Internet y la estructura de la industria Michael Porter reflexiona sobre las consecuencias de la irrupción de Internet en la estructura de la industria. Pone de relieve las ventajas que puede suponerle y, al mismo tiempo, los problemas que genera su transformación en beneficios tangibles. En cualquier caso, concluye que aumentará la competencia y el poder del cliente Michael Porter La web creó nuevas industrias, como las subastas “on-line” y los mercados digitales, pero su mayor impacto fue permitir la reconfiguración de industrias que estaban acotadas por los altos costos de comunicarse, reunir información y concretar transacciones. La atracción estructural de cualquier industria se relaciona con cinco fuerzas competitivas: intensidad de la rivalidad entre los actuales competidores; barreras de entrada a nuevos rivales; amenazas de productos o servicios sustitutos; poder de negociación de los proveedores y poder de negociación de los compradores. Estas fuerzas, combinadas, determinan cómo se dividirá –entre las compañías de una industria, y también entre clientes, proveedores, distribuidores, sustitutos y potenciales, nuevos competidores– el valor económico creado por cualquier producto, servicio, tecnología o forma de competir. Como su fortaleza varía según la industria, sería erróneo extraer conclusiones generales sobre el impacto de Internet en la rentabilidad de una industria a largo plazo. No obstante, el examen de una amplia gama de industrias revela algunas tendencias claras. Hay tendencias positivas: Internet tiende a disminuir el poder de negociación de los canales al proporcionar vías más directas al cliente y puede mejorar la posición relativa de una industria frente a sustitutos tradicionales al expandir el tamaño de ese mercado. Pero la mayoría de las tendencias son negativas. Incrementa la información y el poder de negociación de los canales al proporcionar vías más directas al cliente y puede mejorar la posición relativa de una industria frente a sustitutos tradicionales al expandir el tamaño de ese mercado. Pero la mayoría de esas tendencias son negativas. Incrementa la información y el poder de negociación de los compradores. Mitiga la necesidad de vendedores y de acceso a canales, reduciendo las barreras de entrada. Al habilitar otras formas de satisfacer necesidades y funciones, crea nuevos sustitutos. A las compañías se les hace difícil mantener ofertas propietarias, lo que intensifica la rivalidad. Tiende a expandir el mercado geográfico, multiplicando el número de competidores y a reducir los costos variables, inclinando las estructuras hacia los costos fijos. La gran paradoja de Internet es que sus propias ventajas hacen más difícil transformar esos beneficios en ganancias. Se comprueba en la venta minorista de coches. Los clientes hallan más opciones, no sólo en los vendedores locales, sino en agencias “on-line” que expanden geográficamente el mercado. A éstas les cuesta diferenciarse, pues carecen de salas de exhibición, vendedores y servicio al cliente. La base para competir se desplaza hacia el precio y el efecto neto sobre la estructura de la industria es negativo. Pero no todas las industrias en las que se aplica la tecnología de Internet carecen de atractivo. Si pensamos en las subastas “on-line”, los clientes y proveedores están fragmentados y tienen poco poder. Los sustitutos tienen menor alcance y resultan menos convenientes. Si bien las barreras de entrada son relativamente bajas, se pueden desarrollar economías de escala que desalienten a los nuevos competidores. Ha habido una aceptación general de que el despliegue de Internet acrecentaría los costes del cambio y crearía fuertes efectos red (que condujeran al incremento de la productividad), que brindarían ventajas competitivas y alta rentabilidad. Los costes del cambio incluyen todos los costes en los que incurre el cliente cuando cambia de proveedor: desde la discusión de un nuevo contrato hasta el reingreso de datos para aprender a utilizar otro producto. Con el aumento de estos costes, cae el poder de negociación del cliente y se elevan las barreras de entrada. Algunos creyeron que Internet los incrementaría sustancialmente: una vez habituado el usuario a una interfaz y un paquete de servicios, no querría afrontar el coste de encontrar el sitio de un competidor, registrarse y aprender a usarlo. Por eso se dice que los sitios web son “pegajosos”. Sin embargo, es probable que los costes del cambio sean más bajos en la web que en el negocio tradicional: unos cuantos clics del ratón permiten cambiar de proveedor y las nuevas tecnologías siguen reduciendo sistemáticamente estos costes. A través de los efectos red, los productos o servicios se hacen más valiosos a medida que aumenta la cantidad de clientes. Numerosas aplicaciones de Internet exhiben efectos red; entre otras, el correo electrónico, las subastas y las salas de chateo. Cuando estos efectos son significativos, pueden crear economías de escala del lado de la demanda y construir barreras de entrada. Se genera una competencia del tipo: “el que gana se lleva todo” y sólo quedan una o dos compañías dominantes. Para fijar barreras de entrada, los efectos de la red tienen que ser propietarios. La accesibilidad de Internet, sus estándares y protocolos comunes, dificultan que una única compañía capture los beneficios de un efecto red. Aun así el efecto puede aminorarse a partir de una masa crítica de clientes. Los efectos de la red sujetos a un mecanismo autolimitante (un producto o servicios atrae primero a los clientes cuyas necesidades satisface mejor) al crecer la penetración, se torna menos eficiente para satisfacer las necesidades del resto. Crearlos exige una gran inversión, que puede contrarrestar futuros beneficios. En muchos sentidos, se asemejan a la curva de experiencia que, según se suponía, también debía conducir a una participación de mercado dominante, en este caso por una ventaja en costes. La curva de experiencia fue una simplificación exagerada; en muchas industrias, por sí sola, resultó desastrosa. Las marcas de Internet, según se comprobó, son difíciles de construir. Tal vez porque, sin presencia física ni contacto directo humano, el comercio virtual es menos tangible que el tradicional. Pese a los inmensos desembolsos publicitarios, descuentos e incentivos de compra, la mayoría de las marcas “.com” no igualaron el poder de las establecidas y sólo obtuvieron modestos efectos sobre la lealtad y las barreras de entrada. Es probable que el despliegue de Internet siga presionando sobre la rentabilidad. Muchas “.com” están quedándose fuera del negocio, lo cual parece anticipar una mayor concentración y menor rivalidad. Pero, también, muchas compañías establecidas se familiarizaron con la web y comenzaron a desplegar aplicaciones “on-line”. Con una combinación de empresas nuevas y viejas, y menos barreras de entrada, es probable que en la mayoría de las industrias aumente el número y la fiereza de los competidores y el poder de los clientes.