Narrativas, nro. 14, octubre / diciembre de 2004, ISSN

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Narrativas, nro. 14, octubre / diciembre de 2004, ISSN-6098
De piquetes y megaatentados
Las sendas de la globalización
Adrián Eduardo Duplatt
[email protected]
Un mundo perfecto
Si la Torre Eiffel fue considerada por Roland Barthes como símbolo de la modernidad, bien
las Torres Gemelas podrían haberlo sido de la globalización.
Los dos edificios desmesurados, construidos en Nueva York bajo los cánones de la
racionalidad, erigían a fuerza de vidrio, hierro y cemento su soberbia sin reparos. La capital del
mundo les rendía pleitesía.
Las Torres eran la postal obligada de la ciudad. Bastaba alzar la vista y verlas para saber
dónde se estaba. Cual tótem de una nueva cultura, Las Torres ofrecían seguridad y declamaban la
prosperidad presente y la buenaventura futura. Eran, tal vez, la moderna catedral de la religión
globalizadora.
¿Qué turista de cualquier parte del mundo que haya visitado Nueva York no se llevó
consigo, en su viaje de vuelta, una foto en el vértice de uno de los dedos de Dios? Las casi
cincuenta mil personas que trabajaban en ellas, ¿acaso no cumplían el ritual cotidiano de poner en
funcionamiento el templo del mercado sacrosanto?
Los gobiernos del resto de los países, periféricos o no, estaban pendientes de lo que allí
ocurría. Desde sus oficinas se podían digitar los avatares de sus economías de manera impía. Las
Torres Gemelas eran el blasón perfecto de la globalización que encarna Estados Unidos. El mundo
debía ser como eran -son- los norteamericanos. Democracia y capitalismo eran la culminación feliz
de la historia, como pregonó entusiasmado Fukuyama. El american way o life, el atajo para llegar a
ese pináculo. Los que así no lo entendían quedaban al margen de un mundo perfecto y
entrelazado. Los disidentes eran ignorados o silenciados. A través de una imposición cultural,
gracias a la tecnología y los medios de comunicación, al poderío económico, o a la fuerza, estos
preceptos se derramaron por el mundo, como el cristianismo en la América del descubrimiento.
Tanto Las Torres, como el Pentágono o la Casa Blanca, representaban ese poder omnímodo que, al
parecer, no todos anhelaban.
No es de extrañar, entonces, que hayan sido elegido como blancos de la violencia, de un
nuevo tipo de sacrificio ritual en el altar de la globalización.
Horacio Vertbistsky (2001) descalifica -acertadamente- los atentados afirmando que en
realidad no cambió nada, y si lo hizo, fue para peor. Pero, tal vez, no se buscaba cambiar nada con
el ataque. Sería ingenuo pensar que los autores querían que de ese modo se terminara la
expoliación económica, financiera y cultural por parte del país motor de la globalización. Quizás se
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trató de decirle al mundo -sobre todo a la desinformada sociedad estadounidense- "aquí estamos"
como slogan de la resistencia. Un aggiornado "Yankees go home" del siglo XXI.
A semejanza de lo que explicaron Horkheimer y Adorno sobre lo ocurrido con la
Modernidad y su autodestrucción, los mitos de la globalización conllevan, también, las semillas de
su resistencia .
Los responsables del atentado actuaron casi como los piqueteros que cortan una ruta y
queman cubiertas, no para cambiar la política económica argentina por ese sólo acontecimiento,
sino para hacerse visibles, para hacerse audibles, en un mundo insensible y exclusivo.
Las rutas de doble sentido
Tanto los piqueteros, como los suicidas de Nueva York, eligieron los mismos caminos para
aparecer en escena. Se valieron de las rutas que llevaron al actual status quo social, pero a
contramano.
Benedict Anderson explicó que para consolidar los Estados-nación fue necesario construir
una comunidad imaginada, que fuera homogénea a todos los ciudadanos. La educación, los
medios de comunicación -la prensa en el siglo XIX- y los caminos y vías férreas fueron los
instrumentos que llevaron adelante los preceptos de los estados modernos. No importó si para
ello se sojuzgaba la cultura o los modos económicos preexistentes. La modernidad todo lo cubrió,
como la mancha voraz de las películas de terror clase "B".
Hoy, caminos y medios de comunicación, cumplen un efecto disímil, antagónico, al que
tuvieron en ese entonces. Las rutas argentinas dejaron de ser un no-lugar inocuo, de mera
circulación, para erigirse en un territorio certero y perceptible de los marginados que claman por
su lugar en el mundo. Los caminos vuelven a ser lugares de identidad, relacionales e históricos, en
la definición de Marc Augé.
Las rutas aéreas en Estados Unidos funcionaron del mismo modo. La tecnología que
posibilitó pasar de los carros a los aviones, facilitó también el éxito de los atentados. Por medio de
las vías de comunicación, que desde antaño fueron los canales para la expansión de la modernidad
y la globalización, los excluidos se hicieron ver y escuchar. Rompieron la racionalidad de los
caminos y los transformaron en un lugar de comunicación, en un nuevo espacio público.
Y si la prensa en el siglo XIX difundió noticias y opiniones para solidificar la comunidad
imaginada, los nuevos medios de comunicación del XXI continuaron su ubicua misión. Sin
embargo, a través de ellos los rebeldes también se hacen presentes. Al utilizar la lógica mercantil
que mueve a las empresas de comunicaciones, los excluidos originan nuevas formas de protesta
que no tienen por qué seguir los preceptos del siglo pasado. Así, un corte de ruta, una marcha
federal, clases públicas, matizados con espectáculos de todo tipo y atentados espectaculares,
brindan la posibilidad de entrar en el juego de la televisión. Los medios potencian su labor
divulgativa gracias a un Estado que, si no está ausente, es poco menos que sordo y ciego. Sin los
medios, los marginados no podrían captar la atención de los políticos o generar climas de opinión
pública (mas, en este sentido, no hay que olvidar que los medios pueden consolar, pero no curar la
iniquidad del mundo).
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Las puntas del camino
Los ataques no se produjeron, como otras veces, en las regiones periféricas del mundo. Se
realizaron en pleno corazón del "mundo civilizado", donde todo es razón y cultura. ¿Cómo se
pudieron concretar en lugares alejados y tan distintos de los que supuestamente son oriundos los
autores de los atentados? Arjun Appadurai puede ayudar a dar con la respuesta.
La diáspora que genera la globalización desparramó por el mundo y cobijó a los autores de
los ataques (como a tantos otros millones de personas). En este sentido, Appadurai habla de las
migraciones y los medios de comunicación como los elementos que plasman las culturas actuales.
Por ello, con la combinación de estos fenómenos, las distancias entre centros planificadores y
ejecutores no fue impedimento para la concreción del atentado. Internet, aladid de las
comunicaciones globalizadas, fue la llave de la caja de Pandora. Sin ella, sin sus mails y sus
transacciones en tiempo real, hubiera sido asaz dificultoso poner en contacto a gente de Estados
Unidos, Europa, Asia o cualquier otro punto del mundo.
A su vez, el ataque a Las Torres estuvo planeado con despliegue cinematográfico y tiempos
televisivos. El mundo pudo ver en vivo cuando el segundo avión se estrelló contra uno de los
edificios. El incidente cumplió acabadamente los requisitos para ser exhibido en todas las pantallas
de los hogares globalizados. La sociedad norteamericana, tan poco afecta a conocer lo que ocurre
allende los mares, se vio sacudida por un mundo subterráneo y desconocido que irrumpió en su
vida cotidiana sin miramientos. La televisión, con su sensación de cercanía, multiplicó el impacto
del ataque y provocó que en todo el planeta se viera como si hubiera ocurrido allí, donde el
espectador lo observaba en su pantalla familiar.
Las migraciones y los medios de comunicación, al decir de Appadurai, incentivan la
imaginación. Conocer otras culturas da nuevas ideas y facilita los instrumentos para concretarlas.
El cine catástrofe incentiva la imaginación y proporciona la representación final de actos
contundentes y su percepción posterior en la televisión. El ataque a Las Torres parece más la
promoción de un nuevo trabajo de Hollywood que un atentado genuino. Un nuevo tipo de arte
que se difunde por méritos propios. Así lo entendió el compositor alemán Karlheinz Stockhausen,
cuando afirmó que se trató de la mayor obra de arte que pudiera realizarse. Imaginación,
espectacularización, emoción y comunicación fueron sus ingredientes. En forma coincidente, Sofía
Casal cree que
[...] tal vez que lo más inquietante de este atentado haya sido precisamente su
espectacular belleza. Los periodistas (vanidad profesional aparte), al retransmitirlo, apenas podían
reprimir en su tono la fascinación y la emoción ante lo que presenciaban/presenciábamos. Pienso
que esta emoción, en absoluto reñida con el miedo, es la clave de la estética contemporánea,
basada en una exigencia extrema de conmoción y temblor. De ahí su poder masivo. Antes le
llamaban "lo sublime". Pero creo que aquí hay algo peligrosamente nuevo, quizás todavía no
nombrado [...](Casal, 2001)
Es que en el mundo globalizado se piensa más por imágenes, que por palabras. Las
imágenes no son sólo emoción. Los que vieron el derrumbe de Las Torres pueden dar fe de ello;
también los que lo provocaron. Nadie se hizo directamente responsable, no hubo comunicados ni
proclamas. Las palabras sobraron. Asomaron otros modos del decir, en los que la televisión parece
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ser su vehículo fundamental. O tal vez, otras formas de razón, distintas a las que nos tenía
acostumbrados la modernidad.
Lo que resta
Las vías y los medios de comunicación, que otrora sirvieran para expandir la modernidad,
suprimiendo toda disidencia a su paso, hoy cumplen un disfunción globalizadora inquietante. Los
caminos, terrestres o aéreos, ya no sólo para la circulación de personas, mercaderías o capitales.
Se convirtieron en nuevos espacios públicos donde los marginados se hacen ver y escuchar, donde
actúan y se asientan en un nuevo territorio. Y la prensa, en la que la televisión juega un rol
multiplicador predominante, configura el escenario donde irrumpen las nuevas formas del decir,
donde las representaciones se hacen entender por medio de la imaginación, casi sin necesidad de
palabras.
Tanto los piquetes de las rutas argentinas, como los ataques a las Torres Gemelas, son
ejemplos de esta nueva racionalidad pagana, que emerge desafiando los mandamientos de la
globalización.
BIBLIOGRAFÍA:
ANDERSON, Benedict (1993): Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y
difusión del nacionalismo. México, Fondo de Cultura Económica.
APPADURAI, Arjun (2001): La modernidad desbocada.
AUGE, Marc (2000): Los no lugares. Espacios del anonimato. Barcelona, Gedisa.
CASAL,
Sofía
(2001):
"Lo
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ENTEL, Alicia (1996): La ciudad bajo sospecha. Comunicación y protesta urbana. Buenos
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