VOCACIÓN SOBRENATURAL DEL HOMBRE EN LA

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VOCACIÓN SOBRENATURAL DEL HOMBRE EN LA CONSTITUCIÓN
PASTORAL GAUDIUM ET SPES
Teología sobrenatural del hombre
Todos hombres "han sido creados a imagen y semejanza de Dios, quien
hizo de uno todo el linaje humano para poblar la faz de la tierra" (Act.
17,26), y todos son llamados a un solo e idéntico fin, esto es, Dios mismo"
(GS. 24, a.)
La respuesta concreta y plenamente adecuada al problema del hombre es
que Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a Él con la total plenitud
de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina (GS. 18
b.).
Cristo actúa sin cesar en el mundo para conducir a los hombres a la Iglesia
y, por medio de ella, unirlos a sí más estrechamente y para hacerlos
partícipes de su vida gloriosa alimentándolos con su cuerpo y sangre (LG.
48 b.).
A la Iglesia se ha confiado la manifestación del misterio de Dios, que es el
fin último del hombre (GS. 41 a.).
La vocación humana, iluminada por la Revelación
El dominico Edgard Schillebeeckx dice que Dios se revela a Sí mismo en
cuanto descubre al hombre su más profunda dimensión. Por tanto el
mensaje de salvación llega al hombre hasta lo más íntimo de su propia
autocomprensión. El mensaje de salvación y la declaración por parte de
Dios del modo cómo el hombre debe comprenderse a sí mismo son
correlativos. Dios esboza una teología en la medida que revela una
antropología, y revela una antropología en la medida que esboza una
teología.
Cristo manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
sublimidad de su vocación (GS. 22 a.).
La Iglesia siente profundamente estas dificultades (humanas) y, aleccionada
por la Revelación divina, puede darles la respuesta que perfile la verdadera
situación del hombre, dé explicación a sus enfermedades y permita conocer
simultáneamente y con acierto la dignidad y la vocación propias del hombre
(GS. 12 b.).
La fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la
entera vocación del hombre (GS. 11 a.).
El misterio de la fe cristiana ofrece a los cristianos valiosos estímulos y
ayudas para el sentido pleno de esa actividad que sitúa a la cultura en el
puesto eminente que le corresponde en la entera vocación del hombre (GS.
57 a.).
Medios para responder a la vocación humana
La preeminencia de la persona humana, como se ha visto más arriba, no
puede hacernos ignorar que su afirmación implica la afirmación de la
sociedad. El hombre "tiene, por su misma naturaleza, absoluta
necesidad de la vida social. Pues es solamente a través del trato con
los demás, de la reciprocidad de servicios, del diálogo con los
hermanos, como el hombre se engrandece en todas sus cualidades y se
capacita para responder a su vocación" (GS. 25, a).
Si la persona humana necesita esencialmente de la sociedad, ésta ha de
estar estructurada a la medida del hombre.
Cree la Iglesia que Cristo, muerto y resucitado por todos, da al hombre su
luz y su fuerza por el Espíritu Santo a fin de que pueda responder a su
máxima vocación (GS. 10 b.).
Al proclamar el Concilio Vaticano II la altísima vocación del hombre y la
divina semilla que en éste se oculta, ofrece al género humano la sincera
colaboración de la Iglesia para lograr la fraternidad universal que responda
a esa vocación (GS. 3 b.).
Todos estamos llamados a ser hermanos. En consecuencia, con esta
común vocación humana y divina podemos y debemos cooperar, sin
violencias, sin engaños, a la edificación del mundo en la verdadera paz (GS.
92 e.).
No puede llegarse a este sentido de la responsabilidad (individual y social)
si no se facilitan al hombre condiciones de vida que le permitan tener
conciencia de su propia dignidad y respondan a su vocación, entregándose
a Dios y a los demás (G.S. 31 b.).
Perfeccionamiento del hombre
La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena
al hombre. Pues éste, con su acción, no sólo transforma las cosas y la
sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus
facultades, se supera y se trasciende. Tal superación, rectamente
entendida, es más importante que las riquezas exteriores que puedan
acumularse. El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene (GS. 35,
a).
Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión, para que
así busque espontáneamente a su Creador y, adhiriéndose libremente a
éste, alcance la plena y bienaventurada perfección (GS. 17).
La dignidad humana requiere, que el hombre actúe según su conciencia y
libre elección, es decir, movido e inducido por convicción interna personal y
no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción
externa (GS. 17).
El hombre, como ser personal, se sitúa como "única criatura terrestre a la
que Dios ha amado por sí misma, que no puede encontrar su propia
plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" (GS.
24, e.); y cuyo menosprecio o infravaloración supondría utilizarlo en la
condición de instrumento, lo que no puede suceder sin grave alteración de
los planes de Dios. Es este respeto absoluto a la dignidad humana lo que
explica también el carácter absoluto de los valores morales. El absoluto
divino enriquece y valora la relatividad humana, haciéndola también
absoluta en la medida en que se incorpora a un plan inviolable.
Los cristianos, lejos de pensar que las conquistas logradas por el hombre
se oponen al poder de Dios y no pretender rivalizar con el Creador, están,
por el contrario, persuadidos de que las victorias del hombre son signo de la
grandeza de Dios y consecuencia de su inefable designio (GS. 34 c.).
Vocación sobrenatural
La negación de Dios es "el fenómeno más grave de nuestro tiempo.
Estamos firmemente convencidos de que la teoría sobre la que se funda la
negación de Dios es fundamentalmente errónea, no responde a las
exigencias últimas e inderogables del pensamiento, priva al orden racional
del mundo de sus bases auténticas y fecundas, introduce en la vida
humana no una fórmula de solución, sino un dogma ciego que la degrada y
la aflige; debilita la raíz de todo sistema social que sobre ella pretende
fundarse. No es una liberación, sino un drama que intenta apagar la luz del
Dios vivo. Por ello, Nos resistiremos con todas nuestras fuerzas a esta
avasalladora negación en defensa del interés supremo de la Verdad con la
esperanza invencible de que el hombre moderno sepa descubrir también
ahora, en la concepción religiosa que el catolicismo le ofrece, su vocación a
una civilización que no muere, sino que progresa siempre hacia la
perfección natural y sobrenatural del espíritu humano, capacitado, por
gracia de Dios, para la pacífica y honesta posesión de los bienes
temporales y abierto a la esperanza de los bienes eternos" (Ecclesiam
Suam, 93, AAS. 56 (1964), 651).
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