué debo hacer? --preguntó el principito.
--Debes tener mucha paciencia--respondió el zorro--. Te sentarás primero un
poco lejos de mí, así en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás
nada. El lenguage es fuente de mal entendimiento. Pero cada día podrás sentarte un
poco más cerca...
El principito volvió al día siguiente.
--Hubiera sido mejor--dijo el zorro--que vinieras a la misma hora. Si vienes, por
ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres ya empezaría a ser dichoso. A medida
que se acercara la hora, yo me iría sintiendo cada vez más feliz. A las cuatro me
sentiría agitado e inquieto, descubriendo así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes
a cualquier hora, nunca sabré cuando preparar mi corazón... Los ritos son necesarios...
De esta manera el principito fue domesticando al zorro... Cuando se fue
acercando el día de la partida, el zorro dijo:
--¡Ah, cómo voy a llorar!
--Tuya es la culpa--le dijo el principito--, Yo no quería hacerte mal, pero tú has
querido que te domestique...
--Ciertamente--dijo el zorro
--¿Y vas a llorar?
--¡Seguro!
2
--¡No has salido ganando mucho!
--Sí he ganado--dijo el zorro--; he ganado a causa del color del trigo.
Y luego añadió:
--Vete a ver las rosas, comprenderás que la tuya es única en el mundo.
Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las rosas, a las que dijo:
--No sois nada ni en nada os parecéis a mi rosa. Nadie os ha domesticado ni
vosotras habéis domesticado a nadie; sois como el zorro era antes, que en nada se
diferenciaba de los otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es
único en el mundo...
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito,que continuó diciéndoles:
--Sois muy bellas pero estáis vacías y nadie daría la vida por vosotras.
Cualquiera que la viera podría creer que mi rosa es igual que cualquiera de
vosotras. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado,
porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos
(salvo dos o tres para las mariposas). Y fue a ella a quien yo he oído quejarse,
alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa..., en fin.
Y volvió con el zorro.
--Adiós--le dijo.
--Adiós --dijo el zorro--. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple:
sólo con el corazón se puede ver el bien; lo esencial es invisible para los ojos.
(Antoine de Saint Exupéry)
-3-
Orígenes del tenis
(Adaptado de Buenhogar)
Entre los deportes actuales, el tenis es uno de los que tiene mayor
popularidad hoy día. En estos momentos goza de un espléndido resurgimiento que
se inició hace poco años.
Sin embargo, la historia del tenis no es reciente. Según los historiadores, el
tenis se originó en la antigua Persia, hacia el año 500 antes de Cristo. Luego fue
adoptado por los griegos y por los romanos, y hace unos 600 años, hacia fines de
la Edad Media, quedó modificado en la forma que esencialmente se conserva hoy.
En 1397, el tenis ya era muy popular en París, al extremo de que existían
quejas de que los trabajadores y obreros abandonaban sus deberes para dedicarle
tiempo a este deporte. Por esa misma razón, los holandeses lo prohibieron en 1401
y 1413.
Casi un siglo antes, en 1316, el rey francés Luís X murió de una fiebre que le
sobrevino después de un movido partido de tenis. Se comentó que el esfuerzo
físico que el rey hacía en la práctica de este deporte fue una de las causas de su
muerte.
En 1437, el rey Jacobo I de Escocia, fue atrapado por los asesinos que le
dieron muerte cuando, al tratar de escaparse, encontró su fuga bloqueada por un
muro que él mismo había hecho construir par evitar que las pelotas de tenis se
fueran a gran distancia de la cancha.
En aquellos años las pelotas se rellenaban de cabello humano y llegaban a ser
regalos muy apreciados. El rey Carlos de Francia envió un barril de ellas, como
regalo, al rey Enrique V de Inglaterra.
La popularidad del tenis, sin embargo, no llegó a tierra de América con los
colonizadores. Fue mucho después, en 1873, en
que el tenis, nuevamente modificado por el galés Walter Wingfield, se hizo
popular en las Islas Bermudas, donde lo introdujeron los oficiales de la guarnición
británica.
Fue allí que una joven millonaria norteamericana, Mary Outerbridge, se
familiarizó con el tenis, y se entusiasmó tanto que al volver a Nueva Cork unos
años después lo puso de moda entre sus amistades. En sólo siete años ya se habían
formado 33 clubes de tenis en los Estados Unidos, y en 1881 se fundó la
Asociación de Tenis de los Estados Unidos.
Hoy la pasión por el tenis es universal y, aunque tradicionalmente sus
figuras culminantes han sido australianos y norteamericanos, los pueblos hispanos
están aportando nombres estelares a la historia del tenis en estos últimos años: el
ecuatoriano Pancho Segura, los españoles Maule Santana y Manuel Orantes, los
mexicanos Rafael Osuna y Raúl Ramírez, el venezolano Jorge Andrews, y muchos
más. En 1977 el argentino Guillermo Vilas ganó el campeonato de Forest Hills en
Nueva Cork, venciendo a la estrella norteamericana Jimmy Connors. También
quedó de Finalista en la prestigiosa Copa Davis durante el verano de 1977.
Ejercicios
A. Preguntas sobre la lectura
1. ¿Cuándo se inició el resurgimiento del tenis?
2. ¿Dónde se originó el tenis?
3. ¿Qué civilizaciones clásicas adoptaron el tenis?
4. ¿Cuándo se modificó el tenis por primera vez?
5. ¿En qué país fue muy popular el tenis en el siglo XIV?
6. ¿Quién murió en 1316?
7. ¿Cómo murió el rey Jacobo I de Escocia?
8. ¿Qué le regalaron a Enrique V de Inglaterra?
9. ¿Quién introdujo el tenis en los Estados Unidos?
10. ¿Quién es el mejor tenista hispano de estos momentos?
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